Las guerras contra el terrorismo amenazan con dejar de lado la lucha contra la pobreza, las epidemias sanitarias y la degradación ambiental. Además, detraen recursos económicos para estos fines y, con ellas, se esfuma un capital político clave para encarar las verdaderas causas de la inestabilidad en mundo. Así lo sostiene el libro «El estado […]
Las guerras contra el terrorismo amenazan con dejar de lado la lucha contra la pobreza, las epidemias sanitarias y la degradación ambiental. Además, detraen recursos económicos para estos fines y, con ellas, se esfuma un capital político clave para encarar las verdaderas causas de la inestabilidad en mundo. Así lo sostiene el libro «El estado del mundo 2005», del centro de estudios norteamericano Worldwatch Institute, presentado ayer (editado por el centro Unesco de Catalunya), y en el que un nutrido grupo de expertos redefine el concepto de seguridad más allá de los estrechos márgenes militares.
La pobreza, las enfermedades vinculadas a la alimentación y el deterioro ambiental son los verdaderos ejes del mal,expone Christopher Flavin, presidente del Worldwatch, parafraseando la alusión de la Administración Bush a los estados que incuban el terror.Y»si no se identifican estos peligros y no se responde a ellos, el mundo se arriesga a recibir la sorpresa que le reservan las nuevas fuerzas de inestabilidad, de la misma manera que los atentados terroristas del 11 de septiembre sorprendieron a Estados Unidos», dice Flavin.
El columnista norteamericano Tomas Friedman aprendió esta misma lección todavía conmocionado con las sacudidas de las torres gemelas. Y extrajo esta conclusión: «Si no eres tú el que visita un lugar indeseable, será él quien te visitará a ti». Y el propio Kofi Annan, secretario general de la ONU, pidió en el 2004 que el mundo abandonara esa visión maniquea según la cual los peligros del terrorismo o las armas de destrucción masiva sólo tienen interés para el Norte, mientras que los de la pobreza o los de las necesidades básicas humanas conciernen únicamente al Sur. Una comprensión global de todas las fuentes de inseguridad es el objetivo de la reflexión de este libro.
Nuestro planeta se ha vuelto más extraño e inseguro porque en ocasiones la falta de esperanza en un mundo mejor alimenta los extremismos, mientras que otras veces las guerras destruyen las clases medias, lo que unido al fracaso de los sistemas educativos y la desesperación de los jóvenes fomenta el aumento de los fundamentalismos religiosos.
Por eso, las armas no proporcionan necesariamente la paz, ni la seguridad cabe en el mero ámbito nacional. La pobreza, por ejemplo, ha crecido en el África subsahariana, hasta el punto de que entre 1981 y 2001 pasó de afectar al 42% al 47% de la población. El número de personas que pasan hambre actualmente ya es de 800 millones.
Yeso pasa pese a que la ganadería y la agricultura cada vez es más industrial (y mientras crecen las alertas por enfermedades infecciosas y las crisis alimentarias). Además, esta industrialización se ha cimentado sobre las especies vegetales y animales más productivas, en detrimento de otras variedades, con lo que la causado la desaparición de un 75% de la diversidad genética de cultivos agrícolas que, al perder la posibilidad de hacer cruces con otras variedades, se hacen más vulnerables a las plagas, las enfermedades y a las oscilaciones climáticas.
El mundo posee entre 7.000 y 10.000 especies vegetales comestibles; pero sólo nos abastecimientos con 100 y únicamente cuatro -maíz, arroz, trigo y patatas- dan el 60% de la energía alimentaria del mundo. Quienes apuestan por una agricultura sostenible temen, además, que los organismos modificados genéticamente destierren muchas especies autóctonas, aunque el libro documenta los esfuerzos de muchas comunidades por proteger estos recursos contra las patentes.
También mina la seguridad una dependencia del petróleo convertida en foco de tensiones, más agudas cuanto más nos acercamos al final de la curva de su explotación máxima. Las subvenciones a los combustibles fósiles en la UE eran en 1997 de 15.000 millones de dólares, pero Alemania y Japón marcan el camino a las fuentes limpias y la eficiencia energética. Mientras, China invita a la esperanza al querer alcanzar un 10% de electricidad verde para el 2010 con fuentes renovables al margen de sus presas.