En el mismo título, el último libro del sociólogo Andrés Piqueras introduce conceptos problemáticos que a lo largo del texto el autor intenta desanudar. Publicado por Anthropos y presentado el 2 de octubre en la Universitat de Valéncia, «La opción reformista: entre el despotismo y la revolución. Una explicación del capitalismo histórico a través de […]
En el mismo título, el último libro del sociólogo Andrés Piqueras introduce conceptos problemáticos que a lo largo del texto el autor intenta desanudar. Publicado por Anthropos y presentado el 2 de octubre en la Universitat de Valéncia, «La opción reformista: entre el despotismo y la revolución. Una explicación del capitalismo histórico a través de la lucha de clases» se concibe como una «aportación para las fuerzas organizadas del Trabajo» a partir de categorías marxistas. El libro escudriña en la caída de la tasa de ganancias del capital, las posibilidades de reformar el capitalismo en su fase «degenerativa» o la importancia de la lucha de clases en la evolución del sistema.
Aunque Andrés Piqueras prefiere el plural, «luchas de clases», que pivotan siembre en torno a un mismo asunto: «Cómo unos pocos se apropian del resultado del trabajo de los demás, que vendemos nuestro tiempo y capacidad de trabajar a cambio de un salario». Al final se abren en todo caso dos posibilidades: luchar contra esta situación, o competir todos contra todos para que nuestra fuerza de trabajo valga más en el mercado.
Piqueras es profesor de sociología en la Universidad Jaume I de Castelló, donde creó y fue director del Observatorio Permanente de la Inmigración. Actualmente forma parte del Observatorio Internacional de la Crisis (OIC). Además, Andrés Piqueras es autor de textos como «sobre culturas e identidades de la mundialización capitalista», «Capital, migraciones e identidades» y de la obra colectiva del OIC «El colapso de la globalización».
El libro analiza también las «mutaciones» históricas del capitalismo. Después del mayor colapso sufrido por el capitalismo hasta hoy y dos guerras mundiales, siguió la mayor «desconexión» que históricamente se ha realizado del sistema capitalista: la revolución soviética. El capitalismo tuvo entonces que «mutar», y en las sociedades centrales se hizo de «rostro humano», a partir de una opción reformista y con distribución de la riqueza. «El capital se traicionó a sí mismo también porque entonces la organización de la fuerza de trabajo era mucho más alta; además, existía un enemigo sistémico que era la URSS», resume el sociólogo.
Si se tomaran series estadísticas desde inicios del siglo XIX hasta hoy, se podría comprobar cómo a partir de la caída de la Unión Soviética, aumenta la tasa de igualdad y de explotación mundial. Esta conclusión sirve asimismo para el estado español. La tasa de explotación durante el franquismo se situaba en el 70% (de 8 horas laboradas, se le abonaban al trabajador algo más de 5; el resto eran beneficios empresariales); actualmente, la tasa de explotación en España es casi el 110%, y más del 40% de las horas extraordinarias no se pagan.
«La opción socialdemócrata y reformista es muy pasajera y depende históricamente de la correlación de fuerzas en cada estado; ocurre, sin embargo, que tres generaciones de europeos hemos nacido pensando que el capitalismo es sinónimo de democracia, crecimiento y bienestar, por eso todo el mundo se siente «clase media» y los políticos profesionales hablan de «brotes verdes» y «luz al final del túnel».
Pero esa opción «reformista» es históricamente muy limitada, y depende, subraya Piqueras, de que aumente la masa de beneficio total del capital. «Si el capital no incrementa su tasa total de ganancias, no realiza políticas de distribución; ningún país en fase de acumulación primitiva de capital ha impulsados procesos de distribución, ni ha sido reformista». Hay, además, otro factor significativo: la capacidad de sustitución de la fuerza de trabajo que tenga el capital. «Con un gran ejército de reserva a su disposición, como sucede hoy, el capital jamás se hará reformista». El sociólogo lo explica tomando las series estadísticas: en la década de los 50-60 del siglo XIX, la esperanza de vida de un trabajador medio en Europa era de 28 años («al capital no le importaba que murieran los trabajadores, ya que millones de campesinos constituían el ejército de reserva para las fábricas»).
Y sólo cuando empieza a agotarse la masa de reserva, el capitalismo se plantea reducir las jornadas diarias de 16 horas, introducir las vacaciones o el derecho a la salud. Hoy todas estas conquistas se liquidan, en parte, porque el capital ha incorporado a toda la población mundial -mediante el proceso de globalización- como fuerza de trabajo. Pero hay otros factores que deben considerarse: «Sin capacidad de organización y presión del Trabajo, a través de sus organizaciones sindicales, no existen reformas». Hoy está capacidad es mucho menor que en los años «gloriosos» del Keynesianismo.
Otra clave explicativa del libro es que el capital se halla en fase «degenerativa», si no «terminal». «Lo que dure finalmente, dependerá de la lucha de clases», sostiene Andrés Piqueras. «La civilización industrial puede durar un siglo y medio más, pero cuanto más dure este sistema, más sufrimiento producirá en la humanidad, y esta vez nos la jugamos todos». Puede que la gente común no lo considere, «pero los europeos ya tenemos la guerra en casa, de hecho, nos la hicieron en países como Yugoslavia o Ucrania; del estado español, de Rota, salió el primer misil que se lanzó a Siria. En Rota también han desembarcado barcos con tropas estadounidenses», explica el sociólogo. Sucede que actualmente las guerras no se declaran, pero el estado español participa con militares en la invasión de países.
¿Por qué el capitalismo se halla en fase «degenerativa»? El sistema requiere la «reproducción ampliada del capital». No genera riqueza ni está pensado para satisfacer necesidades humanas, de lo contrario, no se explica el hambre en el mundo, cuando la capacidad productiva permite satisfacer tres veces las necesidades de la población mundial. Según Piqueras, «el capitalismo está pensado únicamente para generar necesidades en aquellos que pueden comprar nuevas mercancías». Pero la idea esencial es que, para reproducir el valor y ampliarse, el capital necesita un crecimiento continuo, cada vez mayor, exponencial. Y necesita crecer a costa de los recursos naturales, la energía y la riqueza del planeta. Destruyéndola. Ahora bien, concluye el sociólogo, «en estos momentos el capital no puede crecer más, porque ha llegado a los límites finitos del planeta».
En 1820 (albores de la primera revolución industrial) el PIB mundial era de 694.000 millones de dólares; en 1997, ascendía a 2,7 billones de dólares; en 1950, a 5,3 billones de dólares; en 1973, a 16 billones de dólares y en el año 2012, a 80 billones de dólares. Para mantener este ritmo de crecimiento, se ha de reinvertir una parte de los beneficios (se calcula que al menos el 3% del PIB mundial). Ese 3% significará en 2020 aproximadamente 3 billones de dólares. Pero lo cierto es que no se están reinvirtiendo esas cantidades, por un hecho muy palmario: ya no hay posibilidades de beneficio.
A ello se agrega otro elemento: cuanto más aumenta la «tecnificación» del capital o la composición técnica (introducción de maquinaria y tecnología) en los procesos productivos, menos fuerza de trabajo se requiere. Y en este punto reside la gran contradicción sistema del capitalismo, según Andrés Piqueras: «la plusvalía y el beneficio sólo pueden obtenerse de la mano de obra; a mayor maquinización y tecnificación de la economía, menos gente se necesita para trabajar, y menos plusvalía se genera».
Las tasas medias de beneficio empresarial en el siglo XVIII (1.700) oscilaban entre el 20 y el 30% anual; en las décadas de los 50 y 60 del siglo XX (era keynesiana), las tasas de beneficio se situaban en el 10%; en los 70 y 80 del siglo XX, los indicadores de beneficio empresarial se redujeron al 5%. Hoy se sitúan en torno al 3,6%. En relación con ello, actualmente se ha frenado el proceso de «revolución tecnológica. «La tasa de aumento de la inversión tecnológica por parte del capital es actualmente (en las sociedades de capitalismo avanzado) la más baja desde 1945», destaca Piqueras. Frente al crecimiento anual de la inversión tecnológica, que hasta los años 90 era del 25%, actualmente la tasa de innovación técnica prácticamente se ha frenado.
El capitalismo exhibe hoy, por lo demás, una «mutación» de terribles consecuencias. A juicio del sociólogo, «vivimos en una fase de capitalismo salvaje que será cualquier cosa menos democrático». De hecho, «cuanto menos puede ofrecer un sistema y adoptar una opción reformista, más necesita el puño y la guerra (militar y social). Y eso es lo que están haciendo». Las palabras de Nixon tras la derrota de la URSS (país contra el que Estados Unidos sostuvo la tercera guerra mundial) lo dejan bien claro: «La tercera guerra mundial había comenzado con los últimos disparos de la segunda; no hay rincón del mundo que esté a salvo de ella; es una guerra total; se libra en todos los planos de la vida y la sociedad, y no daremos cuartel al enemigo».
Piqueras explica que la cuarta guerra mundial consiste en «ir a por los recursos de la humanidad entera». El plan del capital es «deshacer todo lo que suponga institucionalidad y estado en el centro de Asia (como en Iraq y Siria) o en África; descuartizar los estados y dejarlos en manos de señores de la guerra, o de grupos a los que puedan controlar y hacer valer para intervenir militarmente (sea Al-Qaeda o el Estado Islámico); estos grupos son, de hecho, creados y financiados por las potencias occidentales y los países de la península arábiga».
Los descuartizamientos estatales a los que se refiere el sociólogo coinciden con las zonas donde se ubican los principales recursos estratégicos del planeta. Por un lado, «hay una ofensiva brutal y sistematizada contra Rusia, con el intento de separarla de Siberia (donde se hallan los recursos básicos de la humanidad». Además, «tienen como objetivo rodear a China». «Estamos en tiempos de barbarie atroz», concluye Andrés Piqueras, «pero también es cierto que en las coyunturas tan complicadas es cuando el factor humano tiene mayor capacidad de intervención».
En ese contexto, la opción reformista e institucional carece de sentido. «Es un error, como considera una parte de los movimientos sociales, pensar que las instituciones pueden reformarse a sí mismas, y que el capital adquiera de nuevo un rostro humano; eso es imposible, el keynesianismo no va a volver», zanja Andrés Piqueras.
Reina hoy el capital financiero, lo que los especialistas han denominado la «financiarización». Pero a pesar de la euforia y el «casino» global, según el autor de «La opción reformista: entre el despotismo y la revolución», «las finanzas son la fiebre de la enfermedad que padece el capital; cuanto más acude éste al sector financiero y, por ejemplo, más sube la bolsa, más enfermo está el capital y más está pudriéndose por dentro. Porque ya no puede orientarse al capital productivo, el que genera riqueza, y se centra exclusivamente en el ficticio».
En concreto, Estados Unidos no ofrece información desde 2006 sobre las emisiones de dólares que realiza, aunque al no facilitar esas cifras viole las leyes internacionales. Y lo oculta porque está emitiendo masivamente «dólares-chatarra» sin valor real. El PIB mundial es de cerca de 80 billones de dólares. Según el Banco de Basilea, el capital financiero circulando por el mundo sin respaldo real oscila entre los 600 y los 650 billones de dólares. Pero según las estimaciones del Observatorio Internacional de la Crisis (a partir de algunos documentos de la Casa Blanca y la Reserva Federal de Estados Unidos), el capital financiero sin respaldo en el mundo podría alcanzar los 1.100 billones de dólares.
En otros términos, por cada dólar que circula por el planeta al menos entre 15 y 20 son ficticios. Conclusión: «Estamos funcionando en un sistema absolutamente demencial, basado en el puro engaño. Y esto lo saben todos». Esto se traduce en el escenario geopolítico en que el principal acreedor de Estados Unidos, el que le compra los títulos de deuda pública, China, transforma los dólares-chatarra en riqueza real. Y lo hace comprando tierras en África, energía en América Latina o empresas en Asia.
Ahora bien, la energía que se compra y vende en el planeta tiene como unidad de referencia al dólar. «En el momento en que los principales países productores de petróleo, sobre todo Arabia Saudí, se nieguen a vender el escaso crudo que les queda en dólares-chatarra, el dólar colapsará; entonces Estados Unidos dirá que Arabia Saudí es el país más tenebroso de la humanidad, una dictadura feudal y nuestro enemigo sistémico». «Ahí reside actualmente el gran problema estratégico de la humanidad», remata Piqueras.