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México: Imágenes distorsionadas de la otra campaña

Fuentes: La Jornada

Sorprende que Guillermo Almeyra sostenga que la otra campaña padezca «pobreza de ideas» y «carencia de política», cuando a partir de esta iniciativa se han elaborado análisis de colegas como Pablo González Casanova, Immanuel Wallerstein, Raúl Zibechi, Adolfo Gilly, Carlos Aguirre Rojas, Andrés Aubry, Sergio Rodríguez Lazcano, Luis Hernández Navarro, Marcos Roitman, entre otros, y […]

Sorprende que Guillermo Almeyra sostenga que la otra campaña padezca «pobreza de ideas» y «carencia de política», cuando a partir de esta iniciativa se han elaborado análisis de colegas como Pablo González Casanova, Immanuel Wallerstein, Raúl Zibechi, Adolfo Gilly, Carlos Aguirre Rojas, Andrés Aubry, Sergio Rodríguez Lazcano, Luis Hernández Navarro, Marcos Roitman, entre otros, y del propio subcomandante insurgente Marcos.

Basta leer las revistas Contrahistorias (número 6) y Rebeldía, revisar el periódico electrónico Rebelión, las páginas del Centro de Documentación sobre Zapatismo y Enlace Zapatista y, sobre todo, analizar el contenido de las intervenciones de los adherentes en las reuniones encabezadas por la Comisión Sexta -que Almeyra califica como «dolencias populares»- para conocer la profundidad, desde el debate intelectual y la acción política, de esta iniciativa desplegada por el EZLN, asumida por muchos como una alternativa de cambio social.

Resulta temerario afirmar que en el interior de la otra campaña no se ha discutido «cómo llevar adelante la autonomía y la autogestión que han comenzado a aparecer en Chiapas» cuando en el cuarto Congreso Nacional Indígena, piedra angular de la otra campaña y con más de 800 delegados de todo el país, el autonomismo constituyó la brújula de su caminar presente y futuro. En la reunión «Trabajadores intelectuales con la otra campaña: ¿otra teoría?», llevada a cabo en Guadalajara en marzo de este año, presenté una ponencia titulada: «Democracia tutelada versus democracia autonomista» (Rebelión, 28/3/06), cuya base de argumentación es precisamente la experiencia de las juntas de buen gobierno y los Municipios Autónomos Rebeldes Zapatistas (MAREZ). Asimismo, Raúl Zibechi en un apartado significativamente denominado: «La autonomía como estrategia, la otra como travesía», escribe: «La otra puede ser interpretada como una suerte de continuación -natural, pero ampliada- de la construcción de autonomías desde abajo, en rebelión abierta contra el Estado central. En ese camino no sólo comienza a construirse otro poder, sino que también se abren las puertas para el relacionamiento de diversos sujetos en pie de igualdad, y se habilita la democratización de los diferentes sujetos sociales que participan en el proceso» («El zapatismo y América Latina: la otra y nosotros». Contrahistorias, ob. cit., p. 69). También Immanuell Wallerstein sostiene al respecto que la otra campaña en un primer nivel es «tratar de organizar una campaña en todo México, más allá de Chiapas -en efecto, para crear una gran alianza de las fuerzas populares en México, con dos expectativas de corto plazo-, primero, que las autonomías de facto podrían también establecerse en otras regiones de México, y en segundo lugar, que esta fuerza combinada de esas múltiples autonomías fuese capaz de crear una presión tan inmensa sobre el Estado mexicano, como para obligarlo a reconocerlas jurídicamente» («La otra campaña en perspectiva histórica». Contrahistorias, ob. cit., p. 76)

Tan sólo en la reunión de Guadalajara se presentaron 18 ponencias que tocaron muchos de los temas nacionales e internacionales que Almeyra asevera que la otra campaña en «ningún momento abordó», como los problemas ecológicos, territoriales, los inmigrantes en Estados Unidos, la actual política del imperialismo, sus guerras de agresión, los movimientos sociales en América Latina, así como muchos otros que él no destaca, como la crisis del sistema de partidos que corresponde a la crisis global del propio sistema capitalista neoliberal, la degradación de la clase política mexicana, su abandono de consideraciones éticas, las características de la lógica antisistémica y anticapitalista, etcétera.

Pablo González Casanova, por ejemplo, expone en su artículo «El zapatismo y el problema de lo nuevo en la historia», una importante constatación desde su posición como adherente a la otra campaña: «La necesidad de precisar las diferencias que son compatibles y las que son incompatibles se acentúa cuando se plantea que el proyecto es anticapitalista, y que alcanzarlo, más que depender de las fuerzas para participar en las elecciones y partidos del sistema de poder hegemónico, tiene que proponerse cambiar la correlación de fuerzas en la sociedad, organizando a todos aquellos que por sus ideales o sus necesidades vitales, o sus experiencias cotidianas comparten los mismos objetivos de justicia, democracia, libertad» (Contrahistorias, ob. cit., p. 36).

Es grave la aserción que se hace «sobre el evidente acuerdo con Gobernación, la cual permite -afirma Almeyra- la libre circulación del líder enmascarado de un ejército insurgente a condición de que éste le quite apoyo a lo que los sectores dominantes ven como peligroso…» (refiriéndose a la presidencia de Andrés Manuel López Obrador). Si el EZLN tiene y mantiene una autoridad moral es porque no ha hecho más acuerdos con el Estado mexicano que los firmados en San Andrés en 1996. Es evidente que no existe un «arreglo» con la actual Secretaría de Gobernación que obligue al vocero y jefe militar del EZLN para que actúe políticamente a modo del gobierno foxista y los «sectores dominantes» como condición expresa para permitir su movilidad. La libre circulación por el territorio del subcomandante Marcos se ha ganado por la participación activa de millones de mexicanos que apoyan la lucha de los mayas zapatistas y también por el efecto de una ley no derogada y sí olvidada por Almeyra.

La otra campaña es algo más que la imagen distorsionada que ofrecen sus detractores: es, sobre todo, otra forma de hacer política.