Para poder ganar las elecciones en México, López Obrador tuvo primero que recuperar en sus electores naturales, la confianza del voto. Confianza que se había venido deteriorando, especialmente, tras el fraude electoral que dejara a Cuauhtémoc Cárdenas por el camino en 1988 y aupara a la presidencia a Salinas de Gortari, un connotado delincuente. Tuvo […]
Para poder ganar las elecciones en México, López Obrador tuvo primero que recuperar en sus electores naturales, la confianza del voto. Confianza que se había venido deteriorando, especialmente, tras el fraude electoral que dejara a Cuauhtémoc Cárdenas por el camino en 1988 y aupara a la presidencia a Salinas de Gortari, un connotado delincuente.
Tuvo también que enfrentar la guerra de los medios, serviles casi todos al oscuro consorcio de fortunas que aquí y allá ponen y quitan presidentes. Su derecho a alcanzar la presidencia, derecho avalado por la mayoría de los mexicanos que fueron a votar, «llevaba la incertidumbre» a la Bolsa mexicana, también a alguna que otra iglesia y embajada y emporios financieros y Estados prestamistas.
Tuvo López Obrador que reducir la mira de sus propuestas, que afeitar los pitones con que embestir la urgente necesidad del «cambio», para no alarmar en demasía los espantos que le auguraban los medios de comunicación.
Tuvo que prescindir de algunos de sus deseos para que no menguaran sus posibilidades en las urnas.
Tuvo que renunciar a algunos sueños para atraerse a muchos duermevelas.
Tuvo que desdoblarse, caminar el país al derecho y al revés, haciendo lo indecible por que México recuperase algo de su perdida fe, de sus frustradas esperanzas.
Y a pesar de que las pasadas elecciones vieron de nuevo reducirse el número de mexicanos crédulos, apenas la mitad de los que tienen derecho a ser robados, a pesar de los votos comprados, de las actas falsificadas y desaparecidas, a pesar del fraude electoral, López Obrador ganó las elecciones.
A México, primero le falsificaron su revolución, ahora vuelven a falsificarle su democracia. ¿Qué le queda a México?
En cada una de las tres últimas elecciones habidas en México el porcentaje de participación ha ido reduciéndose 10 puntos. Sólo uno de cada dos mexicanos con derecho a voto creía, hasta el domingo pasado, que él podía elegir. Hoy sabe que no, que sólo puede votar, y asistir, como buenamente le permita el cuerpo, al secular fraude electoral que lo desnude cada cuatro o cinco años, fraude que es sólo el colofón de la más canalla y mayor de las mentiras: nuestras democracias. Porque no se trata de un fraude, sino de un sistema fraudulento; no se trata de un engaño, sino de la mentira entronizada.
Son millones de mexicanos a los que se les ha secuestrado su palabra, su derecho a ser.
Por las mismas razones lleva Tirofijo más de medio siglo en las montañas de Colombia; o se alzaron los zapatistas en Chiapas; o hubo una revolución costitucionalista en la República Dominicana, por ese empeño de algunos sinvergüenzas en secuestrar la voluntad de los pueblos.
Y algo habrá que hacer al respecto, además de recordar aquella cita de Kissinger aceptando el papel de Estados Unidos en el golpe fascista de Pinochet, cuando decía: «Nosotros no podemos permitir que un país se vuelva comunista por la estupidez de sus electores».