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México y el EZLN

Fuentes: La Jornada

Con muy buen uso del tiempo y de los medios, el Ejército Zapatista de Liberación Nacional ha colocado nuevamente en el centro de la vida nacional, indirectamente, la cuestión social, rasgando la aburrida e intoxicante capa de comentarios sobre chismes y dimes y diretes, y los «sabios» comentarios sobre las palabras y silencios de los […]

Con muy buen uso del tiempo y de los medios, el Ejército Zapatista de Liberación Nacional ha colocado nuevamente en el centro de la vida nacional, indirectamente, la cuestión social, rasgando la aburrida e intoxicante capa de comentarios sobre chismes y dimes y diretes, y los «sabios» comentarios sobre las palabras y silencios de los fantasmas y hechiceros que se mueven en el aquelarre político institucional. Saltando repentinamente del inocuo partido con el Inter a la alerta roja, obliga a todos a bajar a la tierra, a los problemas nacionales (o, al menos, al problema del EZLN).

Este gambito ajedrecístico-político no responde al peligro inmediato (aunque el mismo está siempre latente) de un ataque militar o paramilitar (que sólo un político o militar loco podría encarar en este momento particular de descomposición del aparato estatal y de prelecciones en el que, además, el gobierno no ha podido soportar la manifestación del 24 de abril y teme como a la peste cualquier movilización radical y politizada de masas, como sería la respuesta a un ataque a los zapatistas, así como la condena de la opinión pública mundial). Tampoco responde en lo inmediato, aunque lo tenga en cuenta, a algo mucho más serio, o sea, a la concepción de la frontera móvil de Estados Unidos (que abarca Chiapas) y al plan de Seguridad y Prosperidad que, so pretexto de la lucha contra los narcos y contra la delincuencia tipo Mara Salvatrucha, requiere como conditio sine qua non la eliminación del doble poder en Chiapas volviendo al «orden» de los cementerios. La movida es política y no el preludio de una suicida operación militar ofensiva, sino de una reorientación del EZLN, que hasta ahora era militar-político, para darle una forma más política que militar.

Ello se ve en las descripciones e invectivas de Marcos contra el establishment, poco antes de la alerta roja, y en el abandono de la línea acomodaticia con la «normalidad» aberrante que vivimos de la preparación del partido con el Inter. El sup, en efecto, hace una caracterización correcta (que inclusive es piadosa y se queda corta) de los tres partidos principales y de sus direcciones. Y centra sus baterías contra quien podría dar validez a estas elecciones que sólo ofrecen, en esencia, optar por el mismo perro neoliberal con distintos collares (azul, tricolor, amarillo) y llevar más gente a votar, o sea, contra el peligro principal para un movimiento que no es antisistémico pues no es partidario de una revolución social, pero es, en cambio, rebelde y políticamente alternativo.

Por eso exagera diciendo que López Obrador es el huevo de la serpiente, el espejo de Salinas, un fascista (cuando, en realidad, AMLO repropone la tradicional izquierda del PRI, decisionista, vertical, ligada al gran capital, conciliadora con Washington, aparatista y clientelar, pero no fascista). Marcos habla de López Obrador, y no de la gente del 24 de abril; de los partidos y no de los problemas nacionales ni de los movimientos sociales, o sea, del país real. Y de sus palabras se desprende que es antihigiénico y estúpido votar por esos partidos y candidatos. O sea, se abre el camino a las siguientes opciones o mezclas de ellas: a) a la abstención activa, con movilizaciones; b) la resistencia civil de masas; c) la preparación insurreccional, y d) la creación de un frente social y político bajo dirección zapatista (porque se rechazaron alianzas, o sea, compromisos, con movimientos sociales, indígenas o no).

La alerta roja fue declarada en frío y mediante una decisión militar y vertical, al igual que la clandestinidad, dejando repentinamente en el aire (y expuestos) a los voluntarios, internacionalistas, ONG, partidos extranjeros, autoridades de los caracoles, cuadros públicos del EZLN. El deslinde no es tal porque para los organismos represivos y el imperialismo la gente es lo que ha hecho y lo que ha dicho, no lo que deja de hacer. No se puede decir que las juntas de buen gobierno seguirán trabajando en la clandestinidad porque, por definición, son gérmenes de Estado, resultantes de asambleas y del consenso de sus comunidades. No se puede hacer clandestino durante un periodo, ni siquiera de meses, todo el aparato que asegura hace diez años la educación, la sanidad, la circulación solidaria de mercancías y ayudas, la organización. Si se había optado por la esperanza de que el gobierno chiapaneco ayudase a las comunidades (cosa que discutí en su momento), es porque en éstas hay necesidades que exigían apoyo exterior y porque éstas no se desarrollan en el vacío, sino que están sometidas a las leyes del mercado, aunque contenidas por las JBG, y a la presión de la migración (mercado de mano de obra).

La ruptura actual con las autoridades chiapanecas, aunque correcta, no modifica esos problemas. Porque la autonomía no se puede lograr en una región pobre, sino que debe ser conquistada en todo el país para que los indígenas en general y los zapatistas en particular (que son una parte de ellos) no se cocinen en su propia salsa, sino que tengan una fuerza mayor para imponer los acuerdos de San Andrés y sus reivindicaciones políticas y sociales que los aparatos del Estado (todos ellos) les han negado.

De la alerta roja, para dar fuerza al EZLN, debería surgir un frente social y nacional, con medidas de movilización y reivindicaciones políticas que respondan a lo que requieren los grandes ausentes del artículo de Marcos: los que se movilizaron el 24 de abril, los movimientos sociales, las experiencias autonómicas no dirigidas por los zapatistas. El país de «los de abajo» (que tiene una relación conflictiva con el de «los de arriba») necesita organizarse en torno a proyectos, grandes ideas, propuestas de soluciones a sus problemas nacionales y sociales. No sólo en torno a la solidaridad, por necesaria que ésta sea.

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