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Midiendo la paz

Fuentes: La Estrella Digital

Los investigadores en ciencias sociales tienden a utilizar procedimientos universales de aplicación en todas las ciencias, como es natural. Pero se ven limitados por una grave dificultad: la medición exacta de algunas variables sociales. Se puede medir, con instrumentos complejos pero precisos, cómo influye en la velocidad punta del coche de carreras de Fernando Alonso […]

Los investigadores en ciencias sociales tienden a utilizar procedimientos universales de aplicación en todas las ciencias, como es natural. Pero se ven limitados por una grave dificultad: la medición exacta de algunas variables sociales. Se puede medir, con instrumentos complejos pero precisos, cómo influye en la velocidad punta del coche de carreras de Fernando Alonso la variación del ángulo de un alerón o la distribución de los pesos de ciertos componentes. Para ello existen unidades de medida de aplicación generalizada, por todos fácilmente interpretables.

Pero un investigador para la paz que desee probar la eficacia de algunos de sus instrumentos habituales (mediación, diálogo entre las partes, justicia para todos, equidad en el reparto de recursos, etc.), a fin de mejorar la situación de un grupo humano sumido en un conflicto, carece de unidades de medida que le permitan comparar entre sí los diversos parámetros que intervienen en la solución del problema. Ni siquiera sabe, a veces, qué se entiende por paz, ni cómo comparar la gravedad de los conflictos en términos que todos puedan entender, aunque sólo sea como la escala Ritcher que mide la energía liberada por los terremotos.

Para resolver esta dificultad se han desarrollado distintos índices que, sin pretender alcanzar valoraciones absolutas, hacen posible comparar entre sí situaciones distintas de conflictividad social. Un grupo de organizaciones implicadas en el estudio de la paz, englobadas bajo el nombre común de Vision of Humanity, ha desarrollado un «Índice global de paz» del que, por segundo año consecutivo, se han hecho públicos sus resultados. En éstos se analizan y ordenan 140 países por su grado de conflictividad.

Si en los últimos cinco puestos de la clasificación se encuentran, como los países más conflictivos del momento, Israel, Afganistán, Sudán, Somalia e Iraq, por este orden, lo que no extraña a nadie, merece la pena reproducir, también por su orden, los diez países que la encabezan: Islandia, Dinamarca, Noruega, Nueva Zelanda, Japón, Irlanda, Portugal, Finlandia, Luxemburgo y Austria. Es decir, se trata de países relativamente menores, estables y democráticos. Ser una gran potencia no garantiza una menor conflictividad: Francia ocupa el puesto 36º, el Reino Unido el 49º, China el 67º, EEUU el 97º y Rusia el 131º.

España ocupa el 30º lugar, en un rango donde también se hallan Holanda, Rumanía, Australia, Italia y Polonia. Si la valoración relativa de los países tiene cierto interés (el lector que desee consultar la lista completa puede hacerlo en www.visionofhumanity.org), la elección de los parámetros de valoración no deja de estar sometida a críticas bien fundadas. De los 24 parámetros adoptados, cuyos valores se han obtenido de las investigaciones y publicaciones de prestigiosos centros internacionales dedicados a la investigación para la paz, hay algunos de fácil estimación, otros más ambiguos y algunos casi imposibles de valorar.

Si no es difícil medir el número de homicidios, el de personas encarceladas, el de muertos en guerras exteriores o interiores o el gasto militar, a veces resulta más complicado valorar otras cuestiones numéricas, como los datos de importación o exportación de armas o el nivel de modernización de los ejércitos. Y es mucho más arduo evaluar, entre 1 y 5, la facilidad con la que los ciudadanos pueden disponer de armas, la probabilidad de que se produzcan manifestaciones violentas o actos terroristas, o el nivel de desconfianza de los ciudadanos entre sí, por citar sólo unos de los parámetros que constituyen el índice.

También se echan en falta algunos aspectos de interés. El trigésimo puesto español empeoraría seguramente si existiera un parámetro que valorara la violencia machista, lo mismo que ocurriría con otros países, sobre todo de Latinoamérica. Tampoco se hace el debido hincapié en ciertas prácticas extendidas de mutilación sexual en países africanos, aunque muchos de éstos se hallan en posiciones tan bajas que poco más podrían descender. No es fácil admitir que los creadores del índice opinaran que estos aspectos no agravan la conflictividad social. Por otra parte, desde EEUU algunos aducen que cuando la defensa militar de ciertos países -entre ellos, los europeos- descansa en las armas de la superpotencia, es natural que mejoren los índices de éstos, en detrimento del estadounidense.

De cualquier modo, tiene interés la publicación del índice global de paz y, sobre todo, la comparación de resultados en años consecutivos, lo que puede señalar tendencias en países concretos o en zonas del globo. Un investigador australiano, que ha contribuido a la creación del índice, afirma en el informe final: «El mundo aparece este año un poco más pacífico que el anterior. Esto es reconfortante, pero son necesarios los pequeños pasos de cada país, para que el mundo dé grandas zancadas en el camino hacia la paz». Y éste es el fondo de la cuestión. Es necesario un esfuerzo común en el que se empeñen todos los países, desde Islandia, que carece de ejércitos, hasta China, con el mayor número de soldados del mundo, tendente a mejorar los parámetros de esta valoración y algunos otros que, como se ha dicho antes, podrían añadírseles. La paz también es mensurable.

* General de Artillería en la Reserva