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Modelos para desarmar

Fuentes: Gara

Muchos niños crecen familiarizados con las armas, o con un arsenal de juguetes que imitan esas armas, interiorizando que es legítimo el desprecio identitario basado en comportamientos xenófobos, homófobos y sexistas. Es cierto que el 80% de las víctimas de la violencia armada son mujeres y niños, siempre y cuando nos estemos refiriendo a contextos […]

Muchos niños crecen familiarizados con las armas, o con un arsenal de juguetes que imitan esas armas, interiorizando que es legítimo el desprecio identitario basado en comportamientos xenófobos, homófobos y sexistas.

Es cierto que el 80% de las víctimas de la violencia armada son mujeres y niños, siempre y cuando nos estemos refiriendo a contextos de guerra. También es verdad que alrededor del 50 por ciento de las mujeres asesinadas cada año son ejecutadas por hombres con los que han establecido algún tipo de intimidad; cuatro mujeres por día; una cada seis horas. Sin embargo, algunas de estas aseveraciones precisan ser matizadas.

Informes de la OMS nos recuerdan que la violencia es la causa principal de muerte para las personas de entre 15 y 44 años en todo el mundo, representando el 14% de las muertes entre los hombres y el 7% entre las mujeres. Más del 90 por ciento de los homicidios y lesiones relacionadas con armas ocurren entre hombres. De 50.000 personas que se suicidan con arma cada año, el 88 por ciento son hombres y el 12 por ciento son mujeres. Por otro lado, los hombres son de tres a cinco veces más proclives que las mujeres a cometer homicidios. En los EEUU los jóvenes están involucrados en el 80 por ciento de los disparos accidentales que matan a alrededor de 400 niños y lesionan a otros 3.000 cada año.

Las investigaciones coinciden en que existe una conexión entre una forma de masculinidad, que aún persiste, y el uso de la violencia para imponer las ideas propias, establecer reglas o normas y resolver los conflictos interpersonales mediante la amenaza, la intimidación o la utilización de la violencia propiamente física. En este sentido, empuñar un arma y exhibirla es el resultado de una socialización que incluye expresiones violentas de la virilidad y la hombría. Muchos niños crecen en un ambiente familiarizado con las armas, o con un arsenal de juguetes que imitan esas armas, interiorizando, gracias a la tele y a los videojuegos, que es legítimo el desprecio identitario basado en comportamientos xenófobos, homófobos y sexistas. Esos niños están aprendiendo que los hombres pueden utilizar un arma para probar y defender su hombría, y también para desafiar la hombría de otros hombres que, a su vez, deben acudir al recurso de las armas para demostrar que no son «menos hombres» que aquéllos que les han desafiado.

Después vendrá la discusión sobre el «uso indebido» de las armas. Ese debate sobre el uso de las armas no cuestiona aspectos como la trampa de la lógica securitaria y armamentística en la que estamos inmersas en la actualidad. En esta lógica incluyo la producción, comercio y plusvalía que genera esa lógica, así como los costes sociales de la misma, y las contradicciones surgidas en el seno de ciertos movimientos denominados «pacifistas» y de promoción y defensa de los derechos humanos.

El 6 de diciembre de 1989 Marc Lèpine asesinó a 14 alumnas de la Escuela Politécnica de Montreal, simplemente por ser mujeres. La pasada semana, Cho Seung-Hui mató a 32 personas y malhirió a otras tantas. Después se suicidó. Dejó escrito: «Ustedes me llevaron a hacerlo». ¿Será verdad? Urge seguir teorizando sobre las violencias.