¿Es Mohamed VI digno heredero de su padre Hassan II y su abuelo Mohamed V? Sin duda. En apenas cinco años de gobierno ha afianzado el majzen, el Estado paralelo que realmente es quien gobierna el país. Durante este periodo el majzen ha llevado a cabo algunas reformas puntuales; gestos que se han realizado mientras […]
¿Es Mohamed VI digno heredero de su padre Hassan II y su abuelo Mohamed V? Sin duda. En apenas cinco años de gobierno ha afianzado el majzen, el Estado paralelo que realmente es quien gobierna el país. Durante este periodo el majzen ha llevado a cabo algunas reformas puntuales; gestos que se han realizado mientras se incrementan los niveles de desigualdad social y pobreza y se mantienen los privilegios arbitrarios de la elite.
En estos años el majzen ha dado el golpe de gracia a los partidos políticos históricos y ha conseguido que los islamistas moderados capitulen sin condiciones a su juego pseudo-democrático; ha sabido contentar a Occidente dando bazas a sus aliados sobre las que defender la buena imagen de su amigo marroquí: primeras elecciones «limpias y transparentes de su historia» (septiembre de 2002); reforma del Código de Familia; creación de la Instancia Equidad y Reconciliación para revisar los crímenes del Estado en el pasado, pero sin profundizar, ni señalar a los culpables, ni abarcar las violaciones de los derechos humanos del actual reinado.
Los procesos electorales favorecen al majzen
El golpe definitivo a los partidos que históricamente habían sido la oposición al régimen alauí se gestó en los últimos años de reinado de Hassan II, cuando mandó formar gobierno al socialista Abderrahaman Youssoufi en 1998. Fue el llamado gobierno de alternancia. Pero tras la muerte de Hassan II, Youssoufi conmutó la transición política que debía generar ese gobierno en una transición monárquica. Su mejor legado fueron las elecciones legislativas de septiembre de 2002. Aunque se registraron irregularidades, la mayoría de los partidos políticos, incluido el islamista moderado Partido Justicia y Desarrollo (PJD), principal damnificado de dichas irregularidades, aceptó los resultados de las elecciones más limpias de la historia de Marruecos. Elecciones que a pesar de la intensa campaña institucional y de los partidos registraron una participación del 52 por ciento del censo.
La forma de entender la democracia del monarca le llevó a no encargar la formación del gobierno al líder del partido más votado (los socialistas de la USFP) sino a Dris Yettú, tecnócrata que no había concurrido a las elecciones, pero que había demostrado fidelidad a la corona gestionando a la perfección desde el Ministerio de Interior los comicios legislativos. Las presiones de Palacio y la debilidad de los partidos históricos de la oposición (USFP e Istiqlal), lograron que éstos aceptasen formar parte del nuevo gobierno. Aceptar participar en un gobierno donde no podrían implementar los programas por los que les habían votado fue la puntilla para la credibilidad de unos partidos que, dirigidos por viejos dinosaurios de la escena política, han claudicado al juego de prebendas que genera el Parlamento, perdiendo definitivamente el vínculo con el pueblo. Sorprendentemente, se dejó al PJD como única fuerza importante de oposición, facilitando su meteórica carrera ascendente, tanto en escaños como en apoyo popular.
Pero los atentados del 16 de mayo de 2003 en Casablanca propiciaron la excusa perfecta para que el circo democrático del majzen domesticase a los populares islamistas. Tras los atentados, Mohamed VI anunció que «se prohibirá la creación de partidos sobre bases religiosas, étnicas, lingüísticas o regionales»[1]. Bastó con estas palabras y alguna presión desde el Ministerio de Interior para que el ala moderada del PJD convirtiese al partido en otro dócil actor de la escena democrática: se obligó a dimitir al presidente electo del grupo parlamentario del PJD, Mustafa Ramid, de corte más radical; también dimitió como líder de la corriente interna Monoteísmo y Reforma, Ahmed Risuni, tras cuestionar el cargo de emir de los creyentes que ostenta el rey; y finalmente se llevó a cabo el relevo generacional en la cúpula del partido donde Abdelkarim Jatib fue sustituido como secretario general por el moderado Saadedín Ozmani.
Las elecciones municipales de septiembre de 2003 sirvieron para constatar tres puntos:
– La victoria del majzen frente a los partidos políticos, plasmada en la escasa repercusión que tuvieron las elecciones entre la población. El dato oficial de participación (54 por ciento) es según todos los observadores exagerado.
– La desacreditación, y consecuente descalabro electoral, de la USFP como referente político. Sin embargo la derrota municipal no ha servido para que Mohamed Yazgui, secretario general que sustituyó a Youssoufi, se replantee su permanencia en el gobierno.
– La constatación de que la campaña de demonización que se lanzó contra el PJD como instigador intelectual de los atentados de Casablanca no caló en la sociedad marroquí[2], ya que a pesar de presentarse en apenas el 20 por ciento de las circunscripciones fue la segunda fuerza más votada a poca distancia del Partido Istiqlal.
El régimen monárquico, con su entramado de intereses económicos y clientelistas, salió muy reforzado de estos procesos. Mantiene el control real del país a través de figuras designadas desde Palacio (gobernadores, prefectos de seguridad, muqadem de barrio, consejeros reales…) con mucho más poder efectivo que los políticos elegidos democráticamente, meros gestores de las políticas que se les imponen. De esta forma Mohamed VI ha logrado desactivar a la clase política, provocando que el pueblo se desvincule de la desacreditada vida política. La idea del majzen consiste en que ante la falta de referentes políticos solventes el pueblo apoyará, o al menos se contentará, con la continuidad que representa Mohamed VI.
La oposición: islamistas y prensa
En un artículo publicado en el periódico Al Usbue[3] se alerta sobre que el peligro en Marruecos no son los integristas, sino la falta de oposición, de debate, de ideas. ¿Existe la democracia si no hay oposición? Quizá se le haya escapado al majzen este aspecto en la estrategia de control del país, o quizá no le parezca relevante. En cualquier caso no va a ser ningún articulista marroquí el que sancione la democratización del régimen. Además, mientras Mohamed VI siga contando con el respaldo internacional no tiene por qué permitir críticas internas que, además, encaja muy mal.
El poco halagüeño balance de derechos humanos de la era Mohamed VI (torturas, detenciones arbitrarias…) no es criticado por sus aliados occidentales ya que se producen en el marco de la intocable guerra contra el terrorismo.
En este ambiente de vigilancia y extremo control destaca la tranquilidad que vive el grupo islamista moderado (más radical que el PJD) Justicia y Espiritualidad, liderado por el jeque Abdelsalam Yasín. Este movimiento islámico prohibido, pero tolerado por el poder, históricamente considerado como el gran enemigo del régimen, ha visto cómo la presión de las fuerzas de seguridad descendía tras los atentados de mayo de 2003, cuando los expertos del régimen se dieron cuenta de que el verdadero peligro islamista no son ellos sino los salafistas y wahabistas radicales que están detrás de los atentados de Casablanca y Madrid.
Ahora realizan con menos presión su labor de proselitismo a través de campañas de atención social y espiritual. Su postura es la única que se ha mantenido coherente a sus principios sobre el sistema político marroquí, habiéndose quedado como única oposición de peso al régimen, pero sin proyección mediática ni parlamentaria. En cada proceso electoral se les pregunta si no están tentados de entrar en la vida política, o de llamar al boicot del mismo, a lo que responden no estar interesados en un juego que no es verdaderamente democrático, donde los partidos que son elegidos no tienen libertad para implementar sus programas. Esta consistencia en su discurso y su amplia implantación en la sociedad, merced a su red de asistencia presente en el amplio sector de la población marroquí abandonado por el raquítico sistema social público, les configuran como la principal alternativa al majzen.
El inmovilismo del régimen marroquí, irreconciliable con un horizonte de verdadero desarrollo democrático, social y económico[4] más allá de algunas macrocifras e indicadores positivos que no reflejan el estancamiento del pueblo marroquí, sigue generando una falta de confianza en las expectativas, no sólo económicas, que empuja a los marroquíes a buscar soluciones en la emigración.
*Pedro Rojo es arabista y director del Boletín de Prensa Árabe y Magrebí (www.boletin.org ). Este artículo ha sido publicado en la edición impresa de la revista Pueblos, junio de 2005, pp. 43-44.
[1] Carla Fibla, «Marruecos prohibirá la creación de partidos sobre bases religiosas, étnicas y regionales», La Vanguardia, 31/07/2003.
[2] Según una encuesta realizada para el periódico marroquí Al Ahdaz al Magrebiya, publicado el 11/06/03, y recogido en Boletín de Prensa Árabe (www.boletin.org), «el 93% de los ciudadanos de Casablanca rechazan el extremismo islamista y no ven en ello una solución a los problemas del país».
[3] Lahsen Benhalima, «Marruecos en Peligro», Al Usbue, 20/06/03. Recogido en Boletín de Prensa Marroquí (www.boletin.org)
[4] Ver: Mohamed Larbi Ben Othmane, «Y a-t-il une vie en dehors du makhzen?», L’Economiste, 26/01/2005. Ver también artículo del mismo autor en este número de la revista Pueblos.