Monseñor Romero (1917-1980), converso apostólico y definidamente «evangelizador de nuestro tiempo». Que al nacer en el pequeño poblado de Ciudad Barrios, del Departamento de San Miguel, viene signado con el don de los humildes, y por ello en su misión profética se presentará con un Dios que «ama y defiende al pobre», y con un […]
Monseñor Romero (1917-1980), converso apostólico y definidamente «evangelizador de nuestro tiempo». Que al nacer en el pequeño poblado de Ciudad Barrios, del Departamento de San Miguel, viene signado con el don de los humildes, y por ello en su misión profética se presentará con un Dios que «ama y defiende al pobre», y con un Jesús de Nazaret que se solidariza «con la madre que llora la desaparición de su hijo», que «sufre con el pobre que murió entre torturas» y reprocha «el crimen de los Guardias y de ORDEN que se llevan en forma burlesca al hijo que deja desamparada a una familia».
Con una opción por los pobres que «no es demagogia, sino Evangelio puro, por la fe que abre el humilde, el marginado, el pobre, el enfermo…porque en Cristo encontramos el modelo de liberación, hombre que se identifica con el pueblo». Con una prédica que es: «la voz de los que no tienen voz para gritar contra tanto atropello contra los derechos humanos». Con una Iglesia perseguida y atacada porque «se ha puesto del lado del pueblo pobre y ha salido en su defensa». Con una posición que se resume en el servicio y amor al oprimido, «que no se identifica con ninguna opción política concreta, sino que apoya lo que en ella haya de justo…dispuesta a denunciar siempre lo que tenga de injusto. Que no dejará de ser voz de los que no tienen voz mientras haya oprimidos, marginados de la participación en la gestión y en los beneficios del desarrollo del país.»
Con una violencia cristiana que conlleva ofrendar la vida por los demás: «La única violencia que admite el Evangelio es la que se hace a sí mismo. Cuando Cristo se deja matar, ésa es la violencia, dejarse matar. La violencia en uno es más eficaz que la violencia en otros. Es muy fácil matar, sobre todo cuando se tienen armas, ¡pero qué difícil es dejarse matar por amor al pueblo!».
Con una visión trascendente de los asuntos humanos, sociales y espirituales, para evitar el peligro a que conducen las salidas inmediatistas, pues «los inmediatismos pueden ser parches, pero no soluciones verdaderas. Toda la solución que queramos dar a una mejor distribución de la tierra, a una mejor administración del dinero en El Salvador, a una organización política acomodada al bien común de los salvadoreños, tendrá que buscarse siempre en el conjunto de la liberación definitiva.» Y en esta concepción incluía la fe en la verdad, en la vida y en la obra puestas en favor del pueblo, y la planteaba como esperanza «no sólo en dimensiones políticas coyunturales», sino en una resurrección de «liberación definitiva de nuestro pueblo». Y con ese fulgor trascendente hincaba su voz: «Si me matan resucitaré en el pueblo salvadoreño. Se lo digo sin ninguna jactancia, con la más grande humildad. Como pastor estoy obligado por mandato divino a dar la vida por quienes amo, que son todos los salvadoreños, aun por aquéllos que vayan a asesinarme…»
La posición evangelizadora de Monseñor Romero, de cara a las estructuras de dominación económica, política y social del país, significó toda la trayectoria martirial que conocimos durante su vida pública, en cuenta el otro martirio que sufrió en el interior de las estructuras eclesiales reaccionarias. Sin embargo, la real confrontación que suscitó su opción pastoral la supo enfrentar, defender y llevar adelante con integridad, certeza y humildad. En su Diario nos cuenta, por ejemplo, cómo soportó y compadeció las maquinaciones dentro de la jerarquía católica reaccionaria. ¡Ah momentos de terrible acoso y complot dentro de la curia, por parte de los obispos conservadores y de derecha!
Cuán preocupado se le siente incluso por la intolerancia del Papa Juan Pablo II hacia su Pastoral.¡Ah indeferencia y medidas retardatarias que le aplicó el «Santo Papa» durante su visita al Vaticano en abril y mayo de 1979! En su Diario, se deja ver su alma de mártir, su fidelidad evangélica ante la máxima autoridad de la jerarquía que le censura su opción pastoral queriendo coartarle su derecho, la misión histórica de denunciar concretamente las injusticias en el país.
En su Diario, dice Monseñor en varias partes de ese pasaje: «Preocupado…, fui nuevamente a la prefectura de la Casa Pontificia a apresurar la concesión de la audiencia con el Santo Padre…No ha dejado de preocuparme mucho esta actitud para con un pastor de una diócesis…Lo he dejado todo en las manos de Dios diciéndole que, de mi parte, he hecho todo lo posible y que, a pesar de todo, creo y amo a la Santa Iglesia, y seré siempre fiel, con su gracia, a la Santa Sede, al magisterio del Papa y que comprendo la parte humana, limitada, defectuosa de su Santa Iglesia….»
He ahí, pues, esa actitud cristiana de Monseñor Oscar Arnulfo Romero, que refleja el amor de su visión y práctica de compromiso con su pueblo, capaz de resistir con paciencia y sabiduría los embates, discusiones y controversias profundas; sin doblegarse en su lucha social, hasta el día en que los sicarios consumaron su martirio el 24 de marzo de 1980. Y por ese compromiso con que encarnó su amor y servicio por los pobres es que va iluminando el movimiento indetenible hacia la libertad y el progreso, trascendiendo no sólo en El Salvador sino en la historia universal como el Arzobispo, Pastor y Mártir de los explotados y oprimidos del mundo.
Salvador Juárez.
Poeta, Escritor y Periodista Salvadoreño.