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Terroristas y piratas no cooperarán en un futuro cercano

Monstruos contra alienígenas

Fuentes: TomDispatch

Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens


Introducción del editor de TomDispatch

A veces podría parecer que toda la geopolítica global de EE.UU. se redujera a poco más que una guerra por dinero dentro del Pentágono. En los mejores momentos, cada servicio armado todavía tiene que mantener y actualizar sus diversas razones de ser por los miles de millones de dólares que recibe; cada uno tiene que luchar – algo mucho más difícil en tiempos económicos difíciles – por mantener y aumentar su trozo de la tarta presupuestaria. Lo notable es que ahora estamos en el peor de los tiempos económicos y no obstante, durante más de un año, el Pentágono todavía pueda seguir pretendiendo que no sea así. Después de ocho años en los que el gobierno de Bush hizo saltar la banca con gastos militares, un presupuesto del Pentágono que ya está vastamente inflado aumentará milagrosamente una vez más, aunque sea por un 4% relativamente modesto, en el próximo año fiscal. Pero no hay que pensar por un solo segundo que el Ejército, la Fuerza Aérea y la Armada no estén buscando ávidamente puntos de apoyo adecuados para un futuro más precario.

La imbatible Armada imperial de EE.UU. reina sobre los mares del planeta. Sus 11 grupos de batalla de portaaviones, esas vastas bases militares flotantes, deambulan por los océanos del mundo sin encontrar oposición. Pero hay un problema. Ahora mismo, como señala a continuación John Feffer, co-director del invaluable sitio en Internet Foreign Policy In Focus y colaborador regular de TomDispatch, la guerra estadounidense de importancia es por tierra (y en el aire sobre ella) en el teatro de operaciones Af-Pak, lo que deja a la Armada buscando afanosamente un sentido – es decir – dinero futuro.

Ahora mismo, el Ejército y los Marines llegan a los titulares y reciben atención, lo que podría significar que consigan la parte del león del futuro botín, mientras se recalibran para un futuro de contrainsurgencia. (Un, dos, muchos Afganistanes…) De modo que, pensando en términos navales, los piratas somalíes – es decir, una amenaza real en el mar – han llegado justo a tiempo, suministrando una excusa para una nueva ola de gastos potenciales orientados a crear el equivalente de la contrainsurgencia en el mar. En los hechos, hay que pensar en esos piratas sólo como el comienzo de una ola de nuevas misiones navales que involucran varias formas de operaciones flotantes de baja intensidad: no sólo piratería, sino «terrorismo marítimo, proliferación nuclear, contrabando de drogas, y tráfico con humanos» para las cuales los planificadores e impulsores navales ya comienzan a pregonar a bombos y platillos.

Y, desde luego, ninguna nueva misión debiera carecer de su armamento preferiblemente de alta tecnología: en este caso, el Barco de Combate del Litoral, un inmenso montón de dinero en un paquete relativamente pequeño. Con una dimensión equivalente a un tercio del tamaño de un destructor, esa nave de 500 millones de dólares tiene el propósito de patrullar las aguas poco profundas del planeta, aunque hasta ahora resultó ser una pesadilla en la producción. Sin embargo, el Secretario de Defensa Gates acaba de aumentar modestamente la producción de la nave – y vendrá más de los «reformadores» de la Armada. Hay que contar con una nueva gama de embarcaciones más pequeñas, para aguas poco profundas, que ya han sido bautizadas por un oficial naval de «Escuadrones de Influencia.»

Ahora mismo, evidentemente, drones aéreos sin tripulación son lo más novedoso en el nuevo arsenal de contrainsurgencia de la Fuerza Aérea (y también en las adquisiciones de la Armada), de modo que ¿qué les parecen unos robo-barcos sin tripulación? No os preocupéis, ya forman parte de la nueva misión de la Armada. El mar es el límite, por así decirlo. Tom

Monstruos contra alienígenas

Los terroristas y los piratas no cooperarán en un futuro cercano

John Feffer

En las revistas de dibujos animados, los malos se unen a menudo para combatir a las fuerzas del bien. Los «Masters of Evil» combaten al equipo de súper-héroes de los «Avengers.» El «Joker» y «Scarecrow» se alían contra «Batman». «Lex Luthor» y «Brainiac» enfrentan a «Superman.»

Y los piratas somalíes, que han dominado los titulares recientes con sus secuestros y tomas de rehenes, se unen a al-Qaeda para formar un dinámico dúo del mal contra EE.UU. y sus aliados. Somos los monstruos amigos – una inmensa superpotencia grande y pesada con un corazón de oro – y ellos son los extraterrestres del Planeta Caos.

En la típica imaginación de dibujos animados de algunos de los principales expertos de EE.UU., las amenazas de titulares dobles contra el poder de EE.UU. están ciertamente a punto de cooperar. El mundo de los servicios de inteligencia está alborotado por noticias de que islamistas radicales en Somalia financian a los piratas y reciben una parte de su botín. Considerando ese «cuadro general.» Fred Iklé insta simplemente a «matar a los piratas.» Robert Kaplan se explaya de modo más hipotético: «El gran peligro en nuestros días es que la piratería puede servir potencialmente como plataforma para terroristas.» «Utilizando técnicas de piratas, es posible secuestrar barcos y hacerlos estallar en medio de un estrecho abarrotado, o capturar un barco de crucero y tirar por la borda a los pasajeros de ciertas nacionalidades.»

Las condiciones caóticas en Somalia y otros países, el fervor contra el Estado, la influencia mediadora del Islam, el atractivo del gran dinero: son factores que supuestamente impulsan a un grupo de malhechores a los brazos del otro. «Ambos crímenes involucran a bandas de bandidos que se divorcian de sus naciones-Estado y forman enclaves extraterritoriales; los dos apuntan a civiles; los dos involucran actos de homicidio y destrucción, como lo estipula la Convención de Naciones Unidas sobre Alta Mar: «con fines privados,» escribe Douglas Burgess en un artículo editorial del New York Times llamando a una combinación de proceso judicial de terrorismo y piratería.

No es por primera vez. Desde 2001, en un esfuerzo por dar un abolengo distinguido a la Guerra Global contra el Terror y probar la superioridad de la guerra sobre la diplomacia, eruditos e historiadores conservadores han tratado regularmente de comparar a al-Qaeda con los piratas de Berbería de los años 1800. Se equivocaban entonces. Y con la actual asimilación del terrorismo y de la piratería, es un nuevo déjà vu.

Malinterpretando la piratería

A diferencia de al-Qaeda, los piratas somalíes no tienen gran deseo de derribar a EE.UU. y a todo el mundo occidental. No tienen intención alguna de establecer una especie de califato pirático. A pesar de las afirmaciones de Burgess, no se empecinan en asesinar y destruir. Simplemente quieren dinero.

La mayoría de los piratas son antiguos pescadores desplazados de su fuente tradicional de ingresos por piratas mucho mayores, o sea los conglomerados transnacionales de la pesca. Cuando un gobierno somalí inhabilitado resultó ser incapaz de asegurar sus propias costas, esas compañías pesqueras penetraron para apoderarse de la rica pesca en las aguas locales. «Para empeorar las cosas,» escribe Katie Stuhldreher en The Christian Science Monitor, «hubo informes de que algunos barcos extranjeros incluso vertieron desechos en las aguas somalíes. Eso llevó a pescadores locales a atacar barcos pesqueros extranjeros y a exigir compensación. El éxito de sus primeros ataques a mediados de los años noventa, persuadió a muchos jóvenes a colgar sus redes y preferir los AK-47.»

A pesar de sus diferentes ideologías – al-Qaeda la tienen, los piratas no – se ha hecho cada vez más popular afirmar que existe un vínculo entre el Islam radical y los filibusteros somalíes. La facción militante somalí al-Shabab, por ejemplo, está supuestamente en connivencia con los piratas, recibiendo una parte de su dinero y ayudándoles en el contrabando de armas a fin de prepararlos para sus incursiones. Los piratas «también ayudan supuestamente a al-Shabab a desarrollar una fuerza marítima independiente para que puedan contrabandear a combatientes yihadistas extranjeros y ‘armas especiales’ hacia Somalia,» argumentó recientemente el ex embajador de EE.UU. en Etiopia, David Shinn.

De hecho, los islamistas en Somalia no son partidarios de la piratería. La Unión de Cortes Islámicas (ICU), que tuvo un cierto control desigual sobre Somalia antes de que Etiopía invadiera el país en 2006, enfrentó a la piratería, y hubo una serie de incidentes. La más militante al-Shabab, que surgió de la ICU y se convirtió en una fuerza insurgente después de la invasión etíope, ha denunciado la piratería como una ofensa contra el Islam.

La agrupación de islamistas y piratas bajo el mismo epígrafe oculta la única solución real a los multifacéticos problemas de Somalia. La piratería no a va terminar mediante un mayor ejercicio de fuerza externa, no importa lo que pueda pensar el columnista del New York Times, Thomas Friedman. (En un artículo reciente en el que lamenta la muerte de la diplomacia en una «era de piratas,» recomienda una ‘oleada’ de dinero y poder de EE.UU. para tener éxito contra todos los adversarios.) Por cierto, el que tres piratas hayan sido muertos por tres francotiradores de los U.S. Navy Seals [fuerzas especiales de la Armada de EE.UU., N. del T.] simplemente ha llevado a más capturas de barcos y de rehenes.

Es probable que la simple escalada militar y la «guerra» contra los piratas somalíes tengan tanto éxito como la última aventura de EE.UU. contra Somalia en los años noventa, que ahora es recordada sólo por el infame incidente del «Black Hawk derribado». EE.UU. y otros países deben encontrar más bien un modus vivendi con los islamistas en Somalia para llevar la esperanza de orden político y desarrollo económico a ese agreste país.

La diplomacia y el desarrollo, por deslucidos que parezcan en comparación con un trío de francotiradores con buena puntería, constituyen la única esperanza para Somalia y para la navegación comercial que pasa cerca de sus costas.

Desde la costa de Trípoli

Habría sido el colmo de la ironía si los francotiradores que liquidaron a los tres jóvenes somalíes en ese bote con su rehén estadounidense hubieran estado a bordo del USS John Paul Jones, un destructor de la Armada con misiles teleguiados. Considerado el padre de la Armada de EE.UU., Jones fue un importante pirata en sus días. O por lo menos es lo que pensaron los británicos, cuyos barcos capturaba y saqueaba.

En su lugar nos queda la ironía menor de que los francotiradores hayan disparado desde el USS Bainbridge. Ese barco lleva el nombre del comodoro William Bainbridge, quien combatió contra los piratas de Berbería en las batallas de Argel y Túnez durante las Guerras de Berbería y fue él mismo tomado prisionero en 1803.

Los paralelos entre los piratas de ayer y de hoy son impresionantes. Entonces, como hoy, observadores estadounidenses describieron mal a los piratas como piratas musulmanes. De hecho, como explica Frank Lambert en su libro «The Barbary Wars,» esos piratas sirvieron en realidad a gobiernos seculares que formaban parte del Imperio Otomano (tal como Sir Francis Drake saqueó barcos españoles por cuenta de la Reina Isabel en el Siglo XVII o Jones sirvió a EE.UU. en el XIX). Entonces, como ahora, los piratas recurrieron a atacar barcos comerciales porque habían sido excluidos del comercio legítimo.

Los piratas de Berbería se dedicaron a saquear naves europeas porque los gobiernos europeos habían excluido a los Estados de Argel, Trípoli y Marruecos del comercio con sus mercados. En aquel entonces, el novato EE.UU. acusó a los piratas de Berbería de ser traficantes de esclavos, sin reconocer que EE.UU. era entonces el centro del tráfico global con esclavos. Actualmente, el gobierno de EE.UU. denuncia la piratería, pero no hace nada para impedir la pesca ilegal en reservas pesqueras que ayudó a excluir a los piratas de sus trabajos llevándolas a ocupaciones arriesgadas pero lucrativas en el filibusterismo.

El vínculo más improbable, sin embargo, involucra la amalgama entre terrorismo y piratería. Después del 11 de septiembre, eruditos e historiadores identificaron la reacción militar de EE.UU. contra los piratas de Berbería como un precedente útil para atacar a al-Qaeda. Poco después de los ataques, el profesor de derecho, Jonathan Turley, invocó la guerra contra los piratas de Berbería en un testimonio ante el Congreso para justificar las represalias de EE.UU. contra los terroristas. El historiador Thomas Jewett, el periodista conservador Joshua London, y el director ejecutivo de la Coalición Cristiana del Estado de Washington,

Rick Forcier, apuntaron todos a esos piratas como radicales islámicos avanzados para su tiempo para subrayar la imposibilidad de negociaciones y la necesidad de guerra, tanto entonces como ahora.

La batalla contra los piratas de Berbería llevó a la creación del Cuerpo de Marines de EE.UU. («… a las costas de Trípoli») y al primer gran gasto de fondos del gobierno de EE.UU. para militares que pudieran combatir en guerras distantes. Para historiadores como Robert Kagan (en su libro «Dangerous Nation»), esa guerra inició lo que sería una distinguida historia imperial, en contraste con la sabiduría convencional de un EE.UU. que asumía sólo con renuencia su manto hegemónico.

¿Servirá el actual conflicto con los piratas somalíes, si es vinculado con éxito en la mente pública con el terrorismo global, de parte significativa de una nueva justificación para la continuación del imperio y todo un nuevo conjunto de gastos militares necesarios para sostener una empresa semejante?

¿La nueva Guerra Global contra el Terror (GWOT)?

EE.UU. tiene la armada más poderosa del mundo. Pero lo que ésta puede hacer contra los piratas somalíes es limitado. Grandes cañones y destructores no pueden cubrir los vastos espacios oceánicos necesarios en los que operan piratas de tecnología relativamente baja, no pueden reaccionar con suficiente prontitud ante rápidos ataques puntuales, y en última instancia es poco probable que logren intimidar a lo que el Secretario de Defensa Robert Gates ha llamado con bastante exactitud «un puñado de piratas adolescentes» con poco que perder.

«El área que patrullamos es de más de 2,6 millones de millas cuadradas y la simple realidad es que no podemos estar en todas partes al mismo tiempo para impedir todo ataque de piratería,» dice el teniente Nathan Christensen, de la Quinta Flota de EE.UU. en Bahréin. El año pasado, aproximadamente 23.000 barcos pasaron por el Golfo de Adén. Los piratas capturaron 93 de ellos (algunos grandes, otros pequeñísimos). Pero, en parte porque esas rutas comerciales son tan cruciales para el bienestar económico global, ese minúsculo porcentaje provocó miedo en los países más poderosos del planeta.

La incapacidad de la Armada de EE.UU. de eliminar la piratería ha llevado a previsibles pedidos de más recursos. Por ejemplo, para encarar ágiles amenazas de baja intensidad como las de los veloces piratas, el Pentágono considera Barcos de Combate del Litoral, que, a entre 450 y 600 millones de dólares cada uno, costarán cerca de 30.000 millones, una suma inmensa para un proyecto plagado de excesos de costes y problemas de diseño. Mientras la guerra terrestre (y en el aire) aumenta su presión en Afganistán u con la CIA a cargo de las operaciones en Pakistán, es comprensible que la Armada trate de mantenerse al mismo nivel de los otros servicios. El objetivo de la Armada de una fuerza de 33 barcos, que los impulsores propugnan a cualquier coste, sólo se puede lograr recurriendo a una amenaza comparable a la de los terroristas en tierra. ¿Por qué no aprovechar el equivalente funcional de terroristas en el mar?

Los piratas constituyen la amenaza perfecta. Han existido siempre. Interfieren directamente con las hojas de balance, de modo que se cuenta con el apoyo de la comunidad de los negocios. A diferencia de China, no poseen ningún bono del Tesoro de EE.UU. Por cierto, ya que son protagonistas no-estatales, se puede contar con que casi todos los países se pondrán de nuestra parte en su contra.

Y, finalmente, el Pentágono ya se está reestructurando para encarar así una amenaza semejante. Mediante su «revolución en los asuntos militares,» la adopción de una doctrina de «flexibilidad estratégica,» y el cultivo de fuerzas de reacción rápida, el Pentágono se ha estado preparando para enfrentar las amenazas asimétricas que han reemplazado en gran parte las amenazas más fijas y previsibles de la era de la Guerra Fría, e incluso de la era de los «Estados canallas» que la siguió por un corto tiempo. El más reciente presupuesto militar de Gates, con su alejamiento de sistemas obsoletos de armas de la Guerra Fría hacia fuerzas más flexibles, encaja perfectamente en esta evolución. Ciertamente hay que aplaudir la cancelación del caza furtivo F-22 y la reducción del dinero para la Agencia de Defensa con Misiles a favor de sistemas más prácticos. Pero el Pentágono no está a punto de realizar un remate por cierre de negocio… En realidad el nuevo presupuesto de defensa de Obama aumentará en un 4%.

La Guerra Global contra el Terror, o GWOT, de George W. Bush fue un camino útil para que el Pentágono consiguiera todo lo que quería: un extraordinario aumento en los gastos y en las capacidades después de 2001. Con el retiro oficial de la GWOT y la amenaza de un déficit federal sin precedentes, el Pentágono y las industrias de la defensa tendrán que pregonar nuevas amenazas o enfrentar la posibilidad de un masivo apretón del cinturón que va más allá del simple juego de manos con los recursos.

La Guerra contra el Terror continúa, claro está, en la ‘oleada’ del gobierno de Obama en Afganistán, la campaña de la CIA con ataques de aviones teleguiados en las zonas fronterizas de Pakistán, y las operaciones del nuevo Comando África. Sin embargo, la fase de reemplazo para la GWOT: «operaciones de contingencia en ultramar,» no requiere que se extreme la imaginación. Obviamente no es su propósito. Pero es un problema genuino para los militares en términos presupuestarios.

Y llegan los piratas, quienes desde Errol Flynn hasta Johnny Depp siempre han sido un gran atractivo en las boleterías. Como lo indica la reciente histeria mediática por la tripulación del Maersk Alabama, la fórmula puede ser transferida a la vida real. Si sacan a Johnny Depp de la ecuación, los piratas pueden ser simplemente reposicionados como extraños extraterrestres que mascan narcóticos.

Después, es simplemente cuestión de que EE.UU. convoque a la coalición de monstruos dispuestos para que aplasten a esos extraterrestres antes de que se apoderen de nuestro planeta. ¿Pensasteis que «nosotros contra ellos» se había acabado con el gobierno de Bush…?

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John Feffer es co-director de Foreign Policy In Focus en el Institute for Policy Studies. Sus escritos se encuentran en su sitio en Internet.

Copyright 2009 John Feffer

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