Recorrido: 1) ERASE UNA VEZ EL TRABAJO DIGNO. 2) CLASE Y MULTITUD. 3) POBREZA SOCIAL Y EMANCIPACIÓN UNIVERSAL. «Por más que la infamia sella la memoria no conseguirá borrar las experiencias, que muchísimos y muchísimas de nosotros y nosotras, hijos e hijas, o simplemente crecidos y crecidas en los barrios o pueblos de la clase […]
Recorrido:
1) ERASE UNA VEZ EL TRABAJO DIGNO.
2) CLASE Y MULTITUD.
3) POBREZA SOCIAL Y EMANCIPACIÓN UNIVERSAL.
«Por más que la infamia sella la memoria no conseguirá borrar las experiencias, que muchísimos y muchísimas de nosotros y nosotras, hijos e hijas, o simplemente crecidos y crecidas en los barrios o pueblos de la clase obrera hemos vivido. No impedirá la fidelidad a un destino, la venganza por la explotación sufrida por nuestros padres y madres, el gozo de la libertad conquistada y de la liberación material cercana. Nuestra esperanza no será jamás nostalgia, sino ir mal allá. Esperanza… Organización».
HECHOS CONTRA el DECORO.
«La naturaleza no construye máquinas (…) Estos son productos de la industria humana (…) Son órganos del cerebro humano, creados por la mano humana, el poder del conocimiento objetivado. El desarrollo del capital fijo indica hasta qué grado el conocimiento social general se ha convertido en una fuerza de producción directa y hasta qué grado, por lo tanto, las condiciones del proceso de vida social han pasado a estar bajo el control del intelecto general y han sido transformadas de acuerdo con él».
Carlos Marx.
«El patriotismo, esa virtud suprema del estatismo».
Mijail Bakunin.
«Teorizar lo hecho, estructurar y generalizar la experiencia para el aprovechamiento de otros, es nuestra tarea del momento».
Ernersto «El Che» Guevara.
1) ERASE UNA VEZ EL TRABAJO DIGNO:
«La cumbre de las Américas que se reunirá en Mar del Plata durante los días 4 y 5 de noviembre, se convoca bajo la consigna de crear trabajo para enfrentar la pobreza y fortalecer la gobernabilidad democrática».
Prensa De Frente (PDF).
Trabajo y gobernabilidad democrática. Cara y seca. La subjetividad laboral mediada por la gerencia estatal del comando privado de los capitalistas. Pleno empleo, y un sistema de partidos y sindicatos representativos, eran componentes imprescindibles en la era fordista del «welfare state». No hay keynesianismo, sin ocupación asalariada tendiente al pleno empleo y un estado de derecho de inclusión subordinada de los trabajadores para beneficio de la ganancia patronal. Hoy, ambos, han quedado en el pasado.
En cambio, ahora en Argentina, Kirchner gobierna con un decreto cada cinco días. En lo que va del 2005 el Congreso Nacional sólo se reunió para sesionar en diez oportunidades. Al trabajo flexibilizado le corresponde un capital móvil y un estado poco delegativo. La herramienta básica jurídica del despotismo del capital son los Decretos de Necesidad y Urgencia (DNU). Decretos con fuerza de ley, mecanismo bonapartista diseñado en la Constitución de 1994. Este es el instrumento predilecto del presidente argentino. En lo que va de su mandato promulgó más de 140. Para que nos demos una idea de su vocación autocrática, digamos, que entre 1853 y 1983 sólo se habían dictado 25 DNU. En dos años, Kirchner, sextuplicó los DNU hechos en 130 años.
George Bush gestiona el estado de la nación militarmente más poderosa. Inversamente proporcional a su endebles fiscal y comercial. La guerra es un signo de debilidad del capitalismo, no de su fortaleza. Veamos: Su déficit comercial de 2003 fue del orden de los 496.500 millones de dólares. Su deuda pública de 11 billones de dólares representa el 67.3 % del Producto Bruto Interno (PBI). Es récord su déficit presupuestario con 413.000 millones de dólares, lo que significa un 3.6 por ciento del PBI. Su ruinosa economía, para no colapsar, la torna mortalmente dependiente de los flujos de plusvalor del trabajo vivo que navega en las transacciones financieras como trabajo muerto. Este es la razón profana de la IV Cumbre de la Américas en Mar del Plata: avanzar con el Área de Libre Comercio -de plusvalor- de las Américas (ALCA).
En las últimas dos décadas, el mercado global de capitales se ha triplicado. El stock financiero mundial resulta el triple del PBI mundial, mientras que en 1980 era del mismo tamaño. Ahí está el secreto inconfensable del aumento intensivo y extensivo de la expoliación, lo que se conoce con el eufemismo de «productividad». Más y más trabajo vivo, si hace falta que incluya a los niños y adolescentes como en el siglo XIX, para engordar al vampiro monetario como trabajo cadavérico. Entretanto, en casa, Estados Unidos, anticipa la morfología del trabajo del intelecto general de masas para la futura década del siglo XXI. Una hiperproductividad de más del cuatro por ciento anual acumulativo en los últimos tres años. Un nivel de intensidad de la expoliación del hacer humano, como no se recuerda, desde 1948.
Los circunstanciales desocupados, los ejércitos industriales de reserva de la clase obrera, y forma dominante del desempleo en la época de la inclusión o subsunción formal del trabajo en el capital, del reinado de la plusvalía absoluta; son reemplazados por la legiones de parados, excluidos y desempleados a tiempo completo en la era posfordista. Un dominio de la plusvalía relativa, y completa inclusión de la multitud en la sociedad del capital. Incluidos en el capital por el salario, con paga precaria, y excluidos del salario como trabajo negado por el capital. Ese es el menú actual de la economía dineraria.
No casualmente, la consigna de buena parte del movimiento piquetero, de los desocupados por el capital que se organizan, apela al trabajo, la dignidad y el cambio social. Trabajo y dignidad suena parecido a «trabajo digno». Suena parecido, pero no es lo mismo.
La composición técnica de los primeros movimientos de desocupados provenían, mayoritariamente, de la fabulosa reducción de la vieja clase obrera industrial y los despedidos por cientos de miles en las empresas del estado que gestionaban los servicios públicos. En cambio, la amplia mayoría de la joven composición proletaria de la actualidad, no guarda en su memoria, haber sido jamás poseídas bajo un empleo registrado y con contrato por tiempo indefinido. Hay 320.000 jóvenes de 15 a 19 años que no trabajan, no buscan trabajo ni estudian. Cuatro de cada 10 desempleados tiene menos de 24 años. En total, suman 718.000 los jóvenes y adolescentes desocupados, sobre 1,8 millón de personas sin trabajo. A su vez, la tasa de desempleo juvenil alcanza al 26,3%, más que duplicando el promedio general, y entre las mujeres asciende al 29,5%.
Pero su carencia de trabajo fordista se torna una virtud. El no haber sido trabajadores «productivos», disciplinados obreros fabriles, los despoja de viejas añoranzas peronistas. Una nostalgia setentista que nunca nos debe hacer olvidar que tuvo como respuesta del capital, ante los niveles más avanzados de organización anticapitalista de la clase operaria, el pasaje del fascismo en democracia de Isabel Perón, la aparición de fuerzas paraestatales como las tres AAA cobijadas por el gobierno justicialista, y los 2.000 militantes asesinados bajo la democracia parlamentaria.
Los estertores del keynesianismo peronista, de su gobierno y del régimen democrático burgués, alfombró con sangre revolucionaria la futura dictadura militar del capital que se reservó la carnicería de los 30.000 desaparecidos. Ayer sus padres asalariados fueron explotados y masacrados, su clase descompuesta, su cultura insumisa reprimida. Hoy, los jóvenes, son sus hijos y sus nietos del trabajo negado por el capital.
El temor patronal ante una revolución social del mundo del trabajo, efectuó una contrarrevolución política y una innovación radical en el modo de producción capitalista. Se pasó del fordismo como forma dominante al posfordismo. El capital logró en los últimos 30 años la desaparición de millones de puestos fabriles. Se pusieron las bases objetivas y subjetivas para impedir a futuro, cuando se retirara la dictadura castrense del capital, que la clase asalariada pudiera frenar la producción, sin atravesar enormes dificultades. Se prolongó la jornada laboral para aumentar el plusvalor, se bajó bestialmente el poder adquisitivo del salario para aumentar las utilidades del capital, y se impuso la inestabilidad laboral para bloquear la recomposición de los trabajadores. Militares, radicales y peronistas, destrozaron a la vieja, organizada y compacta clase obrera.
Nunca en el capitalismo para las masas laboriosas, la clase obrera, la que obra, hace y crea, existió el trabajo digno. Un sistema que se basa en la violencia de la compra venta de la fuerza de trabajo, que transforma en ley de la democracia capitalista el robo del trabajo ajeno, o de lo contrario acontece la muerte por inanición de los trabajadores; es un sistema social, de por sí, indigno y repugnante.
Entendemos por trabajadores desocupados a los trabajadores desasalariados, desempleados, negados por el capital, pero que en realidad están muy [pre]-ocupados en resistir la desaparición por hambre y enfermedad producto del genocidio capital-parlamentario que los ha condenado. Fábricas recuperadas por sus obreros; movimientos campesinos que se autoabastecen; pueblos originarios; piqueteros con sus bloqueras, herrerías y panaderías; los 100.000 cartoneros sólo en la Provincia de Buenos Aires, son la última frontera de la sobrevida antes de la desaparición carcelaria, el suicidio, y el asesinato estatal, de aquellos que estorban a los capitalistas y sus gobiernos.
2) CLASE Y MULTITUD:
«La noción de clases es en sí misma el resultado de un proceso de formación, de luchas y de organización, en el curso del cual se constituye la conciencia de un concepto teórico y de una autodeterminación nacida de la lucha».
Edward Thompson.
Los hacedores, la multitud como concepto de clase, es una sola clase: la clase proletaria o la clase productora de plusvalor. La multitud incluye al operario fabril, pero lo desborda. La multitud abarca a la clase obrera social incluida o subsumida completamente en la sociedad del capital. Los desocupados son excluidos del asalariamiento directo pero no de la sociedad del capital. El posfordismo los incluye como excluidos.
El despotismo del capital no termina en la fábrica. En rigor de verdad, toda la sociedad se vuelve una factoría. Una empresa social, una comunidad al servicio de las empresas, una matrix de trabajo vivo que alimenta el trabajo muerto maquínico. El trabajo es absorbido por el capital, y el que no, es descartado como empleo hiperproductivo y trabajo negado subproductivo. Por lo tanto, el trabajo es más social que nunca, la sociedad capitalista resulta la sociedad del capital socializado y valorizado por el trabajo. Un complejo social que tiene como Forma-Estado al Capital-Parlamentario.
Trabajadores estatales y privados, formales y precarios, en la industria y en los servicios a la industria, en el campo y la ciudad, en el arte y la palabra, en el cirujeo y la prostitución, la venta ambulante y el delito; la expoliación salarial, el desempleo y el autoempleo; todas ellas, son las singularidades en la que resulta fragmentada la multitud por el capital, para aumentar sus utilidades y dominio político.
La nueva composición técnica del trabajo, al interior de la relación salarial, va encontrando sus nuevas formas organizativas: dan cuenta de este proceso, el asambleismo de base sindical y su alianza multisectorial con el resto de su clase. La burocracia sindical ha tomado nota y la interpreta a su modo. Tiene que incluir la antagonía obrera dentro de los márgenes de la fuerza de trabajo, dentro del exclusivo marco salarial. Tiene que evitar que la lucha sea pura antagonía, que devenga puro rechazo al trabajo. Procura que la producción, resulte sólo un movimiento obrero que se limita a mover la rueda capitalista a cambio de un jornal. El sindicato y el capital necesitan hacer funcionar la antagonía creativa como simple socialización obrera del capital.
El aliado oficialista, líder del gremio de los camioneros, y secretario general de la Confederación General del Trabajo (CGT), Hugo Moyano, interrumpe la realización de la ganancia empresaria, bloqueando la entrada y salida en los playones de las embotelladoras de bebidas. Refrendando sus acciones, por medio de la asamblea obrera. Con sus camioneros en paro, obstruye la salida de la producción y corta la circulación de la mercancía. Reenlaza la antagonía, como rechazo de los productores a los capitalistas, bajo la forma sustitucionista y representativa sindical. Ubicando a la organización gremial como intermediario del valor del trabajo, como hacer asalariado para beneficio capitalista. Busca reapropiarse de los métodos de lucha de los ocupados y desocupados por el capital. Se apropia del piquete, la huelga y la asamblea.
Los gordos de la CGT, con Susana Rueda y Carlos West Ocampo, cambian a tiempo, antes de ser desbordados por la clase trabajadora organizada autónomamente. Movilizan a la Federación de Asociaciones de Trabajadores de la Sanidad Argentina (FATSA), preocupados porque los trabajadores privados de la salud imiten los métodos de los empleados estatales del hospital Garrahan. Reclaman para sus afiliados que se desempeñan en las clínicas, psiquiátricos y geriátricos privados, un sueldo mínimo de 1.400 pesos. Hoy el salario de una enfermera del sistema privado de salud es de 800 $, y por lo tanto, apenas alcanza la línea de pobreza. Todas las burocracias sindicales temen, a que la fuerza de trabajo hecha clase, entierre al viejo movimiento obrero. Y que descubra con su lucha, su potencia productiva y cognitiva, afectiva y servicial, cooperante y comunicativa que todo lo precede, que todo lo transforma, y que todo lo disuelve. Una fuerza que antecede al capital como pura riqueza, pero aprisionada en la pobreza si no se vende al patrón. Que valoriza el capital fijo, muerto, objetivo: sea camiones y tomógrafos, grúas y clínicas, computadoras y laboratorios, robots y plataformas. Incrementando el capital con su trabajo que lo autovalora, que lo dota de vida, que lo moviliza. Entregando su subjetividad pagada por un salario, como capital circulante, que transfiere su trabajo vivo que termina prisionero del capital fijo y objetivo. Un hacer, con la capacidad de destruir al capital, su pobreza y expoliación, precarización y excedencia; si rechaza ser un trabajador productivo a su servicio.
Un fuerza laboral, que con su total antagonía productiva se distancia del capital y se reencuentra con el precariado y los desocupados del trabajo negado. Expropiando a los capitalistas su poder de mando sobre la sociedad del trabajo y reconquistando su poder absoluto para gozar materialmente de la vida. Terminando en el mismo proceso con: su pobreza por el trabajo negado por el capital, su riqueza expropiada por un sueldo, y la precarización de su existencia producto del trabajo mercantil. Una multitud que al recobrar sus facultades para sí, les arrebata el poder social a los capitalistas. Pasando del infierno de la necesidad material sometida al capital, al paraíso de la libertad material anticapitalista.
La igualación salarial que plantea la lucha de los trabajadores inmateriales del Hospital Garrahan, es una buena manera de romper con la segmentación salarial, como estrategia de dominio del capital, para enfrentar a los trabajadores unos con otros. El combate por más salario es una lucha contra el beneficio capitalista. Y de generalizarse el combate salarial, la caída de las utilidades empresarias da paso a la crisis del capital. La crisis, recompone dos bloques, se enfrentan dos colosos, el centro político se disuelve, quedan frente a frente: el trabajo y el capital, la multitud y el estado. Y sólo uno puede vencer. O gana el trabajo destruyendo la relación social capitalista y disolviendo el estado, o el capital se refuerza albergando en su interior la nueva antagonía que no lo pudo derrotar, y que es puesta a trabajar bajo su dominio por el comando Capital-Parlamentario. Pero esa antagonía que lo refuerza, constituye, el «Caballo de Troya» cada vez más potente y conciente del trabajo. Que con cada futura crisis ubica la antagonía laboral, en un nivel superior, al combate antagónico anterior. Por eso la crisis del 2001 es superior a la hiperinflacionaria de 1989; o las coordinadoras fabriles del ’75 atemorizan al capital más que el Cordobazo del ’69. Por eso la respuesta del capital es cada vez más brutal. Por eso la necesidad de descomposición de los trabajadores para reorganizarlos al servicio de la ganancia es cada vez más cruenta. Se pasa, del genocidio de la dictadura militar del capital de los 30.000 desaparecidos entre 1976 a 1983; al actual genocidio silenciado de 500.000 desaparecidos por hambre y enfermedad. En los últimos 15 años, la dictadura civil del capital-parlamentario, multiplica por dieciséis, los exterminados por los militares. En tres décadas se pasa del cinco por ciento de pobres, al cincuenta. Del empleo en blanco a estar la mitad en negro. Del trabajo estable al 50 por ciento en la precariedad. Por eso también, cuando lucha, la resistencia del trabajo es cada vez más encarnizada, su estrategia más pacientemente organizada, y sus necesidades más inaplazablemente radicales. En esto radica el poder de la lucha económica. En tener la capacidad de hacer entrar en crisis al capitalismo. En pasar los asalariados, autoempleados y desocupados, de fuerza de trabajo bajo el dominio y al servicio de la ganancia de los patrones en todas sus formas: sea registrada, precaria o desocupada; a constituirse en la clase de la multitud antagónica al capitalismo. Esa resulta la potencialidad -aunque no su inexorabilidad antisistémica- del combate gremial por más salario, mejores condiciones de empleo, y el incremento del valor y universalización de los planes sociales.
Aquellos que fueron excluidos de la relación de compra-venta directa de su hacer: se organizan en el piquete y las asambleas barriales, en la toma directa de tierras y empresas. El capitalista elige a sus empleados de a uno. Compra y descarta sólo a una porción de la fuerza de trabajo. En cambio, la clase trabajadora de la multitud se organiza entre todos sus integrantes para resistir y vencer a la otra clase antagónica a sus intereses: la clase de los capitalistas. Los empleados dejan de ser fuerza de trabajo productora de mercancías, y se transforma en clase, cuando se organiza para derrotar a todos los patrones y sus estados. No exclusivamente para torcerle el brazo a este o aquel empleador, o a este o aquel circunstancial gobernante.
Son los empleados, autoempleados y desempleados, los que producen el pasaje de la fuerza viva del trabajo, a constituirse en la clase de la multitud. Pasan de simple salario, capital circulante y trabajo negado; a la recomposición orgánica de la potencia de la multitud como clase antagónica al capital social, y concepto de clase de los empresarios. El capital social, resulta el vínculo universal y antagónico a los intereses, afectos y valores de la multitud. Una relación social que se encarna en cada uno de los capitalistas individuales.
La recomposición social de la multitud, como clase, es un procedimiento político. Una forma de lucha que ya no sólo enfrenta económicamente a los empresarios, sino que, confronta a los capitalistas como su clase políticamente antitética, antagónica, irreconciliable. En ese nivel de combate de clases, en la lucha política, se disputa quien manda en la sociedad. Si el estado del capital, o las asambleas de la multitud. Si la economía mercantil, o el fin de la compraventa. Si los representados no deliberan ni gobiernan sino a través de sus representantes, o si se autogobiernan deliberando y ejecutando de forma directa y sin representantes permanentes.
Hace falta acometer un giro radical en la estrategia anticapitalista de la multitud. Para el capital, la fuerza de trabajo es una mercancía más, un empleado. Está visto luego de tres años de la contratendencia devaluadora de los salarios por parte del capital, que ni aún así, habrá inclusión salarial para todos. Hoy, además, el 70 por ciento de los trabajadores -en blanco y en negro- son pobres. Los desempleados del capital no precisan volver a ser incluidos por el capital por medio del salario para terminar con su pobreza; muy por el contrario, necesitan unirse con los asalariados, para juntos, emanciparse de la condena de ambos: el trabajo productor de plusvalor y el trabajo negado que los somete. En un caso, con el empleo mercantilizado pero no asalariado de los desempleados del capital, el trabajo negado; en el otro, el hacer también mercantil, pero tarifado por un sueldo. La multitud precisa desprenderse de su imperiosa necesidad, que sostiene el poder social del dinero y su inherente desigualdad de clase opuesta a la clase capitalista, de estar condenada a vender sus músculos y cerebro, sus conocimientos y afectos, su memoria y destrezas, sus lenguajes y servicios, a cambio de dinero para no perecer.
Los desempleados son dueños de toda su riqueza, pero sin dinero, quedan sometidos a la miseria mercantil. Mientras que, los empleados se empobrecen entregando toda su riqueza para que funcione la sociedad mercantil. Unos son pobres sin trabajo, otros se hacen pobres trabajando. Ambos, de poder fundar una nueva sociedad anticapitalista, serían ricos sin necesidad de tener un peso en el bolsillo. Gozando de los bienes y servicios que no tendrá más valor, que el uso y el consumo recíproco que le de la multitud. Una sociedad de la riqueza del trabajo concreto de todos y cada uno, y de cada uno para todos. Una sociedad que respetando la vida en la tierra en todas sus formas, utilizará la tecnología y reinventará la técnica, para liberarse de la necesidad del trabajo obligado para no morirse de hambre y salvar a la humanidad del colapso ecológico. El tiempo libre no será un castigo como para los desempleados del trabajo negado por los patrones, y una quimera para los empleados por el capital. El tiempo productivo de la vida no estará sometido al lucro que mantiene con vida a una clase parásita, sino, que estará liberado de toda forma esclava de trabajo. Nunca más el dinero medirá la riqueza. Nunca más el salario medirá el consumo. Nunca más el empleo por una paga que necesita para su funcionamiento al estado, y a los partidos y sindicatos a su servicio, para administrar la riqueza y la pobreza humana.
3) POBREZA SOCIAL Y EMANCIPACIÓN UNIVERSAL:
«Nuestras clases dominantes han procurado siempre que los trabajadores no tengan historia. Cada lucha debe empezar de nuevo, separada de las luchas anteriores: la experiencia colectiva se pierde, las lecciones se olvidan. La historia aparece así como propiedad privada, cuyos dueños son los dueños de las otras cosas».
Rodolfo Walsh.
No hay emancipación personal ni de grupo. Para liberarse, la clase de la multitud debe hacerlo socialmente. Precisa colapsar, la transformación del dinero en salario, el excedente de su hacer no retribuido en plustrabajo, el plusvalor en ganancia, el beneficio en capital, el capital en poder social, y el poder en estado.
Es el capitalismo y todos los administradores de las sociedades mercantiles, los que necesitan que el asalariado tenga, además de la necesidad, un sentido de dignidad al venderse por dinero. De lo contrario, sin trabajo digno, adiós al capitalismo. La religión mercantil del plusvalor, reserva la indignidad, a las trabajadores y trabajadores sexuales y desempleados. En un caso, como indigna prostitución que vende su sexo por dinero; en el otro, a la indignidad de no poder pagarse el pan de cada día producto del trabajo negado aviesamente por el capital. Mientras que, aquellos que se prostituyen entregando todo su cuerpo menos su sexo, viven bajo el cielo sagrado del trabajo digno.
Reproduciendo el discurso del capital, caeríamos en el absurdo de creer que el trabajador asalariado es un digno empleado y, en cambio, los desocupados son unos desempleados indignos. No compañeras y compañeros, el desempleo asalariado del trabajo es responsabilidad del empleo capitalista del trabajo asalariado restante. La otrora sociedad fordista del «bien-estar» y el pleno empleo, del estado planificador y los sindicatos como correa de transmisión capitalista, fue la que nos trajo hasta aquí con tal de mantener la sociedad mercantil y la ganancia empresaria. Y como el pleno empleo formal terminó para siempre, y el estado populista ya no existe, la vieja sociedad se trasmutó en la sociedad que vivimos. Consecuentemente, no será la nostalgia, la que nos saque del actual «mal-estar» posfordista del trabajo negado por el capitalismo y su correspondiente estado de excedencia.
Cuando los empleados se organizan antagónicamente contra el capital dejan de ser una mercancía sindicalizable, una energía medible, cuantificable, abstracta, una fuerza productora de bienes de uso que serán utilizados como bienes de cambio para valorizar el capital. Al contrario, se transforman en una clase cualitativamente revolucionaria, una potencia inconmensurable. Su trabajo es puro valor de uso que posibilita el consumo concreto de su hacer. Una clase cuyo fin revolucionario es dejar de ser, de una vez por todas, la clase de los expoliados, precarios y desocupados. La clase de la multitud, los obreros sociales y desempleados. Una nueva cultura humana que nace de la contravida ante su hacer expropiado, precarizado y descartado por los patrones. Porque no lo olvidemos, no hay autonomía sin antagonía radical al capital.
El PBI Argentina creció igual que el chino en los últimos tres años. Pero en el conurbano bonaerense volvió a subir la pobreza. Ataca al 45,1 por ciento de la población, contra el 44,4 por ciento del segundo semestre de 2004. La peor situación se da en Resistencia, con 60,3 por ciento; seguido por Jujuy-Palpalá con 58,2 por ciento; y en Posadas-Misiones con el 56,8%. El poder adquisitivo del salario, resulta en promedio, un 25 por ciento menor que en año 2001, y la precarización aumentó un 500 por ciento desde aquel año. Recordemos que la línea de indigencia ronda los $ 400, la de la pobreza los $ 800 (266 dólares), y la canasta total de bienes y servicios los $ 1.700. La jubilación mínima está en los $ 390 (130 dólares), los planes sociales en $ 150 (50 dólares), y el 65% de los asalariados privados registrados gana menos que el costo de una canasta básica familiar de alimentos y servicios. Pero esto no es todo, en los empleos no registrados, se gana en promedio, la mitad de los puestos en blanco. La distribución de la riqueza es la peor de todas las épocas. Seis millones de personas viven con 2 pesos diarios, y otros cinco millones viven, en promedio, con 4,10 pesos por día. Así, hay 11 millones de personas que viven, como máximo, con 123 pesos mensuales (41 dólares). Dos millones de niñas y niños trabajan, y el 58,5% de los chicos que tienen entre 5 y 13 años viven en hogares pobres.
En números redondos, Argentina tiene una población de 37 millones de habitantes. Cuatro millones de personas con problemas de empleo, pero en cambio, hay 17 millones de pobres y la mitad de la fuerza viva del hacer está en negro. Esto explica que se viva en la miseria si no se cobra un salario, pero también demuestra, que más de la mitad de los asalariados se paupericen trabajando.
La condición latente de toda la multitud es la pobreza. Más acumula el capital el trabajo para no desvalorizarse, más se empobrecen los trabajadores. La precariedad es la regla; en cambio, el trabajo fordista, formal, registrado resulta la anomalía del mundo laboral. La norma social capitalista para los trabajadores son las migraciones internas y las migraciones por todo el globo buscando algo que comer. Por el contrario, el afincamiento a una tierra, a un barrio, a un país, constituye la excepción. La precariedad es ley, y el empleo en blanco una especie en extinción.
Se blinda la matrix mundial de los incluidos por el «trabajo digno». Sea en las ciudades globales, los enclaves de los países más ricos, y en los barrios prósperos de la periferia. En la Ciudad de Buenos Aires, el mayor aumento presupuestario para el 2006 será asignado a la partida seguridad. Todo un dato para entender, como el control y la represión de la multitud, deriva en una prioridad para el progresismo de Aníbal Ibarra y sus aliados peronistas porteños.
El cordón policial y militar contra la «peste» humana que deambula en el éxodo, no conoce más límites que la resistencia de la multitud. En Londres se fusila por portación de cara a un brasileño. El Capital-Parlamentarismo, como la forma del estado posfordista de la excedencia, la exclusión, la expulsión; la tan famosa «gobernabilidad del capital», está dispuesto a todo para no ver peligrar el control del trabajo que garantiza su ganancia. La «demodura» o «dictocracia» como estado de excepción permanente, es el pasaje a una nueva Forma-Estado del capital, heredera, del viejo estado de derecho en decadencia. Para el capital, como relación política universal, la vigilancia y el castigo de aquellos insumisos que no se dejan morir de hambre no conoce límites humanitarios. Si hace falta se fusilan africanos a quemarropa como en la frontera de Ceuta o Melilla, entre España y Marruecos. O se deporta, asesina y deja morir en el desierto, a miles de futuros chicanos que intentan salir de México para arribar a los EE.UU.
Guerras y genocidios de nuevo tipo se dan a gran escala y con total desparpajo. Los obreros muertos, y su sangre succionada gota a gota bajo la forma del trabajo, le recuerda a los trabajadores vivos, que su energía laboral es el néctar, el elixir, el único alimento que puede mantener con vida al «nosferatu» capitalista. El vampiro, el no-muerto, el muerto-vivo. La muerte que revive con el hacer humano, y la vida que queda muerta al transformarse en capital. El capitalismo es una criatura social y universal, que para poder llegar al día de hoy, consumió por siglos, y a cualquier costa, la materia de las generaciones pasadas de la clase productora. El ansia presente de plusvalor de trabajo vivo que alimenta el trabajo muerto y pasado, acumulado y objetivado como dinero y tecnología, que compra tierras, combustibles y materias primas; se pasea por todo el globo buscando nuevas oportunidades, para continuar así, sorbiendo la subjetividad del trabajo que lo autovalore.
El trabajo asalariado, no dado, negado; es un arma del capital contrapuesta a las revoluciones pasadas, y los intentos fallidos rebeldes de los trabajadores asalariados. El desempleo no es producto del automatismo del mercado. Por el contrario, es una decisión del capital hecha clase. Es producto de la voluntad de sus gobiernos. Es una estrategia de la clase de los patrones para enflaquecer y fracturar a los empleados. Para gobernar mejor a los empleados con la disciplina del desempleo para el resto de su clase. Y así obstaculizar, el histórico terror que los persigue desde la Comuna de París: el pavor que una renovada organización antisistémica de sus subalternos los derrote socialmente. Una total expropiación de la clase hacedora contra una clase inútil y parásita, que intentará por siempre, hasta lograrlo, su emancipación universal del capital. Mientras tanto, la única expropiación que tolera el capital, es la de la lucha obrera.
Si el capital para acrecentar su tasa de ganancia tiene que mantener en la pobreza a medio planeta pagándoles menos de dos dólares diarios, no le tiembla el pulso y ejecuta su cometido. La consigna es clara: hacer descender el tiempo socialmente necesario de la reproducción de la fuerza de trabajo a escala global, y así aumentar socialmente el plusvalor que produce la multitud. Mientras el trabajo muerto no para de crecer, persigue trabajo vivo por todo el globo y se afinca donde pueda pagar menos por él. Mixturando las más abominables formas de explotación manufacturera del siglo XIX, con el fordismo de la línea de montaje del siglo XX, y la subordinación del trabajo inmaterial en el capital del «general intellect», o intelecto general, común y servicial, cognitivo y afectivo, comunicativo y mundial, del siglo XXI.
Finanzas como capital líquido, el dinero como trabajo impago acumulado; no están escindidos del capital como maquinarias del trabajo muerto, y del trabajo vivo que labra los campos y obra en las industrias, y transforma con su hacer, los recursos naturales y las materias primas en mercancía. El trabajo pasado que se atesora, depende mortalmente de un permanente trabajo presente que lo valorice como capital. No hay valorización financiera que se pueda sostener por mucho tiempo, sin una renovada fuerza humana del hacer que lo alimente. Es recíproco el interés que persiguen, al vivir del trabajo ajeno, las industrias y los bancos.
Los reformismos del siglo XXI ni siquiera tienen esa estatura claudicante. Son la contracara del neoliberalismo de la década pasada. Decirse progresista o conservador hoy no significa nada. En Perú, Toledo profundiza la política de Fujimori; en Brasil, Lula resulta la continuación de Cardoso; en Uruguay, Vázquez es discípulo de Batlle; en Argentina, Kirchner de Duhalde; en Ecuador Palacio es el heredero de Gutiérrez; y en Bolivia, Rodríguez no se diferencia de Mesa.
Según la Organización de Estados Americanos (OEA), América Latina es hoy la región más desigual del planeta, con la peor distribución de riqueza, y la más desigual en la relación entre ricos y pobres. El 10 por ciento más rico percibe el 40 por ciento del ingreso nacional, y el 40 por ciento más pobre sólo el 10 por ciento. Hay 222 millones de latinoamericanos y caribeños en condiciones de pobreza, lo que equivale, al 43 por ciento de la población. Y dos de cada cinco niños viven en la pobreza extrema.
Ante la acuciante cuestión social planetaria, la revolución vuelve a ser una tarea posible y necesaria. Sin la organización autónoma del conjunto de la multitud, sin una antagonía consciente al capital como relación social, los movimientos sociales no pueden vencer. Consiguientemente para el capital, ante los embates de la multitud, el sostenimiento de las sociedades mercantiles por medio de gobiernos cada vez más despóticos resultará inevitable. Se desarrollará por todo el globo, nuevas formas autocráticas y campos de concentración posmodernos, hambrunas planificadas y creación de enfermedades, expansión de plagas y catástrofes naturales. Librado el capital a su razón instrumental, utilizará la destrucción militar de países completos para empezar de nuevo. Todas estas masacres sociales y universales poseen un enorme poder de destrucción de la vida y una enorme potencialidad de reconstrucción de los ciclos del capital. Toda esta sed de perpetuación de las ganancias empresarias a cualquier costa, todo este averno terrenal provoca, peores consecuencias para los trabajadores que las dos guerras mundiales en el siglo XX. En los últimos 20 años hay muerto más personas por causas evitables que en todas las guerras del siglo XX. Dos terceras partes del globo pasan hambre y por día se asesina por inanición a 35.000 personas. En la Argentina, desde 1991 al 2003, se produce en democracia un nuevo genocidio. Aún con más víctimas que los 30.000 desaparecidos de los años ’70. En doce años el sistema capitalista masacró por hambre y enfermedades a medio millón de personas. Pero donde hay guerra como modo de sobrevida desesperado del capital, existe la oportunidad histórica de la revolución del trabajo que termine con él.
Bloquear las iniciativas del imperio capitalista, y sus áreas de libre comercio de hambruna de plusvalor humano a gran escala: sea con el ALCA y la Unión Europea, el Nafta y el Mercosur, China y la India, Rusia y Japón; y resistir sus embates contra la baratura salarial y la represión de los excluidos del salario; autoorganizarse; insurreccionarse contra los gobiernos sirvientes de los poderosos; son pasos previos: necesarios, inevitables, pero insuficientes para emanciparnos del capital, el hambre, la sobreexplotación y el hiper desempleo.
Sólo de la propia multitud trabajadora, desde todas y cada una de sus formas singulares, dependerá hacer y comunicar, imaginar y crear, plasmar y desear, una nueva humanidad emancipada de los dominios del capital. Una «res-pública», comunal de la autogestión generalizada. Un universo donde no entra ningún universo capitalista. Un mundo nuevo sin dirigentes y dirigidos. Sin trabajo abstracto que se cambia por el dinero de un salario para beneficio del capital, y en cambio, con las asambleas del trabajo concreto y gratuito para uso y goce de la multitud. Una mujer y un hombre nuevo, que necesita nuevas bases antimercantiles para constituirse, y que ninguna apelación ética puede reemplazar. Una ruptura con todo lo conocido. Un poder constituyente que forja y siente, piensa y habla, de manera antagónica con los valores capitalistas, su forma de producción, distribución y consumo, sus normas y estados. El anticapitalismo en movimiento y expansión.
Haciendo realidad, de esta forma, y resignificando para los tiempos que corren esa bella consigna de: trabajo [sin salario], dignidad [antipatronal], y cambio social [autónomo].
4 de octubre de 2005.