Fumata rosa, contra el humo negro y blanco del Vaticano. Así, las activistas católicas exigían la ordenación sacerdotal de la mujer. Ellas ya conocían la inquietante respuesta de la Santa Sede: es igual de pecaminoso el sacerdocio femenino que la pederastia. Equiparación cuya intención no ha sido ofender (¡aun más!) a las mujeres, sino rebajar […]
Fumata rosa, contra el humo negro y blanco del Vaticano. Así, las activistas católicas exigían la ordenación sacerdotal de la mujer. Ellas ya conocían la inquietante respuesta de la Santa Sede: es igual de pecaminoso el sacerdocio femenino que la pederastia. Equiparación cuya intención no ha sido ofender (¡aun más!) a las mujeres, sino rebajar el grado de la criminalidad que hay en el abuso a decenas de miles de niños.
El Vaticano como Estado es el único del mundo donde las mujeres aun no tienen derecho a voto. Pero, aunque se tiñan de rosa todas las instituciones religiosas del mundo y con mujeres en sus cónclaves, no cambiará nada si los textos sagrados, la fuente principal de la violencia física, psicológica y económica que sufre la mujer en nombre de Dios, no se conviertan en objeto de estudios críticos. Las interpretaciones «progresistas» que menosprecian la inteligencia y el conocimiento de la audiencia, solo retrasan aun más estas reformas tan necesarias para los derechos de las propias mujeres creyentes. Estas instituciones arcaicas, oscuras y con ideas antinaturales, han sobrevivido a lo largo de la historia, principalmente, gracias a la manipulación de los complejos sentimientos religiosos de sus feligreses, utilizando la pedagogía del terror terrenal y celestial, esperanza, castigo y recompensa, dependencia económica, etc., y quienes las gestionan no cambiarán su estructura si hasta hoy les ha dado magníficos beneficios sin traba alguna.
No deja de ser otra trampa que las activistas judías, cristianas y musulmanas presenten su afán de manejar el poder, como la lucha «feminista» sin reformar la mirada vejatoria y misógina de dichos textos hacia la mujer. Si no, se convertirán en otro transmisor de la visión del hombre primitivo sobre la mitad de la humanidad.
Las llamadas «feministas islámicas», nacieron en la década de 1990 en Irán, una vez que fue aplastado el movimiento laico de la mujer. Eran esposas e hijas de las autoridades del país, que empezaron a sufrir en su propia piel lo que significa ser considerada menor de edad eternamente con incapacidad mental incluida, y necesitada de un tutor varón aunque tuviera 50 años y varios títulos universitarios. Sus intentos de «interpretar» las leyes coránicas a favor de la mujer fueron frustradas: ningún ayatolá estaba dispuesto a ceder ni un ápice de los derechos divinizados masculinos. Pues, el problema principal no está en los líderes-hombres de la religión, sino en la propia cosmovisión y por ende en su «programa» político-social.
¿Cómo ven estas mujeres los mil y un consejos de los «Libros» a los hombres sobre cómo oprimir, golpear, torturar, violar y matar a las mujeres, incluso sin motivo alguno? Todos conocéis el relato de Lot del libro Génesis, el mismo utilizado por los homosexuales cristianos cuando intentan dar otra explicación al motivo de la destrucción de Sodoma. Sería tema de otro artículo la homosexualidad en la Biblia y en el Corán. Lo que nos interesa aquí es mostrar hasta qué punto un hecho escalofriante de un relato tantas veces narrado, no ha levantado la ira de nuestras «activistas», cuando Lot dice: «Yo tengo dos hijas que no han conocido varón; os las sacaré fuera, y haced de ellas como bien os pareciere; solamente que a estos varones no hagáis nada, pues que vinieron a la sombra de mi tejado».
Qué clase de padre puede proponer a unos hombres violar a sus dos hijas que, siendo vírgenes, deberían tener menos de 12-13 años, pues a esta edad ya estarían casadas. Si tan hospitalario era, ¿por qué no se ofreció él mismo? Han integrado la violencia contra la mujer en nuestras culturas hasta tal punto que han anulado nuestra capacidad de reaccionar ante tales barbaries. Ahora que la derecha está devolviendo a Dios a las aulas, podría analizar cada uno de los capítulos de los libros sagrados, sin complejo, censura y miedo.
Que expliquen a los creyentes cómo puede llegar a ser profeta un señor como Abraham, que abandona a su propia esposa e hijo pequeño en el desierto para que muriesen de hambre y sed. Hoy estaría acusado de maltrato y dos intentos de asesinato. Y aun hay madres que ponen el nombre «ibri» y derivados, a sus recién nacidos.
La plaga de pederastia que azota a la Iglesia no es fruto del celibato -la mayoría de los violadores de niños están casados e incluso abusan de sus propios hijos-, sino del machismo que autoriza al hombre ejercer el poder sobre la mujer y sobre los niños. Se trata de un patriarcado que durante siglos ha sido santificado bajo la firma del propio Creador.
No hace mucho, la religión se presentaba como la última garante de la moral y ética en una sociedad capitalista que había creado a un nuevo Dios: el dinero. A los jefes religiosos hoy no les queda ni eso. Han podido servir a la vez «a Dios y a Mammón», y a otras divinidades y demonios terrenales sin despeinarse.
Que las «feministas» religiosas pretendan aplicar la misma versión arcaica-patriarcal de su religión agravará el problema de la discriminación de la mujer.
De Creadora a criadora
Hubo un tiempo en que Dios fue mujer. Varios miles de figurillas encontradas en Mesopotamia, Sumeria y Susa, Perú, Rusia y China muestran hasta qué punto ellas dominaban el cielo de aquella gente y sin duda también su tierra. Eran las Creadoras, pese a que en la exposición titulada Siete mil años del arte persa y organizada por CaixaForum habían puesto la etiqueta «mujer» debajo de cada estatuilla: ¿Qué afán de negar su dimensión divina? Si se trataba de «mujeres», ¿por qué no han encontrado miles de figuras de hombres, niños o ancianos? Al admitir la existencia de aquellas deidades, tendrían que cambiar su relato «creacionista» con la de «evolución de la especie» y de la sociedad humana, y eso despojaría la santidad y la eternidad al patriarcado.
La propiedad privada y la aparición de los primeros guerreros-héroes acabaron con el poder de las mujeres y también con las deidades femeninas. Las tablillas que muestran rostros de mujeres barbudas, exhiben este periodo de transición. A partir de ahora, solo eran «creadoras» de los herederos del hombre. Tarea tan primordial que en el islam una madre puede pedir recompensa económica al marido por amamantar a los hijos en común. ¿Un chollo? No: ella nunca es tutora de sus propios hijos. Se los arrancan cuando quieran.
Sorprende que las mismas mujeres menospreciadas por sus dioses, que les colocan en el Décimo Mandamiento junto con otras propiedades del hombre: el buey y el asno, sean las más fieles. Pues, obediencia más resignación, quizás sea igual a algo de paz en la «otra» vida.
En las sociedades capitalistas avanzadas las mujeres son el «segundo sexo» y se enfrentan a un techo de cristal para avanzar; donde la religión tiene peso, caen en la categoría de «subgénero» y se enfrenta a un techo de hormigón armado.
Este mundillo tenebroso vuelve a necesitar más Luz y más Razón.
Fuente: http://blogs.publico.es/puntoyseguido/666/mujeres-frente-a-dios-y-sus-hombres/