Cada mañana, la rohinyá Afia* pone su balde en la fila para que se lo llenen de agua los trabajadores humanitarios de uno de los campamentos de refugiados de Bangladesh, pero el sistema no siempre funciona bien. Un día particularmente sofocante, dejó cuatro baldes en fila con espacios entre ellos, con la esperanza de agregar […]
Cada mañana, la rohinyá Afia* pone su balde en la fila para que se lo llenen de agua los trabajadores humanitarios de uno de los campamentos de refugiados de Bangladesh, pero el sistema no siempre funciona bien.
Un día particularmente sofocante, dejó cuatro baldes en fila con espacios entre ellos, con la esperanza de agregar otro en el lugar vacío cuando llegara el agua.
Pero vino otra mujer a la que no le gustó su fila de baldes y se los pateó, lo que derivó en una pelea. Esa noche, el novio de la primera atacó a Afia en su casa, pateándola en el estómago y golpeándola sin piedad con una silla. Pero, no dijo nada porque el agresor la amenazó con secuestrarla y violarla en la selva si lo denunciaba.
Afia no está entre los rohinyás que llegaron a Bangladesh a partir de agosto, ella es una de los miles que viven en este país desde hace años. Las dificultades para conseguir agua se agravaron con el último flujo de personas que huyen de la violencia en Myanmar (Birmania).
En los campamentos, los hombres suelen recoger los suministros humanitarios y el agua, y las mujeres solo van cuando ellos no están.
Desde que su esposo emigró a Malasia hace tres años en busca de trabajo, no tuvo más noticias de él y vive sola en el campamento, donde la escasez hídrica es un problema que genera altercados frecuentes.
Hay pozos entubados en los campamentos, pero muchos de ellos no funcionan porque son poco profundos y ya no bombean agua o tienen manijas rotas y ya nadie los puede usar.
Las tribulaciones de mujeres en el campamento de refugiados no terminan con agua.
El saneamiento es un gran problema. Y la velocidad y la dimensión del último flujo de personas, unas 624.000 desde agosto y en aumento, llevó al límite a los servicios básicos disponibles.
Los asentamientos espontáneos también crecieron para alojar a los recién llegados y muchos carecen de instalaciones básicas.
«No hay letrinas separadas para las mujeres. Las que hay no tienen luz, no están cerca de sus albergues y no tienen ninguna privacidad», señaló Shouvik Das, oficial de relaciones exteriores del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur) en Bangladesh.
«Cuando vamos a distribuir alimentos, a veces las mujeres refugiadas no quieren tomarlo porque entonces necesitarán ir al baño y temen hacerlo», añadió.
Muchas organizaciones locales y extranjeras y trabajadores humanitarios construyeron letrinas y pozos entubados en los campamentos, pero a menudo no se mantuvo la distancia óptima.
«La Organización Mundial de la Salud (OMS) descubrió que 60 por ciento de las fuentes de agua analizadas estaban contaminadas con E. coli», indicó Olivia Headon, oficial de información para emergencias de la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), que provee servicios de agua, saneamiento e higiene tanto a los rohinyás como a las comunidades anfitrionas.
«La OIM ofrece áreas de saneamiento y de servicios de agua, saneamiento e higiene privados a las mujeres en la comunidad bangladesí, pero en los asentamientos rohinyás se desarrollan áreas similares, aunque tienen el problema de la falta de espacio», explicó.
Riesgos de brotes de enfermedades
Considerada la minoría más perseguida del mundo por la Organización de las Naciones Unidas, los rohinyás carecían de muchos servicios básicos en Birmania, incluso de atención médica.
Un gran número de los nuevos refugiados sufría de muchas enfermedades antes de su llegada a Bangladesh, como hepatitis B, hepatitis C y poliomielitis, y ahora se asentaron en campamentos hacinados.
Su miserable estilo de vida, sumado a la escasez hídrica y a instalaciones de saneamiento, hace que los especialistas en salud teman que estalle un brote de enfermedades. Y las mujeres, con sus limitados recursos y movilidad, están particularmente en riesgo.
«Las mujeres tendrán que soportar una desproporcionada carga en materia de salud pública y serán las que recibirán el impacto ambiental negativo», indicó Sudipto Mukerjee, director del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), en Bangladesh.
Las mujeres refugiadas sufren más cuando están menstruando, pues muchas deben reutilizar toallas sanitarias insalubres o algodón durante meses. Eso no solo eleva el riesgo de infecciones y de problemas de piel, sino que afecta la movilidad, como señala el último informe de Acnur.
«Las mujeres y las niñas limitan sus movimientos no solo porque temen el acoso, el secuestro o la trata de personas, sino también por la falta de vestimenta apropiada y de toallas sanitarias», precisa.
Hay organizaciones que distribuyen artículos para la higiene personal, pero muchas refugiadas no saben cómo utilizarlos porque nunca tuvieron.
«Algunas se ponían las toallas sanitarias como máscaras en sus rostros porque simplemente no sabían cómo usarlas», ejemplificó Lailufar Yasmin, profesora de estudios de género, de la Universidad BRAC.
«Si las personas con las cuales trabajas no saben qué hacer con la ayuda que les ofreces, no será efectiva y solo gastarás dinero», añadió.
*Se cambiaron los nombres para proteger la identidad de las personas.
Este artículo fue producido con apoyo del Programa Internacional para el Desarrollo de la Comunicación de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco).