Cada vez que alguien dice no al dinero deberíamos levantarle un monumento. Entre todos, con fondos públicos. Su imagen, su historia, debería ser portada de los telediarios y materia de estudio en las escuelas. Escasean tanto los buenos ejemplos, y están tan perseguidos, que renegar del Dios Dinero, una cuestión de higiene mental, terminará pronto […]
Cada vez que alguien dice no al dinero deberíamos levantarle un monumento. Entre todos, con fondos públicos. Su imagen, su historia, debería ser portada de los telediarios y materia de estudio en las escuelas. Escasean tanto los buenos ejemplos, y están tan perseguidos, que renegar del Dios Dinero, una cuestión de higiene mental, terminará pronto convirtiéndose en una gravísima enfermedad mental. «No quiere dinero, está loco».
El australiano Jeffrey Lee está pirado. Lee, de 36 años, último integrante del clan Djok, vive en la tierra que heredó de su familia, 12 kilómetros cuadros de terreno en las afueras del Parque Nacional Kakadu. Lee está chiflado. Bajo sus pies esconde un tesoro: 14.000 toneladas de uranio con un valor de mercado de 5.000 millones de dólares. La empresa Areva, trasnacional francesa de la energía nuclear, acaba de hacerle una oferta multimillonaria por el suelo en el que descansan sus ancestros. Sin éxito. Lee, el demente, no vende. «El dinero no me interesa. Tengo un trabajo; puedo ir a pescar y cazar. Eso es todo lo que me preocupa». El zumbado Lee tiene sus propios planes. Ha pedido al gobierno australiano y a la Unesco que protejan su tierra y ha anunciado que está dispuesto a cederla a la reserva de Kakadu. Su propuesta es muy probable que sea aceptada. «Ser parte del parque asegurará que las leyes tradicionales, sus parajes, árboles, plantas y aguas permanecerán igual que cuando me fueron entregadas por mis antepasados». Definitivamente, Lee está mal de la cabeza.
No, no y no. Alguien debería enseñarnos a decir que no. «Cultivemos ante todo la voluntad de rechazar», que decía Juan Ramón Jiménez. No. Dos letras, un nuevo mundo. No. El principio de los principios. No. El comienzo de algo distinto. Cada vez que alguien dice no al dinero deberíamos condecorarlo, consagrarlo, idolatrarlo, imitarlo… «El dinero es bueno, pero el ser humano es mejor», avisan los bamiléké africanos. Ser o no ser. El no es la cuestión. Cuanto más no, más ser humano.