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Entrevista-chat con Bertrand Badie, periodista de Le Monde:

«No existe el orden territorial ideal»

Fuentes: Le Monde

Traducido por Caty R.

Pregunta: ¿Cree que los pueblos indígenas son los olvidados del mundo?

Bertrand Badie: Efectivamente esa es una cuestión en la que la «comunidad internacional» se ha posicionado muy mal. En primer lugar porque procedemos de una larga historia donde la ley de los príncipes era la única con autoridad para dibujar el mapa del mundo. Después, cuando surgió el tema de los pueblos, especialmente a la salida de la Primera Guerra Mundial, rápidamente se vio hasta qué punto era difícil encontrar una definición aceptable del propio concepto de pueblo. Finalmente, la noción de «indigenismo» tampoco era adecuada: la descolonización ayudó indiscutiblemente a forjarlo, pero el asunto se volvía mucho más difícil cuando era necesario evaluar la existencia de un pueblo que no salía de una dominación colonial y se descubría de repente insertado en naciones a menudo muy antiguas.

La dificultad de poner un nombre a lo que nos interesa, por tanto, es la fuente más clara del olvido de las víctimas ocasionadas por esta cuestión. Hoy se transmite por un principio simple pero muy difícilmente soslayable: la única manera de garantizar la paz es aceptar a priori la legitimidad de los repartos territoriales tal como se heredan de la historia y tal como se desarrollan por el principio de soberanía aceptado, todavía hoy, universalmente. Esa es la razón por la que se impusieron enseguida al mismo tiempo el concepto de sucesión de estados y el de integridad territorial de los estados soberanos, de los que la «comunidad internacional» se convirtió en el garante natural. En realidad todo sucede como en un juego: cada uno percibe individualmente hasta qué punto la impugnación de las fronteras o los perímetros de los otros puede, a largo plazo, volverse contra él y amenazarlo a su vez en su propia integridad. Este seguro por la prudencia conduce a una continuidad en el discurrir internacional contra la que los pueblos que se descubren tienen obviamente dificultades para afirmarse. Incluso se podría decir que hay una solidaridad «de club» entre los estados, que se unen voluntariamente para limitar el derecho de entrada a los nuevos, sobre todo si éstos tienen que construirse a sus expensas.

P: ¿Naciones improbables? Usted es partidario de que se redibuje, se simplifique el mapa de los estados…

BB: Probablemente sea este el punto esencial: ¿quién está habilitado para redibujar el mapa de los estados? ¿Técnicamente se puede hacer sin originar nuevos efectos perniciosos y nuevas frustraciones? ¿Hay, en fin, un orden territorial ideal que terminaría -aunque sólo fuera en teoría- con las rebeliones de las minorías y las frustraciones de los pueblos olvidados? Estoy convencido de que ese orden ideal no existe. Por una razón muy simple: las identidades no son territorializables. Ni la religión, ni la lengua, ni la cultura corresponden a soportes territoriales que se impondrían como naturales. En primer lugar porque la historia, afortunadamente, mezcla los pueblos y crea un poco por todas partes una amalgama cultural que nadie podría borrar.

Después porque esta movilidad está acelerada hasta cierto punto por el juego de la globalización. Y finalmente no olvidemos que los pueblos puros no existen, excepto en islas alejadas e improbables, ya que cada vez más, afortunadamente, los individuos se mezclan unos con otros, se forman parejas mixtas. No olviden, por ejemplo, que en la antigua Yugoslavia se contaban dos millones de serbocroatas, es decir, de individuos que pertenecían familiarmente a estos dos conjuntos y que, con todo, mantenían una guerra sin piedad.

Querer crear territorios puros a toda costa es, por tanto, lanzarse a la purificación étnica hasta el fondo de su lógica demencial. También es abonar el terreno para los genocidios.

Por esta razón el arte de la política es el de la coexistencia y el pacto: la imposible ciudad del idéntico se sustituye entonces por la de la diversidad que sólo reunifica un territorio que se convierte en el bien común de todos los que viven allí. Es por eso por lo que el derecho del suelo prevalece técnicamente sobre el derecho de la sangre. Es por eso también que los únicos conjuntos que se pueden dibujar son los de comunidades políticas multiétnicas y de múltiples identidades. Y es por eso, finalmente, que toda cartografía del mundo se vuelve funcional partiendo de esa arbitrariedad, porque su misión es agrupar.

P: ¿Piensa que los pueblos olvidados pueden ser chivos expiatorios para ciertos estados-nación permitiéndoles estructurar su identidad o justificar los poderes autoritarios existentes (por ejemplo en el caso de Rusia y el conflicto checheno)?

BB: Es exactamente aquí donde comienza nuestra historia: el pueblo olvidado que es por el que la comunidad internacional siente el deber de movilizarse, tiene que aparecer en primer lugar como pueblo dominado. Es en el ejercicio de relación hegemónica y asimétrica, en la privación de los derechos, en la represión de toda autonomía cultural, donde el concepto de pueblo olvidado gana el contenido, a la vez jurídico y político, que le da sentido. El rechazo de una comunidad política hacia uno de sus subconjuntos con el pretexto de que no profesa la misma fe, la misma lengua o a la misma cultura, da una consistencia nítida al concepto de derecho del pueblo. Es decir, la manera más justa y objetiva de concebir un pueblo sigue siendo librarle de la dominación de la que es víctima colectivamente.

P: ¿Cómo pueden el derecho internacional y las democracias proteger a los pueblos olvidados como, por ejemplo, los kurdos o los albaneses de Kosovo?

BB: La cuestión es eminentemente difícil para un jurista ya que en primer lugar tiene que encontrar la forma de rodear el principio de soberanía de los estados; debe saber oponerse de manera rigurosa a la pretensión que tienen los estados, especialmente los más autoritarios, de regular ellos mismos y sólo ellos las cuestiones que les afectan.

Con el concepto de la responsabilidad de proteger que se generalizó, sobre todo desde 1991, este rodeo está hoy en buen camino; aunque todavía se siguen discutiendo, existen textos escritos de apoyo de la mayoría de los estados. Recordemos incluso la actitud de Francia de cara a las otras naciones cuando la acusaban de la guerra que mantenía en Argelia.

La otra dificultad, como ya indiqué, consiste en concebir criterios objetivos para construir el concepto de pueblo y distinguir entre los pueblos oprimidos y los movimientos sociales o políticos que intentan enarbolar, para otros fines, el emblema del derecho de los pueblos a disponer de sí mismos. Desde este punto de vista la jurisprudencia del Consejo de Seguridad no está muy clara.

Más generalmente, las Naciones Unidas tuvieron más problemas al salir del marco de la descolonización, que fue en realidad el único que recibió un contenido jurídico y dibujó los contornos de una legitimidad innegable.

No olvidemos por otra parte que la mayoría de los pueblos que se afirman tienen que hacerlo en contextos no democráticos donde las elecciones no existen o se adulteran y desde este punto de vista es muy difícil situar objetivamente la voluntad general. Desgraciadamente es a través de la guerra y el tratamiento internacional de los conflictos como, en la mayoría de los casos, puede evolucionar la situación.

P: ¿No es precisamente la globalización la causa de los fenómenos de «balcanizacion» por el enfrentamiento entre las culturas?

BB: La globalización juega un papel extraño ya que por una parte, e indiscutiblemente, reúne, incita a los intercambios, la interdependencia, la coexistencia y la comunicación. Pero por otra parte está claro que deshace los cuadros nacionales, incluso aquellos que recibían las comunidades políticas y las unificaban alrededor de un territorio. Al debilitar las naciones, la globalización halaga los particularismos y les da nuevas esperanzas. Pero, sobre todo, la globalización es una máquina que crea desigualdades y, más todavía, las afirma, lo que suscita el rencor, la frustración, o incluso la humillación en las víctimas abandonadas a su suerte por los cambios sociales globales. Esta crispación es la fuente ideal para que surjan nuevas identidades reivindicativas, para dar a los olvidados la idea que constituyen pueblos distintos de los que no les dan el lugar que esperan. Por esta dialéctica de la desigualdad y la humillación, la globalización se convierte paradójicamente en la gran productora de pueblos, la responsable por excelencia de la prolongación contemporánea de la lista de éstos.

P: ¿Piensa que el marco del estado-nación va «a estallar» un día bajo el efecto de las pretensiones de las minorías nacionales?

BB: Desde cierto punto de vista ya está pasando. El estado-nación no se asemeja hoy a lo que era en el siglo XIX, ni siquiera al de la época de la guerra fría. Todas las incertidumbres que nos afectan impulsan tanto a los grandes como a los pequeños, a los ricos como los pobres, al tiempo que se atomizan en torno a nuevos particularismos y también a federarse en grandes conjuntos regionales cada vez más dinámicos. Esta nueva geografía ya es bastante atentatoria contra los estados-nación tal como estaban concebidos. Pero hay más: el incremento de las reivindicaciones de identidades no ha cesado cada año, o casi, de provocar el estallido de los antiguos estados. Observe durante los quince últimos años cómo han aparecido la República Checa, Eslovaquia, Eslovenia, Bosnia, luego, el año pasado, Montenegro, para no dar más que algunos ejemplos localizados en Europa, donde se considera que existen los estados más sólidos.

El ejemplo afgano

P: Algunas zonas como Chechenia o Afganistán están en guerra permanente desde hace siglos ¿Por qué, en su opinión, la paz no termina de instalarse a largo plazo en estas zonas?

BB: La dificultad se debe a que hay un doble juego que se alimenta desde el exterior y también desde el interior. El nacimiento de las reivindicaciones de identidades está muy a menudo vinculado a un sentimiento de descontento o frustración que se sabe que, por definición, la violencia represiva no puede frenar. Al contrario, lo fomenta y, peor aún, lo legitima. Esta dinámica, que se asemeja así a un círculo vicioso, a su vez se refuerza por un juego internacional que, por distintas razones, incidió en las mismas presiones al mismo tiempo y bloqueando a la vez las posibilidades de soluciones.

Tomemos el caso de Afganistán. Es una nación ya antigua que tiene casi dos siglos de edad, lo que es muy superior a la media mundial actual de los estados-nación. Durante estos dos siglos se ha instituido un verdadero sentimiento nacional reforzado por la prueba de la presión colonial que venía en primer lugar de Gran Bretaña, a continuación de Rusia, devenida en la URSS. La guerra que ésta libró en Afganistán reforzó la cohesión nacional y religiosa del pueblo afgano y al mismo tiempo, poco a poco, dio una nueva preponderancia a las identidades étnicas que se manifestaron y reafirmaron a medida que duraba el conflicto. Pero la desdicha quiso que Afganistán haya sido instrumentalizado un poco por todo el mundo: la URSS, el vecino paquistaní, después, a partir de 2001, Estados Unidos que, apoyándose en las diferencias de identidades, creyó que podía crear las condiciones de una nueva movilización política. Actualmente el vecino paquistaní halaga la identidad pashtun (etnia mayoritaria en Afganistán, N. de T.) y viene a dar a ésta una orientación política que sirvió al mismo tiempo a los talibanes (que proceden de la citada etnia pashtun, N. de T.).

Este juego curioso, que se asemeja a lo que se podría llamar «community building» (fortalecimiento de las comunidades, N. de T.), viene a eternizar la guerra civil, pero no deja de producir nuevas bases de identidades que según aparecen se vuelven imborrables. En Chechenia, a medida que la URSS reprimía al pueblo checheno, las solidaridades musulmanes transnacionales se volvieron cada vez más visibles, más activas, dando así aún más contenido a las reivindicaciones de identidad chechenas y dificultando la solución del conflicto. Tenga en cuenta por fin que en Líbano, como en Iraq, el juego de la comunidad internacional fue halagar los particularismos, incluso los más limitados, hasta crear puntos fijos claramente peligrosos.

P: ¿El movimiento islamista puede aprovecharse de la atomización que mencionaba antes?

BB: Obviamente sí. El resultado principal de las dinámicas particularistas es debilitar la lealtad nacional y en consecuencia también la lealtad ciudadana. Frente a lo que puede conducir al hundimiento, el individuo tiende lógicamente a buscar lealtades de sustitución que se vuelven tanto más deseables en cuanto que colman un vacío, que cubren necesidades materiales y simbólicas a menudo muy agudas y aportan solidaridad más allá de las fronteras, en forma de relaciones transnacionales que la religión, mejor que cualquier otra, es capaz de asegurar. Todo eso, como contrapartida, da a los dirigentes religiosos una latitud de acción para satisfacer su estrategia y les ofrece una oportunidad única de influir en la escena internacional.

La cuestión palestina

P: ¿Piensa que el conflicto israelo-palestino incumbe realmente a la comunidad internacional y que ésta puede aportar una solución?

BB: La gran paradoja del conflicto israelo-palestino es que a pesar del clima de bloqueo actual todo el mundo conoce a priori la solución, que pasa por la construcción de un estado palestino que dé de manera precisa al pueblo de palestina el derecho a existir fuera de cualquier dominación y lo saque del estatuto de sometimiento e inferioridad en el que se encuentra encerrado. De todas las cuestiones de identidades ésta no parece, tanto desde el punto de vista de la geografía política como del derecho, la más difícil de solucionar. La gran dificultad se debe a otras consideraciones, y principalmente al formidable desequilibrio de fuerzas que permite a Israel y su aliado estadounidense jugar desde una posición favorable mientras que los palestinos se aferran a la idea de que cualquier solución que venga de la comunidad internacional es necesariamente ilusoria, irrealizable y desfavorable.

Obviamente la comunidad internacional tiene una responsabilidad. No olvidemos que es ella quien presentó al Mandato Británico la propuesta de división de la que deriva el actual reparto territorial que además empeoró considerablemente en el sentido de un desequilibrio largamente ventajoso para Israel. Desde entonces el Consejo de Seguridad adoptó varias resoluciones que hacen figura de derechos y esperan ser aplicados.

Es precisamente en la negativa a poner en práctica las resoluciones adoptadas donde reside la parálisis actual de la comunidad internacional. No se trata pues de un defecto de derecho, sino más bien de un defecto de voluntad política de utilizar la fuerza, o en todo caso la coacción, para imponer un reglamento conforme al marco que fue decidido por consenso. Aquí estamos claramente ante una situación cuyas causas de deterioro deben buscarse en un inmovilismo estratégicamente deseado y que anuncia al mismo tiempo graves peligros para el futuro.

P: Dado el estancamiento del conflicto, ¿qué acontecimiento o tipo de acontecimientos cree que podrían evidenciar a los ojos de Israel y sus aliados la necesidad de crear un verdadero estado palestino?

BB: El inmovilismo, y sobre todo el juego de fuerzas al que está asociado, tienen un coste. A medida que éste se agrave se puede pensar que todos los protagonistas de la región, y en particular Israel y Estados Unidos, se retirarán. Así procedió Francia en la guerra de Argelia, Estados Unidos en Vietnam o la propia URSS en Afganistán.

Todo el peligro está bien claro allí: el juego de algunos movimientos palestinos es apostar por la agravación de estos costes reactivando la violencia. La respuesta que hasta ahora ha dado Israel es endurecer el uso de la fuerza y en consecuencia aceptar, como se vio el verano pasado, la evaluación de estos costes. Esta peligrosa espiral inflacionista es temible ya que precisamente dado el desequilibrio de fuerzas tal como está ahora, unos y otros pueden seguir en esa escalada alimentando una esperanza absurda que hoy todavía sería racional.

Pienso que Oriente Próximo, más que cualquier otra región del mundo, está pagando muy caro el paso a una aparente unipolaridad y que el compromiso de Estados Unidos junto a Israel dificulta la salida airosa de la «pax americana». Una iniciativa autónoma de Europa habría podido reequilibrar en parte esta situación y crear ese acontecimiento que usted plantea. Esta elección de reequilibrio, bastante clara en la diplomacia europea entre 1999 (declaración de Berlín) y 2003, hoy ha desaparecido haciendo que la solución sea cada vez más improbable.

Los conflictos en la antigua URSS

P: ¿Por qué aireamos tanto los proyectos estatales fracasados en Oriente Próximo (Palestina), mientras que las regiones separatistas y los estados autoproclamados del perímetro del Mar Negro (Transnistria, Osetia del Sur, Abjasia) y el Cáucaso (Nagorno Karabach) siguen siendo casi desconocidos en Occidente?

BB: Hay muchas razones para la gran mediatización del conflicto israelo-palestino. En primer lugar debido a su excepcional duración, después por las convulsiones que creó en su entorno y por fin, y sobre todo, porque se ha convertido en el verdadero escenario de la confrontación internacional, tomando el relevo de Europa como verdadero cráter del mundo, aunque es verdad que en número de víctimas permanece a un nivel inferior de las verdaderas catástrofes que fueron los conflictos en el África de los Grande Lagos, África occidental, sur de Asia u otros lugares.

Los conflictos alrededor del Cáucaso y el Mar Negro pierden visibilidad porque su facultad de internacionalización permanece bastante limitada. Por otra parte siguen estando muy marcados por el juego, desgraciadamente banal y repetido, de la sucesión de imperios: en cuanto uno de ellos viene a desaparecer, expresiones de identidad periféricas tienden a formarse sin poder recibir fundamentos oficiales y territoriales sólidos. No se les descuida ni desacredita sin embargo, pero las potencias, al negarse a tomar las medidas necesarias, a menudo deciden ocultarlos.

P: El poder y la influencia de Putin se refuerzan, ¿qué salida de crisis, qué resolución o evolución se puede esperar en conflictos nacionalistas y de identidad en el Cáucaso (Chechenia, Abjasia, Nagorno Karabaj, etcétera)?

BB: No queda más remedio que ser pesimista ya que la «comunidad internacional» olvidó simplemente considerar que Rusia era un imperio antes de ser un estado, quizá el último imperio, con China, que quiso insertarse en un sistema de estados-nación. Aquí hay una gran contradicción que mantiene, especialmente en la periferia de Rusia, una cadena de contenciosos particularistas que conduce a lógicas peligrosamente opuestas. Por parte de Moscú, según un perfecto reflejo imperial, los márgenes pueden pretender una cierta autonomía, pero no podrían constituirse en estados-nación, que contradirían así la radiación imperial de la «Tercera Roma». Por parte de dichos pueblos periféricos, el deseo de imitar a otros y convertirse en estados-nación es obviamente incompresible.

Las grandes potencias actuaron en función de las opciones más cínicas, o al menos las más interesadas.

Para Estados Unidos pasó a ser estratégico el sostenimiento de los estados bálticos, Georgia y también Ucrania. En cambio era inútil y contraproducente apoyar a Chechenia y los potenciales microestados que saldrían de Georgia y la debilitarían. Por lo tanto todo se reúne para envenenar la situación: las pretensiones obviamente contradictorias, una alimentación internacional selectiva y un discurso del mundo que no tiene ninguna solución que aportar.

¿Un estado kurdo?

P: Turquía concentra 140.000 soldados en su frontera con Iraq. ¿Cuáles son las reivindicaciones del pueblo kurdo, a caballo de tres Estados?

BB: La cultura kurda es muy antigua, se pierde en la noche de los tiempos. El deseo de algunas élites kurdas y de una parte significativa del pueblo kurdo de constituirse en estado en cambio es mucho más reciente y aparece también, como en el Cáucaso, en el clima de hundimiento de imperios, con la desaparición del imperio Otomano inmediatamente después de la Primera Guerra Mundial. La incapacidad de todos los estados-nación de la región de integrar al pueblo kurdo, darle una ciudadanía, respetar su autonomía cultural y también, una vez más, el juego internacional y los recientes conflictos, contribuyeron a instigar esa voluntad de independencia que hoy -y con razón- inspira miedo a Turquía.

Por tanto estamos frente a una dificultad: crear un estado kurdo mutilaría por supuesto a cinco estados de la región (Turquía, Irán, Irak, Siria y Georgia). Pero sobre todo ese estado no tendría ninguna oportunidad de coincidir con una identidad kurda «purificada» de toda influencia. Piense que la primera ciudad kurda del mundo hoy es Estambul y que en el tejido del Kurdistán iraquí e iraní se encuentran muchos pueblos entremezclados que estarían a su vez dispuestos a reivindicar sus propios derechos, dando nacimiento a nuevos conflictos. Cuando se ve cómo la independencia de Kosovo corre el riesgo de crear una purificación étnica «al revés» se puede imaginar que la creación voluntaria de un estado kurdo podría conducir al mismo disparate.

El futuro del pueblo kurdo probablemente estaría más garantizado en un contexto medio-oriental pacificado que podría ayudar a construir verdaderos pactos sociales, verdaderas concordias: en definitiva es en esto -y sólo en esto- donde reside el arte de la política.

Moderado por Claire Ané.

Texto original en francés:

http://www.lemonde.fr/web/article/0,1-0@2-3210,36-934568,0.html

Bertrand Badie nació en París en 1950. Politólogo francés especialista en relaciones internacionales, ensayista y profesor en los centros universitarios «Institut d’etudes politiques de Paris» y en el «Centre d’études et de recherches internacionales (CERI), ha escrito, entre otras, las siguientes obras:

Les Deux États. Pouvoir et société en Occident et en terre d’Islam, Fayard, París 1987, reeditado en 1997.

L’État importé. Essai sur l’occidentalisation de l’odre politique. Fayard, París, 1992.

Le Reoturnement du monde. Sociologie de la scène internationale, con Marie-Claude Smouts, Presse de Sciences Po/Dalloz (Amphithéâtre), París 1992. 3ª edición 1999.

Le Défi migratoire. Questions de reltions internationales, con Catherine Wihtol de Wendwn, Presses de la Fondation nationale de Sciencies politiques, París, 1994.

La Fin des territoires, Fayard, París, 1995.

Un monde sans souveraineté, Fayard, París, 1999.

L’Impuissance de la puissance. Essai sur les incertitudes et les espoirs des nouvelles relations internationales, Fayard, París, 2004.

Caty R. pertence a los colectivos de Rebelión, Cubadebate y Tlaxcala. Esta traducción se puede reproducir libremente a condición de respetar su integridad y mencionar al autor, la traductora y la fuente.