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Sales y soles

¡No hay trato!

Fuentes: Gara

Hay gente que no puede vernos. Y con razón. Cuestión de supervivencia. Parojnai, un indígena paraguayo ayoreo-totobiegosode, cambió para siempre cuando la destrucción de la selva del Chaco, su hogar, le obligó a mantener un primer contacto con los cojñone, la gente extraña. Llevaba años esquivando a las excavadoras que no cesaban de abrir claros […]

Hay gente que no puede vernos. Y con razón. Cuestión de supervivencia. Parojnai, un indígena paraguayo ayoreo-totobiegosode, cambió para siempre cuando la destrucción de la selva del Chaco, su hogar, le obligó a mantener un primer contacto con los cojñone, la gente extraña. Llevaba años esquivando a las excavadoras que no cesaban de abrir claros y talar su tierra. «Corríamos de un sitio a otro. Parecía que la topadora nos estaba persiguiendo. Pensábamos que había visto nuestro huerto y que venía a comerse las frutas y también a nosotros».

Un día de 1998, hartos de huir, Parojnai, su mujer y sus cinco hijos, se acercaron hasta la casa del conductor de una excavadora, le abrazaron y le dijeron en su lengua: «No tengas miedo, somos gente buena». Diez años después, hace unas semanas, Parojnai murió de tuberculosis, una enfermedad inexistente en su mundo. Tenía unos 50 años. La ONG Survival considera su vida «un símbolo del destino de los pueblos indígenas de América desde la llegada de Colón».

Un roce, una cita, una relación, pueden resultar fatales. «Los pueblos indígenas no contactados, ya estén en Sudamérica, India o Papúa Occidental, permanecen aislados porque así lo eligen ya que los encuentros con el mundo exterior sólo les han traído violencia, enfermedad y muerte», denuncia Fiona Watson, coordinadora de campañas de Survival. Esta organización ha presentado esta semana en Madrid la campaña «Indígenas aislados» (www.survival.es), un documental y una exposición itinerante que recogen imágenes inéditas de estos indígenas.

Hay gente que no puede vernos. Y con razón. Más de un centenar de pueblos indígenas aislados rechazan nuestro trato, su caminar y sentir van por otro lado. Si sus derechos territoriales no son pronto reconocidos y protegidos apenas resistirán otros 20 años. Prefieren los márgenes, las afueras. Vivir desconectados de la barbarie. Vivir hasta hacerse mayores. Como dijo un líder indígena colombiano, «soñamos con morirnos de viejos». Y bien acompañados.