Recomiendo:
0

Entrevista a Yayo Herrero, ponente en un acto del Frente Cívico-Valencia y el sindicato Acontracorrent

«No me creo la dicotomía cerrada entre la autoorganización popular y las instituciones»

Fuentes: Rebelión

Una de las grandes aportaciones teóricas del feminismo, la idea de que lo personal es político, resulta hoy capital. También la consideración de las personas no a partir de grandes conceptos, sino de sus cuerpos concretos. La activista y miembro de Ecologistas en Acción, Yayo Herrero, apunta las razones: «Hay tanta gente desposeída, que se […]

Una de las grandes aportaciones teóricas del feminismo, la idea de que lo personal es político, resulta hoy capital. También la consideración de las personas no a partir de grandes conceptos, sino de sus cuerpos concretos. La activista y miembro de Ecologistas en Acción, Yayo Herrero, apunta las razones: «Hay tanta gente desposeída, que se siente sola y tiene miedo, que si las vías para construir la solidaridad no son desarrolladas por la izquierda y los movimientos sociales, y se la dejamos a colectivos neofascistas, estamos perdidos». La ingeniera agrícola, antropóloga y educadora social, defensora del decrecimiento y la economía crítica feminista, subraya asimismo que no cree en una «dicotomía cerrada» entre la autoorganización popular y las instituciones. Yayo Herrero ha participado en el Seminario de Formación Política organizado por el Frente Cívico-Valencia y el sindicato Acontracorrent. Directora de FUHEM (fundación que promueve la justicia social y la sostenibilidad ambiental) desde enero de 2012 y profesora de la Cátedra UNESCO de Educación Ambiental de la UNED, la activista es coautora de «Qué hacemos frente a la crisis ecológica» y «Cambiar las gafas para mirar el mundo. Una cultura de la nueva sostenibilidad» y ha participado en el libro dirigido por Carlos Taibo «Decrecimientos. Sobre lo que hay que cambiar en la vida cotidiana», entre otras publicaciones.

-Has participado en una conferencia titulada «Mejor con menos. Bases para un nuevo contrato social». ¿Existe esa energía acumulada, esa «masa crítica» que pueda fundamentar una nueva sociedad?

Los mimbres existen, pero hay que entretejerlos y construirlos. El sujeto revolucionario «clase obrera», tal como se había venido considerando, está bastante perdido y profundamente desmembrado. El movimiento sindical, que me parece muy necesario, creo que carece hoy de una reflexión profunda sobre las nociones actuales de «trabajo» o «clase». Nos encontramos con sectores sociales muy descontentos, perdidos porque se han quedado sin relato, pero que sienten que no caminamos por la senda adecuada. Por ejemplo, muchos sectores precarios, o gente que ha hecho todo lo que el sistema les dijo para que la cosa les fuera bien: gente joven que ha terminado su carrera, habla dos idiomas y aún así está en los márgenes; mujeres que dentro de sus hogares actúan como amortiguadoras de la precariedad vital; muchas personas excluidas y que ya no figuran en las cuentas del sistema; trabajadores pobres… Esas son las bases para el nuevo contrato social.

-¿Cómo agrupar a todos esos sectores excluidos?

Creo que hemos de construir un relato que aglutine a todas estas personas que tienen experiencia de clase, y son susceptibles de adquirir también conciencia de clase. En ese relato la mirada ecologista y feminista son imprescindibles.

¿Cuáles son actualmente, a tu juicio, los referentes más destacados en esos ámbitos?

En el estado español creo que los referentes más interesantes del ecologismo y la economía feminista son Cristina Carrasco, Amaia Pérez Orozco y Lina Gálvez, además de toda una generación de mujeres muy jóvenes que proceden del feminismo. Estas ideas circulan en muchas ocasiones en los márgenes de las facultades de Economía, también en congresos como el último de Economía Feminista celebrado en Vic (julio de 2015). Estos congresos son un hervidero en los que participan muchas mujeres, un espacio difuso que hay entre la academia y los movimientos sociales. Actualmente es el mejor cultivo de cambio que existe.

-¿Y en el campo de la economía ecológica?

Destacaría la línea de trabajo que han llevado economistas como José Manuel Naredo, que no son recientes. Naredo lleva décadas publicando en el desierto. También personas como Óscar Carpintero, o jóvenes como José Bellver, investigador de la FUHEM. Resulta asimismo muy interesante toda la economía clásica que ha trabajado en la redistribución de la riqueza; y el conjunto de reflexiones en torno a lo «común», en concreto, la tarea del Observatorio Metropolitano de Madrid, la Fundación de los Comunes y la Librería Traficantes de Sueños. En el campo de la Filosofía del Derecho, resaltaría a autoras como María Eugenia Rodríguez Palop.

-¿Hay experiencias concretas que apunten a ese nuevo contrato social que propones?

Todo lo que se articula alrededor de la Red de Economía Alternativa y Solidaria (REAS), con iniciativas como la del mercado social de Madrid: cooperativas, asociaciones, experiencias de banca ética, medios de comunicación alternativos… Subrayaría además todas las reflexiones sobre el proceso constituyente y el cambio de modelo de estado. En mi opinión, continúa siendo un referente Boaventura de Sousa Santos cuando plantea repensar el estado como «novísimo movimiento social» y experimentar, así, desde la propia institución.

¿Cómo difundir las ideas de «vivir mejor con menos» o «lo pequeño es hermoso» entre la gente común, socializada en el capitalismo de consumo y que a menudo espera la recuperación económica para volver a situaciones anteriores a la crisis?

Ése es el gran reto que tenemos en el ecologismo social, el ecofeminismo y la izquierda transformadora. Contamos con un relato muy potente. Mi experiencia es que cuando tenemos tiempo para explicar y desarrollar los argumentos, incluso en entornos hostiles, la gente los entiende muy bien. El problema es que no acabamos de saber cómo generar ese espacio donde el discurso se pueda multiplicar. Aunque los círculos de movilización de los últimos años, desde la irrupción del 15-M, se ha propagado de manera importante. Antes de 2011, hablabas a gente de movimientos sociales afines y de la izquierda sobre el «decrecimiento de la esfera material de la economía» o «vivir bien con menos» y el discurso no entraba bien. Actualmente no ocurre lo mismo.

-¿Tanta reticencia ha habido en el mundo de la izquierda a la idea del «decrecimiento»? ¿Has observado directamente el cambio que apuntas?

En los últimos años hemos «pateado» asambleas de IU locales, círculos de Podemos, asociaciones o asambleas de barrio del 15-M y la gente está ávida de escuchar y entender. Cada vez es menos necesario en esos ámbitos hablar de los límites físicos del planeta. Ahora bien, el «salto» hasta poder decir que el discurso llega de forma mayoritaria a la población todavía está lejos.

-Has publicado abundante material sobre ecologismo, decrecimiento y economía crítica feminista. ¿Qué opinas de la idea de lo «común», muy en boga en un sector de los movimientos sociales?

Me parece una referencia muy interesante. Lo que hemos de hacer es conectar bien el hilo que camina desde la propuesta de los «comunes» hasta lo «público». Es decir, dado que tenemos un problema multiescalar, necesitamos también soluciones a gran escala. Lo «común» en el ámbito de lo pequeño y municipal es más fácil de construir, pero hay también una lógica -cuando se va superando esa pequeña escala- que ha de construirse desde lo «público». Otra cuestión es que lo «público» también tenga que replantearse desde lo «común».

-Autores como Carlos Taibo han escrito sobre la necesidad de «descomplejizar» el mundo actual. ¿Estás de acuerdo?

Habría que acotar el concepto. La vida es compleja. Todo el modelo científico que se construyó a partir de la modernidad rehuía la complejidad, se basaba en múltiples certezas y trataba de definir el funcionamiento de la naturaleza y de la sociedad con una lógica mecánica, en términos de causa-efecto. Pero todo ello la ciencia lo desmintió hace mucho tiempo. Aunque nos parezca compleja, nuestra sociedad vive realmente con la lógica simple de la máquina. Así, un río es interpretado como una tubería de agua en la que quitas y pones cosas. Cuestión distinta es que hayamos construido sociedades elevadamente sofisticadas y que están basadas en tecnologías que escapan cada vez más al control humano. Estoy de acuerdo en que hemos de reconstruir un modelo de vida que sea mucho más sencillo y basado en la suficiencia, en la utilización de menos recursos y minerales y, por otro lado, mayor control de la gente sobre su propia vida.

-¿Qué piensas de la «alta velocidad» como concepto?

Me parece que la velocidad es algo sacralizado y excesivamente valorizado en nuestras sociedades. La posibilidad de ir muy rápido, de una ciudad a otra, por una vía de alta velocidad o en las comunicaciones informáticas tiene como contrapartida la destrucción del territorio, y la utilización de cantidades muy elevadas de energía que son finitas; probablemente una vida más lenta sea más adecuada a los ritmos de las personas, a la democracia -que necesita tiempo para ser desarrollada- y al funcionamiento de los ecosistemas.

-Una vez aceptada la tesis de que el decrecimiento es inevitable (se quiera o no el crecimiento económico se topará con las limitaciones del planeta), ¿debe impulsarse el decrecimiento desde las instituciones o plantearse desde la base, de manera horizontal y por los movimientos sociales al margen del estado?

No me creo la dicotomía cerrada entre la autoorganización y las instituciones, hacen falta las dos cosas. La vida humana siempre ha requerido instituciones. La cuestión es cómo crearlas. Opino que hay que promover al máximo las iniciativas cooperativas y centradas en el territorio, de soberanía alimentaria… Pero actualmente tenemos problemas como el calentamiento global o tratados como el TTIP que pueden destruir tu ecoaldea si te sitúan un pozo de fracking a centenares de kilómetros. La cuestión es que la vida se ha complicado tanto, y los puntos de decisión se han alejado de tal manera de los lugares donde vive la gente, que nos hace falta actuar en todos los ámbitos. La cuenca de un río no se puede gestionar localmente, se mide a la escala de una biorregión.

-Autores como Jorge Riechmann utilizan la expresión «colapso ambiental», idea que no ha aparecido en la Cumbre del Clima celebrada en París. ¿Camina el planeta irremediablemente hacia el colapso?

Nadie puede decir si hemos llegado a una situación de «colapso», porque científicamente es imposible determinar cuándo se ha pasado el punto de no retorno. Pero es muy posible que los ecosistemas y la biosfera estén colapsando ya. Así lo plantea el IPCC (Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático). Los procesos de «retroalimentación negativa», que siempre habían servido para tratar de mitigar las perturbaciones en el funcionamiento de la naturaleza, y llevarla al equilibrio anterior, están dejando de operar. Por ejemplo, cuando empezó a aumentar el CO2 en la atmósfera, los océanos comenzaron a absorber parte de ese dióxido de carbono para retirarlo de la atmósfera. Así se reconducía el sistema al equilibrio. Pero cuando la perturbación es muy intensa y se lanzan ingentes toneladas de CO2 a la atmósfera, esos mecanismos dejan de funcionar. Y se disparan otros, llamados de «retroalimentación positiva», que alejan al sistema del equilibrio.

-¿Cómo puede apreciarse este efecto?

Por el efecto del calentamiento global se ha empezado a descongelar el permafrost (capa helada en el suelo de las regiones muy frías o periglaciares), con lo que se liberan enormes cantidades de metano que estaban retenidas. Se da la circunstancia que el metano tiene un poder de «calentamiento» mucho mayor que el CO2. Si a ello se le agrega la crisis de biodiversidad, de energía y materiales, la alteración del ciclo del agua o cómo se está alterando la polinización y la capacidad de fotosíntesis, podemos concluir que la naturaleza está empezando a autoorganizarse de una forma que puede llevar a un nuevo equilibrio. Y que éste equilibrio no sea el que le ha venido tan bien a la especie humana, y en el que ha podido desarrollarse.

-Tras la Cumbre de París han proliferado titulares que celebran el acuerdo y los compromisos adquiridos. También se ha dicho que se sientan las bases para combatir el cambio climático. ¿Estás de acuerdo con estas conclusiones halagüeñas?

Soy muy poco optimista. Los objetivos planteados inicialmente por la Unión Europea llevaban a una subida de temperaturas de casi 3ºC, y necesitamos que la limitación se sitúe en 1,5ºC. Nadie está dispuesto a adoptar las medidas necesarias. Me refiero a un cambio drástico en el modelo de producción y consumo, que reduzca enormemente el uso de energías fósiles y deje las que quedan debajo de la tierra. También se tendría que abordar un gran proceso de reparto de la riqueza, porque hay muchos lugares del mundo que necesitarían un aumento del consumo de materiales per capita, mientras otros tienen que reducirlos drásticamente.

-Hecho el diagnóstico, ¿es posible el diálogo con la izquierda keynesiana y que continúa proponiendo el crecimiento del PIB para después repartir la riqueza?

Naturalmente, hay que continuar hablando. Sobre todo para demostrar que esas políticas keynesianas no resultan viables físicamente, o van a funcionar. Y si lo hacen, durante un tiempo corto, será a costa de crear miseria y explotación a mucha gente que se verá expulsada del sistema. Ecologistas en Acción ha estado trabajando con algunos sindicatos como ESK y ELA en el País Vasco, Solidaridad Obrera y algunos sectores, aunque minoritarios, de Comisiones Obreras. Se trata de plantear una reconceptualización del trabajo y el decrecimiento en un mundo que no podrá crecer económicamente según la lógica de usar más energía, materiales y generar mayor volumen de residuos.

-Por otro lado, ¿consideras que hay una obsesión por los números y la estadística? Parece que asuntos trascendentales para la humanidad, como el calentamiento global o la «crisis» de refugiados, se reduzcan a previsiones matemáticas, a índices y cuotas. ¿Hay un interés en alejar a la gente común de los grandes debates y dejarlos en manos de los especialistas?

Creo que las cifras y los datos nos hacen falta porque necesitamos la ciencia. Pero la disputa de la hegemonía cultural no puede hacerse a base de números. Creo que nuestra sociedad tiene un problema fundamental, que también viene derivado de ciertos límites de la ciencia, tal como se concibió durante la modernidad. Consiste en la idea de la matematización del mundo, es decir, convertir a las personas en un sujeto contable que ha de medirlo absolutamente todo para poder argumentar. Me parece escandaloso el hecho de manejarse con porcentajes y cuotas de refugiados. Cuando se encontró este verano el camión con los cadáveres descompuestos de personas refugiadas en Austria, le dije a un amigo que algún día veríamos este titular: «Encuentran miles de toneladas de carne inmigrante descompuesta en una carretera abandonada». Pero a veces la izquierda también ha incurrido en el mismo error. Nos hemos amparado en la idea de clase obrera y hemos olvidado las personas y vidas concretas que la componen.

¿Te refieres, en definitiva, a que la vida cotidiana de los individuos también es política?

Sí, creo que la política cotidiana es uno de los grandes logros del feminismo, también el pensar en los cuerpos concretos de la gente. Una de los grandes logros de la PAH fue articular una denuncia ante la UE en Bruselas, recoger firmas para promover una ILP, hacer un «escrache» a los responsables de la política de desahucios… Pero al mismo tiempo la PAH se plantaba en la casa de una persona amenazada de desahucio, para tocarla y decirle: «Mientras estemos aquí, de tu casa no te echa ni dios». Esa idea de «lo personal es político» me parece clave en el momento actual. Hay tanta gente desposeída, que se siente sola y tiene miedo, que si las vías para construir la solidaridad no son desarrolladas por la izquierda y los movimientos sociales, y se la dejamos a colectivos neofascistas, estamos perdidos.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.