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Convención Nacional Democrática. López Obrador: cuando las aguas bajan del cielo

«No se puede madurar una manzana con un soplete»

Fuentes: Rebelión/Fundación Federico Engels

Desde México 16 de septiembre Una lluvia torrencial llegó puntual al Zócalo de México para lavar, hasta sus últimas consecuencias, todo vestigio de ceguera sectaria o burocrática. Tomó su tiempo, dilató el inicio del acto final de la Convención y puso a temblar a muchos, en más de un sentido. El Zócalo se pegó una […]

Desde México
16 de septiembre
Una lluvia torrencial llegó puntual al Zócalo de México para lavar, hasta sus últimas consecuencias, todo vestigio de ceguera sectaria o burocrática. Tomó su tiempo, dilató el inicio del acto final de la Convención y puso a temblar a muchos, en más de un sentido. El Zócalo se pegó una buena ducha, se perfumó con los inciensos mejores de su historia enterrada también, ahí nomás, bajo nuestras plantas, a unos cuantos metros. Vistió sus galas mejores, sacó a relucir sus joyas predilectas, se puso un abrigo de masas con millones y millones de esperanzas y ofrendas, con millones de convicciones y dudas, con miedos y con amores. El Zócalo lució sus magnificencias y esplendores, bien bañado y bien peinado, sacudió desde sus entrañas la fuerza revolucionaria del pueblo y dio lugar al nacimiento de una era nueva para México. Nadie acudió ingenuamente en cantidad y en calidad fue una Convención convencida.
Para hacerse aun más visible el Zócalo se hizo acompañar por redobles de relámpagos que cargaron con sus fulgores eléctricos la atmósfera revolucionaria de un pueblo dispuesto a dar pasos certeros. No fue un milagro, fue una metáfora climatológica cargada de augurios y claridades para hacer visible cuanta contradicción pueda uno imaginar en una lucha de clase contra clase, en un momento concreto, con un correlato de fuerzas en plena construcción hacia un escenario de doble poder no sin peligros, no sin amenazas (propias y extrañas) no sin triunfos relativos para esta etapa. Sólo con una lógica dialéctica se hace visible.
Ese aguacero, que soportamos todos sin movernos ni un instante, ni un centímetro, movilizó cuerpo adentro las ideas, los afectos, la fraternidad y el compromiso con la lucha. Todo aquí, bajo la lluvia, es embrionario. Lluvia más bien como riego necesario para esos retoños revolucionarios en las cabezas de millones, delegados a la convención o no. Lluvia escuela, intensiva, fresca y poética para las masas que avanzan obedientes con la dialéctica de su historia. Todo naciente, todo augural, una aurora de la lucha en plena tarde de domingo. La lluvia fue inclemente, como era de esperarse, para poder lavar, a punta de gotas gordas, el barniz burgués que nos impide ver la fuerza de nuestras fuerzas a la hora en que deciden los pueblos la emancipación de sí mismos. México revolucionario retoña entre sus cenizas y sus calamidades sin optimismos bobalicones, sin pesimismos pequeño burgueses. «No se puede madurar una manzana con un soplete1«
Llovió a cantaros y a mansalva, lluvia con rabia y dirección… nadie se movió. Más bien hubo cantos, saltos, algarabía y prueba de entregas. Sólo se movieron, para no mojarse, los que estaban en el escenario de los discursos. Ellos se lo perdieron. Abajo, pecho abierto y plantas clavadas, todos resistieron el vuelco de lluvia con sabor a fértil, a triunfo. Pese a todo. La vida misma. El Zócalo pariendo la historia una vez más. Se hizo visible y lo vimos clarito.
Como era de esperarse todos quisimos más, esperábamos más, casi con esa imprudencia que tienen ciertas urgencias, casi con fervor virginal, como si se pudiese uno comer el mundo a puños, como si de pronto sintiese uno que la revolución permanente se pusiera a la mano, al alcance en lo inmediato. Y no es así. Una especie de mucho pero insuficiente, una especie de agridulce triunfal que entiende sus faltantes y le concede paciencia con prudencia. Todo lo dicho en los discursos fue también una tormenta de voces que caían y se mezclaban con las voces de abajo empeñadas en amplificar cada palabra revolucionaria en el corazón de los ausentes.
No faltaron los tufos reformistas, las insinuaciones «reconciliadoras» de clase, los arribismos y los caudillismos. No faltaron las dudas y los desacuerdos, no faltaron los aparatos ni los atropellos. No faltaron las contradicciones ni las especulaciones. La Convención Nacional Democrática quedó un tanto huérfana de debate, de propuestas, más profundas y más radicales (de las raíces) Faltó desmontar y denunciar al capitalismo con su nombre y sus seudónimos, faltó caracterizar la lucha de clases con sus cualidades y sus avances. Faltó organizar la huelga general y faltó una mayor participación de las bases.
Eso no significa que la Convención fracasara, como arengan algunos (de afuera y de adentro) Fue un triunfo de las masas, un triunfo de las organizaciones sociales de base que vienen trabajando hace mucho y que encontraron en ese Zócalo un escenario, no el único, magnífico para la construcción de lo mejor a estas horas. Fue un triunfo de las masas que hicieron suya la plaza y la voz, la fortaleza y la certeza. Fue un triunfo de millones que ratifican su no al fraude, su no a las oligarquías, su no a la miseria y a la barbarie, en sus palabras propias. Fue un triunfo de la fuerza creadora que supo no caer en provocaciones, en desánimos y en la palabrería de marrulleros burócratas. Fue un triunfo revolucionario que levanta con lo que tiene y puede su nivel de conciencia para exigirse más… mucho más. Y quienes no se sumen a esta fuerza serán rebasados más temprano que tarde por la fuerza de las masas que, se ve clarito, no darán un paso atrás. Ni con lluvias ni con metrallas.
Falta mucho y eso pone a prueba a López Obrador que a estas horas ya no se representa partidariamente a sí mismo como «candidato por el bien de todos» porque pasa a ser «presidente» mandatado para cumplir lo que ordena un proceso revolucionario de clase. Es el «presidente» sui géneris de una clase social que manda principalmente acabar con la explotación y con el saqueo. Una clase que manda terminar con un sistema que secuestra el producto del trabajo y embrutece al pueblo con sus ideologías en púlpitos diversos, incluso púlpitos mass media. Terminar con la hegemonía burguesa que aniquila personas y roba las riquezas nacionales. Transformar radicalmente el esperpento reaccionario de los gerentes neoliberales que han convertido a un país en circo de pistas múltiples para la payasada neoliberal criminal y perversa.
Falta mucho para dejar desterrado todo reduccionismo caudillista que pretende centrar en ídolos del rating lo que realmente compete a quienes luchan desde abajo. López Obrador ha de someterse a ese escrutinio social desde abajo que sabe muy bien cómo dar y quitar simpatías según los dichos pero sobre todo según los hechos. López Obrador queda a disposición de una evaluación permanente y exigente donde no tienen cabida ninguna componenda con el enemigo de clase. Ya no hay lugar para esa distinción eufemística entre «enemigos» y «contrincantes»… ya no hay lugar para ilusionarse con reconciliaciones de clase ni con los prófugos de las burocracias más aborrecidas. Ya no hay lugar para alardes mesiánicos de ningún bienintencionado capataz de pobres, de acarreados, o de sectarios. Se acabó la fiesta de lo «políticamente correcto». Se acabó la «ingeniería de Imagen» para una campaña busca votos. Llegó la hora de madurar los programas revolucionarios y las consignas transformadoras, hay que pasar pronto de un frente amplio a un frente único de clase y revolucionario. Hay que someter a juicio la propiedad burguesa, el Estado burgués, la cultura burguesa, el arte burgués… No habrá sociedad justa, sin pobres y con desarrollo pleno bajo el capitalismo.
El examen de López Obrador será diseñado diariamente por un pueblo que no resiste más demagogia y por eso es capaz de resistir cuanto aguacero se le enfrente y no aguantará otra burocracia que busque montársele de nuevo. La gente gritaba en el Zócalo «Imaz no», «Imaz no» y arriba no se escuchó ¿Será? Ningún orador se refirió a eso pero nadie abajo se olvidará de eso. El examen será difícil porque todas las apuestas han subido de nivel. El presidente del proletariado no es «logro» de sus partidos. Aunque ayuden. Por encima de todos ellos las masas tienen en su poder el poder mismo que, ya se vio, bien clarito, no puede, no debe ser propiedad privada de ninguna secta.
La Convención Nacional Democrática fue un triunfo relativo y provisional. Falta madurar muchas cosas, incluso su propia idea de democracia. Estaremos todos para contribuir hombro a hombro con las bases, dispuestos al plebiscito permanente, dispuestos a trabajar y estudiar lo que sea necesario para abrirnos paso, para no desorientarnos, para perfeccionar la dirección del movimiento que para probar su éxitos mayores deberá ver, más temprano que tarde, la dirección de esta revolución en manos de los trabajadores, los obreros y campesinos que le dan soporte, inspiración y guía a lo mejor de la Convención y a lo mejor de cada militante.
La lluvia del Zócalo fue augural. No lavó la memoria, no la maquilló y no la arrodilló al servicio del inmediatismo sectario. La lluvia cumplió su cometido de hacer visible lo necesario, gota a gota, para que quede claro como el cielo luego de la tormenta: a los trabajadores sólo los salvan los trabajadores. López Obrador debió mojarse con nosotros, le hubiese venido bien compartir, ese día, esa lluvia. No porque no la conozca sino porque nadie se moja en la misma lluvia dos veces. Hubiese sido bueno que convirtiera esa tormenta en bautizo revolucionario de su presidencia a la misma hora en que la clase proletaria lo ratificó como líder. Hubiera sido bueno verlo empaparse con nosotros, no porque nunca lo hubiera hecho sino porque esta vez, única vez, las masas se bañaron de certeza revolucionaria bajo un mismo manto de agua… agua, por cierto, en la que no pocos echaron ya sus barbas a remojar. Tenderemos cuentas claras en la próxima Convención. Marzo será y ya comenzamos a trabajar.
 

1 Frase atribuida a Adolfo Columbres.