La disolución de la Unión Soviética dejó en la miseria a la oriental región montañosa de Tayikistán, cuya población se vio obligada a retomar las costumbres nómadas.
Independiente desde 1991, Tayikistán limita con otras dos repúblicas ex soviéticas al norte y oeste, Kirguistán y Uzbekistán, con China al este y con Afganistán al sur.
Este país de siete millones de habitantes pasó de ser el más pobre de la Unión Soviéticas a ser el más pobre del mundo. La independencia significó el fin de granjas, minas, canales de irrigación estatales, además de redes de transporte y centrales de generación eléctrica.
Algunos analistas occidentales celebran el regreso a las «tradiciones ancestrales», pero muchos de los que tienen que adaptarse a la realidad del libre mercado no opinan lo mismo.
«No estaría acá si tuviera otra opción», dijo a IPS Timurbek, un filólogo ruso jubilado y dedicado a la cría de animales. «Antes la gente optaba por ser nómada, ahora es una cuestión de necesidad».
Timurbek montó su gran tienda de campaña de lana, con las paredes decoradas y alfombras en el suelo, en un campamento de una meseta de la cordillera de Pamir que está a 4.100 metros.
La cordillera abarca principalmente la provincia autónoma de Badajshán Montañoso, donde reside sólo tres por ciento de la población, poco más de 210.000 personas, pero constituye casi la mitad de su territorio.
La cordillera de Pamir tiene las montañas más altas del mundo, con altitudes de entre 3.000 y 7.500 metros. Las condiciones extremas del clima convierten a la zona en una de las menos densamente pobladas del planeta.
El navegante del siglo XIII Marco Polo describió la región como «nada más que un desierto sin asentamientos ni áreas verdes», tan fría que «ni siquiera se ve volar un pájaro».
Conocida desde el siglo XIX como «techo del mundo», la cordillera de Pamir fue recorrida por comerciantes de la ruta de seda y luego por espías rusos y británicos.
La única vía de comunicación que atraviesa las montañas es la carretera de Pamir, la segunda más larga del mundo, construida por el ejército soviético en los años 30.
La carretera está en muy mal estado y se usa principalmente para el contrabando de opio y heroína de Afganistán hacia el norte. Algunos la llaman la «ruta del opio».
«En la época de los soviéticos teníamos todo tipo de alimento en los comercios, combustible barato, autobuses y caminos en buen estado», relató Aziz, un granjero semi nómada del campamento. Mientras, su esposa manejaba en silencio una máquina rudimentaria de hacer manteca y yogur, producidos con leche de yak.
«No nos gustaba Stalin, pero aquí todo el mundo extraña a la Unión Soviética», dijo a IPS Aziz, musulmán sunita de origen kirguís. «No podíamos practicar nuestra religión libremente, pero había comida y trabajo».
Iósif Stalin (1878-1953) fue presidente de la Unión Soviética de 1927 hasta su muerte.
Además de los tayikos, parientes de los iraníes, quienes constituyen alrededor de 80 por ciento de la población de este país, en Tayikistán hay pamiris, quienes hablan varias lenguas de origen persa, y kirguís, quienes llegaron entre el siglo XVIII y XIX y hablan un idioma túrquico.
La población sobrevive de la venta de ganado y de la producción lechera, el cultivo de verduras en pequeñas huertas y de la asistencia humanitaria, gracias a la cual se evitó la hambruna que hubiera causado el bloqueo impuesto durante la guerra civil de los años 90.
Sintiéndose discriminados por el gobierno central, los pamiris de la provincia de Badajshán Montañoso declararon su independencia en 1992, lo que desató una guerra civil hasta 1997 y se cobró la vida de 100.000 personas.
Desde entonces, el gobierno se ensañó con la población de la cordillera, pese a que la mayoría sobreviven con un dólar al día.
El estilo de vida nómada del campamento sólo puede mantenerse en verano. Durante el gélido invierno, cuando las temperaturas pueden alcanzar hasta 50 grados bajo cero, Aziz y los otros pobladores se ven obligados a refugiarse en la aldea de Murgab, el mayor asentamiento en la zona con apenas 6.500 habitantes.
En el mercado de Murgab, donde la gente suele cubrirse el rostro para protegerse de los fuertes vientos que levantan nubes de polvo, la opción de productos importados se limita a galletas, pan, barras de chocolate y latas de pescado y carne, la mayoría vencidas, a precios exorbitantes.
La pobreza perjudica la educación. Algunos niños y niñas no van a la escuela porque sus padres no pueden pagar los útiles escolares ni los uniformes.
El combustible es limitado y los lugareños se ven obligados a usar tersken, un arbusto escaso, para calentar las viviendas, lo que deriva en la desertificación.
Hay posibilidades de desarrollar energía hidroeléctrica, pero los inversores la consideran una región peligrosa porque los consumidores no pueden pagar las facturas. Algunas organizaciones tratan de promover fuentes alternativas como la solar, muy eficiente a grandes altitudes.
La electricidad es tan escasa que el pueblo está dividido en dos partes que se turnan el servicio. Algunos tienen generadores, pero el precio del combustible es excesivo.
Muchas aldeas que durante décadas tuvieron electricidad para calefacción y cocinar ahora no tienen nada, ni siquiera en invierno, lo que impide el funcionamiento de escuelas y hospitales en este rincón de la hoy disuelta Unión Soviética.