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Nueva sensación de vulnerabilidad para las fuerzas de la Junta Militar en Myanmar

Fuentes: The Irrawaddy
Traducido para Rebelión por Cristina Alonso

Para las fuerzas de seguridad de Myanmar, la inseguridad flota ahora en el aire.

Hasta hace poco, eran los matones del lugar. Hacían estragos en las calles y robaban a la gente. Asaltaban los barrios, desafiando a residentes: «¡salid, si es que os atrevéis a morir!» gritaban, mientras disparaban rifles automáticos persiguiendo a las personas manifestándose en contra del régimen.

Sin embargo, parece que esos días están contados.

En las últimas jornadas, están empezando a darse cuenta de una amarga realidad: estén donde estén, ya no están seguros, incluso en grandes ciudades como Rangún.

¿Qué pruebas hay de ello?

Cualquier alma escéptica debería darse una vuelta por la ciudad, asegurándose de prestar especial atención al pasar por comisarías de policía, o por la oficina del régimen del barrio, conocida como Departamento de Administración General.

La diferencia se puede percibir en la ausencia de los soldados y policías, amenazantes con sus rifles de asalto, que antes custodiaban las puertas de estos edificios.

Ahora, las entradas presentan puestos de guardia recién levantados, fortificados con sacos de arena amontonados. Los soldados y policías, armados hasta los dientes, se agazapan detrás de ellos con expresiones nerviosas.

Al final de la calle, la fachada de la oficina del Departamento de Administración General en el municipio está ahora cubierta por una valla alta con malla metálica, como si fuera la jaula de un zoo. Lo único que le falta es el cartel de «No moleste a los animales».

Esta nueva sensación de vulnerabilidad apareció casi de la noche a la mañana, tras los asaltos letales a las fuerzas de seguridad perpetrados la semana pasada por atacantes desconocidos. En el municipio de Sanchaung, en Rangún, al menos dos miembros de las fuerzas de seguridad murieron al lanzarse explosivos contra la oficina del Departamento de Administración General en el municipio. Ocurrió a plena luz del día. Según informes no confirmados, un soldado que estaba de guardia allí murió también, pero de un disparo a corta distancia.

Al día siguiente, en una escuela secundaria reconvertida en puesto de seguridad en el municipio de Thingangyun, en Rangún, un miembro de las fuerzas del régimen fue asesinado a tiros por un atacante desconocido. Residentes del lugar informaron que se escuchó un tiroteo entre los soldados y las personas de un vehículo, al estilo Hollywood. Tras el intercambio de disparos, se produjo una explosión en el municipio.

Hasta los atentados letales sucedidos la semana pasada, Rangún era un lugar relativamente seguro para los chicos de uniforme. Operaban, a pesar de algunas explosiones dispersas, sin sufrir grandes daños. El lanzamiento de bombas a una oficina estatal, desde la carretera y a plena luz del día, era hasta entonces algo inaudito. Como también lo era la lluvia de balas recibida por los soldados que custodiaban las puertas. Pero este tipo de altercados se ha convertido ahora en realidad, y nadie sabe cuándo y dónde se producirá el próximo ataque. Cuando se produzca, con toda seguridad las víctimas serán los soldados y la policía del régimen, ya que han sido el objetivo de los ataques anteriores. Viendo el panorama, no es de extrañar que ahora se escondan tras sacos de arena para protegerse de impactos de bala, o que se coloquen a varios metros detrás de las vallas para evitar los explosivos.

El refuerzo de las medidas de seguridad no se limita a las posiciones de tropas y a oficinas gubernamentales, sino que se extiende también a las propiedades del régimen militar.

El mejor ejemplo es el recién inaugurado Hospital Materno-Infantil MoeKaung Treasure, situado en el recinto de la Oficina de Documentación Militar del municipio de Yankin, en Rangún.

El hospital, recién inaugurado a principios de este mes por el líder golpista, el General Min Aung Hlaing, ni tan siquiera parece un centro médico. Dos días después de su inauguración, dos bombas estallaron cerca de la entrada. Actualmente, la puerta está sellada. En los techos de las cabinas de seguridad de las entradas, se puede ver sacos de arena apilados con soldados armados detrás de ellos. Fuera del hospital, las barricadas zigzaguean por la carretera principal. En pocas palabras, el lugar parece más una zona de guerra que un centro sanitario para tratar personas enfermas.

La situación que enfrentan las tropas del régimen, refugiadas detrás de los sacos de arena, es deprimente. Cuando se encuentran con los ojos de transeúntes, pueden ver el odio que generan. Hoy en día, tras la matanza de más de 800 personas civiles por parte del régimen desde el golpe de estado, soldados y policía inspiran repugnancia a la mayoría de la ciudadanía de Myanmar. Pocas cosas pueden ser más desmoralizantes para un soldado que notar el desprecio del pueblo. Al mismo tiempo, las noticias que llegan de fuera de Rangún son aún menos alentadoras.

En el estado Kayah, al sureste del país, las fuerzas civiles contrarias al régimen han quemado varias comisarías. Durante el fin de semana pasado, combatientes de la resistencia mataron a más de 40 soldados del régimen en ataques de guerrilla. El número de muertos fue tan importante que la junta no mencionó la cifra al anunciar el ataque, diciendo solamente que «algunas fuerzas de seguridad murieron» y que «algunos agentes desaparecieron». En otras partes del país, como en el estado Chin y la región de Sagaing, los grupos de resistencia locales se han levantado en armas contra las tropas del régimen, con bajas en ambos bandos.

Sin embargo, a diferencia de lo ocurrido en Kayah, Chin y Sagaing, nadie ha reivindicado la autoría de los atentados mortales en Rangún. Eso hace que las fuerzas de seguridad se sientan aquí más nerviosas e inseguras. Están obligadas a asumir que cualquier persona podría ser un peligro potencial.

Mientras tanto, ver a soldados y policías totalmente equipados, escondidos detrás de sacos de arena y vallas de alambre en forma de jaula, desconcierta a las personas residentes. Cuando las fotos de soldados agachados detrás de sacos de arena se hicieron virales en Facebook, la gente se burló de ellos y los llamó cobardes. Hasta el mes de marzo, los sacos de arena eran utilizados por las personas manifestantes jóvenes contrarias al régimen, principalmente por miedo a la represión de las fuerzas de seguridad. Ahora, son los hombres de uniforme los que saborean el miedo y consideran las barricadas como imprescindibles. Bajo una foto de uno de los puestos fuertemente fortificados, una persona usuaria se limitó a dejar caer el comentario: «¡Salid, si es que os atrevéis a morir!

Fuente original en inglés: https://www.irrawaddy.com/opinion/commentary/for-myanmars-junta-forces-a-new-sense-of-vulnerability.html