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«Nuevas guerras» o continuidad contrainsurgente para los países del Tercer Mundo

Fuentes: Rebelión

Para analistas como Mari Kaldor, Pilar Calveiro y Dario Azzelini, la globalización del capitalismo neoliberal ha impulsado «nuevas guerras» en las periferias de este sistema. Según indican, estas tienen su origen en la creciente crisis de la deuda, que ha producido fragmentaciones sociales manifiestas en «estallidos violentos». De forma tal que, la conducción de las […]

Para analistas como Mari Kaldor, Pilar Calveiro y Dario Azzelini, la globalización del capitalismo neoliberal ha impulsado «nuevas guerras» en las periferias de este sistema. Según indican, estas tienen su origen en la creciente crisis de la deuda, que ha producido fragmentaciones sociales manifiestas en «estallidos violentos». De forma tal que, la conducción de las guerras ha cambiando. Señalando que al lado de los ejércitos estatales han surgido cada vez más compañías militares privadas (en inglés Private Military Contractors, PMC), paramilitares, señores de la guerra, caudillos locales, bandas criminales, fuerzas de policía, ejércitos privados y regulares, incluidas unidades escindidas de dichos ejércitos y mercenarios como nuevos actores de guerra. Sin una organización central y actuando con una mezcla de confrontación y cooperación, incluso cuando están en bandas opuestas.

Y conforme los «estados fracasados», según dichos analistas, han perdido el control sobre los instrumentos de coacción física. Se han establecido ciclos de desintegración, contrarios al ciclo integrador por el que se crearon los estados modernos. Producto de la incapacidad de conservar el control físico del territorio e inspirar la adhesión popular, así como se redujeron las posibilidades de recaudar impuestos, debilitando enormemente la base de ingresos del Estado. Aspecto que, junto a la «corrupción» y gobiernos «personalistas» han representado una enorme sangría para los Estados Fracasados.

Así aseveran que la evasión de impuestos se extiende por la pérdida de legitimidad del Estado y «aparecen nuevas fuerzas» que reclaman. Situación que provoca presiones externas para recortar los gastos del gobierno, lo cual disminuye aun más su capacidad de conservar el control y fomentan la «fragmentación de las unidades militares».

A toda esta situación indican, se le suma la predica de la ayuda externa para realizar reformas económicas y políticas que muchos de esos Estados son «constitucionalmente» incapaces de implantar. Y tal espiral; pérdida de ingresos, de legitimidad, desorden creciente y fragmentación militar. Son el caldo de cultivo en el que estallan las nuevas guerras. Por lo que el «fracaso del Estado» va acompañado de una «privatización» cada vez mayor de la violencia1. Razón misma, por la cual, las guerras se han venido realizando con menor frecuencia entre Estados nacionales y con mayor frecuencia al interior de éstos. Entre tropas regulares e irregulares, pero en todos los casos contra la población civil.

El papel de las fuerzas armadas y actores privados

Las fuerzas armadas regulares, indican, sufrieron una «descomposición», particularmente en las zonas de conflicto. Derivada de los recortes al gasto militar, el prestigio decreciente, escasez de material, piezas de recambio, combustible, munición, y una «formación insuficiente» contribuyeron para adquirir una tremenda perdida moral.

Según los autores esto ocurrió en estados africanos y postsoviéticos, donde los soldados dejaron de recibir una formación y un salario regular, dichos soldados «tuvieron» que buscar sus propias fuentes de financiamiento, lo que derivo en la indisciplina y el derrumbe de la jerarquía militar2. Asimismo, señalan que los programas del Banco Mundial han dejado ruinas estatales que posibilitaron que los señores de la guerra compitan por la gestión de la ayuda humanitaria, los recursos naturales o el control del narcotráfico.

Pero además de la privatización de la violencia, como síntoma inherente del debilitamiento del Estado. Esto también es resultado del desarrollo mismo que presenta el ejército estadounidense, el cual ha creado en su seno mismo elementos de privatización que integran la conducción de guerras a la economía de mercado. Las llamadas compañías militares privadas -generalmente fundadas por antiguos soldados de carrera- asumen hoy ya no sólo la construcción de campamentos militares, sino cada vez más (también) misiones de combate. En la actualidad se han privatizado incluso las misiones de las Naciones Unidas.

En la lógica de la «privatización militar», documenta Mari Kaldor, ha habido tanto contratados de forma individual por unidades de combate concretas, como los que forman bandas enteras. Destacando dentro de los contratos de forma individual, oficiales rusos contratados por nuevos ejércitos postsoviéticos o soldados británicos y franceses. Después de que estos se quedaron sin trabajo por las reducciones de personal posteriores al final de la Guerra Fría y entrenaron, asesoraron e incluso dirigieron a grupos armados en Bosnia, Croacia y distintos países africanos.

A este respecto, las bandas que más destacan son los muyahidines, veteranos de la guerra afgana. Estos han tenido presencia en todos los conflictos relacionados con el Islam, para lo cual según señala Kaldor, han sido financiados por el Estado Islámico, especialmente en Irán. En este sentido, dicha analista encuentra como «fenómeno nuevo» el hecho de que «empresas privadas de seguridad», reclutan a su personal entre soldados retirados de Gran Bretaña o Estados Unidos y reciben «contratos» tanto de gobiernos como de compañías multinacionales, que con frecuencia están relacionadas entres sí3.

Así, indican que analizando distintos conflictos en Latinoamérica, África, los Balcanes y Asia, no encuentran ningún tipo de «anarquía», «estallidos de violencia irracionales» o «conflictos étnicos», como se ha sugerido en innumerables medios de comunicación. Sino que han llegado más bien a descifrar un nuevo orden de guerra, donde los actores militares privados de los estados (no debido a intereses privados y protegidos por el Estado) y las elites, los utilizan para asegurar su dominio. Siendo así que, según estos autores, desde hace unos años, en casos concretos esos actores pueden ser paramilitares para la lucha contrainsurgente en Colombia y México. O compañías militares privadas que reclutaron antiguos policías para que patrullaran en los protectorados de los Balcanes, Afganistán o Irak.

Derivando en que, la misma conducción de la guerra se convierta en algunos casos en el objetivo principal de los actores privados con el fin de lograr ganancias en el capitalismo global. Aspecto que se observa, según indican, en los aparatos militares africanos, que se transformaron en empresas de la industria minera, para lo cual llevan a cabo luchas armadas entre ellas por el dominio de las minas, dejando tras de sí no sólo un inmenso número de víctimas (sólo la guerra del Congo costó la vida desde 1994 a un número de personas que oscila entre los 2,5 y 3,5 millones, siendo el 90 % civiles), sino también sociedades que tienen que reabrir otra vez sus caminos hacia la emancipación.

Luego entonces, señalan que las «nuevas guerras» no constituyen un fenómeno que pueda ser considerado como homogéneo. Diferenciándose la guerra de las compañías mineras-militares en el Congo del programa paramilitar de lucha contrainsurgente colombiana, que sigue la doctrina del Low intensity warfare (Operación militar de baja intensidad) del ejército de Estados Unidos. Un cuerpo de guardaespaldas reclutado entre mercenarios en Estados Unidos para el presidente afgano Abdul Hamid Karzai es algo distinto a los antiguos militares del ejército del apartheid sudafricano, quienes protegen hoy los oleoductos en Nigeria al servicio de consorcios transnacionales.

Antiguos generales altamente condecorados del ejército estadounidense -quienes prestan ayuda militar privada en la creación del ejército croata y permitieron que éste realizara una de las mayores «limpiezas» étnicas de la guerra de Yugoslavia-, tienen poco en común con los narcotraficantes en el Kosovo o Macedonia. Éstos libran batallas competitivas bajo la apariencia de representantes armados de «grupos étnicos», hasta ser integrados por parte de la «comunidad internacional», bajo un control de protectorado en las funciones gubernamentales4.

El marco teórico poscolonial

Estos analistas, abrevan del marco teórico de Michel Hard y Antonio Negri quienes dicen que junto con el mercado global y los circuitos globales de producción surgió un nuevo orden global, una lógica y una estructura de dominio nuevas: en suma una nueva forma de soberanía. Donde el imperio es el sujeto político que efectivamente regula los intercambios globales, es el poder soberano que gobierna el mundo. Y en concordancia con los procesos de globalización, la soberanía de los Estados-nación, si bien ha continuado siendo efectiva, ha ido decayendo progresivamente.

Aspecto derivado de que los factores primarios de producción e intercambio, el dinero, la tecnología, las personas y los bienes cruzan cada vez con mayor facilidad las fronteras nacionales, con lo cual el Estado-nación tiene cada vez menos poder para regular esos flujos y para imponer su autoridad en la economía. Según dicen, ya ni siquiera deberíamos concebir a los Estados-nación más dominantes como autoridades supremas y soberanas, ni fuera de sus fronteras ni tampoco dentro de ellas.

Puntualizando como hipótesis básica que, la soberanía ha adquirido una forma nueva, compuesta por una serie de organismos nacionales y supranacionales unidos por una única lógica de dominio. Todo lo cual conforma el «Imperio». Y que en contraste con el imperialismo, el imperio no establece ningún centro de poder y no se sustenta en fronteras o barreras fijas. Es un aparato «descentrado» y «desterritorializado» de dominio que progresivamente incorpora la totalidad del terreno global dentro de sus fronteras abiertas y en permanente expansión. Lo cual según ellos les apunta a concluir que, ya los Estados Unidos no constituyen – y en realidad ningún Estado-nación puede hoy constituir – el centro de un proyecto imperialista. El imperialismo ha terminado y ninguna nación será un líder mundial como lo fueron las naciones europeas modernas.

Para la consecución de esta realidad indican Hard y Negri, sirvió la creación de las Naciones Unidas, al revelar las limitaciones de la noción de orden internacional y apuntar más allá, hacia una nueva noción de orden global. La ONU funciono dentro de su perspectiva, como una bisagra en la genealogía de las estructuras jurídicas, desde las internacionales hasta las globales. Debido a que por un lado, toda la estructura «conceptual» de la ONU se basa en el reconocimiento y la legitimación de la soberanía de los Estados individuales y, por consiguiente, se ubica directamente dentro del antiguo esquema de derecho internacional definido por pactos y tratados.

Proceso de legitimación que sólo se hizo efectivo (según advierten) en la medida en que se transfirió el derecho soberano a un centro supranacional «real». Lo que ha traído como resultado que, lo que solía ser un conflicto o una competencia entre varias potencias imperialistas ha sido reemplazado en muchos sentidos importantes por la idea de un único poder que ultradetermina a todas las potencias.

Así, bajo la apreciación de estos autores, el imperio se forma no sólo sobre la base de la fuerza misma, sino también sobre la capacidad de presentar dicha «fuerza como un bien al servicio de la justicia y de la paz». Y «todas las intervenciones de los ejércitos imperiales responden a la demanda de una o varias de las partes implicadas en un conflicto ya existente». El imperio dicen, no nace por propia voluntad, antes bien, es convocado a nacer y se constituye sobre la base de resolver conflictos. Debido a que, el nuevo paradigma se define por la decadencia definitiva de los Estados-nación soberanos, por la desregulación de los mercados internacionales, por el fin de los conflictos antagónicos entre los sujetos Estados, etcétera5.

Transnacionalización del capital, capital monopolista de Estado y exacerbación de la lucha de clases

Mari Kaldor, Pilar Calveiro y Dario Azzellini, al seguir las huellas de Hard y Negri cometen el mismo error que ellos, pues no valoran en su justa dimensión el hecho de que el mercado mundial no surge a consecuencia de un mero incremento cuantitativo y gradual del comercio. La conversión del mercado en un mercado mundial, señala un nuevo momento en el desarrollo del capitalismo, tanto en su tendencia a una mayor expansión como a la profundización de las relaciones capitalistas en el ámbito internacional. La internacionalización no se da en el vació, esta se produce en un marco socioeconómico y político determinado. Mediante hechos de mayor complejidad y significación histórica que los simples factores financieros o tecnológicos, como resortes fundamentales de un proceso en el que una vez que se crean ciertas condiciones, la exportación de capital empieza a su vez a ejercer creciente influencia.

La creciente exportación de capital en la posguerra, lejos de ser el motor de una expansión económica fue en rigor una de sus principales consecuencias. La internacionalización del capital y concretamente la diseminación de las empresas trasnacionales no fueron solamente el fruto de la concentración y centralización del capital. En un sentido más profundo resultaron de la acentuación de la crisis general expresada en la larga depresión que siguió al colapso de 1929, en la guerra fría, en el inicio del desplome del sistema colonial y en la nueva correlación de fuerzas que la derrota del fascismo y el fortalecimiento de la democracia popular y el socialismo hicieron posible.

Además, otro gran factor que impulsa la internacionalización del capital y el fortalecimiento de las empresas trasnacionales ha sido el desarrollo del capitalismo monopolista de Estado, sin el cual habría sido imposible que incluso el capital monopolista privado aplicara la política, creara los múltiples mecanismos que impulsaron la actividad económica, como el Plan Marshall, la Doctrina Truman, el Fondo Monetario, el Banco Mundial, la Unión Europea y otros esquemas de integración regional como el TLCAN y el Acuerdo de Asociación Transpacífico (ATP).

Las empresas trasnacionales y en general el fenómeno de la internacionalización de la producción y el capital no son algo que sólo tenga que ver con el capital privado. Conciernen también al Estado, y en un sentido más amplio al capitalismo monopolista de Estado. Éste permite la intensificación de la división del trabajo y la concentración y centralización de la producción y el capital. Permite el surgimiento de enormes organizaciones económicas y la socialización de la economía al nivel del Estado y en escala internacional.

El capital monopolista de Estado libera un potencial productivo que los monopolios privados no podrían movilizar en cada país y menos todavía a escala internacional. Favoreciendo a las firmas trasnacionales y sus esfuerzos para reacomodar el capital monopolista a nivel mundial, para transferir en beneficio de un país a otro grandes cantidades de valor, a expensas de sus competidores más débiles, del capital no monopolista y, desde luego, de los pueblos. Hechos que han derivado en la crisis energética, ecológica, la cada vez más intensa lucha de clases y la consecuente militarización de la economía6.

Recordemos que tras culminar la dos guerras mundiales, el capitalismo estaba minado por doquier. La diplomacia norteamericana había fracasado hasta entonces en anular el movimiento hacia la izquierda por toda Europa y en detener la fuerza ideológica en distintos países del Tercer Mundo, empeñados en obtener su independencia. Cuando el resto del mundo aparecía hambriento y devastado, únicamente Norteamérica será el país que emerja de la contienda económicamente más poderosa que nunca. Y el dilema básico al que se enfrenta, es impedir que la izquierda se alce con la victoria entre las hambrientas masa de Europa y los deseos de independencia en el Tercer Mundo. Fortalecido económicamente, su arma principal para alcanzar sus objetivos bélicos no serán la política, ideológica ni militar, sino, conforme se esperaba, de tipo económica, herramienta con la cual Washington aspirara a resucitar el capitalismo globalmente.

Dentro la lógica naciente del capitalismo de Estado, en agosto de 1941 Roosevelt y Churchill anunciaron al mundo la Carta Atlántica, asegurando que sus países no buscaban el engrandecimiento territorial ni de otro tipo y que respetaban el derecho de todos los pueblos a elegir la forma de gobierno bajo la que querían vivir. Pero secretamente los diplomáticos y los empresarios trabajaron para que al concluir la guerra Estados Unidos fuera la primera potencia económica del mundo.

Antes de que finalizara la guerra, la administración ya estaba planeando el esquema del nuevo orden económico internacional, basado en una asociación entre el gobierno y las grandes corporaciones. Apoyándose en su absoluta superioridad económica, política y militar. Así como en el hecho de que, los países capitalistas de Europa occidental habían terminado la guerra con una economía débil y destruida. Razones por las cuales los imperialistas norteamericanos, una vez finalizada la contienda, se lanzaron a dominar el mundo. Empezaron a practicar la política de «guerra fría» contra la Unión Soviética y otros países socialistas, además de realizar esfuerzos para paralizar los movimientos de liberación nacional de las colonias y los países dependientes.7

En la nueva era anticomunista, ninguna de las antiguas potencias europeas por sí solas tenía el poder suficiente para contener el avance del socialismo, así que los Estados Unidos asumió la «responsabilidad» de preservar la seguridad del mundo occidental contra la supuesta amenaza socialista, que se expandía desde la Rusia soviética a Europa central y oriental. Pero el espejismo o la simulación de la lucha contra el comunismo, encubrirá en realidad intereses más profundos.

Estos intereses estarán centrados en realidad en el comercio realizado por grandes corporaciones. Y en lo que estas corporaciones están interesadas no es en el comercio como tal, sino en las ganancias: «la razón por la cual éstas y los gobiernos que ellas controlan se oponen a la expansión del socialismo no es precisamente porque éste reduzca sus oportunidades de importación o exportación (aunque por su puesto puede ser así), sino porque reducía necesariamente sus oportunidades de beneficiarse del comercio con y dentro de las regiones recién socializadas.

Resultando entonces que, al tomar en cuenta el hecho de que para las empresas de países capitalistas dirigentes, las tasas de utilidades derivadas del comercio con y en los países menos desarrollados y los subdesarrollados son generalmente más altas que las que se obtienen dentro del país, se puede apreciar la razón de la vehemencia en la oposición a la expansión del socialismo precisamente en esas áreas.»8

Y teniendo en mente que el Lejano Oriente y Latinoamérica serían la salida principal, en los años inmediatos posteriores a la guerra de los productos estadounidenses. A finales de 1944 se iniciaron los trabajos preparatorios para una conferencia interamericana sobre la paz y la guerra, que duraría desde el 21 de febrero hasta los primeros días de marzo de 1945, en la capital de México. En estos eventos William Clayton fue el encargado de que se aprobaran las resoluciones económicas acordes a los deseos norteamericanos: igualdad de acceso al comercio, y materias primas, menores tarifas aduaneras, eliminación del nacionalismo económico, la promoción de la inversión privada y demás asuntos por el estilo.

Respecto a lo militar la conferencia recomendó la creación de «un Estado mayor conjunto» de las repúblicas de América, para «una estrecha colaboración militar». «Los Estados Unidos consideraron a la ONU como un instrumento de poder, pero solamente como uno de los varios disponibles, y cuya función consistiría en concentrar la opinión, y reunir a las naciones pequeñas, de manera políticamente útil, en una especie de <> capaz de regular, en cierta medida, la dirección de los asuntos políticos internacionales.

De forma tal que, en ningún momento, durante la segunda guerra mundial, trataron los norteamericanos de fiarse tanto de la nueva organización política de la posguerra como de las herramientas tradicionales del poder, basadas en las alianzas de probada utilidad a lo largo del tiempo, y de la existencia de una fuerza suya de reserva. En momento alguno, antes de la conferencia de Potsdam, se propusieron los Estados Unidos, o intentaron, solucionar ninguno de sus problemas apremiantes, inmediatos políticos o económicos, por la vía de las Naciones Unidas: «Las Naciones Unidas habían nacido, por cuanto a Norteamérica se refiere, sin ilusiones, y también sin sacrificios.

La nueva organización fracasó antes de empezar a vivir, porque Washington la tenía concebida con excepciones y distingos, en una atmósfera de sospecha y manipulación, no como un foro para el acuerdo, sino como instrumento en el conflicto planteado entre las grandes potencias».9

En este contexto además, la Doctrina Truman será utilizada para mantener el viejo orden de cosas en Grecia y Turquía. Mientras que con el Plan Marshall anunciado en junio de 1947, por medio de la OTAN (Organización del Tratado del Atlántico Norte), Norteamérica se asigna la «responsabilidad» de preservar y desarrollar la economía internacional con su intervención directa. El Plan Marshall, además de ser la vía internacional de apoyo para la reconstrucción económica de Europa occidental, es el conducto para la intervención de Estados Unidos, pero principalmente de sus grandes corporaciones, que llevan consigo sus métodos de producción y sus formas de organización, el sistema fordista.

Resultando entonces que la rehabilitación y el fortalecimiento de los centros tradicionales de poder capitalista, se llevaron acabo dentro de los parámetros de la inversión privada y alineados se integraban en una alianza militar dominada por Estados Unidos para romper con la Unión Soviética y desatar la «guerra fría»,10misma que les permitiría realizar los intereses de fondo de las gigantescas corporaciones que dominan la política norteamericana.

Lo que éstas quieren es el control monopolista de las fuentes de abastecimiento extranjeras y de los mercados exteriores, que les permite comprar y vender en términos especialmente privilegiados, cambiar los pedidos de una subsidiaria a otra, para favorecer a este o aquel país, dependiendo de cuál ofrezca la política más ventajosa de impuestos, mano de obra, etc.; en una palabra, quieren hacer los negocios en las condiciones y lugares que ellos elijan. Y para esto lo que necesitan no son socios comerciales sino «aliados» y clientes dispuestos a ajustar sus leyes y políticas a los requisitos de los grandes negocios norteamericanos.11

Favoreciéndose así, desde fines de los años sesenta, a que el capital trasnacional se mueva a través de grandes empresas, a las que hoy se conoce como trasnacionales, mismas que han llegado a representar tan solo el 1% del total en operaciones, controlando gran parte del capital, de los recursos financieros, la tecnología, el personal mejor calificado, el comercio internacional y la producción del mundo capitalista.

Dichas empresas son monopolios u oligopolios, es decir poderosos consorcios que generalmente controlan o al menos ejercen gran influencia en los campos en que operan, sobre la producción y el mercado a nivel nacional e internacional. Desarrollándose inicialmente en un determinado campo, pero posteriormente se desplazan rápidamente hacia otros campos no necesariamente relacionados entre sí, con el objeto de diversificar sus actividades, reducir riesgos y ampliar su radio de influencia, su poder y sus ganancias, a partir de complejas y altamente centralizadas y tecnificadas formas de organización y funcionamiento.

Tales empresas proceden y aun tienen su origen casi exclusivamente en los países capitalistas industrializados, como EE.UU, Inglaterra, Alemania y Japón, países que efectúan cuantiosas inversiones en el extranjero, además de concentrar la mayor parte del capital financiero a escala mundial.

En su expansión, tales empresas utilizaron filiales que funcionaron de acuerdo con las leyes de los países en que operan, (aunque hoy han logrado la modificación constitucional de países como México y Argentina) soliendo actuar como empresas mixtas en las que participa capital local. Mientras que otras son controladas totalmente por la empresa matriz o compartidas con otra trasnacional u otros socios. O utilizando a menudo «holding companies» mejor conocidas como empresas «sin nacionalidad» para manejar las inversiones del grupo.

Desde hace tiempo, particularmente en los países dependientes, se ha configurado un control empresarial mixto, es decir, empresas extranjeras asociadas al capital nacional, bien en proporción mayoritaria o participando con menos de la mitad del capital, pero conservando a menudo el control real de las filiales o subsidiarias. Colocando sus inversiones además de las manufacturas, en las actividades más dinámicas, así como en las de mayor valor estratégico: materias primas básicas, energía nuclear, química y petroquímica, ciertas áreas de la construcción, electrónica e industrias metal-mecánicas (concretamente automotriz y de autopartes) y maquinaria y equipos industriales.

Al operar con mayor frecuencia en países dependientes, fusionan empresas o compran negocios ya establecidos que prefieren vender a competir con ellas. Así, realizan en realidad un comercio intra-firmas, es decir en el seno de cada corporación, lo que en otras palabras significa que la producción se internacionaliza como nunca antes pero sin cambiar realmente de dueño.

Interesándose además, en los países dependientes debido a su desarrollo industrial y la magnitud, crecimiento y poder de compra de su población ofrecen amplios mercados en rápida expansión, ciertas materias primas, energéticos a precios inferiores a los del mercado internacional, infraestructuras que pueden utilizarse en condiciones muy ventajosas, bajos impuestos, generosos subsidios estatales, mano de obra abundante y barata, gobiernos amistosos, empresarios locales con los que el capital extranjero pueda incluso asociarse y entre quienes encuentre una buena acogida, y condiciones relativamente estables, en las que no este a la vista cambios bruscos y desde luego luchas sociales y transformaciones revolucionarias que afecten al capital en su conjunto12.

Desde la crisis de los 70′, las Empresas Trasnacionales «redesplegaron» su industria, es decir, trasladaron ciertas líneas a otros países, particularmente a «zonas libres» o «francas», mejor conocidas como «plataformas de exportación» que han ofrecido países como México, Brasil, Corea del Sur, Taiwan, Singapur, Malasia entre otros, con muy bajos costos de instalación y operación, regímenes que les otorgan las más amplias facilidades para producir y exportar, han podido establecer empresas «maquiladoras».

Pero en general, estas son industrias de baja composición orgánica de capital, donde se fabrican fundamentalmente partes o componentes – aunque también artículos terminados – para exportar hacia los países de origen de las empresas trasnacionales y hacia otros mercados extranjeros. Con lo cual se ha trasladado a los países dependientes, sólo ciertas fases del proceso de trabajo, en general las más simples y que requieren más mano de obra de bajo nivel de calificación, trabajadores débilmente organizados, en general jóvenes que carecen de otras posibilidades de ocupación y en buena parte mujeres que reciben salarios inferiores a los de los hombres. A lo que se añade franquicias fiscales y otras facilidades que han colocado a tales empresas en condiciones privilegiadas.

Los resultados de tal estrategia ha sido un conjunto de empresas controladas casi totalmente por el capital extranjero, hechas de prisa y a veces en condiciones muy precarias e inestables, que no requieren grandes inversiones en activos fijos, con frecuencia altamente contaminantes, además de una superexplotación de quienes trabajan en ellas. Eligiendo como campo de operación una fase aislada del proceso productivo, se limitan de preferencia al montaje o ensamble, por lo que dependen en gran parte de insumos importados y producen en lo fundamental para el mercado exterior.

Por lo cual, en lugar de ser la base y el eje de un desarrollo nacional independiente se vuelven parte subordinada de una estructura internacional cuya suerte se decide en otros países, dentro de sistemas altamente centralizados y jerarquizados. Cuya integración vertical les permite a las empresas matrices influir y aun decidir el destino industrial de numerosos países dependientes.

Por tales motivos, las empresas trasnacionales reflejan como meta principal, la ganancia, no la nación. Defendiendo el «derecho» a intervenir, aun militarmente, en otros países. Pese al amplio reconocimiento internacional de la Doctrina Calvo (según la cual los inversionistas extranjeros no pueden invocar la protección de sus gobiernos), el gobierno estadounidense, en particular, en abierta violación del derecho internacional ha intervenido ilegalmente en numerosos países, a la manera hitleriana ha defendido intereses «vitales» en todas partes, mientras que por otro lado, al amparo de la Enmienda Hickenlooper se ha opuesto y ha ejercido presión sobre los países que, en ejercicio de su soberanía, han decidido nacionalizar, expropiar o confiscar propiedades de ciudadanos norteamericanos. Washington ha convertido los intereses de sus inversionistas en el extranjero en intereses «vitales» de la nación, las empresas trasnacionales han hecho de sus posiciones antinacionales supuestos valores universales que los pueblos deberían aceptar sumisamente.

Por dichas razones, el internacionalismo de las empresas trasnacionales no ha mitigado ni eliminado las contradicciones nacionales y la lucha de clases. La tesis según la cual el imperialismo ya no existe, no tiene sustento en la realidad. La verdad ha sido que las empresas trasnacionales han internacionalizado e intensificado la contradicción capital-trabajo y los grandes consorcios monopolistas no trabajan para la comunidad ni en bien de la nación en que operan.

Recuérdese la manera en que las empresas trasnacionales han defendido sus intereses por todos los medios a su alcance no sólo económicos y diplomáticos, sino que han incluido el sabotaje, la calumnia, el terrorismo, el asesinato y la intervención militar, desde los casos de Guatemala, bajo el gobierno de Arbenz con la United Fruit Company, la Cuba revolucionaria, en Chile Allende con la ITT y los casos de Nicaragua y El Salvador. Estrategias que se han opuesto al progreso social y a la liberación nacional, a que los pueblos sean realmente independientes, pero sobre todo a que conquisten el poder e implementen una genuina democracia popular.

Las empresas trasnacionales han tenido como interés primordial en el Tercer Mundo, preservar el estado de cosas, permitiendo a lo sumo pequeños cambios con los cuales todo siga igual, mantener la explotación y la subordinación respecto al imperialismo y tratar de detener, la marcha de la historia aun que sea por los medios más violentos. Para lo cual es menester e imprescindible la estrecha relación entre el capital monopolista y el Estado, tanto en los países industriales como en algunos dependientes.

Ya Raúl Prebisch había afirmado desde hace años, que las empresas trasnacionales no podrían por si mismas cambiar el sistema económico ni los patrones de consumo. Según él, tal decisión depende de los gobiernos. Por lo cual, las facilidades que éstos prestan a dichas empresas es esencial para la explotación de la fuerza de trabajo. Los gobernantes con el apoyo de las instituciones financieras internacionales, proveen a las empresas trasnacionales infraestructura industrial, de servicios públicos y de incentivos donde se concentra la mano de obra barata, convirtiéndolas además en las principales beneficiarias de las economías comerciales, monetarias y fiscales que favorezcan cada vez más los movimientos de mercancías y de capitales en las «zonas de libre exportación».13

De suerte tal que, la íntima relación entre los Estados y las empresas trasnacionales pese a desacuerdos, fricciones y contradicciones por lo general no antagónicas. Y bajo la presión de la crisis que ha venido exacerbándose desde 1970, ha adquirido nuevas modalidades, y se ha hecho más cercana tanto en los países imperialistas como en los dependientes. Así en los países dependientes que han seguido los lineamientos del Fondo Monetario Internacional y han profundizado las políticas económicas neoliberales han sufrido un continuo proceso de empobrecimiento de las mayorías y un proceso de reconversión de los Estados nacionales, más no su desaparición.

Puesto que el neoliberalismo es una doctrina que ha sustentado una verdadera guerra económica contra la mayoría de la población que son los asalariados. Las políticas neoliberales, decididas en los centros de poder financiero trasnacional, bautizadas como de «la globalización», pretenden alcanzar la «eficiencia económica», escudándose en nociones tan vagas como la de la «modernidad» o «la de la sociedad tolerante». Pero logrando precisamente todo lo contrario, particularmente en América Latina se ha dado una concentración sin precedentes de la riqueza, el empobrecimiento y el desempleo o el subempleo de la mayoría de la población económicamente activa y la condena de millones de seres humanos a un estado de desnutrición que disminuye sus facultades físicas e intelectuales.

Además de negarnos el derecho a la salud, a la educación y a la misma tierra. Sentenciándonos a vivir en la injusticia y sin la posibilidad de un futuro digno. Tan sólo en México, en las experiencias neoliberales de los gobiernos de De la Madrid (1982-1988), Salinas (1988-1994) y Zedillo (1994-2000) el nivel de vida se redujo en comparación al que se tenía en 1993, hecho reconocido por los mismos medios estadounidenses, pese a que el Estado vendió cientos de empresas públicas según los cánones del FMI y del Banco Mundial.

Por tales motivos la cuestión del Estado sigue estando en el centro del debate de las políticas neoliberales y la lucha de clases que se ha desatado (que no nuevas guerras). Debido a que el neoliberalismo ha tendido a reconvertir a los viejos Estados nacionales, sustentados en la tutela de los derechos sociales y de las políticas de bienestar, en Estados subordinados a los centros de poder financiero internacional. El desmantelamiento del marco constitucional y jurídico de los países para suprimir de este, los derechos de la Nación sobre el subsuelo y el espacio aéreo, las antiguas formar de tenencia de la tierra, las garantías de los trabajadores y de los sindicatos, los sistemas de seguridad social o la privatización de Universidades publicas.

Ante esta creciente desigualdad económica, social y cultural, el Estado viene recurriendo al fortalecimiento de actos de terror y autoritarismo, mediante entes aparentemente «privados», pero que en realidad responden a los viejos modelos contrainsurgentes perfeccionados desde los años ochenta por Washington y sus Estados clientes en Centroamérica.

Estos dejaron a esos países devastados, cubiertos por cientos de miles de cuerpos torturados y mutilados. Dirigidas y promovidas por Washington, las guerras terroristas en ese momento estuvieron dirigidas en gran medida contra la Iglesia, que se atrevió a adoptar «la opción preferencial para los pobres». La década inicio con el asesinato de un arzobispo y termina con la matanza de seis líderes intelectuales jesuitas, en ambos casos por fuerzas armadas y entrenadas en Washington.

Y aun sin contar con la escusa de la «amenaza soviética», Woodrow Wilson invadió Haití (y a la República Dominicana), desmantelo el sistema parlamentario porque se negó a adoptar una constitución «progresista» que permitiera a los norteamericanos apropiarse de las tierras de Haití. Mato a miles de campesinos, restauro virtualmente la esclavitud y dejo al país en manos de un ejército terrorista como plantación estadounidense y posteriormente como una plataforma de exportación para empresas de ensamblaje bajo condiciones miserables14.

De los conflictos entre naciones a la exacerbación de la lucha de clases: evolución del uso de criminales como método contrainsurgente

Como el éxito o el fracaso para alcanzar los fines económicos norteamericanos durante la guerra dependería casi enteramente de la capacidad para ganar la cooperación de la Gran Bretaña. Durante los años 1943-1944 el Pentágono negocio dichas cuestiones con los ingleses. Conscientes los dirigentes estadounidenses de querer dominar y ajustar los mercados británicos de exportación, las balanzas inglesas en dólares e incluso las concesiones en los campos petroleros del Cercano Oriente, era crucial, desde el punto de vista estadounidense que la Gran Bretaña emergiese de la guerra no demasiado débil ni excesivamente fuerte sino dócil ente las directrices norteamericanas en los temas decisivos. Los ingleses no debían recuperar sus vastos mercados de exportación de la anteguerra, ya que tan solo en Latinoamérica, sus exportaciones bajaron de un 40% registrado en el total de importaciones latinoamericanas para 1938, al 8% en 1948.

Asimismo, la rendición de Japón le represento al Pentágono un conjunto monumental y complejo de problemas. Debido a que en los lugares conquistados por los japoneses se deshizo el viejo orden del colonialismo y como en el caso de China, la marea de los movimientos comunistas locales parecía imposible de resistir. Por doquier en el Lejano Oriente, en China, Corea, las Filipinas, las Indias Orientales Holandesas, en la Indochina, las necesidades de rechazar a la izquierda y de apuntalar a las fuerzas «estabilizadoras» de la región, era una tarea apremiante, tras el colapso militar japonés. Solamente un Japón, atenazado por las fuerzas de ocupación extranjeras, podría emerger «sano y salvo» de una situación non grata para los EE.UU.

Bajo tales premisas, el Pentágono lleva a que la Segunda Guerra Mundial culmine con los brutales ataques atómicos contra la población civil de Hiroshima y Nagasaki, proyectando hacía el futuro la práctica del terror de Estado correspondiente a la gran expansión del poder Estadounidense.

Además, a los ingleses les suspendió el Programa de Préstamos y Arriendo. Logrando a si el Pentágono que, a la par de la derrota de Japón, la situación financiera británica pasará de mala a peor. Y los ingleses, colocados en una situación imposible, se vieron obligados a acudirá nuevamente a Washington para pedir nuevos créditos. Resultado con el que contaba Norteamérica, para poder finalmente lograr el consentimiento pleno de los ingleses, y hacer la renovación económica que EE.UU deseaba.

En tanto que para el Tercer Mundo desde entonces se ha dado una gran difusión del terrorismo estatal la tortura y represión. De forma tal que, que si la guerra pareció justificar las prerrogativas económicas de quienes definieron sus intereses a corto plazo, el resultado bélico constituyo, una ruptura decisiva, a escala mundial, entre los dirigentes y los dirigidos, aspecto que aceleró la transformación de la política mundial en unas esferas, siempre crecientes, desde los conflictos entre naciones a la lucha entre unas clases y unos estratos alineados con el Estado y dependientes del mismo para su supervivencia.15 

Acordes con este esquema, gracias a la ayuda de EE.UU., hubo un fuerte crecimiento de la economía militar en un amplio sector de países como no se había dado hasta entonces, particularmente en aquellos países capitalistas como Inglaterra, Japón e Israel donde ya los círculos dirigentes de esa nación estaban acostumbrados a el uso de las armas para fortalecer su dominación clasista, luchar contra movimientos revolucionarios, conservar sus colonias y anexionarse nuevos territorios.

Así, Inglaterra ocupo el segundo lugar en gastos militares dentro de su economía y emplazamientos militares fuera de su país. Gracias a la alianza de este imperialismo con el norteamericano, reflejado en el apoyo del primero en las acciones agresivas político militares que han ejercido los EE.UU.

Mientras que Japón por su parte, tuvo una escalada militar de 421 millones de dólares en 1960 a 1.864 millones en 1971, año mismo en el que el XXV Congreso liberal democrático de ese país, aprobó una resolución donde se disponía llevar a cabo una resolución para recuperar los territorios del norte.

Y finalmente Israel, desde los años señalados ha la fecha ha terminado por convertirse en uno de los Estados más militarizados del mundo. Y después de haber ocupado extensos territorios árabes, Tel-Aviv se ha negado a cumplir las condiciones indispensables para la solución política de la Crisis generada en Oriente Medio por estos actos: sacar sus tropas de las tierras ocupadas.16

Pero ante la exacerbación de la lucha de clases, los Estados imperialistas además, han abrevado de otras medidas menos ortodoxas, como el uso y preparación de grupos criminales para fortalecer su dominación clasista. El escandalo Irán-Contra reveló la existencia de un gobierno secreto en Washington, donde una pléyade de agentes de inteligencia y militares, activos y retirados, civiles y traficantes de armas extranjeros, financiaron una guerra en el Medio Oriente (Irangate) y otra en Centroamérica (Contragate). En el Medio Oriente dicho gobierno secreto pacto con el gobierno hostil de Irán para asistirlo en una guerra que cobro un millón de vidas y en Centroamérica abasteció a un ejército mercenario, los contras.

Y para que esto fuera posible, al término de la SGM, el presidente Truman desmantela la Oficina de Servicios Estratégicos (OSS), organización que realizo acciones paramilitares y de espionaje contra Alemania y Japón. Y la refundo al inicio de la Guerra Fría para el combate contra el comunismo en la Agencia Central de Inteligencia, cuando firma el Acta de Seguridad Nacional en 1947. Esta agencia fue creada originalmente bajo la premisa de realizar operaciones de espionaje en el extranjero que brindaran información al presidente sobre asuntos de seguridad nacional. Pero al poco tiempo extendió su campo de acción hacia la desestabilización de movimientos políticos y sociales y gobiernos extranjeros mediante la guerra económica y psicológica, asesinatos y la formación de grupos paramilitares.

Por lo cual hoy es imprescindible recordar que, para impedir que los comunistas lograran victorias electorales en Francia e Italia, la CIA llevó acabo enormes operaciones de propaganda y terrorismo. En Francia la CIA recluto pandilleros corsos para minar la voluntad política de los obreros portuarios comunistas, fuerza mayor de la izquierda de ese país.

Unida en una violenta campaña anticomunista con el partido RPF de Charles de Gaulle y su rama paramilitar, la SO/RPF, así como con la rama paramilitar del partido socialista francés, la SO/SFIO para lo cual reclutaron a las familias criminales Guerini y Francisci, igual que a los pandilleros Jo Renucci y Jo Attia. Además, esta cooperación llevo a que en los años siguientes se formaran agencias de inteligencia francesas como la SDECE (integrada por Jo Attia), la SAC (a cargo de Jacques Foccart) y la OAS. Y gracias a estas se constituye la afamada Conexión Francesa que posiciono a la mafia corsa sobre el tráfico de heroína turca a Norteamérica vía Paraguay y/o Cuba.

En este sentido, la aparición del ISIS-Daesh y la captura de varias localidades y centros urbanos importantes como Sirtre por ese grupo. También permiten distinguir la extensión de la estrategia de EE.UU. de agitar la región y provocar en Libia, Argelia y Egipto -éste último país que ha firmado acuerdos militares importantes con Rusia-, escenarios similares a los que se suscitan en Siria e Irak. Siendo el objetivo de los estrategas de la OTAN justificar su presencia en el norte de África bajo el supuesto de la «lucha contra el terrorismo» y la «defensa a los derechos humanos».

Recuérdese que el ISIS o Daesh surge como una escisión de Al-Qaeda en Irak en 2004 bajo diferentes nombres, pero fue hasta 2013 cuando alcanza a ser una fuerza militar importante con un significativo número de mercenarios (más de 10 mil miembros) que le permite expandirse por todo el norte de Irak hasta llegar a controlar el noreste de Siria. Ese mismo año pasa a denominarse Estado Islámico de Irak y el Levante.

Y su objetivo principal no era luchar contra los invasores estadounidenses que en 2003 se habían apoderado de Irak y de sus campos petroleros, sino de avivar el odio entre las diferentes comunidades religiosas sunitas, chiitas y cristianos que componen esos países por medio del terrorismo, y de esta forma evitar cualquier posibilidad de unidad en las fuerzas políticas y religiosas que comenzaban a reorganizarse para combatir al invasor.

Además, innumerables documentos de la inteligencia de Rusia y Siria prueban que Estados Unidos organizó, entrenó y armó, con ayuda de Turquía y de algunas petromonarquias del Golfo árabe, al Frente al Nusra (Al-Qaeda) y al ISIS-Daesh para destruir la resistencia iraquí y al gobierno sirio, redefinir las fronteras territoriales de esos países de acuerdo al plan asomado por la administración de George W. Bush (2001-2009) conocido como «Nuevo Gran Medio Oriente» y de esta forma facilitar el control estadounidense sobre los campos petroleros de Irak.

Todo lo cual viene ocurriendo en un contexto global de despojo perpetrado por el sistema imperial, en el cual se encuentra a la cabeza Estados Unidos. Sobre Asía, África, Egipto, y México, donde el Estado viene siendo señalado como Fallido (por Washington principalmente) debido a la «infiltración» del narcotráfico hasta en las más altas esferas gubernamentalespública

Además de que Derechos Humanos y la ONU deciden realizar intervenciones militares para propagar la democracia, olvidando que la mayoría de las democracias occidentales se apoyan sobre una historia de exclusión, limpieza étnica y genocidio. Mientras que la historia asimétrica de los siglos XIX y XX han sido inscritos en el lujo de las condiciones en las que viven las sociedades occidentales, mientras que muchos países del llamado Segundo y Tercer Mundo cargamos con el peso de esa historia y el presente de la contrainsurgencia.

Y así, estas instituciones vienen coadyuvando a confirmar la imagen que se tiene del país en el exterior de Estado Fallido. En tanto que a lo interno ante la constante represión, la acción política, es encausada por estas mismas instituciones, fundadas en el sistema imperial. Para encaminar las inconformidades «democráticamente». Mientras que el asesinato de activistas, periodistas, migrantes, estudiantes, civiles indefensos, indígenas, campea por toda la República.

Bibliografía

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Ruiz Marrero Carmelo. «La CIA y su rol en el mundo contemporáneo». Investigaciones en progreso, versión en PDF.

Notas

1 Kaldor Mary. «Nuevas Guerras. Violencia organizada en la era global.» TusQuets editores, 2001. Pág. 121.

2 Ibíd. Pág. 122

3 Op. Cit. Kaldor Mari. Pág. 124

4 Kanzleiter Boris, Azzellini Dario (Recopiladores). «El negocio de la guerra». Txalapartas, 2005. Prologo.

5 Hard Michel y Negri Antonio. «Imperio». Paidós, 2002. Pp. 13-14-22-26-29-31.

6 Aguilar Monteverde Alonso, Guillen Arturo, Bernal M. Víctor, Vidal Gregorio. «El capital extranjero en México». Editorial Nuestro Tiempo, 2a edición, 1990. Pp. 22 a 27.

7 Faramazian R., «Los Estados Unidos: militarismo y economía.» Editorial Progreso 1975, Pp. 21-22

8 Ibíd. Pág. 154

9 Kolko Gabriel. «Políticas de Guerra. El mundo y la política exterior de los Estados Unidos 1943-1945». Grijalbo, 1974. Pág. 680

10 Aguilar Monteverde Alonso. «Globalización y capitalismo.» Plaza Janés, 2002. Pág. 22

11 Baran A. Paul y Sweezy M. Paul. «El capital monopolista. Ensayo sobre el orden económico y social de Estados Unidos.» Siglo Veintiuno Editores. 1982. Pp. 160-161

12 Aguilar Monteverde Alonso, Guillen Arturo, Bernal M. Víctor, Vidal Gregorio. «El capital extranjero en México». Editorial Nuestro Tiempo, 2a edición, 1990. Pp. 27 a 47

13 Aguilar Monteverde Alonso, Guillen Arturo, Bernal M. Víctor, Vidal Gregorio. «El capital extranjero en México». Editorial Nuestro Tiempo, 2a edición, 1990. Pp. 43-44

14 Chomsky Noam y Dieterich Heinz. «La sociedad global. Educación, mercado y democracia». Contrapuntos, 3a reimpresión 1996. Pp. 7 a 20

15 Ibíd. 841

16 Ibíd. Pp. 23, 25, 26,27.

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