Con motivo del centenario de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), ésta lanzará una nueva campaña para promover la protección social universal que no debería ser una opción sino ser asumida como derecho humano. La campaña reflexionará sobre el pasado, el presente y el futuro de la protección social, a la vez que está firmemente […]
Con motivo del centenario de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), ésta lanzará una nueva campaña para promover la protección social universal que no debería ser una opción sino ser asumida como derecho humano.
La campaña reflexionará sobre el pasado, el presente y el futuro de la protección social, a la vez que está firmemente arraigada en la Agenda 2030 de desarrollo sostenible de las Naciones Unidas y estimula a una audiencia lo más amplia posible para alcanzar la meta 1.3 de los Objetivos Mundiales de Desarrollo (ODS) sobre la protección social universal.
La campaña está basada en el intercambio de conocimientos, la sensibilización y la recaudación de fondos. Así como una exposición titulada 100 años de protección social será presentada en eventos públicos y en las escuelas en todo el mundo.
Cien años de seguridad social con la OIT: «Imaginemos un mundo donde ningún niño necesite trabajar para ayudar a sus padres, donde ninguna madre tenga que regresar al trabajo el día después de dar a luz, donde ninguna persona mayor se vea obligada a trabajar hasta la muerte, y donde ninguna persona con discapacidad tenga que mendigar en las calles. Para muchos de nosotros este mundo sigue siendo un sueño: señala Valérie Schmitt, Directora Adjunta del Departamento de Protección Social de la OIT.
Un dato estadístico, indica que el 55% de la población mundial vive sin protección social alguna. Es cierto que para aquellas personas que tienen acceso al seguro de enfermedad, a las prestaciones por desempleo y a la pensión de vejez con frecuencia no se dan cuenta que la protección social es un privilegio de una minoría de los ciudadanos de este mundo.
Es por este motivo que la campaña de la OIT está dirigida a un público lo más amplio posible, que sus interlocutores tradicionales: los gobiernos, los agentes sociales, los socios de desarrollo y el mundo académico. Una ampliación que va desde el sector privado hasta las organizaciones filantrópicas
(Hay) otra cara del informe
Así formuladas las cosas, la pretensión de justicia social es inobjetable para los hombres de nuestro tiempo y pienso que uno de los grandes avances de nuestra época es haber llegado a esa sensibilidad. A lo largo de la historia muchas cosas que parecían obvias, que se daban por supuestas, que se aceptaban sin siquiera cuestionarse, han ido apareciendo como intolerables, (aunque aún se practiquen); la violencia de género, la represión, la tortura, los crímenes de lesa humanidad etc.
Por lo tanto, diremos que la búsqueda de justicia social, que ofrece a cada hombre y a cada mujer en el trabajo la posibilidad de reivindicar libremente y en igualdad de oportunidades su justa participación en las riquezas que han contribuido a crear, tiene hoy tanta fuerza como cuando la OIT fue creada en 1919.
La economía global ha crecido a una escala que carece de precedentes históricos. Con la ayuda de las nuevas tecnologías, las personas, los capitales y las mercancías se mueven entre los países con una facilidad y una rapidez tales que han creado una red económica global interdependiente que repercute prácticamente en todos los habitantes del planeta. La globalización sin lugar a duda ha brindado oportunidades y beneficios a muchas personas, pero al mismo tiempo millones de trabajadores y de empleadores de todo el mundo han tenido que hacer frente a nuevos y algunas veces a trágicos desafíos.
La economía globalizada ha desplazado a trabajadores y empresas a nuevos destinos, ha traído consigo repentinas acumulaciones o transferencias de capitales, y ha ocasionado inestabilidad financiera, todo lo cual contribuyó a provocar la crisis económica mundial de 2008.
Más aún, diez años después de la crisis económica y social de 2008, la situación del empleo mundial sigue siendo «dispar»: si algunas economías avanzadas han logrado recuperar parte de los empleos perdidos, eso sí, en la mayoría de los casos, reformando sus legislaciones laborales generando todo tipo de contratos y muchas veces en condiciones de cuasi esclavitud, otras economías aún están enfrentadas con desafíos significativos respecto a su mercado de trabajo y las perspectivas sociales siguen deteriorándose.
Los avances registrados hasta el año 2012 en la disminución del empleo vulnerable se han detenido, situando en 2017 a un total de 1.400 millones de trabajadores en esa situación de precariedad. La OIT prevé que 35 millones de personas se añadirán a esa coyuntura durante el 2019, señalando además que 3 de cada 4 personas en los países en desarrollo se verá afectada por el empleo vulnerable.
Se estima según la OIT que en este año (2018) el número de personas que viven en condiciones de pobreza extrema será de 176 millones, o el equivalente al 7,2 por ciento de todas las personas empleadas. Otros Informes, de la organización destacan que el número de trabajadores que viven en pobreza extrema se mantendrá por encima de 114 millones, afectando al 40% de las personas empleadas en 2018.
En vista de que la desigualdad no sólo conduce a una disminución de la productividad, sino que también engendra la pobreza, la inestabilidad social e incluso el conflicto. Produjo efecto en esa nebulosa abstracta que es la comunidad internacional, reconociendo la necesidad de establecer algunas reglas básicas del juego para garantizar que la globalización ofrezca oportunidades justas de prosperidad para todos.
Tanto la Declaración de la OIT sobre la justicia social para una globalización equitativa de 2008 como el Pacto mundial del empleo de 2009 destacaron la pertinencia del mandato de la OIT para promover la justicia social utilizando los medios de los que dispone la Organización, comprendida la promoción de las normas internacionales del trabajo.
Me constan las buenas intenciones de estas iniciativas, hay en ellas gente valiosa con muchas horas de estudios, de trabajo, de ilusiones, y generalmente buenos salarios. Pero siempre en su análisis, a mi entender adolece o se olvidan de la dialéctica es decir de una formulación clara del problema con su contradicción. El problema que no se puede estar sentado en dos sillas a la vez, ya que la principal contradicción es el propio sistema capitalista que dicta sus reglas de juego.
A lo largo de su historia el capitalismo ha acumulado riquezas inmensas por medio de la explotación, la violencia y los saqueos, pero no sabe ni puede saber que va a hacer con el hombre. Al arrebatar al individuo lo genuinamente humano, aturdiéndolo con los vicios del mercado, sus plataformas digitales y el consumo a ultranza. La crisis del individuo en la sociedad capitalista es la crisis del propio capitalismo, pero de ninguna manera la del hombre como tal ni de la humanidad.
Los falsificadores burgueses de los sucesos sociales actuales presintiendo a través de las crisis en periodos cada vez más frecuentes, la ruina inevitable del capitalismo, se lanzan en estas iniciativas que, si bien refinan el intelecto bajo el manto protector de la justicia social, esconde en sus intenciones la verdadera contradicción entre clases sociales.
No hay acciones antagónicas o concepciones alternativas del mundo social y económico. Aquí se llama a la participación de las grandes multinacionales, a la empresa privada, como la panacea para crear una cultura de protección social en todo el mundo. Y en el fondo es aquí que radica el eje problemático en la actual relación que fija los límites de la justicia social.
Forma legión las causas de la impunidad de las violaciones de derechos humanos cometidas por las empresas multinacionales. Presente prácticamente en todas las actividades humanas (producción, servicios, finanzas, medios de comunicación, investigación fundamental y aplicada, cultura, ocio.), estas empresas son personas jurídicas de derecho privado con una implantación territorial múltiple, pero con un centro único para tomar las decisiones estratégicas.
Gracias a las políticas neoliberales promovidas e impuestas tras más de tres décadas por parte de las instituciones financieras internacionales (sobre todo el FMI y el Banco Mundial) con el apoyo de algunos estados poderosos, se han erigido en el «motor de desarrollo».
En este sentido, la mayor parte de los Estados procedieron, por las buenas o por las malas, a privatizaciones masivas en todos los sectores de la economía, incluyendo también los servicios públicos esenciales pero indispensables para el goce de los derechos humanos y de la cohesión social, es decir la justicia social, favoreciendo de esta manera el dominio de estas sobre los recursos naturales y su monopolio en prácticamente todas las áreas de la vida.
Así, en apenas algunas décadas, las empresas han adquirido un poder económico, financiero y político sin precedente en la historia. Muchas de estas son más ricas y poseen más poder que los Estados que pretenden ayudar, hoy el 80% del comercio internacional se lleva a cabo en el marco de cadenas de valor vinculadas a las mismas.
Estas alianzas cada vez más frecuentes con los organismos internacionales tienen que llamarnos la atención, no se puede ser acusado, juez y jurado a la vez. La reflexión debe ser de rigor, la justicia social… en manos de los verdugos.
Eduardo Camín. Periodista uruguayo, miembro de la Asociación de Corresponsales de prensa de la ONU. Redactor Jefe Internacional del Hebdolatino en Ginebra. Asociado al Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE, www.estrategia.la)
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