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OMC: ¿Continuidad del estancamiento o principio del fín?

Fuentes: Cuadernos del Sur

Una nueva instancia de negociaciones, de la Ronda iniciada en el 2001 en Doha (Qtar), acaba de concluir en Hong Kong. Representantes de 150 países se reunieron para dar forma a la VI Conferencia Ministerial, que sesionó en el marco de una ciudad militarizada y conmovida por las manifestaciones populares. Sus resultados, según las informaciones […]

Una nueva instancia de negociaciones, de la Ronda iniciada en el 2001 en Doha (Qtar), acaba de concluir en Hong Kong. Representantes de 150 países se reunieron para dar forma a la VI Conferencia Ministerial, que sesionó en el marco de una ciudad militarizada y conmovida por las manifestaciones populares. Sus resultados, según las informaciones de que disponemos, son menos que modestos.

Pero conviene revisar aunque solo sea someramente los antecedentes:

La frustrada OIC y el GATT

Los orígenes de las actuales tendencias al ordenamiento de las transacciones comerciales pueden rastrearse por el año 1948, en la reunión de La Habana-Cuba donde los principales países que dominaban el comercio mundial buscaban imponer un orden que, acordado por las grandes naciones, evitara una nueva onda depresiva como la ocurrida en el inicio de los años treinta. Dieron nacimiento así a la Organización Internacional del Comercio (OIC).

Sin embargo y a pesar de ser EE.UU. una de las naciones asistentes a la reunión fundacional, y seguramente una de las que más se beneficiaría del nuevo ordenamiento, el Congreso de ese país, por la presión de sectores nacionalistas que temían perder posiciones en el mercado doméstico, se negó a ratificar los acuerdos alcanzados.

Nace entonces el Acuerdo General sobre Tarifas y Comercio (GATT), que surge como una solución de carácter transitoria. Esta transitoriedad se extendió en el tiempo y ha regido las relaciones comerciales por casi medio siglo.

El GATT fue expresión y a su vez acompañó la evolución económico social de los llamados 30 años dorados del capitalismo (1945-1975) considerados únicos e irrepetibles por los principales historiadores y economistas del mundo.

En esos años la preservación de los mercados internos, el establecimiento de límites a los movimientos del capital y de las grandes corporaciones; el cuasi pleno empleo; el establecimiento de legislaciones laborales progresivas, constituían el centro de los acuerdos que regulaban los intercambios. Varias de estas condiciones más la capacidad tecnológica y financiera que disponían, eran determinantes de las ventajas comparativas con que los Estados intervenían en el mercado mundial.

La caída de la tasa media de ganancia a fines de los años ’60, y la irrupción de los petrodólares en los inicios de la década del ’70 pusieron fin a ese ciclo dorado de la postguerra, que sin embargo -conviene recordarlo para evitar equívocos- no se desenvolvió en un lecho de rosas ya que los términos del intercambio se deterioraban persistentemente en detrimento de los entonces llamados países del Tercer Mundo, y deben recordarse los continuos reclamos por un Nuevo Orden Internacional que se desenvolvieron en aquellos años ’60 y parte de los ’70

Luego de un período de casi un cuarto de siglo -caracterizado por la reestructuración del capital, la ofensiva sobre el trabajo, la vulnerabilidad de los Estados-nación y la recuperación por el capital de los mercados de los llamados países del socialismo real- las tendencias al libre comercio se desplegaron con toda intensidad y la institución emergente es ahora la Organización Mundial de Comercio (OMC).

Creada en 1995 sus presupuestos fundacionales están en las antípodas de los que intentaron darle forma a la OIC, son expresión de los cambios y transformaciones operadas en la fase neoliberal del capital. La OMC intenta imponer reglas de liberalización comercial de los mercados con el argumento de que contribuirán al desarrollo y a elevar el nivel de vida de los ahora llamados países «emergentes».

Sin embargo ya en su primera reunión, Singapur 1996, se excluyó el tratamiento de los derechos laborales y la protección del medio ambiente con el argumento de que no eran temas comerciales, así como brillaron por su ausencia definiciones favorables a la equiparación de las condiciones de concurrencia en el mercado y la equidad en los intercambios.

Lo que en realidad se oculta es que toda esta arquitectura normativa está destinada a garantizar la integración de los negocios de las corporaciones multinacionales sometiendo a sus intereses la posibilidad de desenvolver políticas nacionales y la propia soberanía de los Estados-nación.

Por el contrario el énfasis se puso en la desregulación de los mercados, la libertad para los movimientos del capital, la libre competencia y la seguridad jurídica para los capitales.

La articulación de las relaciones comerciales sobre la base de Estados nacionales que las regulaban mediante tratados ha sido reemplazada por un llamado «sistema global» donde los temas comerciales tienen preponderancia. Así, con los condicionamientos que impone la economía mundial una política exportadora permanente se convierte en una necesidad para las naciones y por lo tanto, adquiere cada vez mayor significación la competitividad en los mercados mundiales. Las «ventajas comparativas» de entonces fueron reemplazadas por «las ventajas competitivas» de ahora.

Una existencia complicada

La Organización Mundial de Comercio ha convivido desde su nacimiento con profundas contradicciones internas, expresión de la fuerte disputa interimperialista entre los EEUU, el bloque del sudeste asiático y la Unión Europea, y la resistencia, expresada en múltiples situaciones y con diferente intensidad, tanto de los países del sur como fundamentalmente de las organizaciones de la llamada sociedad civil global.

Los hechos más destacados de esta resistencia pueden listarse en este breve e incompleto registro:

El bloqueo francés al Acuerdo Multilateral de Inversiones (AMI). El fracaso en el inicio de la llamada «Ronda del Milenio», Seattle 1998, producto de la formidable movilización de los sindicatos estadounidenses y canadienses y de movimientos sociales de diverso tipo, pero también por las fuertes contradicciones entre el NAFTA y la UE. El llamado «descarrilamiento» de la OMC en Cancún en el 2003 producto del rechazo a la propuesta conjunta EE.UU-UE sobre los subsidios agrícolas y la aparición del G20, liderado por India y Brasil, la emergencia de un numeroso grupo de países pobres con intereses comunes.

A partir de Cancún las grandes potencias redoblaron esfuerzos en los acuerdos regionales, especialmente en América latina. Pero aquí también se verifica el virtual estancamiento de las negociaciones sea en el Area de Libre Comercio para las Américas (ALCA), sea en los Acuerdos Unión Europea/MERCOSUR, a los que debe adicionarse el fracaso de la reciente Cumbre de las Américas en Mar del Plata. Todas instancias de negociación que si bien están por fuera del marco de la OMC, no pueden analizarse sin esa referencia, y a su vez la OMC no puede dejar de tener en cuenta sus resultados.

No obstante estos fracasos las grandes potencias, especialmente los EE.UU, han avanzado con acuerdos bilaterales, país por país, pero no logran el acuerdo marco que englobe el actual mosaico de relaciones que están tejiendo.

La Ronda de Hong Kong

En esta nueva Ronda, supuestamente para el «desarrollo», una vez más el centro de las discusiones fueron los subsidios que los países desarrollados (especialmente EE.UU, Canadá, UE. y Japón) destinan a la agricultura (se estiman en más de 300.000 mill. de dólares al año), por ayudas directas a la producción, subsidios a las exportaciones a lo que hay que agregar barreras arancelarias y para-arancelarias a la importación.

Pero también lograron instalar en el temario facilidades para el comercio y el acceso a mercados no agrícolas, inversiones, compras gubernamentales y la cuestión de los servicios.

Los subsidios de los grandes países operan como precio sostén en sus mercados internos generando una superproducción de granos que mantiene bajos los precios en el mercado mundial, perjudicando a otros países exportadores como Argentina y Brasil. Aunque esa no es más que una definición técnica porque cuesta hablar de superproducción de granos cuando toda una enorme franja de la humanidad no alcanza a alimentarse.

Este debate no es de simple resolución. Están en juego intereses tan concretos como contradictorios que no son solo los de las corporaciones de EEU. o la UE; también los grandes exportadores de países como Argentina y Brasil. Incluso la China que forma parte del G20, es importadora neta de granos y como tal se beneficia de los subsidios que mantienen deprimidos los precios internacionales, pero a su vez exporta a países de su zona de influencia, perjudicando esas economías regionales.

La contrapartida son los agricultores europeos, los «farmers» norteamericanos, los campesinos coreanos, indios, colombianos, mexicanos… que se agrupan en Vía Campesina. Organización internacional que cobró fuerza en los últimos años y tomó estado público en los primeros Foros Sociales Mundiales de Porto Alegre. Para estos «Ningún acuerdo es mejor que un mal acuerdo», tal la consigna de Cancún.

Es que están en juego la agricultura familiar y la soberanía alimentaria de numerosos países. Incluso para países como el nuestro que se beneficiaría ampliamente de la eliminación de los subsidios, ya que colocaría sus excedentes a mejores precios, la contrapartida local sería el fortalecimiento del modelo exportador-primarizador de la economía, de las actuales tendencias al monocultivo y acrecentaría el peso de la renta agraria con las consecuencias políticas que de esto se derivan.

Las delegaciones de los países del Sur arribaron a Hong Kong con la propuesta de que los subsidios agrícolas serían erradicados para el año 2006, a cambio aceptarían discutir acuerdos de apertura de mercados no agrícolas, la mercantilización de los servicios, inversiones, compras gubernamentales, en una actitud por demás irresponsable que entrega los mercados industriales, cede soberanía y contribuye a la primarización de nuestras economías. La Unión Europea por su parte sostiene la posición inversa: anteponía este último punto para luego pasar a discutir el tema de los subsidios.

La discusión no logró destrabarse, a la intransigencia del G20 se sumó el G90, grupo de países «pobres» (sería más correcto empobrecidos) de Africa, de Asia y del Caribe, que tomó distancia del proyecto de documento final, en tanto que Venezuela amenazó con no firmar el despacho final. Finalmente y en aras de no concluir en un nuevo fracaso el G20, que no es totalmente homogéneo y que no se opone al libre comercio sino que intenta perfeccionarlo y hacerlo más equitativo (sobre todo en beneficio de sus grandes exportadores) cedió ante las presiones de los EEUU. aceptando la propuesta de una disminución de los subsidios a la exportación (un porcentual insignificante de los 300.000 mill de dólares totales) para el 2013.

Esta decisión retrotrajo prácticamente al estado anterior a Cancún las relaciones EE.UU/UE en este tema por demás sensible. Es que para los europeos los subsidios a la agricultura tienen un valor que supera lo meramente productivo. Son la argamasa del equilibro socio-político de esas sociedades. Eliminarlos sería colocarse en los umbrales de convulsiones sociales de envergadura.

La imposibilidad de destrabar la discusión no permitió avanzar (afortunadamente) en las otras cuestiones, mercados no agrícolas, inversiones y servicios, no obstante que los países grandes ofrecieron «carnadas» en forma de ayudas económicas para apoyar la apertura de estos mercados del sur y facilitar así la firma de los acuerdos. Por si fuera poco Cuba, Filipinas y Venezuela no aceptaron los términos de un borrador inconcluso sobre estos temas.

Solo se logró avanzar en patentes medicinales para situaciones críticas y en la liberalización del comercio de unos 100 productos para 50 de los países más pobres del planeta, poco para semejante concentración de países.

Una nueva situación

Si algo merece destacarse como balance luego de Seattle, Cancún y Hong Kong, es que la resistencia real, encarnada por la llamada sociedad civil global ha crecido en forma cualitativa, en el sentido que ya no es apenas una fuerza social global multiforme que deambula de reunión en reunión, sino que resulta expresión de los múltiples movimientos sociales de resistencia que se han ido constituyendo y coordinando en cada región.

Se trata de un variopinto conjunto de organizaciones sociales, sindicales y juveniles que desde Seattle en adelante, han condicionado todas las discusiones rodeándolas de fuertes acciones militantes: movilizaciones, contracumbres, foros alternativos, acciones culturales y confrontación con los cercos de seguridad cada vez más militarizados que constituyen el marco de las deliberaciones sobre libre comercio.

América latina es un escenario privilegiado de estas movilizaciones, donde la Alianza Social Continental (ASC) actúa como nexo, coordina las acciones y traza programas de acción. Prueba de ello son las consultas populares llevadas a cabo en diversos países, que se han expresado en forma contundente, contra el libre comercio, la militarización de nuestras sociedades y el pago de la deuda.

Las consignas «Paren de controlar el mundo» y «El mundo no es una mercancía» (Seattle); «Ningún acuerdo es mejor que un mal acuerdo» (Cancún), se complementaron en Hong Kong con «Fuera la OMC», la «OMC mata campesinos» y especialmente «Paremos a la OMC».

El conjunto de contradicciones y de intereses enfrentados transformó esta VI Conferencia Ministerial de lo que sería una pomposa «Celebración por los 10 años de la OMC» en un tibio acuerdo, que no alcanzó otro contenido efectivo que volver a discutir dentro de cuatro meses en Ginebra.

Este es el único logro que pudo presentar Pascal Lamy, delegado de la UE frente al MERCOSUR. «Logro» que suena a solución de compromiso para no saldar en un nuevo fracaso como antes lo fueron Seattle y Cancún.

El futuro de la OMC entra así en un mar de tinieblas. Está muy debilitada y pareciera no tener ya fuerzas suficientes para imponer su orden.

Esta impresión, aún con la provisoriedad que pueda tener, surge de una triple constatación: Para los países que dominan los intercambios comerciales mundiales la OMC no se muestra ahora como la herramienta que fue pensada para imponer sus intereses y los de las corporaciones. Para los países del Sur haberse integrado como miembros plenos, aceptando sus normas de funcionamiento, no les ha servido para mejorar equitativamente sus intercambios ni tampoco para preservarse frente a las asimetrías de las economías mas avanzadas. Para los movimientos sociales el libre comercio incrementa las desigualdades, rompe el equilibrio ecológico y está emparentado con las guerras.

Lo que realmente subyace debajo de este proceso es el agotamiento de la fase neoliberal del capital, del cual la OMC es una expresión concreta. Las armas del neoliberalismo están melladas. Esto se constata también en la situación sin salida de la guerra de Irak, en las tendencias crecientes dentro de los propios EE.UU para retirar las tropas. Es que nunca como ahora una política de libre comercio extrema se mostró tan ligada a las tendencias militaristas, y al unilateralismo en las relaciones internacionales.

En este contexto el impulso de aquellos países que confiaban en poder reformar la OMC va cediendo espacios hacia posiciones que, como las organizaciones de la sociedad civil global, rechazan de plano su existencia como tal.

Hay aquí una situación objetiva para hacer un frente sobre una plataforma común. Plataforma que no puede ser otra que el rechazo a las tendencias del libre comercio.

Esto no significa que la OMC desaparecerá de un día para el otro, por el contrario su peligrosidad está latente, pero sí que puede ingresar en un cono de sombras, como tantas otras instituciones internacionales, sobreviviendo pero sin mayores resultados concretos.

Claro que todo dependerá, como siempre, de que los movimientos sociales no bajen los brazos, que redoblen sus esfuerzos y movilizaciones, que condicionen también al G20 y fuercen alianzas que permitan aprovechar esta nueva relación de fuerzas que se insinúa.

Que así sea.

Buenos Aires, 22.12.05

  • Integrante del colectivo EDI-Economistas de Izquierda. Revista Cuadernos del Sur

Referencias:

Un análisis más detallado de las discusiones y movilizaciones en Hong Kong puede encontrarse en:

Javier Echaide, ¿Un acuerdo a espalda de tod@s? Hong Kong 18.12.05, Informe publicado en Circular 9/05 de ATTAC Argentina.

Peter Rosset, «OMC: ni EE.UU, UE. o G20, sino todo lo contrario», La Jornada, Mexico 15.12.05

Irene León, «OMC: guión de un desenlace anunciado», Correspondencia de Prensa nº 9190, 21.12.05

Para un análisis de los resultados de Seattle y Cancún y sus proyecciones sobre Hong Kong, véase:

Williams K. Tabb, «¿OMC? Paren de controlar el mundo». En Revista Cuadernos del Sur nº 30, Bs.As. julio 2000.

Hector de la Cueva, «La batalla de Cancún: balance de una victoria» en Revista OSAL, nº 11, Bs.As. mayo-agosto 2003

Walden Bello, «El significado de Cancún», en Revista OSAL, nº 11, Bs.As. mayo-agosto

2003

para una perspectiva global véase:

Eduardo Lucita, «Libre comercio, cambios en el Estado y nueva soberanía», en Revista Cuadernos del sur nº 36, Bs. As. noviembre 2003.

Eduardo Lucita, «Estancamiento del ALCA, avance de la UE» en Correspondencia de Prensa y Rebelión, Bs.As. abril 2003