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¡Oremos por Francisco!

Fuentes: Rebelión

La humanidad entera aplaudió el discurso del Papa Francisco ante la Asamblea General de la ONU, en el que abordó los problemas más acuciantes de la humanidad. Todo, absolutamente todo lo que dijo él es crucial para el destino del planeta, sin embargo, recalco lo que más me impactó. La Carta Constitucional de la ONU […]

La humanidad entera aplaudió el discurso del Papa Francisco ante la Asamblea General de la ONU, en el que abordó los problemas más acuciantes de la humanidad.

Todo, absolutamente todo lo que dijo él es crucial para el destino del planeta, sin embargo, recalco lo que más me impactó. La Carta Constitucional de la ONU debe servir para desarrollar y promocionar la soberanía del derecho, pues la justicia es indispensable para obtener el ideal de la fraternidad universal. «En este contexto, cabe recordar que la limitación del poder es una idea implícita en el concepto de derecho. Dar a cada uno lo suyo, siguiendo la definición clásica de justicia, significa que ningún individuo o grupo humano se puede considerar omnipotente, autorizado a pasar por encima de la dignidad y de los derechos de las otras personas singulares o de sus agrupaciones sociales». Este es un requisito sin el cual la justicia, tanto humana como divina, es imposible de lograr si se busca implantar los ideales de libertad, igualdad y fraternidad proclamados por la Revolución Francesa. Se trata de rescatar el concepto de derecho, del respeto a lo ajeno, de contentarse con lo que es de uno y que cada cual sea dueño de los suyo, de tratar de ser perfectos, «como nuestro Padre que está en los cielos es perfecto» porque no podemos «servir a Dios y a las riquezas».

Dijo también que «existe un verdadero «derecho del ambiente» por un doble motivo. Primero, porque los seres humanos somos parte del ambiente. Vivimos en comunión con él, porque el mismo ambiente comporta límites éticos que la acción humana debe reconocer y respetar» Tenemos un cuerpo que «sólo puede sobrevivir y desarrollarse si el ambiente ecológico le es favorable». Dañar al ambiente es dañar a la humanidad. «Segundo, porque cada una de las criaturas, especialmente las vivientes, tiene un valor en sí misma, de existencia, de vida, de belleza y de interdependencia con las demás criaturas». Dijo que todas las creencias religiosas, el ambiente es un bien fundamental, y creen que «el universo proviene de una decisión de amor del Creador, que permite al hombre servirse respetuosamente de la creación para el bien de sus semejantes y para gloria del Creador, pero que no puede abusar de ella y mucho menos está autorizado a destruirla».

Sostuvo que «la crisis ecológica, junto con la destrucción de buena parte de la biodiversidad, puede poner en peligro la existencia misma de la especie humana. Las nefastas consecuencias de un irresponsable desgobierno de la economía mundial, guiado solo por la ambición de lucro y del poder, deben ser un llamado a una severa reflexión sobre el hombre», puesto que no es una libertad que se crea a sí mismo. «El hombre no se crea a sí mismo. Es espíritu y voluntad, pero también naturaleza».

Según el papa, abusar y destruir el medio ambiente va acompañado de un «imparable proceso de exclusión», que este «afán egoísta e ilimitado de poder y de bienestar material lleva tanto a abusar de los recursos materiales disponibles como a excluir a los débiles» a los que tienen discapacidades por estar privados de «conocimientos e instrumentos técnicos» o poseer insuficiente capacidad de decisión política. «La exclusión económica y social es una negación total de la fraternidad humana y un gravísimo atentado a los derechos humanos y al ambiente. Los más pobres son los que más sufren estos atentados por un triple grave motivo: son descartados por la sociedad, son al mismo tiempo obligados a vivir del descarte y deben injustamente sufrir las consecuencias del abuso del ambiente. Estos fenómenos conforman la hoy tan difundida e inconscientemente consolidada «cultura del descarte»».

Dijo que «El derroche de la creación comienza donde no reconocemos ya ninguna instancia por encima de nosotros, sino que solo nos vemos a nosotros mismos». Por eso, la defensa del ambiente y la lucha contra la exclusión exigen el reconocimiento de una ley moral inscrita en la propia naturaleza humana, que comprende la distinción natural entre hombre y mujer, y el absoluto respeto de la vida en todas sus etapas y dimensiones. Sin el reconocimiento de unos límites éticos naturales insalvables y sin la actuación inmediata de aquellos pilares del desarrollo humano integral, el ideal de «salvar las futuras generaciones del flagelo de la guerra» y de «promover el progreso social y un más elevado nivel de vida en una más amplia libertad» corre el riesgo de convertirse en un espejismo inalcanzable o, peor aún, en palabras vacías que sirven de excusa para cualquier abuso y corrupción, o para promover una colonización ideológica a través de la imposición de modelos y estilos de vida anómalos, extraños a la identidad de los pueblos y, en último término, irresponsables». ¡Bravo! Sólo los inconscientes están en desacuerdo.

Cómo no estar de acuerdo con el papa Francisco cuando sostiene que «La guerra es la negación de todos los derechos y una dramática agresión al ambiente. Si se quiere un verdadero desarrollo humano integral para todos, se debe continuar incansablemente con la tarea de evitar la guerra entre las naciones y entre los pueblos. Para tal fin hay que asegurar el imperio incontestable del derecho y el infatigable recurso a la negociación, a los buenos oficios y al arbitraje, como propone la Carta de las Naciones Unidas, verdadera norma jurídica fundamental». O cuando afirma que «El mundo reclama de todos los gobernantes una voluntad efectiva, práctica, constante, de pasos concretos y medidas inmediatas, para preservar y mejorar el ambiente natural y vencer cuanto antes el fenómeno de la exclusión social y económica, con sus tristes consecuencias de trata de seres humanos, comercio de órganos y tejidos humanos, explotación sexual de niños y niñas, trabajo esclavo, incluyendo la prostitución, tráfico de drogas y de armas, terrorismo y crimen internacional organizado. Es tal la magnitud de esta situación y el grado de vidas inocentes que va cobrando, que hemos de evitar toda tentación de caer en un nominalismo declaracionista con efecto tranquilizador en las conciencias. Debemos cuidar que nuestras instituciones sean realmente efectivas en la lucha contra todos estos flagelos».

También hizo un llamamiento para que «Los organismos financieros internacionales velen por el desarrollo sostenible de los países y la no sumisión asfixiante de estos a sistemas crediticios que lejos de progreso, someten a las poblaciones a mecanismos de mayor pobreza, exclusión y dependencia». ¡Bravo! A lo perfecto no hay como añadirle una coma.

Recalcó que la pésima situación en Oriente Próximo y en África se debe a «intervenciones políticas y militares no coordinadas entre los miembros de la comunidad internacional», porque «Cuando se confunde la norma con un simple instrumento para utilizarlo cuando resulta favorable y para eludirlo cuando no lo es, se abre una verdadera caja de Pandora de fuerzas incontrolables». Pero hay esperanza porque el acuerdo nuclear con Irán es «una prueba de las posibilidades de la buena voluntad política y del derecho».

Francisco habló en nombre de las mayorías del planeta, de los excluidos de los beneficios del desarrollo científico tecnológico, o sea, de los olvidados de siempre. Ojalá sus palabras sean una lección para todos los líderes mundiales e iluminen la lucha por erradicar la pobreza extrema y el hambre que actualmente agobian al 90% de la humanidad. Como dijo Yolanda Kakabadse, presidente del Fondo Mundial para la Naturaleza, «El mundo necesita una nueva era de cooperación global para asegurar su supervivencia», porque, subrayó, más que escuchar es necesario atender al llamado del Papa Francisco, y ser valientes y responsables para trabajar juntos por el bien común. A su vez Beatrice Fihn, directora de la Campaña Internacional para Abolir las Armas Nucleares, señaló que este tipo de armamento es «inmoral, sin ética e inaceptable… Los gobiernos deben responder al llamado del Papa y comenzar a negociar una nuevo instrumento para prohibir las armas nucleares».

Sólo nos queda cumplir el pedido del papa Francisco y orar por él.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.