Hace dos décadas la amenaza a la primacía económica mundial de Estados Unidos era Japón, pero se diluyó antes de ingresar a este siglo. Ahora, los nuevos campeones del crecimiento, China e India, sugieren que el tamaño de la población se convirtió en factor decisivo. Los dos países emergentes más populosos del mundo ganaron voz […]
Hace dos décadas la amenaza a la primacía económica mundial de Estados Unidos era Japón, pero se diluyó antes de ingresar a este siglo. Ahora, los nuevos campeones del crecimiento, China e India, sugieren que el tamaño de la población se convirtió en factor decisivo.
Los dos países emergentes más populosos del mundo ganaron voz y protagonismo en el tablero internacional, al punto de que se intenta darles una identidad grupal, como es el BRIC (Brasil, Rusia, India y China), pese a su desarrollo e historia totalmente diferentes.
El peso de ese cuarteto de naciones no era entonces proporcional ante su escaso poder económico y político, a excepción de Rusia cuando encabezaba la hoy desaparecida Unión Soviética, en comparación con la proyección internacional de países como Francia, Gran Bretaña e Italia, con unos 60 millones de habitantes cada uno, un tercio de la población brasileña y un vigésimo de la china.
Ahora, esa «convergencia» entre los poderosos países industrializados y los grandes del mundo en desarrollo deberá acentuarse con la continuación del ciclo de mayor crecimiento de los emergentes, prevista por el Banco Mundial y otras instituciones, señaló el brasileño Claudio Dedecca, profesor de la Universidad de Campinas e investigador de economía del trabajo.
Se reduce la desigualdad entre esos países, pero quedan «los desequilibrios internacionales de forma diferente», explicó, tras lamentar la suerte de África, con esos problemas aún sin encontrar rumbos de solución al contrario de Asia y América Latina.
Muchos países africanos están entre los que más crecerán económicamente en los próximos años, según las previsiones, pero eso se deberá a las inversiones de China y a las compras de productos primarios que les hace, en un comercio desequilibrado que también afecta a Brasil.
China, India y Brasil se benefician de su enorme población porque adoptaron políticas que «combinan desarrollo del mercado interno e inserción internacional» para un crecimiento acelerado, evaluó Dedecca.
En los años 80 y 90, la hegemonía de lo que Dedecca llama pensamiento conservador y la economía-casino, «había desacreditado la importancia del mercado interno», cuyo potencial se agranda en países de población gigante y bajo nivel de consumo. El trabajo también volvió a ser «preponderante» después del menoscabo anterior, observó.
La liberalización comercial de las últimas décadas favoreció ese proceso al promover el desplazamiento de las industrias en busca de mano de obra barata y abundante, como la china y la india, y la escala de producción permitida por los inmensos mercados internos.
La menor protección de los mercados nacionales acentuó la competencia internacional, obligando a las empresas a reducir costos, por las migraciones o presionando su propio país a flexibilizar las leyes laborales, a bajar los tributos, sueldos y derechos sociales, reconoció Dedecca. La presión «se diluye» cuando la economía crece, matizó.
Esa emigración hacia los costos menores, por ejemplo, está contribuyendo al desarrollo del nordeste, la región más pobre de Brasil y donde más crece el producto industrial últimamente, por la atracción de empresas intensivas en trabajo.
Los trabajadores locales ya no se van como antes, en busca de empleo en otras partes de Brasil.
También Paraguay se beneficia del alto costo de la energía y la mano de obra en Brasil. Muchas industrias se están trasladando al país más pobre del Mercado Común del Sur (Mercosur), que ambos comparten con Argentina y Uruguay, atraídos por su amplia oferta de electricidad barata y salarios más bajos.
Ese es un proceso reciente. El auge japonés se había destacado hasta fines del siglo XX con la tecnología, la industria y laxas marcas de calidad, la gestión eficiente y la obsesión educacional.
Los vehículos y bienes electrónicos hechos en Japón invadían todos los mercados, sus relojes digitales Seiko, Citizen y Orient destronaron la imagen de precisión suiza y sus máquinas fotográficas se hicieron omnipresentes.
Sony, Toshiba, Toyota, Honda, Nikon, Canon y muchas otras marcas conquistaron la preferencia de consumidores en todo el mundo. Además, a la cola japonesa aparecieron los llamaos «tigres asiáticos» fortaleciendo la cuenca del Pacífico como nuevo eje central de la economía global.
Ello confirmaba, al parecer, las opiniones que señalaban a la tecnología como el factor clave del desarrollo por encima de los recursos naturales y la mayor población. Japón, carente de materias primas, en especial de petróleo, logró mantener un fuerte crecimiento económico incluso tras las crisis de ese combustible de los años 70. Japón acumuló también un poder financiero que le permitió expandir sus tentáculos por el mundo.
Sus inversiones externas aumentaron de 85.000 millones de dólares a 300.000 millones entre 1985 y 1990. En 1989, Sony adquirió la gigante del cine Columbia Pictures y Mitsubishi compró el Rockfeller Center, en Nueva York, en un desafiante golpe simbólico a la hegemonía estadounidense. Pero a esa altura Japón ya había sellado su descenso, al aceptar la valorización de su moneda, el yen, respecto del dólar, en un acuerdo firmado en 1985 con cuatro potencias occidentales.
Ahora, China se niega a repetir ese «error», mientras Brasil lucha por atenuar el fortalecimiento de su moneda que resta competitividad a sus productos industriales, especialmente ante los chinos. Aun así, Brasil logró crear 15 millones de nuevos empleos en los últimos ocho años, ampliando su mercado interno también con aumentos reales del salario mínimo y programas sociales que sacaron de la pobreza a 28 millones de personas.
Generar empleos es también una obsesión de China en la actualidad, incluso en el exterior, donde sus inversiones se ejecutan con numerosa participación de trabajadores de ese país. En India se estima la necesidad de crear 200 millones de puestos de trabajo en los próximos 20 años para absorber a los jóvenes.
Con su ascenso, esos tres países, que suman 40 por ciento de la población mundial, subrayan un pasado que disociaba tamaño y economía. Solo a mediados del siglo XX tuvo fin la era en que naciones pequeñas, como Bélgica, Holanda y Portugal, dominaban a países y territorios mucho mas extensos.
Pero era latente la tendencia de predominio de estados grandes, de la cual «quizás la disputa entre Estados Unidos y la Unión Soviética haya sido el primer capítulo» y la Zona del Euro una respuesta, observó el sociólogo Willian Nozaki, investigador del Instituto de Investigación Económica Aplicada (IPEA) y doctorando en desarrollo económico.
El crecimiento económico de China, India y Brasil se puede considerar una continuación de ese proceso, pero son casos distintos y sostienen «relaciones asimétricas» entre ellos mismos, con Brasil exportando casi solo materias primas a esos socios asiáticos, advirtió.
China e India poseen parques productivos innovadores y complejos y estimularon avances industriales y tecnológicos, destacó.
Los países de grandes territorios y poblaciones tienden a sobresalir en la economía internacional contemporánea, pero «el lugar de cada uno dependerá de cómo se posicionará regionalmente», además de la fuerza de «sus monedas y sus armas», concluyó Nozaki.