Quienes vivimos desde hace muchos años en el Paraguay tenemos la sensación de que aún no ha sonado su hora positiva en la Historia. La negativa, sí la tuvo cuando en la década de los setenta del siglo XIX el entonces Imperio del Brasil y las Repúblicas de Argentina y Uruguay en la llamada Guerra […]
Quienes vivimos desde hace muchos años en el Paraguay tenemos la sensación de que aún no ha sonado su hora positiva en la Historia. La negativa, sí la tuvo cuando en la década de los setenta del siglo XIX el entonces Imperio del Brasil y las Repúblicas de Argentina y Uruguay en la llamada Guerra Grande lo destrozaron, lo achicaron geográficamente y diezmaron su población. Desde entonces no ha levantado la cabeza.
En la actualidad la encrucijada histórica está así planteada: un mismo partido político, con una seudo democracia de gobierno, lleva sesenta años en el Poder con una política corrupta, clientelística, prebendaria y vendiendo la soberanía nacional para sobrevivir.
Y ya esto no se soporta más. Cito algunos datos del estado de la población. De cada 100 niños que comienzan el primer grado de la primaria solamente 30 llegan a la secundaria. 150.000 campesinos cada año dejan sus tierras y se vienen al Departamento Central o a la capital, Asunción. 1l 10% de la población más rica consume 90 veces más que el 10% de la población más pobre. Uno de cada tres paraguayos no tiene acceso a centros de salud. Dos millones y medio de habitantes (de cinco y medio) están bajo la línea de la pobreza. La inseguridad se ha adueñado del País, que cuenta con 14.000 policías, bastantes de ellos los llamados polisbandi que participan en los robos, secuestros o viven de coimas.
Al Paraguay lo podemos dividir en tres estamentos.
El de los amos, compuesto por los grandes latifundistas que cultivan la soja o tienen ganado, los grandes empresarios muy ligados al contrabando, la mafia de la droga y las multinacionales, apoyadas por sus embajadas.
El de sus servidores a los que pertenecen los políticos, los funcionarios públicos y quienes consiguen un trabajo o poder trabajar haciéndose miembro del Partido Asociación Nacional Republicana en el poder desde hacer sesenta años.
El de las víctimas del sistema, 42% bajo la línea de la pobreza. Por respeto a ellas no explico más.
Saquemos las excepciones de todo lo dicho: grupos de empresarios y agricultores, algunos políticos de grandes o pequeños partidos y un número creciente de paraguayos y paraguayas del campo y de la ciudad, que se sienten ciudadanos, lo cual significa que viven su compromiso con la Patria y se organizan. Este es el retrato humano de una Nación que vive en medio d e una naturaleza que, a pesar de los destrozos, es todavía un paraíso.
El cambio pasa por una alternancia con alternativa
Las elecciones del 20 de abril del 2.008 podrían marcar el comienzo de un proceso de cambio.
Existe la hartura de una mayoría cansada de ir cada vez peor en la llamada microeconomía. Porque la macroeconomía, que se queda con sus ganancias entre los amos del Paraguay, cada vez va mejor.
La Asociación Nacional Republicana – Partido Colorado (ANR-PC) ya está gastada. A pesar de que presume de ser el partido político con más afiliados en el América, más de un millón setecientos mil.
Ha surgido el liderazgo de Fernando Lugo. Y está en libertad otro personaje con carisma de masas, Lino Oviedo, ex general famoso por su paranoia de acceder como sea al poder, absuelto de un golpe de estado y todavía encausado por el Marzo Paraguayo y el asesinato del Vicepresidente Luis María Argaña.
El cambio exige unas condiciones que casi no se dan
La primera, que hubiera una verdadera oposición. A pesar de las actuales Alianzas esta oposición es muy débil porque sus miembros más que el cambio buscan obtener personalmente una bancada en el posible futuro gobierno. Desde el año y medio que están en conversaciones solamente el tema de la distribución de posibles cargos ha sido la pelea. Diríamos que se fijaron en una alternancia, pero olvidaron qué programa alternativo iban a presentar en las elecciones
La segunda es que Fernando Lugo no ha sabido hacer un programa alternativo y con firmeza buscar entre todos los mejores para llevarlo a cabo.
La tercera, es que Lino Oviedo tampoco está preparando un programa de futuro sino fanatizando con promesas (como hace la ANR, partido del que proviene). Su tinte dictatorial y la posibilidad de que fuera presidente levantó contra él al Pueblo en el Marzo Paraguayo de 1999.
La cuarta, es que el cambio se tiene que dar en el ámbito de unas elecciones democráticas, que están regidas por el Tribunal Superior de Justicia Electoral (TSJE) dominado por la ANR. Hacer unas elecciones bajo su patrocinio es como jugar un partido de fútbol, en cancha contraria, con unas reglas de juego hechas a favor del contrincante y con el árbitro vendido a él.
Y la quinta, es la falta de fuerzas políticas progresistas capaces de vehicular todas las luchas que existen diariamente
No hay garantías de que haya unas elecciones generales justas.
Acabamos de tener las elecciones internas de los dos partidos mayores tradicionales. Prueba adelantada de lo que pueden ser las elecciones generales del 20 de abril próximo.
Estas internas en ambos partidos más se han parecido a una subasta de votos en la que gana el mejor postor. Todo esto se ha filmado, se ha visto, ha salido sin pudor en los medios de comunicación. En ellas han votado difuntos, se han comprado células para que sus dueños no votaran al contrincante, se han adulterado actas.
Todo esto es de dominio público. Y el TSJE ha manifestado que todo ha sido normal.
¿Será una encrucijada desperdiciada?
Da tristeza decirlo, pero posiblemente sí.
A menos que Lugo logre aglutinar a los mejores y entusiasme a las mayorías (en algunos meses pasados ha tenido una aceptación superior del 60% de la población). En todos los partidos existen ciudadanos que quieren el cambio.
A menos que este grupo fuerte haga ya un plan de salvación nacional que toque verdaderamente los problemas inmensos de la población.
A menos que patrióticamente se fuerce un cambio radical en el TSJE, sustituyéndolo por una institución verdaderamente neutral y justa. Los que queremos el cambio podemos ganar las elecciones, pero por las trampas aceptadas por el TSJE no podemos llegar al Poder.
A menos que en una campaña popular de dos meses abramos los ojos y nos sintamos con la responsabilidad histórica de comenzar un proceso.
¿Difícil? ¡Dificilísimo¡ Pero no imposible si nos unimos todos los que decimos querer el cambio.
Y esta es la mayor dificultad.
¿Derrotado antes de la batalla?
De ninguna manera. Solamente recordando nuestros compromisos que, en abril del 2008, «Dios y la Patria nos los demandarán o agradecerán». Luego….
– Francisco de Paula Oliva es sacerdote jesuita.