Este Primero de Mayo, trabajadores y trabajadoras de todo el mundo nos manifestaremos de nuevo, detrás de las pancartas y banderas del movimiento sindical, expondremos nuestras reivindicaciones y cantaremos viejos himnos revolucionarios acompañados con lemas actuales. Todo esto, tiene un cierto regusto nostálgico e incluso puede llegar a parecer un poco anticuado, demodé. Quizás ya […]
Este Primero de Mayo, trabajadores y trabajadoras de todo el mundo nos manifestaremos de nuevo, detrás de las pancartas y banderas del movimiento sindical, expondremos nuestras reivindicaciones y cantaremos viejos himnos revolucionarios acompañados con lemas actuales. Todo esto, tiene un cierto regusto nostálgico e incluso puede llegar a parecer un poco anticuado, demodé. Quizás ya sea el momento de pararnos a reflexionar sobre su sentido en el siglo XXI.
Recordemos que el origen del Primero de Mayo ya queda lejano. Se remonta a 1886, cuando una protesta de los obreros de Chicago pidiendo la jornada de 8 horas acabó con una violenta represión policial y con la ejecución de cuatro sindicalistas. Tres años más tarde (1889) en recuerdo de aquellos hechos se estableció el Primero de Mayo como jornada de lucha. Entonces, la clase obrera aún era una clase naciente y minoritaria, tenía básicamente un carácter industrial y sus condiciones de vida y de trabajo eran las características de lo que algunos historiadores han definido como capitalismo de explotación salvaje (jornadas muy largas, salarios tremendamente bajos, condiciones de trabajo insalubres e inseguras, ausencia de protección social,..).
Ahora, la situación es diferente. En primer lugar, los asalariados han pasado a ser mayoría absoluta en Europa, Japón, EE.UU. y algunos países más. Pero su situación se ha diversificado extraordinariamente gracias al crecimiento del sector terciario y a las nuevas maneras de organizar la producción. El trabajo asalariado también ha crecido en el Tercer Mundo, donde ya representa un porcentaje relativamente elevado de la población.
Desde el final de la Segunda Guerra Mundial, las condiciones de vida de la clase obrera han mejorado sensiblemente en los países más industrializados, donde además acostumbra a contar con derechos laborales reconocidos (sindicación, huelga, negociación colectiva, prestaciones sociales,..). Pero incluso en estos casos, la distancia entre la parte de la riqueza distribuida a la clase obrera y la que revierte en la burguesía no ha dejado de crecer. Dicho de otra manera, en sociedades como las europeas, la tendencia al empobrecimiento de los trabajadores, señalada por Marx, prosigue inexorablemente en lo que afecta a la capacidad adquisitiva de estos en comparación con la burguesía, y, al mismo tiempo, esa capacidad adquisitiva de la clase obrera tiende a crecer en cifras absolutas durante los periodos de auge económico para volver a caer en los momentos de crisis, y se distribuye muy desigualmente entre los distintos sectores de trabajadores de un mismo país, como se ve con la existencia de «bolsas» permanentes de miseria tanto en los EE.UU. como en Europa y Japón. Además, algunas mejoras empiezan a ser cuestionadas por las políticas neoliberales que ya han precarizado mucho las condiciones de trabajo. Las empresas, por su parte, fragmentan sus procesos productivos. Esto da libertad para que sus directivos puedan desplazar determinados aspectos – y muy en especial los de baja retribución- ahora a un país del Tercer Mundo, ahora a otro. Muchos trabajadores, desafortunadamente, se encuentran en una situación mucho más frágil. Por esto la defensa y ampliación de los derechos económicos, sindicales y sociales, está de nueva en el orden del día, y la negociación colectiva sigue siendo la herramienta apropiada que el movimiento sindical tiene para conseguirlo.
En el Tercer Mundo, excepto en algunos países donde el Estado regula determinados derechos sociales, se reproduce la explotación salvaje que conocieron los proletarios europeos del siglo XIX, con el agravante de que el saqueo efectuado por los países ricos y por las empresas transnacionales contrarresta la tendencia a la elevación del nivel de vida y acrecienta la distancia que los separa de los trabajadores del mundo industrializado. Esta es una de las razones por las que debemos saludar la actitud firme de algunos países, reclamando el derecho de gestionar sus propios recursos naturales, y más ahora, que se está produciendo un incremento de las materias primas como consecuencia de la demanda que proviene de los países emergentes.
Situándonos en un terreno más genera conviene recordar que la lucha por la paz, ha sido una constante entre las reivindicaciones de todos los primeros de mayo. En la historia del capitalismo, nunca ha existido de armonía a nivel internacional. Pero en la última década han reaparecido formas de violencia en los terrenos económicos y militares que justamente unos años antes parecían superados. Las muestras más visibles, pero no únicas, las tenemos con la invasión angloamericana del Irak i en las cárceles de Guantánamo.
Como se puede ver, en nuestros días el movimiento obrero se encuentra en condiciones muy distintas a las que se encontraba al establecerse el Primero de Mayo como jornada de lucha proletaria. También es diferente su situación en cada región del mundo y en cada país. Pero, bajo esa disparidad de condiciones y tácticas de lucha, se enfrenta a unas mismas tareas: oponerse a la opresión y la explotación del capitalismo imperialista y a cualquier otra forma de dependencia u opresión, y defender la paz. Existen por tanto, razones de peso, para manifestarnos de nuevo todos junto al movimiento sindical.