Hoy se cumple el plazo fijado por el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas para que el Gobierno de Irán suspenda su proyecto de enriquecimiento de uranio. A partir de esta fecha, la comunidad internacional puede imponer sanciones económicas a esa república islámica, en lo que sería un nuevo paso en la línea de […]
Hoy se cumple el plazo fijado por el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas para que el Gobierno de Irán suspenda su proyecto de enriquecimiento de uranio. A partir de esta fecha, la comunidad internacional puede imponer sanciones económicas a esa república islámica, en lo que sería un nuevo paso en la línea de acoso al Gobierno de Teherán para que abandone una carrera nuclear que provoca recelos, particularmente a EEUU, país que encabeza el selecto club de potencias atómicas establecido como trofeo a los vencedores de la Segunda Guerra Mundial.
El Organismo Internacional de la Energía Atómica (OIEA) es la institución encargada de acreditar ese incumplimiento y tanto a sus responsables como a los de las Naciones Unidas se dirigió ayer Teherán para insistir en que está dispuesto a negociar, pero sin que le imponga la suspensión de la producción de uranio -según indica, para fines civiles- como condición previa para ese diálogo. Washington y, en particular, los sectores más ligados al negocio del armamento están muy interesados en que aumente la tensión con Irán. La necesidad de «marcar enemigos externos» ha sido la constante de la Administración Bush. Aunque la prensa de EEUU remarque la falta de réditos políticos de las campañas en Afganistán e Irak, parece aventurado afirmar que esas guerras hayan dejado de ser un negocio para las compañías que esponsorizan al Pentágono y al presidente republicano.
La información hecha pública por la BBC en el sentido de desvelar planes militares de atacar a Irán sólo viene a confirmar que para Washington la vía diplomática no es una herramienta para evitar la guerra, como ya quedó de manifiesto en la agresión bélica contra Irak. Poco importó que los inspectores internacionales no aportaran pruebas definitivas sobre el destructivo arsenal iraquí, o que de la redacción de las resoluciones de la ONU fuera difícil deducir una orden de ataque global y asolador como el lanzado sobre el país árabe. La OIEA y Naciones Unidas fueron dos instancias que Washington y sus aliados no dudaron en utilizar para «marcar al enemigo». Presentaron durante meses a Irak como un país que no respetaba la legalidad internacional y, agotada esa escenificación, ejecutaron sus planes militares. Las similitudes con el caso iraní no pueden ser más inquietantes.