Testimoniar el papel de la sanidad cubana en Pakistán tras el desastre de un terremoto de 7’6 grados en la escala Richter podía caer en dos deficiencias. Una, fundamentarse en la enumeración de cifras y datos que convirtieran el relato en un aburrido informe estadístico. La segunda, en hacer todo lo contrario, dejarse llevar por […]
Testimoniar el papel de la sanidad cubana en Pakistán tras el desastre de un terremoto de 7’6 grados en la escala Richter podía caer en dos deficiencias. Una, fundamentarse en la enumeración de cifras y datos que convirtieran el relato en un aburrido informe estadístico. La segunda, en hacer todo lo contrario, dejarse llevar por la emotividad y dejar el texto en una oda a la solidaridad sin aportar la información necesaria que sirviera al lector para valorar por sí mismo la envergadura de lo que estaba sucediendo.
Félix López ha logrado situarse en la equidistancia de ambas situaciones logrando así la obra ideal. Consigue que conozcamos la información necesaria que requiere un ensayo riguroso, al tiempo que aporta el sentimiento que sólo desde el corazón de un hombre sensible permite transmitirnos la emoción de lo que el denomina con buen criterio «el más poderoso ejército de la tierra».
Gracias a ello, podemos conocer la historia de Henry Revee, que da nombre a este contingente internacional sanitario en Pakistán, y saber que este «ejército» ha creado en ese país 32 hospitales de campaña integrados por 2.500 médicos, paramédicos, técnicos y rehabilitadores cubanos que el 24 de febrero de 2006 llevaban realizadas 10.920 operaciones quirúrgicas y un millón de asistencias. Y al mismo tiempo, «escuchar» la voz de los hombres, mujeres y niños que han encontrado en esa titánica cruzada aliento y asistencia a su tragedia, y recoger el testimonio de algunos de esos 70.000 «soldados» cubanos que, entre 1963 y 2004, ya han «invadido» 70 países necesitados de asistencia médica.
Por casualidades del destino, el mismo día que leí «Resurrección en el Himalaya», el 17 de marzo, encuentro en la prensa la noticia de la renovada Estrategia Nacional de Estados Unidos. En ella, el gobierno Bush, una vez más, apuesta por su política de guerra preventiva. En ella, donde Cuba ve poblaciones necesitadas de asistencia sanitaria, el gobierno de Estados Unidos ve amenazas terroristas. «América está en guerra», reza la primera línea del documento de 49 páginas, y desgrana los países a los que amenaza con atacar: Siria, Irán, Corea del Norte, Cuba, Bielorrusia, Birmania, Venezuela o Zimbaue.
Uno no puede evitar pensar qué diferente sería el mundo, si el ejército, el dinero y el poder de Estados Unidos sirviese a la misma causa que el cubano. Y quizás para que no lo hagamos, los grandes medios de comunicación del mundo han desplegado una cortina de silencio sobre ese combate de Cuba contra el sufrimiento y la enfermedad en todo el mundo. Por eso resultan tan ridículos cuando en el semanal del diario español El País del 4 de septiembre dedican cuatro páginas a color, con nueve fotos también a color, al caso de una niña de Ghana que será llevada a España para ser operada de cataratas. Ese día Cuba llevaba operados totalmente gratis 79.000 enfermos oftalmológicos venezolanos que llegarían a ser 150.000 a final del año. A ellos había que sumarle otros 4.212 pacientes procedentes de otros países del Caribe, entre el 30 de junio y el 20 de septiembre. Nunca hubo una línea para informar de ello en la gran prensa.
También cuando leo en esta obra el trabajo de los médicos cubanos en las aldeas limítrofes del lago Atitlán, en Guatemala, tras el paso del huracán Mitch, recuerdo que la presencia de los países ricos en esa región eran los turistas que regateaban el precio de las artesanías a los niños de los puestos de venta callejeros. O la labor de la que fui testigo de las ONG´s sanitarias europeas en El Salvador durante la guerra civil a principios de los noventa. Se limitaba a un vehículo todoterreno que cada dos semanas llegaba a las comunidades y dejaba tres cajas de medicamentos: una de antipiréticos, otra de antibióticos y otra de antiparasitarios, los médicos apenas bajaban del automóvil.
Y es que es necesario comparar esos dos modelos de acercamiento a los pueblos que sufren la enfermedad y la pobreza. Y preguntarse, como hace Félix López, por qué nunca fueron a Pakistán a rescatar a las personas atrapadas entre las ruinas, ninguno de los helicópteros que la OTAN tenía en Afganistán, tan ocupados en bombardear a la población de ese país.
Por eso, en Pakistán ahora hay niños que se llaman Fidel, Celia, Ernesto o Camilo, que cantan Guantanamera y reciben con un ¡Bienvenidos!, en español.
Por eso Bush no quiso nunca que los médicos cubanos fueran a Nueva Orleáns.