Traducido por Carlos Sanchis y revisado por Caty R.
Si quiere entender la política de un país, mire el mapa; como recomendaba Napoleón.
Cualquiera que quiera adivinar si Israel y/o Estados Unidos van a atacar a Irán, debe mirar el mapa del estrecho de Ormuz entre Irán y la Península Arábiga.
A través de este estrecho canal de sólo 34 kilómetros de ancho, pasan los barcos que transportan entre un quinto y un tercio del petróleo mundial, que incluye el de Irán, Iraq, Arabia Saudí, Kuwait, Qatar y Bahrein.
La mayoría de los comentaristas que hablan del inevitable ataque estadounidense e israelí a Irán no tienen en cuenta este mapa.
Se habla de un ataque aéreo «quirúrgico«. La poderosa flota aérea de Estados Unidos desplegará los portaaviones estacionados en el Golfo Pérsico y las bases aéreas estadounidenses dispersas a lo largo de la región bombardearan todos los lugares nucleares de Irán; y aprovechando la feliz circunstancia, bombardearán además las instituciones gubernamentales, instalaciones militares, centros industriales y lo todo lo que se les ocurra. Usarán bombas que pueden penetrar profundamente en la tierra.
Simple, rápido y elegante; un soplo y adiós Irán, adiós ayatolás, adiós Ahmadinejad.
Si sólo ataca Israel, el golpe será más modesto. A lo más que pueden aspirar los atacantes es a la destrucción de los principales lugares nucleares y a un regreso seguro.
Tengo una modesta petición: antes de empezar, por favor, miren una vez más el mapa y fíjense bien en el nombre del estrecho: Ormuz, el nombre del dios del bien de quien hablaba Zaratustra.
La reacción inevitable al bombardeo de Irán será el bloqueo del estrecho. Eso debería ser obvio incluso aunque no lo hubiera declarado explícitamente un importante general iraní hace unos días.
Irán domina toda la extensión del estrecho. Puede sellarlo herméticamente con sus misiles y artillería, tanto de base terrestre como naval.
Si eso ocurre, el precio del petróleo subirá como un cohete -mucho más allá de los 200 dólares el barril que los pesimistas temen actualmente. Eso causará una reacción en cadena: una depresión mundial, derrumbamiento de industrias enteras y un aumento catastrófico del desempleo en Estados Unidos, Europa y Japón.
Para apartar este peligro, Estados Unidos tendría que conquistar partes de Irán; quizás todo ese gran país. EEUU no dispone ni siquiera de una pequeña parte de las fuerzas que necesitaría. Prácticamente todas sus fuerzas terrestres están atadas en Iraq y Afganistán.
La poderosa armada estadounidense amenaza a Irán; pero en el momento que se cierre el estrecho esos barcos aparecerán como dentro de una botella. Quizás es este peligro el que hizo que los jefes de la armada sacaran del Golfo Pérsico el portaaviones nuclear Abraham Lincoln esta semana, aparentemente debido a la situación en Pakistán.
Esto deja la posibilidad de que EEUU actúe por delegación. Israel atacará y esto no implicará a Estados Unidos que, oficialmente, negarán cualquier responsabilidad.
¿De veras? Irán ya ha anunciado que consideraría un ataque israelí como una operación estadounidense y actuaría como si lo hubiera atacado directamente Estados Unidos. Lógicamente.
Ningún gobierno israelí consideraría siquiera la posibilidad de emprender semejante operación sin un acuerdo explícito y sin reservas de EEUU. Y esa confirmación no es inminente.
Entonces, ¿qué pretenden todos esos ejercicios que generan dramáticos titulares en los medios de comunicación de todo el mundo?
El ejército del aire israelí ha efectuado ejercicios a una distancia de 1.500 kilómetros de nuestras costas. Los iraníes han respondido con lanzamientos de prueba de sus misiles Shihab, que tienen un alcance similar. Antiguamente este tipo de actividades se llamaban «ruido de sables», actualmente se prefiere el término «guerra psicológica». Es buena para los políticos fracasados en las cuestiones domésticas para desviar la atención y asustar a los ciudadanos. También dar lugar a una excelente televisión. Pero el simple sentido común nos dice que quienquiera que planee un ataque sorpresa no lo proclama a los cuatro vientos. Menajem Begin no organizó exhibiciones públicas antes de enviar a los bombarderos a destruir el reactor iraquí, y de la misma forma Ehud Olmert no hizo un discurso sobre su intención de bombardear un misterioso edificio en Siria.
Desde el rey Ciro el Grande, fundador del Imperio Persa hace unos 2.500 años, que permitió a los israelíes desterrados en Babilonia volver a Jerusalén y construir un templo allí, las relaciones entre los israelíes y los persas tienen sus altibajos.
Hasta la revolución de Jomeini, hubo una estrecha alianza entre ellos. Israel entrenó a la temida policía secreta del Sha, el Savak. El Sha era un socio en el oleoducto Eilat-Ashkelon que se diseñó para circunvalar el canal de Suez (Irán todavía está intentando cobrar por el crudo proporcionado desde entonces).
El Sha ayudó a infiltrar oficiales del ejército israelí en la parte kurda de Iraq, donde ayudaron a la revuelta de Mustafa Barzani contra Sadam Husein. Esa operación acabó cuando el Sha traicionó a los kurdos iraquíes e hizo un trato con Sadam. Pero casi se restauró la cooperación entre Irán e Israel después de que Sadam atacara a Irán. En el transcurso de esa guerra larga y cruel (1980-1988), Israel apoyó, en secreto, al Irán de los ayatolás. El asunto Irangate fue sólo una pequeña parte de esa historia.
Eso no impidió que Ariel Sharon planeara conquistar Irán, como ya desvelé anteriormente. Cuando estaba escribiendo un artículo pormenorizado sobre él en 1981, después de su nombramiento como ministro de Defensa, me habló en confianza sobre esta atrevida idea: tras la muerte de Jomeini, Israel se anticiparía a la Unión Soviética en la carrera hacia Irán. El ejército israelí ocuparía Irán en pocos días y después, más lentamente, entregaría el país a los estadounidenses que, de antemano, habrían provisto adecuadamente a Israel de grandes cantidades de armas sofisticadas expresamente para este fin.
Sharon también me mostró los mapas que pensaba llevar consigo a las consultas estratégicas anuales de Washington. Parecían impresionantes. Parece, sin embargo, que los estadounidenses no quedaron tan impresionados.
Todo esto indica que, de por sí, la idea de una intervención militar israelí en Irán no es tan revolucionaria. Pero una condición a priori es la estrecha cooperación con EEUU, y dicha cooperación no será inminente porque Estados Unidos sería la principal víctima de las consecuencias.
Actualmente Irán es una potencia regional. Es innegable.
La ironía del asunto es que se lo deben agradecer a su principal benefactor de los últimos tiempos: George W. Bush. Si tuvieran siquiera una pizca de gratitud, le erigirían una estatua en la plaza del centro de Teherán.
Durante muchas generaciones, Iraq ha sido guardabarreras de la región árabe. Fue el muro del mundo árabe contra los persas chiíes. Hay que recordar que durante la guerra entre Iraq e Irán los chiíes iraquíes árabes lucharon con gran entusiasmo contra los chiíes iraníes persas.
Cuando el presidente Bush invadió Iraq y lo destruyó, abrió toda la región al poderío creciente de Irán. En generaciones futuras, los historiadores se preguntarán por esta acción, la cual merece un capítulo completo «El marzo de la tontería».
Hoy ya está claro que el auténtico objetivo estadounidense (como he afirmado justo al principio de esta columna) era tomar posesión de la región petrolera del Mar Caspio/Golfo Pérsico y estacionar una guarnición militar estadounidense permanente en su centro. Este objetivo, de hecho, se logró; ahora los estadounidenses hablan de que sus fuerzas permanecerán en Iraq «durante cien años» y están muy ocupados repartiendo las enormes reservas de crudo de Iraq entre las cuatro o cinco compañías petroleras gigantes de Estados Unidos.
Pero esta guerra se emprendió sin un pensamiento estratégico más amplio y sin mirar el mapa geopolítico. No se decidió quién es el enemigo principal de EEUU en la región, ni estaba claro dónde se debe hacer el esfuerzo principal. La ventaja de dominar Iraq bien puede compensarse por el surgimiento de Irán como potencia nuclear, militar y política que ensombrecerá a los aliados de Estados Unidos en el mundo árabe.
¿Dónde estamos los israelíes en este juego?
Desde hace años nos bombardean con una campaña de propaganda que pinta el esfuerzo nuclear iraní como una amenaza existencial para Israel. Olvídense de los palestinos, olvídense de Hamás y Hezbolá, olvídense de Siria; el único peligro que amenaza la propia existencia del Estado de Israel es la bomba nuclear iraní.
Repito lo que he dicho antes: no soy presa de esa angustia existencial. Es verdad que la vida es más agradable sin una bomba nuclear iraní, y Ahmadinejad tampoco es muy agradable. Pero, en el peor de los casos, tendremos «equilibrio del terror» entre las dos naciones, algo parecido al equilibrio de terror estadounidense-soviético que salvó a la humanidad de la III Guerra Mundial, o al equilibrio de terror indo-paquistaní, que mantiene un marco de acercamiento entre esos dos países que se odian visceralmente.
Con base en todas estas consideraciones, me atrevo a predecir que no habrá ningún ataque militar a Irán este año; ni de los estadounidenses, ni de los israelíes.
Mientras escribo estas líneas se me enciende una pequeña luz roja en la cabeza. Está relacionada con un recuerdo: cuando era joven fui un ávido lector de los artículos semanales de Vladimir Jabotinsky, que me impresionaron con su lógica fría y su claro estilo. En agosto de 1939, Jabotinsky escribió un artículo en el que afirmaba categóricamente que no estallaría una guerra a pesar de todos los rumores que apuntaban lo contrario. Su razonamiento: las armas modernas son tan terribles que ningún país se atrevería a comenzar una guerra.
Unos días después Alemania invadió Polonia y empezó la guerra más terrible de la historia de la humanidad (hasta ahora) que acabó con los estadounidenses lanzando bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki. Desde entonces, hace 63 años, nadie ha usado armas nucleares en una guerra.
El presidente Bush está a punto de acabar su carrera en desgracia. El mismo destino está esperando con impaciencia a Ehud Olmert. Para los políticos de este tipo es fácil la tentación de una última aventura, una última oportunidad para lograr un sitio decente en la historia, después de todo.
De todas maneras, insisto en mi pronóstico: no pasará.
http://zope.gush-shalom.org/home/en/channels/avnery/1215904313/
Carlos Sanchis y Caty R. pertenecen a los colectivos de Rebelión, Cubadebate y Tlaxcala. Esta traducción se puede reproducir libremente a condición de respetar su integridad y mencionar al autor, al traductor y la fuente.