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La guerra contra Irán

¿Por quién doblan ahora las campanas?

Fuentes: InSurGente

No importa que sus tropas no hayan traspuesto las fronteras de su territorio, ni que jure solemnemente que el programa nuclear propio tiene y tendrá una esencia, un fin pacíficos. No importa incluso que, en el hipotético y por diversos analistas descartado caso de que se decidiera a enriquecer uranio con fines militares, no pueda […]

No importa que sus tropas no hayan traspuesto las fronteras de su territorio, ni que jure solemnemente que el programa nuclear propio tiene y tendrá una esencia, un fin pacíficos. No importa incluso que, en el hipotético y por diversos analistas descartado caso de que se decidiera a enriquecer uranio con fines militares, no pueda competir en buena lid con un Israel provisto de 200 ojivas atómicas, según cálculos conservadores…

Irán es el infierno en el mesiánico discurso de George Walker Bush, juez tronante y oportunista, porque el mandatario gringo -¿quién lo llamaría tonto?- se ha gastado el tino de aprovechar en su campaña contra «Satán» ciertas apasionadas declaraciones de Ahmadineyad, el flamante presidente iraní. De acuerdo con el comentarista Miguel Ángel Llana (sitio web Rebelión), éste ha revuelto las tripas de Occidente al preguntarse en voz alta por qué, «si los europeos afirman que quemaron a seis millones de judíos en la Segunda Guerra Mundial, y encarcelan a quien lo niegue, ha de pagar el pueblo palestino un crimen que no ha cometido».

A puro codazo en los riñones los asesores de George Walker deben de haberle echo entender que, como «a la oportunidad la pintan calva», hay que asirse de ella con fuerza cuando nos pasa por el lado. Ya lejana, no hay dios que obre el milagro de implantarle unos largos cabellos de donde agarrarla en nuestro favor. Y Bush, ni corto ni perezoso, ha respondido al aviso.

¿Cómo? Contribuyendo con su gritería a que gobiernos aliados se solivianten tras la aseveración de que «Europa y sus cristianos han de ser, como responsables, los que cedan un trozo de su tierra, o de los Estados Unidos, para que los judíos establezcan su país, y no a expensas del extermino del pueblo palestino, al cual se le ha impuesto el Estado ficticio de Israel, con su régimen sionista».

Con afectación de esteta decadente, George junior habrá escuchado la filípica de Ahmadineyad contra un régimen que «debe desaparecer, como el apartheid o el racismo», y habrá reído socarrón cuando éste propuso un referéndum donde participen ciudadanos palestinos adscritos a todas las ramas del Islam, cristianos y judíos, para que «decidan el Gobierno que regente a Palestina, que cuenta con cinco millones de judíos, cinco millones de árabes y otros cinco millones de refugiados en el exilio».

Pero soslayemos la cuestión de si llevaba o no razón en su radicalismo el estadista iraní, pues aquí se trata de asuntos de mayor peso histórico, asuntos que deben airearse decididamente para que no queden en un plano secundario, ante la nube de polvo levantada por los políticos del Viejo Continente y la América pragmática. Sí, porque Admadineyad es el pretexto a mano. La gota que rebosaría la copa de aquellos que desde hace tiempo buscan la justificación de un encontronazo con la República Islámica de Irán, a la que asedian sin descanso.

Recordemos someramente una «saga» que incluye el aliento y el apoyo, con el suministro de toda clase de armas, las químicas también, a un Saddam Hussein beligerante, en aras de salvaguardar el laicismo de Iraq, sin reparar en que, desde 1989 hasta 1988 -duración de la guerra irano-iraquí-, sirvió de punta de lanza, de quintacolumna a un imperialismo liderado por USA, como siempre, y empeñado en «desangrar vidas y recursos de dos países cuya revolución no era nada favorable a los intereses estadounidenses y europeos». Iraq, por la nacionalización del petróleo; Irán, también por el rechazo a la invasión cultural de Occidente y su compromiso con una ética propia, en lo político y lo social, que ponía en entredicho la actitud de las monarquías y regímenes vecinos. Ah, y últimamente por pretender «alterar el sistema económico mundial» utilizando el petroeuro en lugar del petrodólar.

Si en aquella ocasión el Reino Unido, Francia, Alemania, integraban el selecto grupo de los proveedores de Saddam, hoy figuran entre los de voz más estentórea en la crítica del «demoníaco» Admadineyad. Voz tendida como velo sobre las habituales agresiones militares contra las plataformas iraníes de petróleo, las sanciones económicas estipuladas en la ley D´ Amato, condenada por las Naciones Unidas inclusive.

Son los mismos

Un colega lo ha dicho, en síntesis ejemplar: Fracasada otras opciones desestabilizadoras utilizadas durante varios años por las administraciones norteamericanas, la de Bush se ha empleado a fondo en la guerra psicológica contra Irán, esgrimiendo «los falsos argumentos de que es soporte del terrorismo, su presumible programa para la fabricación de armas de destrucción masiva y su influencia en importantes sectores de la comunidad chiita en Iraq».

En este coctel de diatribas e impugnaciones, la acusación de que Irán constituye una amenaza nuclear representa la variante más peligrosa, porque sería la que «justificaría» la opción bélica contra el Estado persa. Tan peligrosa, que está provocando recelo hasta entre quienes, paradójicamente, integran el mencionado coro altisonante.

Y el peligro es verdadero, señores. Sobre todo por lo que corresponde a Israel en el embrollo. Si en las agencias internacionales, en gran parte de los mandos castrenses estadounidenses, en la opinión pública, en la industria petrolífera mundial y hasta en ciertos sectores de la administración de Bush la oposición a la embestida viene encontrando sitio respetable, nunca antes se había anunciado una guerra inminente «con tanta publicidad y descaro como el próximo ataque de Israel contra Irán», en el decir del conocido politólogo James Petras.

Porque el régimen sionista trina por convertirse en la mano castigadora de Dios. El «debate» entre las élites de poder no se centra en la posibilidad de ir o no a la guerra, sino en el sitio en que discutir los planes de la contienda y en el calendario para el inicio. «Todos los altos mandos israelíes han pronunciado la fecha de finales de marzo como plazo para lanzar un ataque militar contra Irán. La idea implícita en esa fecha es la de aprovechar el tiempo que queda para intensificar las presiones en EE.UU. y forzar la cuestión de las sanciones en el Consejo de Seguridad. La táctica es chantajear a Washington con la amenaza de la guerra o nada y presionar a Europa (principalmente a Gran Bretaña, Francia, Alemania y Rusia) para que apruebe las sanciones (…) La fecha coincide también con la presentaciones en Naciones Unidas del informe de la Agencia Internacional de Energía Atómica sobre el programa en Irán.» Agencia que, por intermedio de su director, Mohammad El Baradei, ya ha informado no haber encontrado prueba alguna siquiera del intento de producir armas nucleares.

Por ello, el gabinete hebreo corre desalado. Claro, no puede permitir que se impongan criterios como los emitidos por el jefe del Estado Mayor de las Fuerzas de Defensa, Daniel Halutz, que en su momento negó categóricamente una amenaza inmediata. Por su parte, los funcionarios del Partido Laborista se obcecan en que la propaganda belicista del premier, Ariel Sharon, y el nacionalista Likud no son más que recursos electorales. Y ojalá que así sea, porque, en opinión del destacado analista, el resultado principal de la arremetida sería una escalada masiva de la guerra en todo el Oriente Medio. ¿El único beneficiario? Israel, que cosecharía la eliminación de un adversario militar en la zona.

Beneficiario relativo, eso sí. La victoria sionista no pasaría de pírrica, pues desestabilizaría a los gobernantes de la región anuentes a los dictados de USA, arderían en tropel los pozos petrolíferos y habría gran número de bajas en las tropas invasoras de Iraq, lo que supondría el encabritamiento de la opinión pública norteamericana, entre otras desgracias para Sam, el inefable Tío.

Ahora, titulábamos el epígrafe «son los mismos» por la sencilla razón de que, como bien expresa Petras, los intermediarios europeos en este entuerto han creado un falso problema, al evadir la cuestión de que si Iraq posee o no armas atómicas o las fabrica, concentrándose en la capacidad para producir energía nuclear y provocando confusión entre uranio enriquecido y amenaza nuclear. Con ello, unos de manera consciente (¿Gran Bretaña?) , otros siguiendo una lógica errónea, estarían tratando de «imponer a Irán que acepte limitar su soberanía, lo que conllevaría que su política energética no pueda hacer frente a la terrible contaminación de la atmósfera de sus más importantes ciudades con fuentes de energía más limpias, o forzarlo a rechazar el arbitrario addendum al Acuerdo de No Proliferación y entonces propagar a los cuatros vientos el rechazo iraní como prueba de la intención satánica de crear bombas atómicas para dirigirlas contra países pro occidentales».

Así las cosas, ¿qué importancia tiene que el anatematizado programa atómico cuente con un fin pacífico? Irán es el infierno, y Admadineyad, el Príncipe de las Tinieblas. ¿Cuál será el próximo paso de Bush el salvador?