Traducido para Rebelión por Germán Leyens
Nos reunimos aquí en Beirut en un momento crítico. Es un momento marcado por contracorrientes: En Irak, EE.UU. se hunde cada vez más en un atolladero similar a Vietnam, al sobrepasar la cantidad de soldados estadounidenses muertos desde la invasión del 20 de marzo de 2003 la marca de los 1.000 en la primera semana de septiembre.
Pero en Palestina, el muro sionista sigue en construcción al ritmo de un kilómetro por día.
Hace un año, el 14 de septiembre de 2003, algunos de los que estamos en esta sala estuvimos en Cancún, México, bailando de alegría en el Centro de Convenciones, al celebrar el colapso de la Quinta Reunión Ministerial de la Organización Mundial de Comercio. Actualmente, la OMC, la institución suprema de la globalización impulsada por las corporaciones, vuelve sobre sus pies con la adopción el mes pasado del Documento Marco de Ginebra hecho para acelerar el desarme económico de los países en desarrollo.
En Nueva York, hace unas pocas semanas, vimos el masivo repudio de George W. Bush y de sus políticas belicistas por más de 500.000 personas que marcharon por las calles de la ciudad. Sin embargo, hoy en día, los sondeos muestran que el mismo George Bush tiene una ventaja de 10 puntos sobre John Kerry en la preparación de elecciones que tendrán un masivo impacto sobre la suerte del mundo en los próximos años.
El futuro, compañeros, está en juego, mientras nos reunimos en esta histórica ciudad, con su gloriosa historia de resistencia a la agresión israelí y a la intervención de EE.UU.
Como saben, muchos más quisieron venir a Beirut para estar con nosotros. El tamaño, la amplitud y la diversidad de nuestra asamblea de hoy subrayan la fuerza, la potencia de nuestro movimiento.
Sería útil lanzar una breve mirada a nuestra historia durante el último decenio para apreciar dónde nos encontramos hoy.
Lejos de la marginalización
Hace menos de 10 años, nuestro movimiento se encontraba marginado. La fundación de la OMC en 1995 parecía señalizar que la globalización era la onda del futuro y que los que se le oponían estaban destinados a sufrir la misma suerte que los luditas que lucharon contra la introducción de máquinas durante la revolución industrial. La globalización iba a traer prosperidad y ¿cómo era posible oponerse a la promesa del mayor bien para la mayoría con la que las corporaciones transnacionales, guiadas por la invisible mano del mercado, iban a colmar al mundo?
Pero el movimiento se mantuvo firme frente al desdén del establishment durante los años 90, cuando la prosperidad en la máquina capitalista más poderosa del mundo – la economía de EE.UU. – parecía destinada a continuar eternamente. Se mantuvo inquebrantable en su predicción de que, como resultado de la lógica de la rentabilidad de las corporaciones, la liberalización y la desregulación del comercio y de las finanzas iban a producir crisis, ampliar las desigualdades dentro y entre los países, y aumentar la pobreza global.
La crisis financiera asiática en 1997 fue una prueba repentina, salvaje, del impacto desestabilizador de la eliminación de controles del flujo del capital global. Por cierto, ¿qué podía ser más salvaje que el hecho de que la crisis iba a llevar a un millón de personas en Tailandia y a 22 millones de personas en Indonesia por debajo de la línea de pobreza en unas pocas semanas durante el fatídico verano de 1997?
La crisis financiera asiática fue uno de esos eventos trascendentales que hicieron caer las escamas de los ojos de la gente y la hizo ver las frías, brutales, realidades. Y una de esas realidades fue el hecho de que las políticas de libre mercado, que el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial impusieron a unas 100 economías en desarrollo y transición, habían provocado, no un círculo virtuoso de crecimiento, prosperidad e igualdad, sino un ciclo vicioso de estagnación económica, pobreza y desigualdad. El año 2001 no sólo produjo el 11 de septiembre. 2001 también fue el año de la verdad para el fundamentalismo de libre mercado – el año en el que se derrumbó la economía argentina, el niño modelo de la economía neoliberal, mientras en Estados Unidos, las contradicciones del capitalismo global, desregulado, impulsado por el mundo de las finanzas, eliminaron 4,6 billones de dólares de la riqueza de los inversionistas – la mitad del producto interno bruto de EE.UU. – e inauguraron un período de estagnación y de creciente desempleo del que la economía capitalista central del mundo aún no se ha recuperado.
Mientras el capitalismo global pasaba de una crisis a otra, la gente se organizó en las calles, en los sitios de trabajo, en la arena política, para confrontar su lógica destructiva. En diciembre de 1999, una masiva resistencia callejera de más de 50.000 manifestantes se combinó con una revuelta de los gobiernos de los países en desarrollo dentro del centro de convenciones de Seattle para derribar la tercera reunión ministerial de la OMC. Las protestas globales también socavaron la legitimidad del FMI y del Banco Mundial, los otros dos pilares del gobierno económico global, pero de modo menos dramático. Movimientos de masas contra el neoliberalismo condujeron al poder a nuevos gobiernos en Venezuela, Argentina, Brasil, Ecuador, y Bolivia. La quinta reunión ministerial en Cancún, un evento asociado en la mente de mucha gente con el suicidio altruista del campesino coreano y activista de Vía Campesina Lee Kyung-Hae en las barricadas, se convirtió en Seattle II. Y en noviembre del año pasado, en Miami, la misma alianza de la sociedad civil y de los gobiernos de los países en desarrollo forzó a Washington a dar marcha atrás en el programa neoliberal de liberalización radical del comercio, las finanzas y las inversiones que amenaza con imponer en el hemisferio occidental a través del Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA).
Lucha contra el imperio
La lucha por la justicia y la igualdad globales ha sido una ofensiva de nuestro movimiento. La otra ha sido la lucha contra el militarismo y la guerra. Para el movimiento contra la intervención imperial, los años 80 y 90, no fueron décadas positivas. Las luchas por la liberación nacional se retiraron, perdieron ímpetu, o fueron comprometidas en muchas partes del mundo. Desde luego, hubo excepciones: en Sudáfrica, donde llegó al poder el ANC; en Palestina,, donde la primera Intifada causó una derrota política y militar de Israel; en Líbano, donde EE.UU. huyó en 1983 después de la muerte de 241 marines estadounidenses en el atentado contra su base ubicada a pocos kilómetros de este lugar, y de donde los israelíes fueron gradualmente expulsados durante la década siguiente y, no hay que olvidar a Somalia donde la destrucción de una unidad de los rangers de EE.UU. en Mogadishu obligó a la administración Clinton a terminar su intervención militar en octubre de 1993.
Los ideólogos de la globalización promovieron la ilusión de que una globalización acelerada conduciría al reino de una «paz perpetua». Al contrario, nuestro movimiento advirtió que a medida que progresaba la globalización, sus efectos desestabilizadores económica y socialmente multiplicarían los conflictos y la inseguridad. Llevada por la lógica corporativa, la globalización, advertimos, anunciaría una era de imperialismo agresivo que trataría de aplastar toda oposición, de apoderarse del control de los recursos naturales y de asegurarse mercados.
Tuvimos razón, pero costó bastante tiempo hasta que recuperamos la orientación.
Estábamos todavía demasiado desorientados por los eventos del 11 de septiembre de 2001 y la política interna de Afganistán para ser capaces de reaccionar efectivamente ante la invasión de ese país por EE.UU. Pero pronto quedó en claro que la así llamada Guerra contra el Terror era simplemente una excusa para realizar una búsqueda de la Supremacía Militar Absoluta, o en la jerga del Pentágono, el «Dominio de Espectro Total».
A fines de 2002 y comienzos de 2003, el movimiento finalmente entró en acción, convirtiéndose en una fuerza global por la justicia y la paz que movilizó a decenas de millones de personas en todo el mundo el 15 de febrero de 2003, contra el plan de invadir Irak. No tuvimos éxito en impedir la invasión anglo-estadounidense, pero hicimos una contribución definitiva para deslegitimar la Ocupación e hicimos que fuera cada vez más difícil que los invasores, que han violado descaradamente el derecho internacional y muchos puntos de la Convención de Ginebra, permanezcan en Irak.
El New York Times, en ocasión de la marcha del 15 de febrero de 2003, dijo que quedan sólo dos superpotencias en el mundo de hoy: Estados Unidos y la sociedad civil global. Permítanme que agregue que no dudo que las fuerzas de la justicia y la paz se impondrán sobre la encarnación contemporánea del imperio, la sangre, el terror y la codicia que es EE.UU.
Irak, la resistencia y el Movimiento
Nuestro movimiento se encuentra en ascenso. Pero nuestra agenda es masiva, nuestras tareas formidables. Para nombrar sólo unas pocas: Tenemos que sacar a EE.UU. de Irak y Afganistán. Tenemos que detener las políticas cada vez más genocidas de Israel contra el pueblo palestino. Tenemos que imponer el estado de derecho sobre estados canallas, fuera de la ley, como EE.UU., Gran Bretaña e Israel. Además, tenemos todo un camino que recorrer antes de convertirnos en una masa crítica que afecte decisivamente la lucha por la liberación nacional en Irak.
Me explico. Durante los últimos meses, ha habido dos eventos definidores en Irak: Uno fue la denuncia del sistemático abuso sexual en la prisión Abu Ghraib en las afueras de Bagdad. El segundo fue la insurrección en Faluya en abril.
El escándalo de Abu Ghraib, que ha enfurecido a la mayoría del mundo y avergonzado a la mayoría de los estadounidenses, eliminó el último vestigio de legitimidad para la presencia de EE.UU. en Irak. La insurrección en Faluya, que mostró a combatientes hombres, mujeres y niños, derrotando a la elite de las legiones coloniales de Washington, los marines, fue el momento crucial de la guerra iraquí de liberación nacional. Faluya fue seguida por levantamientos en otras ciudades como Nayaf y Ramadi. Mostró que la resistencia iraquí no es conducida por residuos del régimen de Sadam Husein sino que es generalizada, popular, y se encuentra en ascenso.
Voy a leerles un reciente informe del New York Times sobre las condiciones en Ramadi y Faluya, que representan bastante bien un microcosmo de Irak en este momento. Dice que «los esfuerzos estadounidenses de edificar una estructura gubernamental alrededor de antiguos incondicionales del partido Baaz… se han derrumbado». En su lugar, ambas ciudades y gran parte de la provincia Anbar, «están controladas ahora por… milicias, y las tropas de EE.UU. están confinadas sobre todo a fuertes poderosamente protegidos al borde del desierto. La poca influencia que tienen los estadounidenses es impuesta mediante cautelosas incursiones en vehículos blindados, y por bombas guiadas por láser… [Pero] incluso los ataques de bombardeo parecen haber fortalecido a las [milicias], que culpan a los estadounidenses por numerosas muertes civiles».
El problema, amigos y compañeros, ya no es si Washington será derrotado en última instancia por la resistencia iraquí. Será derrotado. El problema es cuánto tiempo insistirá en una situación imposible. En la solución de este problema, nuestro papel en el movimiento global por la paz tiene una influencia considerable.
Washington insiste, a pesar de los ataques diarios contra sus soldados de la resistencia. En vista de esta situación, la victoria del pueblo iraquí será acelerada definitivamente por la emergencia de un fuerte movimiento global contra la guerra como el que salió a diario de a por miles a las calles antes y después de la Ofensiva del Tet de 1968. Hasta ahora, esto no se ha materializado, a pesar de que la oposición a la presencia de EE.UU. en Irak es el sentimiento global dominante y de que la desilusión con la política de su gobierno en Irak se ha extendido ahora a la mayoría del público de EE.UU.
Por cierto, justo cuando es más necesitado por el pueblo de Irak, el movimiento internacional por la paz tiene dificultades para ponerse en movimiento. Las manifestaciones del 20 de marzo de 2004 fueron mucho más pequeñas que las del 15 de febrero de 2003, en las que decenas de millones marcharon en todo el mundo contra el proyecto de invasión de Irak. Simplemente no se evidencia, por lo menos aún no, el tipo de presión masiva internacional que hace impacto en los políticos – la realización diaria de manifestación tras manifestación de cientos de miles en una ciudad tras otra.
Tal vez una parte importante del motivo sea que gran parte del movimiento internacional por la paz duda en legitimar la resistencia iraquí: ¿Quiénes son? ¿Podemos realmente apoyarlos? Estas preguntas son lanzadas cada vez más a los defensores de una retirada militar y política incondicional de Irak. Seamos realistas: el uso del suicidio como arma política continúa preocupando a numerosos activistas que son repelidos por declaraciones como las de líderes palestinos que afirman orgullosamente que los atacantes suicidas son el equivalente de los [caza-bombarderos] F-16 de los pueblos oprimidos. Seamos realistas: el que una gran parte de la resistencia tanto en Irak como en Palestina sea de inspiración islámica en lugar de laica continúa preocupando a numerosos activistas occidentales por la paz.
Pero nunca ha habido algún movimiento bonito por la liberación nacional o la independencia. Muchos progresistas también se sintieron repelidos por algunos de los métodos del movimiento de los «Mau Mau» en Kenia, del FLN en Vietnam. Lo que los progresistas olvidan es que los movimientos no les piden sobre todo apoyo ideológico o político. Lo que realmente quieren del exterior, de progresistas como nosotros, es la presión internacional por el retiro de un poder ocupante ilegítimo para que las fuerzas internas puedan tener el espacio para forjar un gobierno genuinamente nacional basado en sus propios procesos. Hasta que renuncien a su condicionamiento implícito de sus acciones a través de la garantía de que un movimiento de liberación nacional se ajuste a sus valores y discurso sea el que llegue al poder, muchos activistas por la paz seguirán estando atrapados dentro de un paradigma que impone sus condiciones a otros pueblos.
Quiero dejarlo bien claro: No podemos promover soluciones condicionadas – incluso si dicen que las tropas de EE.UU. y de la Coalición se retiren sólo si hay una presencia de seguridad de la ONU que tome el sitio de los estadounidenses. La única posición de principio es: Retiro incondicional de las fuerzas militares y políticas de EE.UU. y de la Coalición., ahora mismo. Y punto.
Pero aunque el futuro en Irak mismo sigue poco claro, la resistencia iraquí ya ha ayudado a transformar la ecuación global.
EE.UU. es más débil hoy de lo que era antes del 1 de mayo de 2003, cuando Bush cantó victoria en Irak. La Alianza Atlántica que ganó la Guerra Fría ya no funciona, en gran parte debido a la división sobre Irak. España y Filipinas han sido obligadas a retirar sus tropas de Irak, y ahora Tailandia ha seguido el mismo camino silenciosamente, contribuyendo aún más al aislamiento de EE.UU. La situación en Afganistán es más inestable ahora que el año pasado: el poder de EE.UU. alcanza sólo a los suburbios de Kabul. El Islam militante, que ahora EE.UU. considera su enemigo Nº 1, se extiende ahora más vigorosamente en todo el Sudeste Asiático, Asia del Sur y en Medio Oriente. En América Latina, hay ahora masivos movimientos populares contra el neoliberalismo y EE.UU. en Brasil, Argentina, Venezuela y Bolivia que o están en el gobierno o dificultan que los gobiernos mantengan sus políticas neoliberales, de libre mercado. Hugo Chávez ha desafiado de frente al imperialismo en su propio patio trasero y sigue en el poder gracias al apoyo organizado del pueblo venezolano. ¡Más poder a Chávez y al pueblo venezolano!
Por su engreimiento, EE.UU. sufre las enfermedades fatales de todos los imperios – la sobreextensión imperial. Nuestro papel, citando al gran revolucionario cubano Che Guevara, es empeorar esta crisis de sobreextensión, no sólo creando o expandiendo movimientos de solidaridad internacional contra EE.UU. en Irak, el eje EE.UU.-Israel en Palestina, y la sigilosa intervención de EE.UU. en Colombia. También debemos fundar o reforzar las luchas contra la presencia imperial de EE.UU. en nuestros propios países y regiones. Por ejemplo, la lucha contra las bases de EE.UU. en el Noreste Asiático y la renovada presencia militar de EE.UU. a través de la llamada Guerra contra el Terror en el Sudeste Asiático es algo a lo que nosotros, los del este de Asia, debemos volver a dedicarnos.
Hacia un Nuevo Orden Económico Global
La lucha contra el imperialismo y la guerra es un frente de nuestra lucha. El otro frente es la lucha por cambiar las reglas de la economía global, porque la disrupción de la sociedad y del medio ambiente se origina en la lógica del capitalismo global cuyas fuentes son EE.UU., la Unión Europea y Japón. El desafío correspondiente va más allá de la simple destrucción de la autoridad de instituciones como el Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional y la Organización Mundial de Comercio, aunque no hay que subestimar esta tarea – véase, por ejemplo, la reciente resurrección en Ginebra de la OMC, que muchos habíamos pensado había sufrido un golpe importante en sus fundamentos en Cancún.
El desafío es que incluso mientras deconstruimos lo antiguo, nos atrevamos a imaginar, y a ganar gente para, nuestras visiones y programas par algo nuevo. Contrariamente a las afirmaciones de los ideólogos del establishment, los principios que servirían de pilares para un nuevo orden mundial están presentes. El principio primordial es que en lugar de que la economía, el mercado, impulsen a la sociedad, el mercado debe ser – para utilizar la imagen presentada por el gran erudito húngaro Karl Polanyi – «reincrustado» en la sociedad y regido por los valores superiores de comunidad, solidaridad, justicia y equidad. A nivel internacional, la economía global debe ser desglobalizada o liberada de la lógica deformadora, desfiguradora, de la rentabilidad corporativa y ser verdaderamente internacionalizada, queriendo decir que la participación en la economía internacional debe servir para fortalecer y desarrollar en lugar de desintegrar y destruir las economías locales y nacionales.
La perspectiva y los principios existen; el desafío es cómo cada sociedad puede articular estos principios y programas de modos singulares que correspondan a sus valores, sus ritmos, su personalidad como sociedades. Llámennos posmodernos, pero el punto central de nuestro movimiento es la convicción de que, en contraste con la creencia común tanto del neoliberalismo como del socialismo burocrático, no hay un zapato que le vaya a todos. Ya no se trata de una alternativa sino de alternativas. Y a menos de que haya un nuevo orden global basado en los principios de justicia, soberanía y respeto a la diversidad, no habrá una paz real.
Dos desafíos
Permítanme que termine volviendo a nuestra urgente tarea: derrotar a EE.UU. en Irak y a Israel en Palestina. Estamos todos aquí no para celebrar nuestra fuerza sino, lo más importante, para enfrentar nuestras debilidades durante los próximos días.
Quisiera sólo decir que uno de los desafíos que consideraremos es cómo vamos más allá de acciones espontáneas, más allá de una coordinación que sigue estando al nivel de la coordinación de días internacionales de protesta. El enemigo está extremadamente bien coordinado en el ámbito global y no tenemos otra alternativa que igualar ese nivel de coordinación y cooperación. Pero debemos igualarlo con un profesionalismo que respete nuestras prácticas democráticas – por cierto, debemos confrontarlo con métodos que conviertan nuestra práctica democrática en una ventaja.
El otro desafío que quisiera subrayar es que debemos cerrar la brecha política y cultural entre los movimientos globales por la justicia y la paz y sus homólogos en los mundos árabe e islámico. Existe una brecha que el imperialismo ha explotado al máximo, con sus esfuerzos por presentar a la mayoría de nuestros compañeros árabes y musulmanes como terroristas o partidarios del terrorismo. No podemos permitir que esta situación continúe, motivo por el cual realizamos esta reunión en Beirut. Por cierto, quiero decir que a menos que los movimientos globales y los movimientos árabes forjen lazos estrechos, orgánicos, de solidaridad, no venceremos en la lucha contra la globalización impulsada por las corporaciones y el imperialismo.
Se trata del futuro de nuestra lucha – un futuro que será afectado por lo que suceda aquí en Beirut en los próximos días. ¿Avanzaremos, nos quedamos donde estamos, o emprenderemos la retirada? La respuesta depende de cada uno de los más de 300 delegados registrados que han venido aquí de todo el mundo. Siento una confianza cautelosa. ¿Por qué? Porque sé que existe buena voluntad, que existe tolerancia para las diferencias y que existe la voluntad política de lograr la acción unificada para vencer a las fuerzas de la injusticia, la opresión y la muerte.
19 de septiembre de 2004, Beirut
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Walden Bello recibió el «Right Livelihood Award» (Nobel Alternativo) de 2003. Bello es director ejecutivo de la organización de investigación de Bangkok Focus on the Global South y profesor de sociología y administración pública en la Universidad de las Filipinas.
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