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¿Postfordismo político?

Fuentes: democraziakmzero.org

Traducido del italiano para Rebelión por Susana Merino

Desde 2011 recorren todas las regiones del mundo múltiples reacciones contestatarias: el sur europeo, el mundo árabe, América del Norte -Canadá y los EE.UU.- Turquía, Suramérica…

Más allá de las características propias, todos esos movimientos tienen puntos en común: se crecen, rechazan las políticas de austeridad y la corrupción y critican los sistemas políticos y la (in)acción de los Estados.

En este contexto los partidos políticos, especialmente los que detentan el gobierno (tanto de derecha como de izquierda), son duramente interpelados y vilipendiados, por no decir lisa y llanamente cubiertos de oprobio. Esta «crisis de la política tradicional» está siendo sin embargo ampliamente comentada y analizada.

Probablemente ha sido en Italia, Europa, donde ha alcanzado su paroxismo engendrando una nueva situación: aumento general (tanto sociológico como territorial) de la abstención electoral y la desaparición, en este contexto, de la izquierda surgida del movimiento obrero, por debajo del umbral de credibilidad, erosión de los partidos del sistema, endurecimiento ideológico de las derechas y deriva neoliberal de las fuerzas socialdemócratas, emergencia del movimiento social/electoral contra los partidos tradicionales, Movimiento Cinco Estrellas (M5S), multiplicación de los movimientos sociales locales (contra proyectos inútiles, por una nueva definición de la democracia local, etc.) (1).

En un libro, aún no traducido, Finale di partito (2) [Fin de los partidos (3)] el intelectual y politólogo italiano Marco Revelli se pregunta sobre estos fenómenos contemporáneos. Y analiza especialmente, la crisis de confianza de los ciudadanos en los partidos políticos.

Para él la forma de los partidos, heredada de la segunda revolución industrial, se combinaba armoniosamente con los grandes sistemas productivos -las fábricas- «centralizadas y burocratizadas, mecanizadas y estandardizadas, rígidas y rigurosamente territorializadas, pensadas para la programación y la planificación de largo plazo». Se trataba entonces de trabajar en la concienciación y en la integración política de las nuevas masas de trabajadores rápidamente transformadas de multitudes campesinas, lingüísticas y culturales en una clase en vías de homogeneización sociopolítica y territorial -la clase obrera-. Esta tarea necesitaba, en el contexto de emergencia del capitalismo industrial, una relación organizativa vertical, adaptada a las estructuras económica y sociales basada en los principios de delegación y representación. Se trataba de organizar la lucha en las unidades de producción que generaban relaciones de poder territorializadas. De modo que «el partido de masas era (…) el microcosmos en el que se reflejaba el macrocosmos social paralelo (…) destinado a reflejar en el espacio parlamentario el conflictivo juego (de negociaciones) en los grupos sociales reunidos» y la oligarquía. En este contexto el «representante» contaba con la confianza del «representado», con el que por otra parte compartía proximidad territorial y a veces el lugar de trabajo. De modo que así la «maquinaria política» respondía a la maquinaria capitalista.

La organización del partido se inspiraba igualmente en el modelo del Estado y de su administración que aspiraba a conquistar.

El final del modelo fordista de producción, la internacionalización y la segmentación de las cadenas de producción, el libre comercio, la financiarización de la economía capitalista, la aparición de la economía desmaterializada y de los servicios, han emprendido una desestructuración progresiva e irreversible de las formas organizativas del trabajo y de los modelos clasistas.

La erosión de la homogeneidad sociológica de la clase trabajadora y el aumento del nivel educativo habrían originado la aparición de una «política líquida» al mismo tiempo espejo y producto de la diversificación de los flujos económicos y sociales en la esfera política. Estaríamos asistiendo así a una «licuefacción del cuerpo electoral» surgida de la fragmentación de las «pertenencias sociales estables». Para Marco Revelli «el partido político clásico (…) era la forma que mejor se adaptaba para dar respuesta a un requerimiento social típicamente materialista (…) de electores mecánicamente reunidos en grupos relativamente homogéneos de personas ampliamente definidas por sus respectivos papeles productivos y caracterizadas por un nivel de escolarización medio o bajo. Se trataba de una manera de representación propia de la modernidad industrial».

Actualmente, la familia de trabajadores se ha multiplicado y las nuevas generaciones de los años 70, 80 y 90 acusan características sociopolíticas diferentes. Ya no son los trabajadores manuales enmarcados en grandes organizaciones sindicales y políticas los que pesan en la dinámica de las relaciones sociales sino los estudiantes, los técnicos. los trabajadores intelectuales actuando en la economía de los servicios, en el teletrabajo, etc. Estos últimos son los que forman los nuevos batallones de clases medias urbanas bajas y precarias que tienen acceso a empleos y a ingresos pero de manera intermitente.

Aunque sociológicamente minoritarias, mucho más fragmentadas y heterogéneas que las anteriores «más aculturadas y celosas de su propia independencia, menos sometidas a la relación orden-obediencia» constituyen, por lo menos, los grupos más activos en las movilizaciones sociales por hallarse más directamente vinculados a las nuevas formas socioeconómicas engendradas por la mutación del capitalismo y sus contradicciones. De todas maneras en este contexto «sus mayores niveles de educación son correlativos con su participación en formas de acción política no convencionales» (4), su rechazo a los cuadros organizativos e ideológicos de las formaciones políticas existentes, a la reivindicación de una acción «apolítica» -cuando en realidad sus eslóganes y sus valores son híper políticos (probidad, respeto a la voluntad popular, reivindicación de los servicios públicos y los bienes comunes, limitaciones al poder del dinero, reclamo de un nuevo orden social, etc.). Se trataría de una forma de «subpolítica» de la política o de la forma «política de la segunda modernidad».

Sea como sea, queda claro para el autor, que «el control monopolista de los partidos sobre el espacio público ha terminado». Así como imitaron la forma organizativa del Estado nacional, solo podrán ejercer en la sociedad una «soberanía limitada».

Son diversos los poderes que actualmente cohabitan en esta última: el poder financiero, el poder político, (desclasado y víctima de una crisis de confianza). El poder mediático (ampliamente controlado por el primero), el poder del cuerpo social (capaz de interferir esporádicamente en el poder político y perturbar el consenso de las oligarquías) el cyberpoder (que moviliza al conjunto de los actores en un terreno inédito).

Por su parte los nuevos actores de la rebeldía conformarán el áspero desafío de la futura batalla ideológica que se producirá entre la izquierda y la derecha.

En esta secuencia es imperativo inventar una nueva dialéctica entre los partidos políticos de la transformación y los nuevos movimientos de la sociedad.

Notas

(1) Más información sobre estos temas en: http://www.democraziakmzero.org/

(2) Revelli, Marco, Finale di partito, Giulio Einaudi editore, Torino, 2013.

(3) Este título deriva de un juego de palabras construido a partir de la expresión «Finale di partita» (Final de partida) igualmente título de un drama de Samuel Beckett.

(4) Cita del autor del politólogo estadounidense Ronald Ingleha.

Fuente: http://www.democraziakmzero.org/2013/07/03/la-politica-del-post-fordismo/

rCR