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Preocupaciones sobre el nuevo papa

Fuentes: Servicios Koinonia

La elevación del cardenal José Ratzinger a Papa de la Iglesia católica ha traído satisfacción para unos y preocupaciones para otros. Las preocupaciones se relacionan con dos factores: el estilo de gobernar la Iglesia, y la actitud de base frente al mundo plural de hoy. Como Prefecto de la Congregación de la Doctrina de la […]

La elevación del cardenal José Ratzinger a Papa de la Iglesia católica ha traído satisfacción para unos y preocupaciones para otros. Las preocupaciones se relacionan con dos factores: el estilo de gobernar la Iglesia, y la actitud de base frente al mundo plural de hoy.

Como Prefecto de la Congregación de la Doctrina de la Fe durante más de 20 años, y en su homilía a los cardenales antes de entrar al cónclave, Benedicto XVI ha dejado claro que va a continuar la línea de su predecesor.

Si el estilo de gobernar fuese centralizador como el anterior, existe el riesgo de que la Iglesia sea identificada con el Papa. Si frente al mundo plural la actitud fundamental fuese pura y simplemente la afirmación de la ortodoxia en oposición frontal a las tendencias del pluralismo cultural, la Iglesia corre el riesgo de identificar Roma con el mundo, y de transformarse así en un reducto de conservadurismo y de mediocrización de la inteligencia cristiana.

Si de hecho prevalece la centralización, resultará resgtringida la creatividad de las Iglesias locales, que necesitan libertad para articular, ante la masa sufrida de los fieles, fe con justicia, misión social con liberación, sin lo cual la evangelización se convierte en alienación. Se va a agravar la emigración de los fieles hacia otras Iglesias. Esta situación marca todo el Tercer Mundo, donde se encuentra más de la mitad de todos los católicos.

Si prevalece la actitud de confrontación con la modernidad y la posmodernidad, preveo consecuencias funestas para el futuro de la Iglesia. Tradicionalista como es, Benedicto XVI debe saber que esta estrategia es profundamente desgastante para la Iglesia. En el pasado privó a los movimientos libertarios de los oprimidos de la colaboración de los cristianos, que habrían podido imprimir valores cristianos en las relaciones sociales emergentes, en vez de alienarlos e infantilizarlos. La Iglesia misma llegó siempre tarde a todo, hasta a la firma de la Carta de los derechos humanos. Una Iglesia que se propone volver a los modelos del pasado, se inmoviliza como un fósil. Acomodaticia, no cumple su misión religiosa de educar a los cristianos para los nuevos tiempos; más bien los clericaliza, haciéndolos inmaduros en la fe, cuando no papistas infantiles y aduladores, de los que tantos hay hoy.

Una vez que han sido suscitadas, las cuestiones no se callarán hasta que se haga un cierre de cuentas. Fue hecho en el Concilio Vaticano II, pero Juan Pablo II y el cardenal Ratzinger lo interpretaron de tal forma que lo que se produjo fue un vaciamiento del mismo. El enfrentamiento que se entabló -en vez de un diálogo- implica, además de un equívoco, un error teológico. El Concilio enseñó que en el diálogo con las filosofías y corrientes ideológicas se debe ante todo identificar en ellas los elementos positivos de luz, pues, aunque vengan de Marx, de Freud o de Lyotard, si son verdaderos, en último término vienen de Dios. Es ser exterminador del futuro afirmar, como afirma el documento Dominus Iesus del cardenal Ratzinger, que sólo la Iglesia Católica es Iglesia de Cristo y que las otras Iglesias no son siquiera iglesias, sino que simplemente «tienen elementos eclesiales», o decir, respecto a las religiones, que éstas «tienen elementos valiosos», pero que sus seguidores corren grave riesgo de perdición porque están fuera de la Iglesia católica, única religión verdadera. Eso no es dialogar, sino insultar. Es engañoso e indigno. La cordialidad debe facilitar la conversión.

Yo creo en los milagros. Ojalá Benedicto XVI vuelva a ser el teólogo que aprecié, que suscitaba esperanza, y no miedo.