Incomunicados, de los pies a la cabeza. Las multinacionales Nike y Apple acaban de dar a luz a su primer retoño: la zapatilla «inteligente». Las nuevas deportivas «hablan», susurran al oído la distancia que llevamos recorrida, nuestra velocidad o las calorías quemadas. Un dispositivo wireless instalado en su suela transmite toda la información a un […]
Incomunicados, de los pies a la cabeza. Las multinacionales Nike y Apple acaban de dar a luz a su primer retoño: la zapatilla «inteligente». Las nuevas deportivas «hablan», susurran al oído la distancia que llevamos recorrida, nuestra velocidad o las calorías quemadas. Un dispositivo wireless instalado en su suela transmite toda la información a un reproductor musical iPod inalámbrico. «Las posibilidades de nuestra alianza son interminables», asegura Steve Jobs, consejero delegado de Apple. Lo que la tecnología ha unido que no lo separe el hombre. Calzoncillos que besan, camisetas que abrazan, pañuelos que consuelan…
Nacemos con un móvil debajo del brazo y un pin grabado en la frente. Crecemos rodeados de ordeñadores portátiles, ultramodernos aparatos que nos conectan al mundo y nos separan de la gente. Morimos solos, en silencio, enchufados a una televisión de plasma. Es la sociedad de la comunicación. Todos quieren hablar. Hasta las pantuflas. Nadie escucha. Sobran las palabras.
El aviso estaba colgado en un restaurante colombiano, en el municipio de San Pablo. «Haga que sus palabras sean dulces y suaves por si algún día tiene que tragárselas». El japonés Van Damme Hirakata, a sus treinta años de edad, tiene un estómago a prueba de palabrotas. En los últimos cinco, se ha zampado las soledades, angustias, historias, de más de 22.000 personas, unas cien por semana. Gratis. Por amor al arte… de escuchar.
Hirakata es profesor particular aunque su pasión siempre ha sido el teatro. Quería ser actor cómico. Un día, desde el escenario, observó que muchos espectadores parecían preferir ser escuchados a oír sus gracias y ocurrencias. Ahí descubrió su nueva profesión: escuchador. La plaza del barrio de Shibuya, en Tokio, es un constante ir y venir de caminantes. Junto a la boca del metro, con un cartel colgado del pecho («Te escucho»), Hirakata presta sus oídos a las palabras andantes. No da abasto. Japón, la reina del microchip, la sociedad del futuro, no tiene quien la escuche.
Faltan orejas y se multiplican los «escuchadores» por todo el planeta. En Euskadi, se apunta hasta la Iglesia, sorda de nacimiento. La Confederación de Religiosos de Vizcaya pondrá en marcha el jueves en Bilbao un pionero servicio de escucha. «Es muy triste ver la cantidad de gente mayor que vive sola y no tiene con quien hablar, o incluso a quienes viven rodeados de personas pero siguen sintiéndose solos, porque una cosa es oír y otra muy diferente escuchar», explica José María Larru, capellán en el hospital San Juan de Dios de Santurtzi y uno de los cinco religiosos (tres monjas y dos sacerdotes) que atenderá el nuevo servicio de forma voluntaria. «Cada vez vamos más a lo nuestro», cuenta Larru. «Esta sociedad tiene gran necesidad de ser escuchada».
La reconversión de los confesores. No juzgan, no preguntan por qué y no imponen penitencia. De momento, «Los Cinco Escuchadores» prestarán sus oídos los martes, de seis a ocho de la tarde, y los jueves, de diez a doce de la mañana, en un local cedido por la orden de los Agustinos. Si tienen éxito, prometen ampliar horarios y «plantilla».
El que sabe escuchar se hace grande y consigue que su caminar siga a través de los tiempos, que lejos llegue, que se multiplique en muchos y otros pasos. Por algo tenemos dos orejas, dos ojos y una sola lengua. Hablar la mitad. Mirar y escuchar el doble. Hasta por los codos. Desde el corazón.