Sin los costos del sistema tradicional de crédito, comunidades aisladas de la noroccidental región argentina de La Puna llevan adelante un exitoso programa de préstamos, que les sirve para afrontar gastos extraordinarios. «Acá nos conocemos todos, hay mucha confianza entre nosotros», cuenta a IPS Francisca Brajeda, tesorera del fondo vecinal que crearon 30 familias de […]
Sin los costos del sistema tradicional de crédito, comunidades aisladas de la noroccidental región argentina de La Puna llevan adelante un exitoso programa de préstamos, que les sirve para afrontar gastos extraordinarios.
«Acá nos conocemos todos, hay mucha confianza entre nosotros», cuenta a IPS Francisca Brajeda, tesorera del fondo vecinal que crearon 30 familias de la localidad de Abra Pampa, ubicada en la provincia de Jujuy y a 1.700 kilómetros de Buenos Aires.
Abra Pampa es la capital del departamento de Cochinota en la región de La Puna, una región de meseta árida y desértica, cuya escasa población es en su mayoría descendiente de pueblos originarios, como es el caso de Brajeda, una kolla que, como ella dice, «nació y morirá» en ese lugar.
«Usted se va a reír si le digo cuánto ponemos cada uno…Pueden ser 30 o 50 pesos (de siete a 12 dólares) y a veces hasta 100 (24 dólares). El dinero está en el bolsillo de cada uno y se lo lleva todo el que lo necesita», sintetizó.
Los créditos son pequeños, como máximo se otorgan 5.000 pesos (1.200 dólares). «El que quiere más tiene que ir al banco», se ríe Brajeda. La tasa de interés es de nueve por ciento y se mantiene estable desde que se creó el fondo hace siete años.
«Somos un grupo que se presta mensualmente. Si no llegamos a lo que pide alguno, seguimos juntando hasta el mes siguiente, y el ‘interesito’ que cobramos es para que no se acabe el capital, para que siempre se mantenga», describe.
Para Brajeda, esta es una forma de «autoayudarse sin tantos papeles ni burocracia». Lo destinan a comprar lana o hilo para su labor, medicamentos, útiles escolares o calzado. «Es una gran ayuda», asegura esta mujer que administra el fondo.
El sistema, que de tan casero ni siquiera tiene nombre, surgió como desprendimiento de un plan de microcréditos inspirado en el Banco Grameen, creado por el economista bangladesí Mohammad Yunus, conocido como el «banquero de los pobres» y ganador en 2006 del premio Nobel de la Paz.
La idea del Grameen prevé que para tomar pequeños préstamos los beneficiarios se presentan en un grupo solidario.
Su tasa de interés es más alta que la que exigen los fondos comunitarios, porque los costos de administración son grandes y, además, el prestatario tiene que rendir cuenta en forma semanal de la marcha de los proyectos, que tienen que ser productivos.
«Nosotros nos reunimos los días 4 de cada mes a las 18 horas y cada uno lleva el dinero en su bolsillo. La mayoría son vendedores ambulantes que compran ropa en Bolivia para venderla acá», explica Brajeda, que es tejedora y cuida de su familia.
La misma modalidad de préstamos se está desarrollando en otras comunidades cercanas, todas de La Puna, como en Cerro Negro y en Queta. En todos los casos el asesor original fue el antropólogo Raúl Llobeta.
«Este programa está ideado desde una mirada antropológica y no de mercado», explicó a IPS Llobeta, quien es profesor de la estatal Universidad Nacional de Jujuy y asesor de la Fundación Avina en diversos proyectos.
Una investigación suya había revelado que los indígenas del pueblo aymará tenían una institución financiera: el «pasankus» o «pasamanos», que era un sistema de ahorro previo y crédito basado exclusivamente en la confianza dentro de la comunidad.
Ese viejo sistema fue recreado «para fortalecer la autoestima y la identidad cultural de las poblaciones, su organización política y social, y también para que sirva como palanca financiera para detener el círculo de la pobreza», remarcó.
El antropólogo sostuvo que el préstamo tiene que servir para que la familia pueda adquirir el antibiótico que requiere un hijo con infección pulmonar antes de que el niño se muera, pero tiene que ser además un sistema de crédito fácil y barato.
«En materia de préstamos para los pobres hubo muchos abusos porque el sistema de microcréditos fue pensado por economistas y banqueros de mercado. La idea es que el pobre siempre devuelve, entonces es un buen negocio», cuestionó.
Llobeta señaló que el Banco Grameen cobra tasas de interés que pueden llegar hasta 60 por ciento. Esa carga es menor a la de un usurero, pero muy alto para los más pobres, y es porque tiene muchos costos de administración.
«Acá no hacen falta oficiales de crédito ni evaluadores. Las comunidades lo manejan sin ninguna ayuda», aseguró. «Esto está diseñado para la realidad particular de estas poblaciones aisladas y dispersas, y es un modelo nuevo, único», resaltó.
Tampoco comparte la promesa del Banco Grameen de alcanzar «un mundo sin pobreza» a partir de estos pequeños préstamos.
«La idea de Yunus partió de un optimismo exagerado, de la creencia de que se puede acabar con la pobreza a partir del microcrédito. Pero esto es un poco ingenuo. La pobreza es un fenómeno más complejo que la falta de dinero», observó.
Los más pobres en esta región sufren por la falta de acceso a la información, por escasa autoestima y pérdida de la identidad cultural, apuntó Llobeta. En este marco, los préstamos combaten la pobreza pero no terminan con ella, diferenció.
«Un préstamo de 1.000 pesos (243 dólares) no termina con la pobreza de una familia, pero puede mejorar sus condiciones de vida y eso es válido», aseguró.