Llegan años de malos tiempos para quienes trabajan con vocales y consonantes. Se avecinan tempestades que prohibirán que la información y opinión que puedan sembrar provenga de sus propios silos cerebrales. ―Será ajena, o no será ―dice la Organización Mundial del Comercio de Palabras, que dictaminará qué letras utilizar y cómo enlazarlas; y nada de […]
Llegan años de malos tiempos para quienes trabajan con vocales y consonantes. Se avecinan tempestades que prohibirán que la información y opinión que puedan sembrar provenga de sus propios silos cerebrales. ―Será ajena, o no será ―dice la Organización Mundial del Comercio de Palabras, que dictaminará qué letras utilizar y cómo enlazarlas; y nada de intercambiarlas ni conservarlas para próximas temporadas.
La Agencia Europea de Seguridad Emocional velará porque sus divagaciones no puedan mermar la aparente paz del consumidor, censurando las que puedan generar verdadera ternura o legítima rebelión. A quien se le ocurra arar un campo para producir policultivos de pensamiento lo colgarán en la plaza mayor.
La tierra fértil donde habitan y proliferan letras, alimento para la germinación de palabras que luego se transformarán en párrafos o sonetos que, bien mezclados, pueden ser textos o canciones listas para divulgar, estará cada vez más controlada por unos pocos editorialistas represores. Sus dominios abarcarán todos aquellos continentes que puedan dar buenas o malas ideas.
Y después de muchas horas, de sol a sol, de hincar los codos frente al teclado -como si pertenecieran al sector primario- recibirán desprecio, pues la escritura no tendrá ni valor ni precio; serán comerciantes de una mercancía más. Porque a poco que aprieten más con las normas de distribución ya no sabrán con quien compartir su cosecha. Muchos distribuidores -con la crisis- van cerrando, y los que quedan son escaparates de la industria del texto, monótona genéticamente hablando, intoxicada hasta las orejas y de consumo arriesgado. Eso sí, entras con poco presupuesto pero sales con el carrito lleno de materia prima inservible, de muy mal cocinar y de peor digerir. Tanto es así que la Unión Europea ha contabilizado que en esta cadena de la industria cultural más de la mitad de lo producido, acaba derrochándose.
A quienes escriben, ¿los quieren maltratar como hacen con campesinas y campesinos? ¿Quien siembra vientos, recoge tempestades?
Aprehendiendo de la agroecología y la soberanía alimentaria, lo sabemos: para comer sin cerrar la boca no queremos mercados globalizados ni circuitos comerciales convencionales.
El contacto directo con las personas lectoras, las páginas alternativas, los libros libres o a las radios independientes son los mejores canales -sin interferencias- como desde hace 50 regalos, lo hace La Fertilidad de la Tierra.
Me dicen que la artesanía de la escritura a pequeña escala y la recitación en pequeños corros está poco retribuida pero que en ella descubres suficiencia y diversión. Con mucho gusto, probaré.