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Pulso por el poder en las calles de Tailandia (y II)

Fuentes: El gran juego

La crisis por la que atraviesa Tailandia desde hace unos años se desarrolla de forma paralela en dos frentes distintos, aunque íntimamente relacionados: los centros del poder político, económico e incluso militar del país, totalmente inaccesibles para la inmensa mayoría de los tailandeses, y las calles de Bangkok y otras capitales, en las que los […]

La crisis por la que atraviesa Tailandia desde hace unos años se desarrolla de forma paralela en dos frentes distintos, aunque íntimamente relacionados: los centros del poder político, económico e incluso militar del país, totalmente inaccesibles para la inmensa mayoría de los tailandeses, y las calles de Bangkok y otras capitales, en las que los ciudadanos han estado expresando sus aspiraciones, intereses y frustraciones, y no sólo los de los grupos de poder a los que apoyan.

Por un lado se trata de un conflicto entre dos élites de poder, de dos oligarquías: una es la encabezada por Thaksin Shinawatra y sus partidos, representantes de una nueva clase empresarial emergente, partidaria de una economía descentralizada, más moderna y neo-liberal, pero con ciertos elementos populistas. La otra está representada por el Partido Demócrata, es partidaria de un capitalismo centralizado, y defiende unos intereses y grupos empresariales más antiguos y el grupo que tradicionalmente ha detentado el poder en Tailandia, un grupo dependiente de la corona y que se articula en torno a lo que el especialista en política tailandesa Duncan McCargo ha denominado «red monárquica», cuyo centro decisorio es el Consejo Privado del Rey dirigido por el influyente ex general y ex primer ministro Prem Tinsulanonda.

No hay que olvidar que el rey es dueño de una inmensa fortuna (de hecho es el monarca más rico del mundo y tiene en su poder las mejores propiedades inmobiliarias de la capital), gestionada por la opaca Oficina de Propiedades de la Corona, una entidad que disfruta de un estatuto jurídico único y, por lo tanto, de una enorme libertad de acción. Sin embargo, la riqueza del rey no le impide predicar la austeridad para sus súbditos con su famoso concepto de la «economía de la suficiencia».

Por otro lado, se trata de un conflicto entre dos sectores demográficos: del lado de la élite más «moderna» está el grupo social supuestamente más anticuado y provinciano (además del más numeroso), el campesinado de las zonas más pobres del país que ha encontrado en Thaksin al único político poderoso que se muestra dispuesto a defender su intereses a nivel nacional. Del lado de la élite más «antigua» se encuentra el grupo social que se considera más moderno y cosmopolita, la clase media de una capital que debe la prosperidad que disfruta en gran medida a la explotación de esa otra Tailandia «atrasada».

Según muchos partidarios de la Alianza Popular para la Democracia (APD), la gente del campo es demasiado ignorante para votar y está dispuesta a vender su voto sin importarle las consecuencias para el conjunto del país y por ello es elegida gente como Thaksin. Sin embargo, olvidan mencionar que la venta de votos se debe a un sistema caciquil que esos campesinos no han elegido, la practican todos los partidos y, en cualquier caso, muchos votantes aceptan el dinero o los regalos que les ofrecen todos los candidatos y luego votan a quien quieren.

Ese desprecio también se refleja a menudo en la prensa anti-Thaksin de la capital : el diario en lengua inglesa más importante de Tailandia, el «Bangkok Post», calificaba recientemente en un titular a los «camisas rojas» de «hordas rurales» y en otra ocasión llamaba «estado gangsteril» a Buriram, uno de los feudos de Thaksin en el este del país.

La solución que proponen algunos dirigentes de la APD para evitar esos «peligros», y teniendo en cuenta que los votantes de Thaksin pertenecen al sector demográfico más numeroso del país, consiste en que los votantes elijan por sufragio universal sólo al 30 por ciento de los diputados y que un organismo dependiente de la corona nombre al 70 por ciento restante. Según ellos, sólo de esa manera será posible «salvar la democracia» en Tailandia.

La monarquía y el futuro de Tailandia

Pero el aspecto más importante de la crisis, y en el que posiblemente está en juego el futuro modelo de estado en Tailandia, quizá sea el de la monarquía,. Es las institución más poderosa y la única intocable, hasta el momento. Los monárquicos acérrimos lo atribuyen a la popularidad del rey Bhumibol y sus bondades como monarca; muchos le consideran un ser semidivino, un padre benefactor de todos los tailandeses (de hecho, el día del padre y de la madre coinciden en Tailandia con los cumpleaños del rey y la reina) y el único elemento estabilizador del país.

No cabe duda de que la monarquía es la principal fuente de legitimidad de la política tailandesa y de que el rey disfruta de popularidad entre gran parte de su pueblo pero ésta se debe en gran medida a una imagen pública diseñada hasta el último detalle de padre justo y benevolente, trabajador y austero, tradicional y moderno al mismo tiempo, a unas leyes de lesa majestad que se encuentran entre las más severas del mundo (y que convierten en delito prácticamente cualquier mención al rey que no sea elogiosa) y a su indudable astucia política, gracias a la cual el reinado de Bhumibol Adulyadej ha sobrevivido durante cuarenta y cuatro años a todo tipo de convulsiones políticas.

Pero, como muestra el periodista estadounidense Paul Handley en su magistral biografía del monarca censurada en Tailandia, The King Never Smiles, Bhumibol Adulyadej no está «por encima» del juego de la política, sino que es un jugador más, quizá sea el más poderoso, pero su posición no es en absoluto inexpugnable: la corona también tiene que luchar por sobrevivir. Cuando el actual rey accedió al trono en 1946, la de la monarquía era una institución casi irrelevante en el país, y sólo gracias a su astucia política consiguió el rey Bhumibol volver a restaurar su papel central.

Muy a menudo la estrategia de supervivencia del rey consiste en actuar siempre entre bastidores y no intervenir públicamente en ningún conflicto hasta que no haya quedado claro cuál es el ganador o no haya podido aliarse con el bando más fuerte. Así, cuando se digna a descender al «sucio mundo de la política» para imponer el orden, puede aparecer como la encarnación del dhamma (concepto budista que podría traducirse como «justicia» o «virtud», pdf) sin mancharse las manos.

A pesar de todo, el futuro de la monarquía se encuentra en peligro debido a la avanzada edad y el frágil estado de salud del rey Bhumibol. Dado el peso de la monarquía, no es de extrañar que su estado de salud incluso tenga repercusiones en la bolsa.

Pero el mayor peligro para la supervivencia de la monarquía es el más que probable heredero de la corona: el príncipe Maha Vajiralongkorn, un playboy que carece de la inteligencia y la buena imagen del padre y por el que ni siquiera los más monárquicos sienten demasiado respeto. El príncipe siempre ha parecido más interesado en conducir deportivos a toda velocidad en Bangkok y en emborracharse que en los asuntos de estado. Su excentricidad llega al punto de nombrar oficial del ejército a su caniche Fu fu y sus líos de faldas están boca de todos en una sociedad más puritana de lo que la proliferación del turismo sexual podría dar a entender. Además, se dice que Vajiralongkorn está muy influido por Thaksin, lo que muchos creen que realmente desencadenó el golpe de 2006 contra éste.

El tema de la muerte del rey es tabú en Tailandia, pero probablemente esté en la mente de todos. Quienes atribuyen al rey y a la monarquía la estabilidad del país temen que el país se suma en el caos cuando llegue ese momento. Según una antigua profecía, la dinastía actual de los Chakri sólo durará nueve generaciones. De cumplirse, el de Bhumibol Adulyadej, también llamado Rama IX, podría ser el último reinado de su estirpe.

Profecías aparte, Thaksin Shinawatra y el movimiento de los «camisas rojas» suponen también un desafío a la monarquía, pues son la única fuerza política significativa del país independiente de la corona. Aunque la mayoría de sus miembros se declaran monárquicos, como el propio Thaksin, entre quienes les apoyan se encuentran algunos partidarios de la república, como el profesor de ciencias políticas Giles Ungpakorn exiliado en Londres tras ser acusado de injurias a la corona por el contenido de su libro A coup for the rich (lectura imprescindible para comprender un poco lo que está ocurriendo en Tailandia, disponible de forma gratuita en la red en pdf).

Ungpakorn sostiene que el movimiento de los «camisas rojas» es más variado de lo que pudiera parecer a primera vista y que su significado y objetivos trascienden el apoyo a Thaksin (a quien critica duramente por sus violaciones de los derechos humanos) y lo convierten en un auténtico movimiento popular por la democracia. Según él, Thaksin ha despertado la conciencia política dormida de un amplio sector de la población y eso ha desencadenado un proceso de lucha por la justicia social que podría ser imparable.

Según otros analistas, tras cuatro años de vida el movimiento de los «camisas rojas» está mostrando señales de agotamiento (la cifra de cien mil manifestantes que se han echado a las calles de Bangkok queda muy lejos del millón al que aspiraban los organizadores). Aunque se están produciendo divisiones en su seno (causadas no tanto por los fines como por los medios) no cabe duda de que todavía suponen una fuerza importante en un país lleno de tensiones y conflictos sin resolver cuyo futuro es sumamente incierto.

Fuente: http://elgranjuego.periodismohumano.com/2010/03/26/pulso-en-tailandia-ii/