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Entrevista al economista marxista argentino Claudio Katz

¿Qué nos dice la invasión rusa de Ucrania sobre el imperialismo del siglo XXI?

Fuentes: Green Left / Rebelión

La guerra de Rusia contra Ucrania ha abierto varios debates sobre la naturaleza de la invasión y qué posición deben tomar los antiimperialistas en el conflicto.

Para discutir estos temas y el estado actual del imperialismo en el siglo XXI, Federico Fuentes de periódico australiano Green Left habló con el economista marxista argentino Claudio Katz, autor de Bajo el imperio del capital.

Hay varias posiciones dentro de la izquierda sobre la invasión rusa de Ucrania. ¿Cómo caracterizas las acciones de Rusia?

Yo creo que existen dos planos del problema. El primero es registrar que la invasión a Ucrania ha sido una respuesta a la belicosidad del imperialismo norteamericano. En incontables ocasiones el Pentágono intentó sumar a Kiev a la red de misiles de la OTAN. El Kremlin propició un freno a esa potencial agresión y propuso negociaciones que no tuvieron respuesta. 

Planteó un status de neutralidad para Ucrania, semejante al que mantuvieron Finlandia y Austria durante la guerra fría. También convocó a reanudar el tratado que regula la desactivación de ciertos dispositivos atómicos. Eran demandas legítimas, puesto que Rusia acumula una terrible historia de sufrimientos por invasiones extranjeras y su población es muy sensible a cualquier amenaza.

Por otra parte, [el presidente ruso Vladimir] Putin exagera cuando denuncia la existencia de un “genocidio” en el Donbass [en el este de Ucrania], pero alude a la violencia de las milicias reaccionarias. Se refiere a esos sectores cuando exige la “desnazificación”. Desde el 2014 esas bandas ultraderechistas han bloqueado todos los intentos de solución negociada. Rechazaron la reintegración del Este como región autónoma con derechos reconocidos a la población rusoparlante. 

Pero con la invasión el propio Putin enterró los acuerdos que alentaba para avanzar hacia la neutralidad de Ucrania. Y aquí comienza el segundo plano del problema. Optó por una incursión general, asignando al Kremlin el derecho a derrocar un gobierno adverso. Esa decisión es injustificable y funcional al imperialismo occidental.

Es cierto que Estados Unidos avanzaba en las tratativas para sumar a Ucrania a la OTAN, pero no dio ese paso, no instaló misiles y las milicias fascistas no protagonizaron agresiones de mayor alcance. La decisión de invadir el país, rodear sus principales ciudades y cambiar su gobierno, no tiene ninguna justificación como acción defensiva de Rusia. 

Putin ha exhibido un desprecio total a los ucranianos. Incluso si [el presidente ucranio Volodymyr] Zelensky comandara el “gobierno de drogadictos” que ha denunciado, correspondería a sus representados decidir quién lo debe sustituir. Esa decisión no es una facultad del Kremlin. Su ataque ha suscitado pánico y odio hacia el ocupante y el mismo rechazo se verifica en todo el mundo. 

Putin ha ignorado la principal aspiración de todos los involucrados en el conflicto que es el logro de una solución pacífica. Fue más lejos y señaló que Ucrania no tiene derecho a existir como nación. Esa caracterización es aún más inaceptable. Impugna el derecho de un pueblo a decidir su destino. 

Esta mirada contiene una implícita reivindicación del modelo opresivo del viejo zarismo e indica que la incursión no obedece únicamente a motivaciones defensivas o geopolíticas. También deriva de un atributo despótico, que Moscú se auto-asigna alegando la pertenencia de Ucrania a su radio territorial.

Por estas razones la crítica al operativo de Putin es insoslayable en cualquier pronunciamiento de la izquierda. Pero ese posicionamiento debe ser antecedido por una contundente denuncia del imperialismo norteamericano, como principal responsable de la escalada bélica. 

El operativo de Putin es muy contraproducente para los proyectos de emancipación y ha brindado un impensado impulso externo al nacionalismo ucraniano. Alimenta ese sentimiento y cualquiera sea el resultado final, el impacto de la invasión es terriblemente negativo para las luchas y la conciencia popular.

Los ucranianos tienen el mismo derecho que cualquier otro pueblo a decidir su futuro nacional. Pero esa autodeterminación será un enunciado declamatorio, mientras fuerzas asociadas con la OTAN y las tropas rusas mantengan su presencia en el país.

La primera condición para avanzar hacia la soberanía es la restauración de las negociaciones de paz, la salida de los gendarmes extranjeros y la posterior desmilitarización del país con un status internacional de neutralidad. Es una doble batalla contra la OTAN y la incursión rusa.

¿Qué nos demuestra estos acontecimientos en cuanto al imperialismo hoy en día y el papel que juegan los diferentes bloques de poder en el mundo?

Ucrania nos ofrece un panorama del escenario geopolítico actual. Confirma ante todo que Estados Unidos encabeza el imperialismo dominante. Ha sido el instigador del conflicto con la ampliación de la OTAN, que en 30 años pasó de 16 a 30 miembros. El cerco a Rusia comenzó violando los compromisos que restringían la presencia militar estadounidense a la frontera de Alemania y ese límite fue corrido una y otra vez.

Washington alienta además el belicismo para reforzar el sometimiento de Europa. Con el acecho a Rusia ya impuso la movilización de tropas de España, Dinamarca, Italia y Francia. La crisis ucraniana reforzó el alineamiento pro-yanqui del Reino Unido pos-Brexit y demostró la impotencia de Francia, que intentó una negociación propia [entre Rusia y Ucrania] y al final mantuvo su fidelidad a la Casa Blanca.

Alemania está muy afectada puesto que su maquinaria industrial necesita el abastecimiento energético de Rusia. Por esa razón Berlín intentó bajar el tono de la presión bélica. Pero en ningún momento atenuó su alineamiento con Washington y finalmente suspendió la inauguración del gasoducto Nord Stream II [que permitiría un mayor aumento en las importaciones de gas desde Rusia]. 

El efecto inmediato de la incursión de Putin ha sido esa consolidación del bloque Atlántico bajo las órdenes de Washington. En toda la crisis ucraniana el perfil imperialista de OTAN ha sido un dato contundente.  

La caracterización de Rusia es más compleja y provisional. Es probable que los resultados finales de la incursión a Ucrania definan el status de ese país. Rusia no forma parte del imperialismo occidental dominante (que encabeza Estados Unidos), ni es socio alterimperial (como Europa) o coimperial (como Israel) de ese entramado. Pero desenvuelve políticas de dominación con intensa actividad militar y variadas modalidades de colonización interna.

Por un lado, Rusia es hostilizada por Estados Unidos y por otra parte adopta conductas opresivas en su propio radio. En este marco opera de hecho como un imperio no hegemónico en gestación. Está situada en un lugar contrapuesto a los centros del poder imperial y al mismo tiempo por su condición capitalista y su rol regional dominante tiende a retomar su vieja tradición de potencia opresiva. 

Estas tendencias imperiales que asomaban como posibilidades embrionarias han adoptado otro espesor desde la invasión a Ucrania. Este episodio marca un giro cualitativo en el status internacional de Rusia.

Pero también hay que subrayar los límites de esa intervención externa. La fuerza militar de Moscú es arrolladora, pero su capacidad efectiva para sostener operaciones es mínima. La economía rusa es intermedia en términos globales. Su PBI no difiere significativamente de España o Canadá. Sus exportaciones de capital son apenas superiores a Finlandia e inferiores a Noruega. 

La efectiva recuperación que logró Putin ha sido significativa frente al desierto legado por [el expresidente Boris] Yeltsin, pero no sitúa al país en el club de las grandes potencias económicas.

Finalmente, China está actuando nuevamente con gran cautela frente a la guerra en Ucrania. Putin habría negociado con [el presidente chino] Xi Jinping varios acuerdos económicos para contrarrestar el boicot de Occidente, pero nadie conoce cuál es la convergencia efectiva de los dos gigantes que desafían a Estados Unidos. Es muy llamativa la abstención de China en la resolución de la ONU que condenó la invasión rusa.

La cuidadosa conducta que China -que evita involucrarse en conflictos geopolítico-militares fuera de sus fronteras- confirma que el gigante asiático no actúa hasta ahora como potencia imperial. 

China ya es una economía central ubicada en el segundo lugar del ranking mundial, pero el posicionamiento imperialista no se define con criterios económicos. Se determina observando la política exterior, la intervención foránea y el despliegue militar. En ese terreno las diferencias cualitativas con Rusia son enormes.

Algunos ven a Rusia y China como aliados en la lucha contra el imperialismo y por un mundo multipolar. ¿Deberían los izquierdistas apoyar tal perspectiva?

Efectivamente existe una gran tendencia a la configuración multipolar, es decir a una mayor dispersión del poder mundial, como resultado de la crisis de la supremacía norteamericano. 

Este escenario se verifica en Ucrania en la patética desorientación del [presidente estadounidense Joe] Biden. Conocía el plan ruso, pero no programó ninguna respuesta. Desechó la escalada militar y también las propuestas negociadoras de Putin sin considerar otras alternativas.

Ese desconcierto confirma que los reflejos de Washington siguen afectados por la reciente derrota de Afganistán. El Departamento de Estado enfrenta serios límites para involucrar a los marines en nuevos operativos y la misma resistencia a comprometer tropas se verifica en Europa. Por eso la OTAN se ha limitado a emitir vagos pronunciamientos

Putin ha sido un promotor de la multipolaridad como alternativa geopolítica a la preeminencia norteamericana. Pero el desenlace de la guerra de Ucrania puede desembocar en una nueva situación, especialmente si la invasión se estanca y Moscú repite en ese país la tumba que se cavó la URSS en Afganistán.

En lo inmediato, la invasión que perpetró el Kremlin favorece el resurgimiento de todos los mitos de la democracia occidental, que habían caído en desgracia por los fracasos que acumula el Pentágono. Putin le aportó a Washington lo que necesitaba, para reconstruir las falacias ideológicas deterioradas por la devastación de Afganistán e Irak. Su aventura reaviva la contraposición entre la democracia occidental y la autocracia rusa. 

No sabemos de qué forma el resultado de la guerra modificará el cuadro actual de incipiente multipolaridad. Ese escenario abría un marco más favorable para los proyectos populares que el contexto anterior de dominación unilateral estadounidense. Pero no hay que idealizar la multipolaridad, que alberga una heterogénea variedad de regímenes sin patrones de gran progresismo. Ese entramado no implica, además, una resistencia al imperialismo, ni acciones para impedir los sufrimientos que genera la continuidad del capitalismo

Creo, además, que deberíamos tomar distancia de las reflexiones exclusivamente centradas en los acontecimientos geopolíticos por arriba, que dirimen la primacía de una u otra potencia. Tenemos que focalizar nuestra atención en los movimientos populares y las batallas contra las clases dominantes de cada país. 

El olvido de las luchas democrático-sociales es consecuencia de esa sustitución del análisis político por su equivalente geopolítico. El primer abordaje enfatiza el papel de las fuerzas sociales en conflicto y el segundo solo realza la disputa entre potencias por la primacía global.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.