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¿Qué sucede en Afganistán?

Fuentes: Kaos en la Red

El futuro de Afganistán es un pozo negro no por los constantes cambios de bando y de alianzas que llevan a cabo sus dirigentes, ni tampoco porque la presencia de los ocupantes esté alimentando una reacción «nacionalista-patriótica»

Ahora que por extrañas razones la captura de Bin Laden ha dejado de ser la prioridad de la Administración Bush, y los Taliban y los Muyahedines una vez afeitados y enchaquetados forman parte del «nuevo» régimen de Afganistán (entre ellos Mawlawi Mohammed Islam, el ex gobernador de la provincia de Bamyan cuando fue destruida la estatua de Buda), podemos preguntar ¿Qué retiene a la OTAN -y por ende a las tropas españolas- en Afganistán?

Este Estado Tapón, de una importancia estratégica de primera orden para Estados Unidos en su batalla por la hegemonía mundial, aunque carece de recursos naturales considerables, sí que fue considerado en la década del os 90 la vía de acceso más práctico, económico y corto que debía unir los inmensos campos de gas de Asia Central con Pakistán en la costa del mar Arabe. Proyecto patrocinado por la petrolera estadounidense UNOCAL que iba a construir un oleoducto y un gasoducto que pasarían por el suelo afgano. Sin embargo, una vez en el terreno de juego, UNOCAL descubrió que lo que iba a ser un «segundo» Medio Oriente con 200 mil millones barriles de petróleo estimados no existen ni la mitad. A demás, el alto contenido en los agentes contaminantes de hidrosulfuro y mercaptán del petróleo encarecía su depuración; el elevado nivel de azufre en su petróleo dañaría los oleoductos convencionales y las altas presiones geográficas de la región aumentarían los costes de su extracción. Por lo cual, la rentabilidad de sus esfuerzos disminuye a ojos vista. Por eso, al menos por el momento, han suspendido el proyecto.

Pero, aunque los intereses energéticos hayan sido trasladados a un segundo plano, Washington y sus aliados tienen intereses geoestratégicos en este país. Pues, la ocupación de Afganistán persigue además: debilitar la Federación Rusa a nivel regional y acabar con su tradicional espacio de influencia geopolítica en Asia Central; consolidar el desmembramiento del territorio soviético e impedir cualquier posibilidad de reunificación euroasiática bajo el paraguas de Moscú; estrechar lazos económicos y políticos con aquellos Estados ex soviéticos; romper el control monopolista de Rusia sobre el transporte de petróleo de la región, y por consiguiente, restarle fuerzas a nivel mundial; limitar la influencia cultural, económica y política de Irán y China en la zona; rodear militarmente a Irán, esa asignatura pendiente de la Administración Bush, y sobre todo establecer una base militar en el pequeño tramo de frontera, de unos 70 kilómetros, que comparte Afganistán con China, la gran superpotencia rival de EEUU.

Por otra parte, los aliados de Washington -como España-, bajo el paraguas de la OTAN y con el pretexto de la lucha contra el terrorismo han encontrado una oportunidad única de implantar su influencia por vez primera en el suelo de Asia Central.

El principal amenaza para los ocupantes

Posiblemente, ni los atentados, y ni siquiera los constantes accidentes aéreos ceban tanta vida de los soldados occidentales que los efectos de la contaminación radiactiva. Afganistán se sitúa hoy a la cabeza de la lista de los países del mundo con mayor número de civiles afectados por esta contaminación. El coronel Asaf Durakovic, doctor en medicina, director del Uranium Medical Research Center (UMRC) y especialista del Pentágono en contaminación radiactiva, tras detectar la presencia de U236 en el cuerpo de los soldados de la invasión a Irak, afirma que EEUU y Gran Bretaña han usado más munición radiactiva en Afganistán que en la Guerra del Golfo y de Yugoslavia juntas. El coronel -hoy expulsado del ejercito- es preciso en sus acusaciones: «La orina de los afganos presentaba concentraciones de isótopos tóxicos y radiactivos entre 100 y 400 veces mayores que en los veteranos de la guerra del Golfo testados en 1999». Para completar su información añade un ejemplo concreto: «Llegamos a encontrar en el cuerpo de un niño de 12 años que vivía cerca de Kabul unos 2.031 nanogramos, mientras que en USA el máximo permitido es 12 nanogramos por litro».

La culpable es «MWS», nombre de la bomba que portaba cargas penetrantes revestidas con uranio empobrecido, que produce severos efectos radioactivos. Sus consecuencias dejan huellas tan indelebles que ya han empezado a salir a la luz: «sólo en le mes de junio de 2005, en el servicio de maternidad de uno de los hospitales para mujeres de Kabul nacieron 150 niños con malformaciones severas», así lo relata el doctor afgano Mohammed Daud Miraki, Director de la Asociación Afghan DU & Recovery Fund.

De la misma manera que en Vietnam miles de soldados cayeron contagiados por las dioxinas del agente naranja que esparcían sobre las poblaciones; del mismo modo que decenas de miles de los integrantes de las tropas de EEUU han padecido el «síndrome del Golfo» por no ser avisados de las consecuencias que tendría sobre ellos la manipulación de esas armas, tampoco se facilita información a los militares que participan en la guerra contra Afganistán.

Droga: el gran negocio

El actual gobierno de Afganistán es el principal Narco Estado del mundo. En sus manos la adormidera se ha convertido en un negocio con proyección internacional. Es más: el 25% del PIB -unos 2.700 millones de dólares- del gobierno precedido por Hamid Karzai, corresponde a la producción de droga. Por lo que el nuevo paraíso creado por la Administración Bush, en 2006 abasteció en un 92 por ciento el opio y la heroína del mundo – el 85% del mercado europeo y el 35% de estadounidense.

Hay que recordar que el régimen de Taliban ilegalizó el cultivo de adormidera en 1999 y que en el 2001 erradicó prácticamente los cultivos, según datos aparentemente tan poco partidistas como la Junta Internacional de Fiscalización de Estupefacientes de las Naciones Unidas.

Por supuesto que estos datos también manchan a los ejércitos de ocupación, acusados por el parlamento afgano del transporte del polvo mortal.

¿Karzai cambia de bando?

Es muy probable que la política de Bush de no acabar con la presencia de los Taliban en las provincias sureñas de Afganistán (comparando con su actitud en Irak donde ha llegado a destruir ciudades enteras para eliminar a la resistencia) responda a los futuros planes de su Administración con respecto a Irán y abrir otro frente en el costado este de Irán: de hecho, los Taliban ya están apoyando a los grupos opositores islamistas baluches iraníes, quienes en los últimos seis meses han cometido una veintena de atentados, matando a más de un centenar de soldados iraníes. Es por eso que a EEUU no le preocupe demasiado que los señores de la guerra- sunnitas además de propakistaníes- vayan fortaleciendo sus posiciones en Afganistán. Hecho que está poniendo en peligro la estabilidad del propio régimen de Karzai, quien observa con impotencia que además, crecen las protestas popular sin cesar.

Los afganos ha aprendido una extraña lección de todo lo que sucede a su alrededor: que la sensación de fraude no tiene límites. De aquel «Plan Marshall» tan prometido para reparar las viviendas, las depuradas de agua, construir hospitales o facilitar electricidad no hay señal. Instituciones como la norteamericana Corporación de Inversiones Privadas de Ultramar (OPIC) y las compañías encargadas de la reconstrucción invierten su dinero para levantar hoteles antisísmicos de varias estrellas en Kabul, construir lugares de ocio cuya explotación está en manos de inversores extranjeros o levantar caminos, adquirir aviones, mejorar comunicaciones y aportar los equipamientos necesarios para facilitar casi exclusivamente el transporte militar, mientras el hospital que han construido en Kabul se le cae el techo, sus cañerías fallan desde el momento en que fueron instaladas y las ventanas ni se cierran.

La indignación por haber sido estafados es una emoción que no tiene límites. Eso y desesperación es lo que sienten los 10 millones de parados, que no gozan de ninguna prestación mientras los empleados occidentales contratados siguen cobrando 200 veces más que un trabajador local para el mismo trabajo. No se sorprendan que a los afganos les quedan pocas salidas alternativas como la de pasar a las filas de los grupos rebeldes, el único modo de sostener a sus familias.

Ante la estupefacción de gran parte de la población, «los donantes» han formado unas fuerzas armadas cuya función no es otra que reprimir las manifestaciones de protesta de los ciudadanos por la precariedad de su situación.

Ya sea por falta de visión, por casualidad o por calculada estrategia, lo cierto es que la política norteamericana de financiar varios cuerpos de seguridad, milicias, paramilitares, guardia fronteriza, policías y el ejercito, todo en las regiones de diferentes etnias y religiones, ha aumentado de forma sustancial el peligro de una guerra civil.

Si a esto se añade un gobierno cuya «centralidad» y autoridad es prácticamente inexistente… lo único que hay que hacer es cruzarse de brazos y esperar.

Uno de los máximos perjudicados por esta pérdida de interés de la Admisnistración Bush es el propio presidente Karzai. Probablemente la lealtad no sea una virtud muy valorada en el mundo de la alta política internacional pues, «El alcalde de kabul» -apodo dado a Karzai porque su poder no va más allá de las puertas de la capital- ha empezado a mover ficha para asegurarse su puesto en el poder. Como él mismo sabe que EEUU es muy posible que le abandone, está coqueteando con los veteranos talibanes y los «Señores de Guerra», con medidas como prohibir a los medios de comunicación que les llamen terroristas.

Este tipo de gestos se han hecho cada vez más numerosos en manos del presidente, quien ha llegado a defender la independencia de sus fuerzas de seguridad con respecto a los mandos occidentales e incluso ha criticado la impunidad de los militares estadounidense en los delitos contra los afganos.

Karzai ha ido más lejos y ante la petición norteamericana de establecer unas bases militares permanentes en este país, ha delegado la respuesta al parlamento. De esta manera se salva de las presiones de Washington y además se presenta como un patriota. Dentro des su estrategia, el presidente pretende convocar un referéndum y disfrace los asentamientos de la OTAN bajo el nombre de «Fuerzas de cooperación» o algo parecido.

Vahid Mozhde, politólogo afgano, plantea la siguiente pregunta: Si la presencia militar de EEUU se admite como única forma para garantizar la seguridad (y no para vigilar sus intereses) de nuestro país, entonces ¿Por qué en los conflictos entre Pakistán y la India, las tropas estadounidenses presentes en Pakistán no suelen intervenir en favor de este país?

En este juego de intereses, Karzai dio un paso inesperado hacia delante y «permitió» que una comisión de investigación del parlamento revelara la participación de los soldados norteamericanos y sus aviones en el transporte de droga al extranjero. Podría haber impedido que estas investigaciones hubieran salido a la luz pública, pero no lo hizo.

La pregunta es sencilla: ¿A quien benéfica el cultivo de la adormidera en vez de trigo y patatas?. Karzai no está dispuesto a cargar con la responsabilidad de tener que dar la respuesta. Puestas así las cosas, los gobiernos europeos ya han puesto en marcha el siguiente paso: buscar algún sustituto al frente del gobierno afgano, tarea nada fácil y algo más que peligrosa.

¿Será abandonado Hamid Karzai a su suerte?

Irán en Afganistán

Irán comparte con el vecino afgano más de 936 km de frontera común, lengua y buena parte de sus milenarias historias, incluidas las más recientes: Durante los últimos 27 años ha acogido a unos 2 millones de refugiados afganos, junto a otros 3 millones de desplazados iraquíes, para convertirse en el mayor receptor de refugiados del planeta. El farsí, persa, la lengua que Irán comparte con Afganistán -bajo al denominación de «darí»- y con Tayikistán, no sólo facilita las cooperaciones trilaterales y estratégicas en Asia Central, sino es una importante herramienta en manos de Teherán para mantener su influencia histórica en esos países.

Allá donde miren les asalta una queja. Por ejemplo, los nuevos ocupantes no han cooperado con las autoridades iraníes en la lucha contra la droga, algo que Irán considera un «complot» contra su población. La persecución del narcotráfico por parte de Irán es innegable, según datos de la o­nU, este país es responsable de la captura del 80% del opio y del 90% de la morfina confiscados en el mundo.

El resultado de todas estas medidas ha sido que el régimen de Irán y el de Karzai estrecharan sus lazos extendiendo su colaboración a otros campos como los acuerdos de cooperación económica, académica y cultural. Irán sigue siendo la principal fuente de abastecimiento de energía (gas, petróleo y electricidad) de las provincias fronterizas afganas.

Ahora bien, pensar en un Afganistán estable es pura espejismo, no por su impresionante mosaico étnico-religioso o porque no exista un proyecto viable para la construcción de una identidad nacional o porque muchos jefes de tribus y clanes sirvan a los contradictorios intereses de los países ingerentes… El futuro de Afganistán es un pozo negro no por los constantes cambios de bando y de alianzas que llevan a cabo sus dirigentes, ni tampoco porque la presencia de los ocupantes esté alimentando una reacción «nacionalista-patriótica»… Los afganos no pueden manejar los hilos de su vida por algo tan básico como que no cuentan con lo mínimo: la distribución de los recursos es injusta, la hambruna crónica y la vida inhumana. Sólo ellos saben hasta qué punto soportar el sufrimiento es una agotadora actividad que no genera futuro.