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Repensar a Martín-Baró en tiempos de pandemia

Fuentes: Rebelión

La psicología dedica mucho tiempo y esfuerzo a acoplar el hombre a la máquina, a adaptar al trabajador a las técnicas más modernas, pero muy poco, si es que alguno, a buscar tecnologías que respondan a las necesidades, no de los individuos en particular, sino de las comunidades.

Ignacio Martín-Baró

Hace no mucho, la realidad que conocíamos era un cuento de cierta tendencia distópica, mostrando las grandes debilidades, las relaciones de poder, económicas, que mueven al mundo, empoderando en el trono a Estados nuevos y presenciando el comienzo de lo comunitario. Observamos una realidad distribuida injustamente entre unos y otros, donde los de siempre, los que tienen aspiraciones pero que, en la realidad capitalista fragmentaria, sus sueños quedan en el viraje utópico. Conocimos resistencias muy importantes que han generado en el discurso de la colectividad y en la construcción de un tejido identitario. Hemos presenciado, además, discursos posmodernos que siguen hablando de exquisiteces agradables para una gran mayoría pero que, en realidad, hablan desde una clase social privilegiada o en acuerdo con el Estado, en la función de perpetuidad de la división de clases sociales. Hoy, la función que se ejerce desde las empresas privadas favorece a la acumulación de riqueza, la producción de mercancías con vistas al mercado mundial y la clasificación en el ranking de mejores empresas, otorgándoles una apariencia de socialmente responsables, humanamente comprometidos con el otro, desarrolladores de comunidades superfuncionales y un sinnúmero de adjetivaciones destinadas a la construcción regular de necesidades sociales. Bajo esa sintonía muchas empresas en el mundo y en México, especialmente la red de distribución empresarial de Salinas Pliego (hoy con una enorme deuda ante la SHCP), han favorecido el crecimiento y el desarrollo del capital activo a costa de la salud o, mejor dicho, sin importar la salud de ninguno de los trabajadores, mucho menos, asegurarles un futuro decoroso para sus familias. La pandemia y su irreductible cuarentena han desnudado el desarrollo comunitario de las sanciones y el atraso significativo con el que se vive en Nuestra América, especialmente.

Y no es para menos: al menos en los últimos 90 años se han dado repetidas ocasiones donde los gobiernos en turno enriquecen las finanzas personales a costa del erario público, malversando y creando una cultura de la corrupción, la impunidad y la naturalización de la violencia a escalas jamás imaginadas, además generadas por más de 500 años de explotación, migración forzada, genocidios de las raíces latinoamericanas, sin mencionar los procesos de militarización en todo el continente, terminando por caracterizar una zona indómita, rica en cultura pero saqueada por intereses de empresas trasnacionales mayoritariamente. Hoy a 31 años del asesinato de Ignacio Martín-Baró en el Salvador, valdría la pena hacer un intento de reflexión sobre su valor conceptual, epistémico en la territorialidad y el contexto histórico que afrontamos con muchos pesares.

Se tiene que partir de una conciencia de que antes de la cuarentena, existían problemas que desgarraban el tejido comunitario: violación hacia derechos humanos en comunidades, desapariciones, asesinatos, feminicidios, explotación de recursos naturales, deforestación, desplazamientos forzados, etc. Es decir, los procesos que trastocaban el tejido comunitario se veían reflejados por el avance de la modernidad en una conceptualización de progreso y unidad de país, sin importar que, en ese avance, territorialidades importantes en las cosmovisiones de pueblos se vieran seriamente afectados. La respuesta es la misma: se habla de progreso, de llevar apoyo a las comunidades mediante una lógica instrumental dañina y estéril en las formas e invariablemente, en los fondos. Medidas que han representado el terror entre las comunidades pero que también han funcionado como mecanismo de opresión, coerción social, imposibilitando mediante el miedo, la organización comunitaria que permitiera enfrentarse a los proyectos de enriquecimiento y beneficio general de algunos cuantos. Durante el periodo de cuarentena el número de estos sucesos no disminuyó. Muy por el contrario: los números reflejaron la ruptura del tejido social en México en la cual la sociedad mexicana se encuentra inmersa y los mecanismos que puedan favorecen a una salida próspera, se visualizan lejanos e imposibles. Nos encontramos precisamente, ante una violencia desmedida construida por idearios de procesos de consolidación de promesas políticas y militarización de las zonas al sur de Estados Unidos1. En esa disposición, la violencia en los últimos 20 años ha sido desproporcionada, colocando lxs muertxs la sociedad civil, donde conviven las familias con procesos de revictimización, desprecio de las autoridades, incompetencia de las acciones y/o políticas públicas que permitieran una mejor resolución, en general, de una ineficiencia del Estado y poco ímpetu por esclarecer los eventos relacionados con la violencia.

La habituación definida por Pierre Bourdieu puede ser definida como un concepto donde existen disposiciones socialmente adquirida que conducen a los individuos a vivir, interactuar de formas semejantes a otros integrantes de un grupo social determinado que se mantienen por componentes capitales como lo económico, social y cultural. Ese capital cultural será cimentado para su reproducción interna que le permita mejorar su capital cultural y social con fines de un “mejoramiento” de su vida2.Esta disposición de habituar las características capitales culturales, sociales y económicas llevan a una segregación invisible, siguiendo en los propios términos de Bourdieu sobre una violencia simbólica que presta muy poco de su atención sobre connotaciones importantes que modifican el entramado psicosocial comunitario de quien lo vive. Así, la misma cuarentena no puede verse reflejada desde la misma forma para quienes tienen un nivel económico mejor estable que aquellos que han tenido que salir, a pesar de la cuarentena, a trabajar para poder mantener el hogar. De esta forma, ante la cuarentena, los discursos sobre la poca inconsciencia de la gente al no cuidarse, salir de paseo cuando las condiciones implicaban un resguardo, nos permiten visualizar un entramado de este proceso de naturalización tan importante en la episteme de Martín-Baró. Producto del desarrollo de una conciencia del consumo, se desestimó la importancia de una conciencia crítica, que permite al individuo construir en un sujeto, agente de transformación social consciente con el contexto histórico que lo permea en su cotidianeidad. En otro artículo exponía las condiciones sociohistóricas vividas en una porción territorial del Estado de México y cómo se visualizaba el afrontamiento ante la cuarentena3. Esas condiciones reflejaban un discurso segregacionista exclusivo, focalizado a una especie de “hacendados” donde el gran patriarca moviliza a sus peones que influyen en los procesos políticos institucionales, desde donde se ocupan cargos públicos que terminan siendo en su gran mayoría, heredados entre familias, amistades o contactos indispensables (conectores) que entablarán el desarrollo de los objetivos trazados por esos grupos políticos.  Por no hablar sobre los procesos que implican el desarrollo de un trauma psicosocial, generados, además, mediante la aparición de una situación atípica y para la cual los sistemas de acción, prevención e intervención se encuentran peligrosamente arrebatados, impidiendo para una gran parte de la población poder visualizarse sobre efectos sociopolíticos y psicosociales de antes de la cuarentena que permearon en la vida cotidiana y generaron  elementos estresantes, arrojándose, en la gran mayoría de los casos sobre el cobijo de una respuesta individual y aislada, cumpliendo así un elementos de dominación estableciendo la particularidad del modelo de sociedad que, hoy, le toca (sobre)vivir4. Ante la experiencia traumática vivida sobre su contexto resocializador, como la familia, el individuo no tuvo la oportunidad de preparar, de obtener un estilo de respuesta adaptativo, funcional dada las características sociohistóricas que le tocó vivir bajo gobiernos caracterizados por corrupción, violencia, impunidad. Hoy, las consecuencias es la vida echada a la suerte.

El desarrollo de una distinción de esquemas pensamientos se convierte en la propulsión de una estructura ideológica dominante donde observamos un habitus lingüístico, cultural y político que se ha apoderado de la subjetividad social, permeando la cotidianeidad de las comunidades, diversificando su ideología y generando una cognición de autoculpabilidad y “fealdad” social, donde los individuos dejan de pertenecer a una colectividad y se visualizan a sí mismos como entes unidimensionales que conviven en un territorio inhóspito donde el bienestar común se torna como un proceso de individualización, desmovilizador social  donde esa estructura, de una ideología dominante, fundamenta la organización psicosocial de comunidades fragmentadas, por el discurso, lo político y lo económico. De tal suerte que se enfrenta a situaciones establecidas de dominación social, que, bajo el discurso de la irresponsabilidad la autoculpabilidad se sustrae esquemas cognitivos de distorsión social que se enfrentan a los elementos de satisfacción intersubjetiva del Estado, sacrificando la pluralidad de ideas y ornamentando una instrumentalización cognitiva  que desarrolla discursos exclusivos, segregacionistas, que invisibilizan las características sociales socioeconómicas invisibilizando procesos de memoria histórica. Bajo esa temática, los procesos lingüísticos y culturales del discurso habitúan, naturalizan, las condiciones de desigualdad, generando una disruptiva en la toma de decisiones de los individuos, generando inferencias sobre las problematizaciones que los emergen en una situación comunitaria pero que, en lo particular, se vuelven individualizantes, priorizando la competencia de la sobrevivencia de forma individual, excluyendo cual participación de proyectos de salud comunitaria. Se convierten los individuos en una cosificación de objetos de consumo que pierden la capacidad de reconocerse, visibilizarse, percibir la otredad como sistema fundamental en el desarrollo comunitario de los individuos. Permea en esa realidad la fundamentación de la responsabilidad única de los individuos, dejando en el análisis riguroso a elementos como el Estado y su engranaje de dominación y mantenimiento de clases sociales, intereses privados en la explotación, compraventa de territorialidades. Así, cuando las noticias sobre el autocuidado permean, la imposibilidad de visualizar el riesgo del Covid-19, así como el desarrollo anterior de un proceso de autocuidado, genera incertidumbre sobre el discurso político institucional, generando soluciones basados en la intuición sobre una base cognitiva hegemónica. De tal forma que las respuestas de afrontamiento se perciben en sensación de desasosiego, temor hacia el futuro, sobre sí mismo y el entorno, además de una psicosomatización que altera el organismo del individuo, incapacitándolo para una toma de decisiones asertiva. Bajo esas condiciones la responsabilidad se atañe sobre el individuo minimizando su capacidad crítica al tiempo que maximiza sus defectos donde se pide que sea competente en todo entorno a pesar de haber abandonado al sujeto propio en virtud de la sobrevivencia a la que se le ha relegado en una sociedad de desigualdades no sólo económicas, sino de asistencia sanitaria. Es un individuo dentro de una sociedad societal impedido de una acción, invisibilizado de su subjetividad y expuesto ante un sistema de objetos manipulado por lo que se le pide su participación en una sociedad del discurso normalizado.

Martín Baró en la pandemia

Esa ideologización presente en el individuo, lo ha llevado a la configuración de nuevas estrategias de afrontamiento en medio de la cuarentena. Específicamente en el caso de México, se ha visto expuesto a la inseguridad, no solamente social, sino también a la laboral: el despido en masa de muchas empresas, refrescó, en la memoria de muchos individuos, que han vivido bajo un margen de explotación laboral, extendido sobre la incidencia del sacrificio y con ello la idea expuesta por Martín-Baró de un fatalismo como sentido de vida (Martín-Baró,1998), justificando su existencia, la ontologidad de su ser y la caracterización de su entorno de acuerdo a posturas que le permitan una felicidad deambulante, que por momentos es un recordatorio de lo frágil de la vida laboral en el mundo capitalista, su factor de ser prescindible según convenga para sus intereses, categorizado como un elemento cuantitativo cuya vida depende de la producción que se logre en beneficio de una empresa, viviendo en todo momento en un constante temor que se ha de reproducir sobre procesos psicosociales estresante muy fuertes, hoy denominado síndrome de burnout. Instancia que al mismo tiempo es deslindada por el Estado y su nula capacidad de responder ante la gran demanda heredada por sistemas políticos anteriores, pero sobre todo, por la vorágine rapidez con que el capitalismo selecciona y organiza el valor de la vida en medio del peligro sanitario: serán las clases dominadas las destinadas a ser peones en el ajedrez con el subsecuente sacrificio en aras de una salvación del capital activo y la regulación de la producción más allá de las propias condiciones en que pueda vivir el obrero. Hoy, las empresas privadas demuestran que esa parte de la ideologización se ve subsecuentemente expuesta por las redes sociales que han funcionado como redes de apoyo y sin temor a la modificación (forzados a aceptarla) muestran la monstruosa forma de proceder sobre los menos necesitados. Confunden el altruismo con la solidaridad comunitaria, definición que pretenden desaparecer en funciones de la consolidación automatizada. Ese mismo sujeto, desprovisto de los elementos y de la vida comunitaria, también tiene que preocuparse de las condiciones elementales y de escasez en los barrios, fraccionamientos de la zona urbana del país: se enfrenta a la escasez del agua, donde los proyectos privados o de regulación estatal terminan por dividir el flujo del vital líquido entre comunidades para repartirse en obras destinadas al progreso social y desarrollo comunitario de una determinada región. En ese balance la nula organización u organizaciones carentes de la fuerza necesaria de movilización se ven arrebasadas; una organización que se encuentra atropellada por la carente visualización de un todo orgánico que permita transformar en el papel la realidad concreta que le toca vivir. Subyace en el pensamiento que esa organización se encuentra permeada por intereses particulares que no pretenden sino afianzar las riquezas y el poder de una determinado individuo o grupo de individuos en condiciones específicas. La idea de una organización no se encuentra en el imaginario colectivo, sino en formas de conflicto, polarización, fragmentación. Esa ideología se ha permeado gracias a la culpabilización, pero también a las condiciones de negación de la otredad; la sola aparición del otro significa un caos, conflicto de interés y por ello falto de comprensión sobre su existencia. Al otro se le ve como un ente peligroso, dañino para sí mismo y para la organización comunitaria; ha aprendido a través de esa ideologización que habrá de “rascarse con sus propias uñas”. Se trata de un ejercicio anecdótico de no reconocimiento ante interculturalidad, las cosmovisiones colectivas, la represión por un sentido de pertenencia y más, por un sentido del consumo. El final queda establecido sobre la permeación de una construcción individualista que ejerce una presión en el equipamiento de habilidades asertivas que formulen una propuesta de acción para con sus comunidades.

Bajo la saturación de los sistemas de salud pública, el temor y la incertidumbre generados sobre la naturalización del discurso de suposiciones, el individuo se ha quedado en su casa, con el temor de ir a hospitales, dada la probabilidad de “que lo maten” en el proceso de recepción. Las imágenes, la manipulación mediática de los medios de información, suministró la evidencia necesaria para reconstituir esos esquemas de pensamientos y aislarse en el silencio de la cuarentena, reflejado por el desamparo, la agonía interminable de la catastrofización impulsa a enfrentar el virus o el posible contagio con temor, arrebatos emocionales y en soledad. La organización colectiva permitiría afrontar la pandemia con herramientas de cohesión social, generación de redes de apoyo, además de una visualización de una salud comunitaria sobre una salud individual en primer momento, como medida de prevención y autocuidado individual y comunitario. De esta manera los mecanismos que entran en relación con la protección entre los individuos los convierte en agentes sociales caracterizados por la visualización simbólica de solidaridad en los procesos que determinan la consecución de formas y acciones concretas de afrontamiento ante la cuarenta. Una salud comunitaria que promoviera una identidad comunitaria relacionada con la salud y la problematización sobre su mantenimiento, naturalización, que permitiera comprender los mecanismos que la sustentas y su transformación que permitiera una comunidad con un sistema de salud participativa, concientizadora. Esa participación y compromiso permitirían entablar un conjunto de caracteres específicos de acompañamiento que terminarán por redireccionar la recuperación de territorialidad barrial  de las comunidades, afrontando la gentrificación o la “fealdad barrial” consistente  en el abandono sistemático y progresivo de la tierra no solo en espacialidad, también en la identificación consigo mismos desde un tercer sujeto  capaz de potencializar los recuerdos y formar una pertenencia en la interacción constante5.

Al mismo tiempo, bajo el cobijo del resguardo, también existen elementos que continúan siendo lacerantes de las comunidades: la violencia de género se ha disparado durante el encierro puesto que, en una gran mayoría de los casos, los violentadores conviven en el hogar, colocando a las víctimas en una situación de vulnerabilidad con estrategias de afrontamiento y prevención poco claras y diluidas en el compromiso del Estado y su intervención-prevención-reparación en esos hechos, como los constantes acuses de revictimización sobre las víctimas o las familias de las mismas. Las desapariciones continuaron siendo la tónica de la fragmentación social, ya no solo en geografías con un alto índice, sino en la zona metropolitana sus números fueron en crecimiento. Lo mismo sucedió con los asesinatos, feminicidios que hoy, arrebatan las propuestas del Sector Salud en todas sus modalidades de salud mental que tenga activas. Estas consideraciones pueden explicarse bajo la lógica social de una militarización presente y activa en territorio nacional como medidas de seguridad del proyecto hegemonizador continental de Estados Unidos y el enfrentamiento financiero con China, además de la canalización económica que provee en estos momentos y de la cual, el país comenzará probablemente en una recesión según algunos expertos en el tema financiero. La realidad se percibe despersonalizada de sí misma, recreada bajo una rutina asfixiante y llena de clamor social, de experiencia de despojos acumuladas durante cientos de años, ignominias y promesas vacías con fines electorales que fomentan el mantenimiento de gobernabilidad del Estado. La individualidad se ha transformado en el objetivo primario del avance posmoderno de la sociedad cada día más establecida sobre la liturgia de la superficialidad del standing puesto en formación para el embellecimiento del proyecto de sociedades felizmente ambulantes. Los pueblos originarios e indígenas sufren una suerte igual de brutal: despojados de su territorialidad por proyectos impuestos bajo esa misma lógica de progreso; la migración forzada, la pérdida de cosmovisiones, la fragmentación del tejido comunitario e identitario, continúan lacerando a esas comunidades en busca de proteger su territorialidad o tratar de regresar a los orígenes de sus raíces ancestrales. Sufriendo en este proceso un doble revés: el descrédito del gobierno y con el ello, la legitimación de los proyectos en el supuesto falso positivo que por ser “indios” no pueden organizarse y, con ello, con esa visibilización se toma la “mejor decisión para ellos”. También los efectos de simulación de creer que un solo mando para todas las comunidades originarias e indígenas es forma de legitimar los proyectos es una forma de violencia simbólica que se emplea para cooptar y tranquilizar la opinión pública. Las medidas tomadas en un proceso de sanitización social, no incluyó en su generalidad a las comunidades indígenas, como tampoco respetó sus cosmovisiones ni formas de organización, al tiempo que establecía una línea de instrumentalización para considerar los objetivos y caminos viables por tomar sin pretender establecer una modificación en los programas de exclusión cuanto sí sobre un asistencialismo que rindiera frutos en el plano político con miras a un próximo año versado en elecciones de gobernadores, como es en  caso de México, relegando la memoria histórica, el sentido comunitario como herramientas innecesarias en la construcción de sus propios parámetros.

Repensar al interior de la práctica

Recuperar a Martín-Baró en el plano general de la psicología se vuelve preponderante tanto por el análisis de sus conceptualizaciones como el análisis y la crítica de estas. Algo tenemos en claro, sin esos avances, la psicología seguirá teniendo los grandes alegatos de siempre: una memoria que es selectiva y sirve bajo propuestos de intervención en espacios clínicos, fomento del olvido como medida de afrontamiento asertiva. Esa psicología empeñada a que las mejores virtudes son sobre una idea de un bienestar primario, segregando los problemas y la felicidad en un intento de epistemicidio sobre sí misma y la configuración social que la permea.

La memoria histórica se vuelve presente para rescatar las grandes particularidades que visualizan a lo largo del tiempo dentro de las comunidades especificas desde donde los problemas deben de problematizarse; analizar, reflexionar y criticar los procesos de ideologización, autoculpabilidad y de creencias irracionales sobre la aparición de pensamientos afectos y conductas disfuncionales que tratan de cumplir con la satisfacción de necesidades impuestas por el progreso y las civilizaciones de la modernidad estética. Esas ideologizaciones deben estipularse desde procesos de desnaturalización, como lo percibía Martín-Baró de tal forma que se experimente una ruptura cognitiva, organizacional, de cohesión integral y de concientización sobre las realidades en un proceso de transformación mediante la modificación de paradigmas epistemológicos que sostengan la idea de los efectos de la comunicación como regla esencial del Estado6. Esa psicología tiene que visualizarse sobre aspectos psicosociales de reflexión y transformación social abarcando campos de lo psicopolítico, lo crítico, lo comunitario; una psicología que responda ante los tiempos y realidades comunitarias y se desprofesionalice en el clamor de la patologización, de la intervención simple y más hacia la propuesta de una solidaridad extrema que cobije en su recepción la idea de un trabajo para, de, con la comunidad que se vuelvan trascendentes y no como elementos de producción científica exclusivamente. Su avance se verá analizado por una reflexión de juicio sobre la integralidad, interculturalidad de su proceso, la visibilización de la otredad, la problematización de la realidad y la construcción, desde un cambio de paradigma de los problemas que aquejan a las comunidades.

Martín-Baró y la cuarentena nos recuerdan en todo momento que es imposible regresar a la normalidad puesto que, en ella, la habituación, la naturalización de los problemas se volvía un ejercicio ideologizante desde las estructuras dominantes. El retorno a esa normalidad privaría de un intento de transformación verdadera y, por el contrario, nos regresaría hacia las esferas de indiferenciación, la invisibilidad de la otredad, la falta de un análisis crítico de la sociedad que funcione como catalizador de comunidades que tomen su historia en sus manos y la transformen de acuerdo con sus objetivos y prioridades. Recuperar esa psicología en tiempos de pandemia nos vuelve sentipensantes bajo la idea de Martín-Baró “… reconocer y potenciar todas aquellas virtudes propias de nuestros pueblos que les han permitido confrontar en circunstancias casi infrahumanas la difícil tarea de su supervivencia histórica…” Y no se equivoca. De esta situación de cuarentena saldremos como tendría que ser en el ejercicio de la solidaridad comunitaria: juntxs.

REFERENCIA:

1. Roitman, M. (2019). Por la razón o la fuerza: Historia y memoria de los golpes de Estado dictaduras y resistencias en América Latina. Siglo XXI.

2. Bourdieu, P. (2017). Capital cultural, escuela y espacio social. Siglo XXI

3. Sixtos, D. (11 de mayo de 2020). Ecatepec: Cuentos de una memoria indómita. Rebelión. https://rebelion.org/ecatepec-cuentos-de-una-memoria-indomita/

4. Martín-Baró, I. (1988). La violencia política y la guerra como causas en el país del trauma psicosocial en El Salvador. Revista de Psicología de El Salvador, 7 (28), 123-141. http://www.uca.edu.sv/buscador/?q=La+violencia+pol%C3%ADtica+y+la+guerra+como+causas+en+el+pa%C3%ADs+del+trauma+psicosocial+en+El+Salvador

5. Maestría en Psicología Comunitaria ECSAH (27 de mayo de 2020). Reflexión y acción comunal frente a la pandemia Dra. Katherine Herazo González [Video]. Youtube. https://youtu.be/SzdM15O7aKw

6. Martín-Baró, I. (1988). Psicología de la Liberación. Trotta.