Es el momento álgido de la representación y Rosario, la primera actriz, perfilada por los focos del escenario, se enfrenta al momento sin miedo. A ella que fue a colegio de monjas en Andalucía, no le costará nada contar que todo es una puta mierda. Tiene el papel muy bien aprendido. Aún recuerda el olor […]
Es el momento álgido de la representación y Rosario, la primera actriz, perfilada por los focos del escenario, se enfrenta al momento sin miedo. A ella que fue a colegio de monjas en Andalucía, no le costará nada contar que todo es una puta mierda. Tiene el papel muy bien aprendido.
Aún recuerda el olor de los asientos de El Sevillano con el que salieron de unas tierras que siempre fueron de los mismos caciques, y que sólo les daban jornal en tiempos de cosecha y poco más. Después la vida en Torre Baró, al final de Barcelona, donde las casas las hicieron sus manos. Las calles, la luz, el dispensario y la llegada del bus urbano al barrio la consiguieron a base de luchas durante un régimen fascista y policías de porra fácil. Y allí arriba crió a cuatro hijos varones, ahora de nuevo viviendo en casa, porque hacer casas y especular con ellas ya no es negocio.
«Una puta mierda de país tenemos, ─vocifera a mano alzada─ que vamos para atrás. Mis parientes del pueblo me dicen que la tierra sigue en manos de los ricos: señoritos, empresarios y políticos aprovechaos. Y ahora estos sinvergüenzas, ladrones y corruptos, les quitan el paro a los chicos, ¿qué carajo quieren que haga? ¿Cómo alimento a la familia? Seis euros de más me cobraron el otro día en la farmacia por las recetas, y subieron el bono del bus que ahora tengo que coger, pues cerraron el ambulatorio del barrio».
El público se aleja de las paradas de frutas y verduras, carne o pescado del mercado municipal para prestar más atención a Rosario.
«En el bloque, ─continua Rosario mientras toma una cuerda en su mano y la pasa resbaladiza por su cuello──la del quinto rebusca comida en los containers y yo le digo que me han dicho que a las dos y media en la puerta de atrás del súper sacan mucha comida que está buena, y me dice que ya ha ido, pero que las cajeras no les dejan coger nada hasta que lo han tirado al container, y que hay mucha gente y le asusta la bronca.
«Una puta mierda de empresas que se hacen ricas con nuestro jornal porque las leyes les dejan hacerlo, pero el que roba una barra de pan o el sindicalista de las barbas que atraca súpers para los pobres, las leyes dicen que son ladrones.
«La panda de ladrones son ellos, pero se van a enterar, no morimos como galgos ahorcados» Y mientras destensa la soga, la gente que le rodea acuerda colectivamente dirigir la función.
Fuente: http://gustavoduch.wordpress.com/2012/10/07/rosario/