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Cronopiando

Se vende arena en República Dominicana

Fuentes: Rebelión

Vuelven y vuelven los llamados «profesionales del no» a hacer valer su oficio negándose a que se venda la arena que queda en el país. Cada vez que un empresario con iniciativa da con alguna genial idea para crear empleos, además de expandir su negocio y aumentar sus beneficios, surgen los inevitables «profesionales del no» […]

Vuelven y vuelven los llamados «profesionales del no» a hacer valer su oficio negándose a que se venda la arena que queda en el país.

Cada vez que un empresario con iniciativa da con alguna genial idea para crear empleos, además de expandir su negocio y aumentar sus beneficios, surgen los inevitables «profesionales del no» oponiéndose a la empresa. No hay proyecto de desarrollo que se haya emprendido en el país sin la censura previa de estos grupos de extremistas del pesimismo. No hay apuesta por el progreso que se haya llevado a cabo, que no haya sido antes condenado a los infiernos por esos radicales fatalistas.

Ahora que empresarios con visión de futuro y generosa conciencia nacional muestran su inquietud por darle salida al problema de la arena acumulada en las playas y ríos dominicanos, vendiéndola a Miami, reaparecen los mismos «profesionales del no» que se negaron al progreso que hubiera supuesto para la región de Oviedo aquel lucrativo y frustrado vertedero, que rechazaron la relevancia que hubiera ganado la capital de contar con una isla artificial tras la que esconderse, que se opusieron a que el país acogiera toneladas de «rock-as» que sirvieran de abono, que se negaron a la construcción de un monumental faro, de un imprescindible metro, de un urgente helipuerto en el malecón, vuelven y vuelven a manifestarse en contra de que el país pueda obtener, vendiendo arena, esos imprescindibles recursos que invertir, por ejemplo, en la reforestación del país, cuando, según parece, también nos estamos quedando sin agua. La sensibilidad mostrada por el síndico de la capital Salcedo (también conocido como Fuíquiti) en su empeño de sembrar palmas hasta en el Metro y despejar de matorrales y arbustos dañinos la ciudad podría verse favorecida de contar con esos recursos que supondría la venta de arena.

Sin embargo, no obstante los beneficios que se derivarían para el país de que la transacción se lleve a efecto, surge el rechazo de esos incansables alborotadores pretextando que no hay arena suficiente. Hasta han llegado a esgrimir la existencia de unas supuestas leyes (la 64-00 y la 305) que prohíben la extracción de arena, como si la leyes hubiera que acatarlas necesariamente o no tuviera más peso el sagrado bien común o el interés general. A no dudar que el siguiente paso de esos «profesionales del no» consista en pretender, vía judicial, que se les entregue toda la documentación, incluyendo estudios de suelo y costos, del negocio arenero puesto en marcha

Y todo este rechazo cuando los mismos que rechazan que la nación progrese y se abra al desarrollo sostenido y sustentable, denuncian la desaparición de los ríos dominicanos o su pérdida de caudal y la venta a compañías extranjeras del litoral costero nacional.

¿Para qué entonces, sin ríos y sin playas, vamos a querer la arena? ¿Para que se la lleven los haitianos?

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