Hace unos días el presidente estadounidense George Bush visitaba el reino de Arabia Saudí con varios puntos en su agenda. El primero, estrechar los lazos militares entre ambos países y, de esa forma, tratar de frenar la influencia de Irán en la región. El segundo, y de paso, venderle armamento por valor de 120 millones […]
Hace unos días el presidente estadounidense George Bush visitaba el reino de Arabia Saudí con varios puntos en su agenda.
El primero, estrechar los lazos militares entre ambos países y, de esa forma, tratar de frenar la influencia de Irán en la región.
El segundo, y de paso, venderle armamento por valor de 120 millones de dólares. La primera entrega de un paquete de 20.000 millones de dólares que Estados Unidos venderá a sus aliados en el Golfo Pérsico y cuyo principal cliente es, precisamente, Arabia Saudí.
Y, en tercer lugar, sugerirle a los árabes de que convenzan a sus socios de la OPEP de que aumenten la producción de petróleo para ver si de esa forma se consigue una reducción de su precio.
Lo que no estaba en la agenda de ese impulsor infatigable de la democracia y los derechos humanos, que es George Bush, es la situación de la mujer en Arabia Saudí.
Y es que hace un par de días me enteraba, por una nota en la prensa, de que por fin la mujer saudí podrá alojarse sola en los hoteles. Hasta ahora no podían y tenían que hacerlo acompañadas de su padre, marido, hermano o hijo.
Eso sí, para evitar que Arabia se convierta en un despiporre, los encargados de los hoteles estarán obligados a remitir inmediatamente sus datos a la comisaría más próxima.
No me negarán que no es un avance. Ahora ya sólo hace falta que las mujeres saudíes puedan conducir, puedan representarse a sí mismas ante un juez, no necesiten permiso paterno o marital para trabajar o viajar al extranjero o puedan encontrarse a solas con un hombre con el que no mantengan relación de parentesco. Como podrán apreciar, detalles sin importancia que en nada impiden que las saudíes puedan desarrollar su vida con la misma normalidad que las estadounidenses o las españolas. ¿O sí?
En cualquier caso, mientras el rey Abdalá compre misiles y venda petróleo a los estadounidenses, ¿a quién le importa que las saudíes vivan bajo la opresión masculina y como ciudadanas de segunda? A Bush, desde luego, no.
Alberto Montero Soler ([email protected]) es profesor de Ecomía Aplicada de la Universidad de Málaga (España) y miembro de la Fundación CEPS. Puedes leer otros textos suyos en su blog «La otra economía».