Cuando se habla de economía social y solidaria, y también de cooperativismo, no puedo sino recordar lo que nuestro sindicato (junto a otros muchos) era en las décadas previas a la guerra civil en nuestro caso y a la II guerra mundial en el caso europeo. El sindicalismo protagonizó una experiencia singular de protección social […]
Cuando se habla de economía social y solidaria, y también de cooperativismo, no puedo sino recordar lo que nuestro sindicato (junto a otros muchos) era en las décadas previas a la guerra civil en nuestro caso y a la II guerra mundial en el caso europeo. El sindicalismo protagonizó una experiencia singular de protección social y generación económica, toda vez que los sistemas públicos de seguridad social y de bienestar en general no se habían desarrollado. Sindicatos como el nuestro conformaron una importante red de economatos, cooperativas, seguros médicos y de fallecimiento para las familias, además de caja de resistencia para las huelgas, etc.
Ahora, en el contexto de la actual crisis, cuando los estados dejan de garantizar la protección por el imperativo de la austeridad, cuando se aplican sin misericordia las políticas de ajuste estructural, además del consiguiente empobrecimiento de las masas populares, se están creando lo que algunos han venido a llamar vacíos de estado. ¿Quién va a proteger cuando los estados no protegen? El sindicalismo de clase tiene una gran responsabilidad en esta hora. Desde nuestra vocación democrática y progresista, debemos luchar porque no cualquier cosa ocupe esos vacíos. Y debemos construir la red de seguridad que lo haga posible.
No creo que hoy el sindicalismo esté en condiciones de reeditar los mecanismos de protección y solidaridad que creo antaño. Pero tampoco creó que eso sea hoy necesario. Afortunadamente, asistimos a la emergencia de espacios de economía social y solidaria, de movimientos diversos, y cabe pensar que el futuro que debemos alumbrar exige una complicidad nueva entre el movimiento obrero clásico y los nuevos espacios de movilización y de generación económica y social.
El sindicalismo tiene sus pecados, es cierto. No es casualidad que cuando se habla de la etapa dorada del sindicalismo europeo, nos refiramos a una etapa en la que la economía de occidente se desarrolló sí, como economía del bienestar, pero también sobre un neocolonialismo, sobre el expolio irracional de los recursos del planeta y evidentemente sobre la explotación y discriminación de la mujer. Sin embargo, el sindicalismo tiene mucho que aportar también en el siglo XXI al menos por dos razones: la primera porque procede poner la cuestión de clase en el centro de la cuestión social, y en segundo lugar, porque tiene una historia exitosa en términos organizativos y de estructuras de movilización, alejadas del espontaneísmo, que siguen siendo desde mi punto de vista, muy necesarias en el presente.
Si la lucha sindical ordinaria constituye el necesario hoy de la lucha anticapitalista, la generación de espacios de economía social y solidaria anticipan y prefiguran el mañana que deseamos. Por eso postulamos una complicidad necesaria y fructífera entre movimiento obrero y la nueva economía social y solidaria. Y junto a estos nuevos espacios, también debemos aludir a algo que a la izquierda tradicionalmente no le gusta apelar. Porque además de los necesarios cambios estructurales, debemos incorporar cambios personales y comunitarios.
Xabier Anza, responsable de formación en el sindicato ELA
Fuente: http://www.mrafundazioa.eus/
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