Traducido para Rebelión por Beatriz Morales Bastos
1. Desde su aparición en Seattle en diciembre de 1999, el «movimiento contra la globalización» englobaba dos corrientes diferentes. La primera y dominante se limitaba a contestar los efectos más devastadores de la globalización y del neoliberalismo que concernían a la distribución desigual de los recursos y de las riquezas, y que preconizaba una «globalización positiva a la baja», una globalización «democrática». Así aceptaron el modelo principal de los globalizadores según los cuales ha llegado el momento de librarnos de los Estados-nación. Estos últimos son considerados un freno en el camino hacia el «progreso», viejas herramientas de las que hay que librarse. Aun siendo menor, la segunda corriente denunciaba no sólo los efectos sino también la esencia misma de la globalización o, más bien, del capitalismo, verdadera causa de la intensificación de las contradicciones sociales entre los ricos y los pobres.
2. En Estados Unidos esta división nunca ha sido profunda. Pero desde el momento en que el movimiento llegó a Europa esta contradicción con frecuencia ha adquirido formas virulentas. Con la movilización de Génova en julio de 2001, Europa se convierte realmente en el centro del movimiento capaz de llevar a las calles a los recién politizados jóvenes, aunque dejando al margen al movimiento obrero tradicional. Debido a las tradiciones políticas europeas, la diferenciación entre radicales y moderados sólo podía adquirir la forma de la antigua dicotomía, esto es, los reformistas o social-demócratas por un lado y las tradiciones revolucionarias por otro. Sin embargo, el enfoque radical no se expresó a nivel político y de los programas sino más bien sobre el terreno de los métodos y de los medios de lucha. Los sectores más radicales del movimiento buscaron prioritariamente la confrontación con las fuerzas de policía transformando cada manifestación en un espectáculo mediático. Como este radicalismo era meramente formal, a los organismos social-demócratas no les ha resultado difícil conservar el control sobre la mayoría del movimiento. Para ejercer su hegemonía estos organismos no se han expuesto directamente sino que han utilizado a cierto número de dirigentes y de grupos surgidos del propio movimiento o procedentes de la nueva izquierda post 68.
3. Los Foros Sociales siempre se han planteado como organismos capaces de proteger milagrosamente la unidad, la representatividad y su propio poder: en realidad sólo eran coordinaciones o pequeños parlamentos en los que las diferentes corrientes políticas organizadas luchaban entre ellas para ejercer la hegemonía y negociar más tarde los compromisos tácticos necesarios para mantener el impulso de la movilización. Desde el principio el Foro Social Mundial (FSM), con su Consejo General, no sólo fue el rehén de grandes organismos social-demócratas sino también una estructura jerárquica y antidemocrática. Nunca ha representado la diversidad y el radicalismo del movimiento.
4. Las fuerzas y las organizaciones antiimperialistas tanto de los países oprimidos y semi-coloniales como de Europa nunca han podido expresarse debidamente en el FSM: los organismos que dirigen el Foro Social Mundial llevado a cabo una exclusión de facto. Desde un principio el FSM de Porto Alegre, bajo control de PT brasileño, excluyó a todos los movimientos que luchaban con las armas contra los oligarcas y pro-imperialistas. Esta exclusión fue aún más grave y emblemática si tenemos en cuenta que en este mismo periodo estalló la Intifada palestina y que sirvió de punto de cristalización para las luchas antiimperialistas en el mundo. Tras el 11 de septiembre la posición de equidistancia que quería un «movimiento contra la guerra y el terrorismo» se hizo hegemónica como deseaban los organismos social-demócratas ya desde la agresión estadounidense a Afganistán (octubre de 2001) y la creación de la lista negra de «terroristas» en la que se incluyen no sólo movimientos islámicos sino también casi todos los movimientos revolucionaros de liberación.
5. Al mismo tiempo que participábamos en todas las movilizaciones antiglobalización, nos hemos negado a formar parte del FSM debido a su pacifismo constitutivo y a su cláusula sobre la no-violencia. Esta opción era necesaria y ha demostrado ser correcta. Esta cláusula no sólo excluyó a los antiimperialistas combatientes y a los revolucionarios europeos sino que también ha revelado que los organismos europeos controlaban el FSM. Estos organismos se negaron a calificar de imperialista a la globalización y ni siquiera quisieron oír hablar de la necesaria relación entre las luchas sociales y cívicas en el corazón del imperio y las luchas más decisivamente antiimperialistas en la periferia.
6. La resistencia iraquí fue la que puso al movimiento antiglobalización contra la pared evocando su crisis irreversible. El movimiento antiglobalización fue protagonista de las manifestaciones por la paz y contra la agresión anglo-estadounidense. Pero en el mismo momento en que los ocupantes conquistaron Bagdad cesaron las movilizaciones y, sin embargo, hubieran sido tanto más necesarias cuanto que la resistencia popular armada empezaba a atacar a las tropas imperialistas. Solo grupos pequeños afirmaron la legitimidad de la resistencia y un número aún menor la apoyó -y todo ello con un retraso inaceptable. La mayor parte del movimiento se mantuvo lejos del problema, manteniendo un silencio infame y negándose sistemáticamente a movilizarse por la victoria de la resistencia. Finalmente acabaron por estallar todas las contradicciones latentes en el FSM. Las facciones radicales se vieron obligadas a dar un paso y aunque no apoyaran la resistencia, cuando menos se vieron obligadas a reconocer su legitimidad.
Con nuestra campaña clara y sistemática a favor de la resistencia iraquí, no sólo hemos tenido que afrontar la oposición del movimiento antiglobalización sino también un ostracismo general. Pero gracias también a esta campaña la resistencia [iraquí] ganó terreno en el movimiento y, sin embargo, seguimos teniendo que enfrentarnos a la reluctancia incluso de las fuerzas más radicales a formar una verdadera coordinación de fuerzas a favor de la resistencia.
7. La decadencia del movimiento podría causar la ruptura y fragmentación definitivas del FSM. Esta consecuencia es incluso saludable y todo intento de mantener unido al movimiento artificialmente está destinado al fracaso. Mientras que la unidad es deseable y necesaria, no lo es ciertamente bajo la dirección asfixiante de los social-demócratas. Esto se hará aún más claro en el próximo FSM de Porto Alegre. Éste se llevará a cabo bajo la égida del gobierno del PT que sucumbe completamente a la globalización imperialista, esta misma globalización que el movimiento pretende combatir. Teniendo como nuestro objetivo principal la formación de un frente antiimperialista, el Campo Antiimperialista debe intensificar sus iniciativas hacia los componentes que abandonen el FSM rompiendo con los organismos social-demócratas. Es una tarea muy difícil porque se trata concretamente de vincular y unir las fuerzas antagonistas en los países imperialistas y las fuerzas combatientes en los países agredidos y oprimidos, principalmente Palestina e Iraq. Sin este puente no será posible ni una victoria duradera en los países que luchan en primera línea, ni un futuro para las fuerzas antagonistas de los países occidentales.
5 de diciembre de 2004