En estos momentos tan trágicos para la población de Ica, que ha sido desvastada por un terremoto en Perú, me viene a la mente recuerdos e imágenes entrañables que guardo de esta ciudad y sus gentes. Mis recuerdos más remotos son de mi infancia, cuando mis padres me llevaban a Paracas a pasar el fin […]
En estos momentos tan trágicos para la población de Ica, que ha sido desvastada por un terremoto en Perú, me viene a la mente recuerdos e imágenes entrañables que guardo de esta ciudad y sus gentes. Mis recuerdos más remotos son de mi infancia, cuando mis padres me llevaban a Paracas a pasar el fin de semana en ese maravilloso balneario, que sólo me quedan su luz, su sol resplandeciente que lo inundaba todo, y sus gentes, sus caras y cuerpos prietos y una eterna sonrisa.
En enero de 1991, la Asociación Regional de Periodistas Libertadores Wari me nombró «socio honorario» por una acción tan elemental como defender los derechos humanos. Muchos fueron los periodistas perseguidos durante la dictadura de Fujimori y muchos fuimos los que denunciamos esta situación ante los organismos internacionales. Cuando Carlos Caldas Pozo, secretario general de la Asociación, me hizo entrega del diploma, un trozo de piel repujado artesanalmente a mano, le dije que no era necesario hacer el nombramiento institucional porque sólo había hecho lo que en conciencia se debe hacer. Pero las compañeras y compañeros insistieron y aquí tengo el recuerdo que me observa todos los días en mi mesa de trabajo.
Después de 25 años, un mes de agosto como este, en el 2001, regresé a Ica invitado por la Escuela Académica Profesional de Comunicación Social de la Universidad Nacional de Ica.
Después de un viaje por carreteras polvorientas, en un vehículo desvencijado que tenía el depósito de gasolina en el techo, llegamos a la ciudad de Ica y a primera hora de la mañana me llevaron a un sitio inimaginable: el mercado central de Ica. Pero lo más curioso es que me invitaban a tomar desayuno: un plato de ceviche y un tazón con el «levanta muertos», el famoso «caldo de choro», una pócima hecha a hervor lento de mejillones, espinazos, cabezas de pescado y gotas de limón. Al primer sorbo se me quitó el sueño y estaba listo para recorrer las emisoras de radio, conceder entrevistas y aguantar el frenético programa de actividades que me habían organizado.
Pronuncié la «clase magistral» de clausura del I Seminario Taller «Periodismo en el Tercer Milenio-Periodismo Digital». Ganas tenían, y muchas, pero recursos, muy escasos. Ví a jóvenes ávidos de conocimientos e interesados por la prensa digital. Me apabullaron a preguntas sobre el futuro del periodismo en la era digital mientras ellos me confesaban que no tenían ordenadores, no tenían cibercafés, pero ellos querían saberlo todo y mientras venía el ordenador lo apuntaban todo en sus rancias libretas.
Con motivo de esta participación académica, responsables de la Municipalidad de Ica me hicieron llegar su interés en hacerme un homenaje por fomentar la colaboración entre la Facultad de CCII de la Universidad Complutense de Madrid y la Escuela de Comunicación Social de Ica. Hubo algunas alumnas que viajaron a Perú para realizar sus prácticas y se quedaron a vivir para compartir miserias y alegrías. Yo les dije que lo mejor sería que me facilitaran la visita a Chincha y conocer mejor la música negra y poder adquirir uno de sus famosos cajones para tocar música afro-peruana en Madrid. Pues no sólo me declararon «huésped ilustre», por acuerdo de todos los grupos municipales, sino que me llevaron al barrio en donde la población negra de Chincha, descendientes de los esclavos llevados a la fuerza por España en tiempos coloniales, mantienen sus esencias musicales. Después de una formidable exhibición con marineras, zapateo y agüanieve, recordando al mítico Nicomedes Santa Cruz, el de las décimas, el Alcalde de Ica, en ese entonces, César Miranda Correa, me invitó a un acto solemne en la municipalidad ante la presencia de representantes de diversas asociaciones culturales, académicas y empresariales. En las fotos-recuerdo que ahora desempolvo me veo metido en una chaqueta que no me permite ver mis manos. Era por lo menos dos tallas más grande que la mía. El Presidente de la Federación Latinoamericana de Periodistas (FELAP), Ezequiel Robles, me tuvo que prestar una chaqueta para poder asistir al evento.
Después terminamos en una de las famosas bodegas en donde se elabora el mejor pisco del mundo, un aguardiente en base a la uva que data del siglo XV. Todavía tengo encima de mi mesa una botella de pisco con etiquetado especial referido al evento. Siempre alegres, siempre sonrientes a pesar de las penurias y las carencias, pero siempre con la música en el cuerpo. Negras y negros cimbreantes. Percusión que expresan los latidos de nuestro corazón y voces rasgadas que obligan a mover el esqueleto. Quizás de allí viene mi tardío descubrimiento del flamenco. Por algo, Paco de Lucía se trajo cajones peruanos para adaptarlos al flamenco. Hoy toco con el cajón peruano música afro-peruano y flamenco. La fusión en la música manteniendo intactas las esencias. Fusión cultural y acercamiento entre pueblos.
Hoy, siguiendo las noticias del terrible desastre, me llaman, me escriben y describen su dolor. Lo han perdido todo. Sus casas, sus trabajos, sus pertenencias pero les queda la sonrisa, la música y ese telúrico movimiento de caderas que hace que la sensibilidad y la sensualidad esté a flor de piel. Hoy necesitan de solidaridad, pero ellos quieren acompañamiento, tienen su pisco, sus cajones, sus sones y sus bailes. Apoyemos lo poco que tienen.
Pepe Mejía, periodista, miembro de ATTAC. Correo E: [email protected]