El progreso atrasa que es una barbaridad. Otra paradoja de estos tiempos que vuelan. Avanzamos, sí, pero en dirección equivocada, en sentido contrario, sin sentido común. Paso a paso, adelanto tras adelanto, mejoramos para peor. De un salto, el último por ahora en la escala de la evolución humana, nos hemos convertido en compradores ambulantes. […]
El progreso atrasa que es una barbaridad. Otra paradoja de estos tiempos que vuelan. Avanzamos, sí, pero en dirección equivocada, en sentido contrario, sin sentido común. Paso a paso, adelanto tras adelanto, mejoramos para peor.
De un salto, el último por ahora en la escala de la evolución humana, nos hemos convertido en compradores ambulantes. No quedaba otra. Consumidores compulsivos de un planeta en el que todo está en venta. Si tienes dinero, eres. Si tienes precio, vales. Bienvenidos a la era vending. Japón, con cerca de cinco millones y medio de expendedoras, lidera el nuevo orden mundial. Sus máquinas, omnipresentes, venden de todo. Y para todos.
En Japón, por ejemplo, ser solidario no cuesta nada. Casi nada. Los nipones cuentan con más de 10.000 máquinas expendedoras desde las que se pueden hacer contribuciones a oeneges. «Hay de dos tipos, unas permiten ceder el cambio de nuestra compra a un colectivo social y otras disponen de un botón específico para hacer donaciones», explica Takashi Kurosaki, de la Asociación de Fabricantes de Máquinas Expendedoras. Estos revolucionarios dispensadores de caridad tienen tanto éxito que, según Kurosaki, «cada vez habrá más y más».
El progreso atrasa que es una barbaridad. Visto lo visto estos días en Chad, ese «rescate» frustrado de un centenar de infantes, cualquiera puede adivinar por donde vendrán los próximos adelantos humanitarios. ¡Máquinas expendedoras de huerfanitos de África! Del infierno, a la puerta de casa. Directamente. Sin gastos de envío. Con sólo apretar un botón. «Su negrito, gracias».
Mejoramos para peor. Sin duda. La expresión japonesa kimamori («talismán que protege a los árboles») alude a una antigua y caduca costumbre nipona. Los campesinos, al recolectar los frutos, dejaban siempre, como amuleto para defender al árbol, una pieza de fruta colgada de sus ramas. Un despilfarro. En el futuro, mañana, no será necesario. Ya no quedarán árboles. No importa. Por todos lados, florecerán máquinas expendedoras. De manzanas. De amuletos. De progreso.