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Suicidas en Kabul

Fuentes: La Estrella Digital

El lunes de la pasada semana tuvo lugar en Kabul un audaz atentado suicida, ejecutado por un grupo de cuatro talibanes. La acción no ha tenido mucho eco en los medios españoles de comunicación, a pesar de que la implicación de nuestro país en la difícil posguerra que viene padeciendo el desdichado pueblo centroasiático debería […]

El lunes de la pasada semana tuvo lugar en Kabul un audaz atentado suicida, ejecutado por un grupo de cuatro talibanes. La acción no ha tenido mucho eco en los medios españoles de comunicación, a pesar de que la implicación de nuestro país en la difícil posguerra que viene padeciendo el desdichado pueblo centroasiático debería hacernos prestar más atención a esas noticias.

Ciertos detalles específicos permiten valorar mejor lo ocurrido. El atentado se produjo en el hotel Serena, un lujoso establecimiento de cinco estrellas, utilizado habitualmente por los extranjeros que visitan la capital afgana o trabajan en ella, apenas separado un centenar de metros de la residencia oficial del presidente Karzai.

En el mismo hotel se halla la embajada de Australia, que no se vio afectada por el hecho, aunque se estudia su traslado a otra zona más segura. Por otra parte, el ministro noruego de Asuntos Exteriores se encontraba en el hotel en ese momento y resultó ileso, aunque en el atentado murió un periodista de la misma nacionalidad. El número de víctimas fue relativamente reducido -en relación con la magnitud del atentado-, apenas una veintena entre muertos y heridos, frente a los 35 muertos de los que se jactó posteriormente el comunicado oficial talibán. En éste se decía: «Hemos prometido mostrar al mundo la debilidad del Gobierno de Kabul. Si podemos llevar a cabo una acción como ésta en las mismas narices de Karzai, ¿quién nos impedirá alcanzar los objetivos que nos propongamos?».

El atentado se ejecutó con una nueva táctica, lo que ya se había anunciado a finales del pasado año. Ésta implica primero el uso indiscriminado de armas de fuego y, después, la activación de explosivos en la modalidad suicida. Cuatro terroristas, disfrazados de policías, irrumpieron en el hotel: uno fue abatido en la recepción tras un tiroteo contra los responsables de la seguridad interior del edificio, lo que no le impidió activar el cinturón explosivo que portaba. Otro hizo lo mismo en el salón principal, lanzando a su alrededor una lluvia de bolas de acero. Un tercero repitió la operación en la sauna, tras llegar a ella disparando en todas direcciones. El cuarto se dio a la fuga, no se sabe bien si debido a un cambio de ideas o por cumplir un plan preconcebido.

Ese cuarto individuo, que no disparaba, iba grabando con una cámara el desarrollo de la operación. Localizado y detenido posteriormente, la cámara fue recuperada por la policía, que mostró a los periodistas parte de su contenido.

Por esas fechas el presidente Bush, durante su gira por Oriente, se reunía con diversos dirigentes árabes, mostrando una vez más su irrefrenable verbosidad. Su secretaria de Estado hubo de cerrarle la boca en una ocasión, para impedir que siguiera profiriendo inconveniencias. Al aludir públicamente y en tono humorístico, en ese mismo momento, a la discreta nota que le acababa de pasar la Sra. Rice, intentó dar la imagen de un hombre sin complejos ni vergüenzas, pero lo que surgió del incidente fue la figura de un tosco individuo a quien el ejercicio de la diplomacia le viene muy ancho.

Así que, llevado por su deseo de mostrarse amable con los aliados saudíes -esos dirigentes tan democráticos y deseosos de comprar armas estadounidenses-, a fin de mostrar su sintonía personal con ellos, afirmó en una entrevista ante las cámaras de televisión: «Además, nosotros rezamos al mismo Dios». De tal berenjenal teológico sobre la unicidad de ambos dioses los talibanes de Kabul le sacaron pronto. En un vídeo grabado antes de partir para ejecutar el atentado, uno de los suicidas proclamaba: «Hago esto por Alá; no por ningún grupo ni por ninguna persona». Los talibanes, pues, mataban en nombre de Alá a los que rezaban al Dios cristiano, dejando en mal lugar las agudas intuiciones religiosas de Bush.

Según declaró un portavoz talibán: «Vamos a seguir atacando de este modo en muchos más lugares. Hemos asaltado el hotel porque en él se alojan extranjeros. Sabemos que no son militares, pero matándolos forzaremos a sus ejércitos a abandonar nuestro país». La dirección de la policía afgana manifestaba una opinión distinta: «Son un enemigo incapaz de mantener el territorio, que no pueden hallar refugio entre el pueblo y no saben hacer otra cosa que atacar suicidándose. Los talibanes no nos atacan de frente. Por eso siguen matando gente con atentados de este tipo».

Ambas declaraciones se complementan: los talibanes recurren a la estrategia de la guerrilla, tanto urbana como campesina, eludiendo siempre que pueden el enfrentamiento directo, pero sin rehuir el sacrificio personal suicida, lo que multiplica ominosamente su eficacia. Ante esta realidad tan peligrosa, de poco servirán los esfuerzos del presidente Bush, durante la citada gira, por orientar hacia Teherán la animosidad de los estados árabes, mientras ignora el deterioro de la situación en Afganistán y se engaña a sí mismo con la pretendida difusión de la democracia en Oriente Medio, irradiada desde el ocupado Iraq. No hay peor ciego que el que no quiere ver.


* General de Artillería en la Reserva