Los disturbios y tensiones que han caracterizado el panorama político tailandés en los últimos años parece que comienza a disiparse en cierta medida tras el triunfo electoral de Yingluck Shinawatra, hermana del poderoso Thaksin Shinawatra, aunque todavía sobrevuela sobre el país muchas incógnitas. A ello además se le une a la disputa, que en el […]
Los disturbios y tensiones que han caracterizado el panorama político tailandés en los últimos años parece que comienza a disiparse en cierta medida tras el triunfo electoral de Yingluck Shinawatra, hermana del poderoso Thaksin Shinawatra, aunque todavía sobrevuela sobre el país muchas incógnitas. A ello además se le une a la disputa, que en el pasado reciente ha desembocado en enfrentamiento armado abierto, con la vecina Camboya en torno a la propiedad de un templo, así como el movimiento secesionista del sur del país que en los últimos años a activado una acción armada contra el gobierno de Bangkok que se ha saldado con la muerte de miles de personas en ese periodo.
Cuando llegas a la capital del país te encuentras de inmediato sumido en el caos y en el ruido que caracteriza a esta ciudad, una de las más importantes del continente asiático, donde el ritmo de vida parece frenético. Como dice un taxista local con la sonrisa en los labios, «el ritmo de vida aquí es acelerado y frenético», al tiempo que da un brusco frenazo para que no acabemos empotrados en el coche que se encuentra delante de nosotros. Los templos y monumentos que salpican los rincones de la ciudad comparten protagonismo también con los cientos de mercados llenos de vida y movimiento que encuentras en la misma. Y sobre todo, la imagen que uno percibe queda lejos de aquellas semanas de barricadas y enfrentamientos que durante muchos meses paralizaron buen aparte de la actividad de Tailandia y situaron al país al borde de una especie de guerra civil.
El triunfo electoral de Yingluck Shinawatra ha supuesto un importante cambio en la situación. Durante la campaña electoral, el discurso de ésta y los llamados partidarios del antiguo primer ministro Thaksin, ha intentado tender puentes hacia una supuesta reconciliación, moderando su discurso y buscando evitar un enfrentamiento que ahonde aún más la grieta política del país. También desde el bando monárquico se ha querido, en un principio al menos, responder de manera distendida, y en esa clave se interpreta la disposición del monarca a publicar las fotografías de una reunión de él con la nueva primera ministra recientemente. Los analistas remarcan esos movimientos en ambas partas y lo presentan como una búsqueda de una especie de consenso y reconciliación, aunque todavía quedan dudas sobre la respuesta que finalmente darán los sectores monárquicos en esta nueva fase política.
De momento, el nuevo gobierno, con la sombra del todopoderoso Thaksin, ha comenzado a sustituir altos cargos de la burocracia y la policía, colocando a sus partidarios en esos puestos, antes dominados por los defensores del status quo realista. No parece que hagan lo propio con el estamento militar, temerosos tal vez del peso y la reacción de ese poder fáctico en Tailandia.
Ahora, los esfuerzos del nuevo gobierno parecen centrarse en el relevo de la cúpula judicial, punta de lanza de los partidarios del actual régimen contra Thaksin y los suyos. Por su parte, el llamado campo de las camisas amarillas, aparece fragmentado, la derrota electoral les está pasando factura, y son muchos los que reconocen que su capacidad de movilización se ha reducido considerablemente.
Un reputado periodista en Bangkok nos señalaba que tal vez todas las partes están moviendo los hilos en busca de un acuerdo de cara a la futura sucesión monárquica. La incógnita está en saber si todos esos actores serán capaces de llegar a una especie de «transición pactada» o cada uno de ellos tensará la cuerda hacia su lado, lo que probablemente contribuiría a enrarecer aún más el ya de por sí complejo panorama político tailandés.
Además, habrá que ver el encaje que el discurso de Yingluck Shinawatra tiene en todo ello. Las promesas populistas, la reconciliación nacional y el peso del nombre d e su familia (e intereses) tienen que compartir espacio con aquellos que hace tiempo señalan la necesidad de un cambio más radical, y que la institución de la monarquía es cosa de un pasado del que conviene olvidarse ya.
Otro foco de tensión es el enfrentamiento con Camboya, y que algunos afirman que también tiene relación con la situación política que se vive en ambos estados. El conflicto gira en torno a la propiedad de un templo hindú del siglo XI, Preah Vihear, situado en territorio camboyano y que Bangkok reclama también como suyo. Hasta hace poco era muy complicado acceder al mismo desde Camboya, lo que provocó que Tailandia intentase en varias ocasiones hacerse con su control, a pesar de contra con el rechazo de la comunidad internacional y de diferentes organismos transnacionales que han reconocido la propiedad camboyana del mismo.
Desde 2008 se ha recrudecido el conflicto, produciéndose en estos años diferentes enfrentamientos armados de mayor o menos peso, que han provocado la muerte de decenas de personas y el desplazamiento de varios miles más. Más allá de las pugnas bélicas, en este contexto son muchos los que observan la presencia de otros intereses domésticos en ambos estados que pueden aprovecharse de esa coyuntura.
Desde Camboya se recuerda los constantes ataques y ocupaciones que desde el reino tailandés ha soportado el país en el pasado, o la ocupación tailandesa durante la Segunda Guerra Mundial. También se utiliza como arma propagandística el trato peyorativo que los militares tailandeses han venido dando durante años a los refugiados camboyanos que huyeron del país en las décadas de los setenta y ochenta.
Pero también hay otros intereses, como nos apuntó Son, un joven universitario en Phnom Penh, el primer ministro camboyano Hun Sen estaría ondeando el sentimiento nacionalista para desviar la atención de los problemas domésticos que hace frente el país (expropiaciones forzosas de tierra, desplazamientos de personas, medidas que «limitan los derechos y libertades civiles»…), e incluso los hay que apuntan a que estos enfrentamientos armados refuerzan el protagonismo en alza que estaría adquiriendo su hijo, el general Hun Manet, al que su padre desea como relevo al frente de Camboya en el futuro. En este contexto también hay que recordad la maniobra de Hun Sen que en el pasado acogió al prófugo Thaksin, y que le nombró asesor, lo que obviamente disgustó a los dirigentes tailandeses.
Por su parte, Tailandia también ha intentado aprovecharse coyunturalmente del escenario de enfrentamiento militar con sus vecinos. No es casualidad que los militares tailandeses activen esas operaciones en momentos claves en la política doméstica de su país. La reciente campaña electoral ha servido para que se reproduzcan los ataques, tal vez fruto del pulso que dentro del estamento militar tailandés se está dando, o incluso para desviar también la atención ante la grave crisis del propio status quo, con cada día más voces solicitando el final de la monarquía, e incluso de la compleja situación en las provincias del sur, donde las guerrillas separatistas siguen operando.
A comienzos del 2004 la insurgencia en le sur de Tailandia pareció resurgir de sus cenizas. Muchas voces reconocen que la intensa lucha que se mantiene en la zona desde que en 1909 el reino de Patani fue incorporado a Siam (actual Tailandia) nunca había conocido un grado tan alto como el que se vive en estos últimos años. Esta nueva fase de enfrentamientos entre las guerrillas separatistas y los diferentes gobiernos de Bangkok, ha causado cerca de cinco mil muertos y miles de desplazados en estos últimos siete años.
Bajo el primer gobierno de Thaksin, la represión y la campaña de asimilación étnica y religiosa se acentúo, lo que a su vez trajo consigo una reactivación de la resistencia armada por parte de los grupos que operaban el la región, que defienden la recuperación de su soberanía, diferenciada étnica y religiosamente además de la mayoría de Tailandia. (musulmanes y malayos, frente a budistas y tailandeses).
El pasado mes de marzo, un alto general tailandés reconoció que se estaban dando «diferentes procesos de diálogo con cinco o seis grupos armados», a pesar de no contar con la autorización oficial del gobierno. Y es que las negociaciones y conversaciones entre rebeldes y Bangkok se han venido dando durante todos estos años, aunque siempre son negadas desde la capital tailandesa.
Otro factor importante se produjo a comienzos de 2010, cuando un importante dirigente en el exilio de la Organización de Liberación Unida de Patani (PULO), la más prestigiosa de las organizaciones que operan el la región, y que demandan entre otras cosas el logro de «Patani libre e independiente», anunció su convergencia con el Frente Nacional Revolucionario-Coordinado (BRN-C), una facción del BRN, y al mismo tiempo la organización más poderosa en estos momentos del panorama armado, para formar el Movimiento de Liberación Malayo Patani (PMLM), donde le primero sería su voz y rostro político.
Este movimiento intentará además atraer a una agenda común a otros grupos y organizaciones que también siguen enfrentándose a Bangkok, como el BRN o los grupos autónomos que operan militarmente bajo la bandera del RKK, e incluso a los militantes del Movimiento Mujahiden Islámico de Patani (GMIP).
A día de hoy, con la capacidad operativa y organizativa del BRN-C intacta, ya que de momento Tailandia ha sido incapaz de golpear su estructura y desconoce en buena medida quienes conforman su dirección, y con el impulso político que pueda conferirle el PULO, la divisiones internas en la resistencia podrían acabarse, lo que permitiría tal vez, dependiendo de la voluntad del gobierno central, enfocar la solución hacia unas vías alejadas de la represión actual.
Tras las elecciones de este verano las incógnitas siguen presentes. Las diferentes interlocuciones rebeldes, el tradicional rechazo que tanto los partidarios de Thaksin como los monárquicos tienen hacia las demandas de la población local, el peso de la institución budista, y sobre todo, la presencia de un ejército, «garante de la unidad de la patria», anticipan un panorama incierto de cara a una resolución del conflicto a corto plazo.
Tailandia sigue teniendo muchos frentes abiertos, y parece que buena parte de ellos están fuertemente intercomunicados. La delicada situación de salud del actual monarca y su posible sucesión puede también desencadenar una lucha sin cuartel entre diferentes fuerzas, e incluso de manera transversal en esos actores que a día de hoy protagonizan la situación.
TXENTE REKONDO.- Gabinete Vasco de Análisis Internacional (GAIN)
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